Portadocumentos

Crónicas desde el imperio de Sulei. Mario Bellocchio

El Jubilado del 39 –de 1939– escucha azorado “las medidas” y no sabe si atribuir lo que oye a su incipiente sordera o sí, en efecto, el dólar oficial toma un envión del 120 %, cosa que, como se sabe, de inmediato se trasladará a combustibles, energía y precios de góndola. Apunta a la oreja el dedo meñique y lo sacude en su interior a ver si modifica lo que escucha, pero no, el Capúto ministro insiste en que la estampida la pagará “la casta”. Parece que “la casta” es el “Gasómetro” del 5 de noviembre de 1967 cuando el Bambi le hizo 4 goles a Boca en el primer tiempo: “todos estuvieron”, “todos están en la casta”, todos menos los aprovechadores de siempre, esos que en aquellos lejanos comienzos cooptadores de la campaña eran denunciados como “la casta”.

Procura no distraerse para enterarse bien de las dimensiones del sapo a deglutir y el Capúto ministro le informa que se da de baja el mecanismo de aumentos a los jubilados –ya de por sí retrasado, un pulmotor para el cadáver–  para pasar a la discrecionalidad del Gobierno, siempre amarreta cuando no inexistente. Resumidamente: todo se va a duplicar, cuanto menos, mientras los ingresos del Jubilado del 39 se estancan.

Recuerda que tiene medio tanque en el coche, modelo de hace 8 años que tanto le costó renovar cada vez que pretendió aggiornar su inversión en transporte propio, y piensa que hay que ir a llenarlo cuanto antes para achicar un poco el agujero económico o patearlo unos días por lo menos. Y así lo hace al día siguiente…

Se palpa de “armas de circulación”, a saber: Portadocumentos, celular y algunos mangos en efectivo –raro un verdulero que te acepte tarjeta– y emprende un recorrido camino de unas diez cuadras hasta la YPF de José María Moreno y Avelino Díaz.

No lo sorprende demasiado una incipiente “cola” de cinco o seis vehículos y espera amargándose con las reiteraciones de Víctor Hugo.

–¡Lleno!– El contador vuela y se detiene en una cifra escalofriante hasta hace horas, de aquí en más irá de ahí para arriba (estos “bichos” son como los relojes, no tienen marcha atrás). Pela el portadocumentos y saca una de las tres débitos que lleva junto a los papeles del vehículo, el DNI, el carné de la obra social y una SUBE.

Por experiencias anteriores sabe que abrir ese cuadernillo plegable de cuero es tarea para hacer apoyándolo sobre algo y lo hace sobre el techo de su coche.

–¿Me controlás la presión de gomas? –¡Ponelo allá y dame cien mangos para la ficha! (Viste que había que traer efectivo). Saca de su bolsillo doscientos mangos para completar una necesaria propina y lleva el vehículo al pie del compresor.

Recibe la tarjeta de débito que no devuelve al portadocumentos pensando en las compras hogareñas que siguen…, y parte.

Ahora se detiene en el “Día” de Cobo al 800 –a la vuelta de su casa– y trata de llevarse los restos del naufragio en un vano intento de curar el cáncer con una aspirina.

Todavía encuentra un par de quesos blancos marca de la casa –excelentes– a precio viejo, una botella de litro y medio de aceite “Día” de girasol y algunas frutas a precio conveniente. Un enjuague bucal de uso imprescindible que acostumbra comprar en farmacia, lo tienta con un bajo precio. Tan bajo que decide controlarlo en el escáner público que le revela que el precio real es ¡cinco veces superior! Lo lleva y pide cotización en caja antes de marcarlo. Sí, es carísimo. Le cuenta lo del cartelito en góndola. El cajero/concesionario que ya conoce al Jubilado del 39 le informa: –¡Llévelo, ya sabe lo que le va a salir la próxima vez!

Paga con la tarjeta de débito que no ensobró y pretende devolverla al portadocumentos. ¡No lo tiene! La película del despliegue en la YPF desfila ante sus ojos y enfila hacia la estación de servicio encomendándose a San Lorenzo de Almagro (su santo preferido).

Antonio tiene un reparto de soda desde hace 20 años. Los miércoles le toca el turno a Centenera y Antonio se dispone a distribuir los cajones cuando delante suyo se cruza una Surán negra de la que cae algo de su techo. Recoge el objeto y se trata de un portadocumentos abierto del que asoma un DNI que le da nombre, dirección y edad de su dueño. No duda un instante. Va a tener que perder media hora de trabajo pero le va a alcanzar a su domicilio los documentos al Jubilado del 39 “que ya bastante lo están cagando con éstas medidas como para agregarle ésta pérdida irreparable”.

El Jubilado del 39 está saliendo de su última compra a la vuelta de su casa y va a partir hacia la estación de servicio cuando suena su celular.

Virginia, su esposa, le informa que un señor con un camión de reparto de soda le acaba de llevar el portadocumentos extraviado. Lo recrimina por distraído a la vez que lo calma informándolo de que está todo y que el hombre le dijo que lo encontró así, desplegado como –recuerda el Jubilado del 39– lo había dejado sobre el techo de su vehículo.

El Jubilado del 39 elige eludir pensamientos ucrónicos –qué habría pasado si…–, ya bastante tiene con las “verdades” del Capúto ministro. Al fin y al cabo “la única verdad es la realidad”.

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