Mis pequeños adoquines

Los sucedáneos del asfalto electoral. Mario Bellocchio

  • Mi barrio fue mi gente que no está,
  • las cosas que ya nunca volverán,
  • si desde el día en que me fui
  • con la emoción y con la cruz,
  • yo sé que tengo el corazón mirando al sur!*

Somellera al 800. Desde hace casi cuarenta años vivo en el límite de Pompeya vecino a Parque Chacabuco –mi barrio natal–, y he adoptado este lugar en el mundo como mi barrio de casas bajas, algunas, como la mía, con un audaz primer piso oteador de vecindades. En los atardeceres suelen oírse “ladridos de perros a la luna” y cuando sopla el Pampero el tránsito ferroviario por el puente de Centenera genera “el misterio de adiós que siembra el tren”. Manzi podría haber escrito sus poemas desde mi pompeyana casa.

De vez en cuando alteran la bucólica paz del entorno un patrullero, una ambulancia o los bomberos pero pronto se llaman a silencio buscando su destino de auxilio y retorna el reinado del bichofeo o el zorzal vigilando el color de mis uvas para picotearlas.

Para ciudad y tránsito ruidoso, a un par de cuadras está avenida La Plata sin Gasómetro, por el momento –dice el “cuervaje” al que pertenezco desde siempre.

Por la mañana del lunes 29 de enero observo a través del postigo de la puerta cancel una actividad inusual que se desarrolla sobre la calle. Al parecer una 4 x 4 ha tenido un percance y varios operarios trabajan ruidosamente por debajo del vehículo.

Me asomo a mi patio anterior para ver de qué se trata. Mi auto duerme a metros de estos sucesos –el presupuesto encogido por Milei no da para 30 lucas de garaje– y quiero cerciorarme de que esté a salvo de “malos tratos”. Así puedo comprobar que la camioneta doble cabina de ostentosos cristales ahumados es el vehículo del comandante en jefe del operativo, un fachero émulo de Trump del subdesarrollo, que señala aquí y allá por dónde comenzar la tarea que se proponen.

Viendo que los observo desde mi casa me preguntan si el vehículo estacionado es mío y ante la afirmativa me piden que lo corra pues van a trabajar en ese lugar. A todo esto ya han vallado la calle y desmontado unos 20 metros cuadrados de los perfectos mini adoquines dispuestos en abanico que lucía Somellera al 800 hasta ese momento.

Les pregunto de qué se trata la obra y uno de ellos, que parece ser el capataz de la cuadrilla, me contesta que se trata de emparejar el adoquinado que, según afirman, está desparejo por las obras de servicio que ha padecido y que a fin de semana –viernes 3 de febrero– terminan la tarea.

Conocedor de las ordenanzas que habilitan la pavimentación de empedrados que superen un porcentaje de parches de obra, no me parece descabellada la propuesta, reubico mi auto y vuelvo a mis tareas.

Un par de días más tarde la obra “avanza”, como el enemigo en la Marcha de San Lorenzo, “a paso redoblado”. Ya hay dos cráteres más en el –hasta entonces– prolijo adoquinado de Somellera. Lo más curioso sucede al día siguiente, ya jueves. Ante la operatoria de una ruidosísima niveladora, me asomo para ver qué sucede y observo que en un rudo camión con caja de hierro –tipo volcador– están cargando los adoquines extraídos, hasta entonces apilados al borde del cráter. Me pregunto para qué llevarse los adoquines sin hacer el anunciado emparejamiento e internamente descarto un robo ya que la cantidad no justifica nada parecido siquiera a un modesto negocito.

Me recuerda Infobae que en octubre de 2017 se produjo una denuncia por el robo de adoquines en la Capital. El juez Alberto Baños investigaba al Gobierno de la Ciudad por la presunta desaparición y venta de adoquinado en Palermo, Belgrano, Colegiales Flores, Mataderos, Barracas y Villa Urquiza. La causa, que quedó asentada con el número 44.484/08, fue presentada por el abogado Javier Miglino, quien ya había formulado una denuncia similar ante la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.

La denuncia, que apuntaba a que “se investigue la presunta desaparición y venta del adoquinado porteño”, estaba dirigida contra el entonces jefe de Gobierno, Mauricio Macri, y el ministro de Espacio Público, Juan Pablo Piccardo.

En virtud del plan de asfaltado de calles, “comenzaron a aparecer pilas de adoquines removidos en las esquinas porteñas, en particular de las calles de barrios como Belgrano, Colegiales, Villa Urquiza, Palermo, Flores, Barracas y Mataderos”, sostenía la denuncia. El abogado denunciante, quien acompañó su escrito con fotografías tomadas por él mismo, recordó que ya existe una acción de amparo en la Justicia porteña, que aún no tuvo resolución.

Los adoquines de 10 cm de lado, como los extirpados a Somellera al 800 se comercializan por Internet, en febrero de 2024, a unos 45 mil pesos el metro cuadrado, unas 7 pizzas grandes de musa, ¡bah!

Estamos a quince días de iniciada “la obra”, los operarios de “De Jesús SRL” han desaparecido de los lugares que solían frecuentar, los cráteres ya han recibido aguas de dos tormentas y “el pescado sigue sin venderse”, diría el abuelo Santiago.

Los vecinos de la cuadra de Somellera al 800, entre los cuales me cuento, se preguntan por sus adoquines desaparecidos y más, se inquietan sobre cuándo podrán recuperar su libertad de circulación y estacionamiento en una tranquila calle de barrio, ya resignados a bancarse los desemparejados adoquines que se pretendía emparejar. Y ni hablar del propietario del súper “Soso”, en cuyas puertas se despliega una de las fosas, a fin de recuperar proveedores que se niegan a hacer la descarga de mercaderías poniendo a pruebe los elásticos de sus camiones.

Luego de 25 días de ausencia reaparecen finalmente los adoquines colocados de forma que uno no puede dejar de preguntarse “para qué fueron extraídos”. Circunstancia por la que se llega a una respuesta unívoca: se los extrajo para justificar la realización de una tarea inexistente facturada al Gobierno porteño quedando en el misterio más absoluto el transporte de las piezas originales y la devolución de las substitutas ahora desprolijamente colocadas obturando un cráter abierto innecesariamente por “De Jesús SRL”, que más que SRL parece ser una SAP, sociedad de amigos del poder.

 

(*) “El corazón al sur”

Eladia Blázquez / Lito Vitale

 

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