SANTA LOCURA (O la pasión según San Lorenzo)

Mediodía de un viernes que nadie arriesgaría a calificar de invernal. El solcito pica y el cuervaje se rasca. Estamos en las inmediaciones de la Sede CASLA de avenida La Plata, pegada al ominoso Carrefour. Y el entorno padece la onda expansiva de la ansiedad.

 

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Hacia la derecha parte la cola de los llamados “abonados”, a los que parece que se les concede la prioridad de acampar para ligar –hipótesis no comprobable– el paquete privilegiado de entradas para la gran final gran del miércoles 13, cifra de buena suerte para el cuervo que en cierta época, felizmente superada, era el número de años que había que esperar para mojar un campeonato. Lo cierto es que la silla playera desplegable encontró un nuevo reino y el choripanero hace su agosto –literalmente– compitiendo con las cajas de pizza y los “chegusán de milanga” y la Coca que doña Elsa trae desde Metán al 3500 a los nenes que hacen el aguante. Nacen nuevos amores. Galán diría ¡Se ha formado una pareja!: besuques de un par de cuervitos vestidos de Ciclón de la gorra a las zapatillas. Tres pibes discuten en alto tono si “fue de orto o una cagada nuestra” el gol de Santacruz (¿Era necesario ese apellido?) en el último segundo del último minuto de Asunción.

Hacia la izquierda de la entrada de la sede se despliega la otra cola, la que aguarda los restos del festín de reparto con la fe puesta en que el Nuevo Gasómetro sea de goma, se habilite el ensayo de butacas sobre tarimas tubulares y los codos del estadio permitan correr verjas y apilar hinchas para ver el partido con un solo ojo, aunque más no sea. Ahí desde muy temprano aguardan una promesa que, en el mejor de los casos se concretaría recién mañana. Desde las 6 del nuevo día Javier espera junto al escocés. No se confundan los términos, no bebe whisky, está con Marko, su amigo escocés, que champurrea en un trabajoso español: “Quiero ver a San Lorenzo”. Más allá, Ariel con su hijito Ismael a upa: –¿lo vas a llevar a la cancha? –si hace buen tiempo, sí –responde sin dudar. Vecinos de cola, Roberto y Gladys –madre e hijo– se bancan el aguante desde las 7 de la mañana; mamá tomó sus precauciones con una cómoda silla reclinable. A pocos metros un señor que lleva bien sus años –aunque los tiene– lee Piglia apoltronado cómodamente. Facundo , Ruiz, García, Sanfilippo y Boggio hacen una ronda y lo acompañan en la lectura de “El camino de ida”, seguramente pensando en “la vuelta”.

A uno, que la veteranía ya lo lleva a Farro, Pontoni y Martino, se le revuelve algo interno pensando en el desenlace de esta novela que Hitchcock no pudo haber imaginado más retorcida.

¡Francisco! ¡El miércoles largás todo que tenés laburo full-time! ¿Estamos?

Mario Bellocchio

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