La casa de Perón en el barrio de Flores

El nuevo libro de de Ángel O. Prignano

Invierno de 2021. El ínclito amigo, y por qué no barriólogo, presenta el libro que no puede presentar porque la pandemia tiene sus reglas y hay que respetarlas. Entonces, de entrometido nomás, le pido formar parte de la tarea de “difusión con barbijo” que él acepta a regañadientes reclamándome el énfasis que le pongo a la O de su segundo nombre cuando debo citar algo sobre su persona omitiendo su ignoto “Oscar”. Lo cierto es que Ángel O. Prignano presenta un valioso trabajo sin el entorno que merecería su invalorable tarea de investigador llevada a cabo con la acostumbrada profundidad, realzada esta vez por el tema del que se ocupa: la casa de Perón en su amado barrio de Flores. Nadie mejor que su prologuista para señalar las virtudes de su contenido (M.B.)

 

El prólogo aludido:

La casa de las dos casas

Armando Vidal

 

Qué pena que Jorge Luis Borges sesgó su alma al peronismo sin que ello impidiera que los peronistas comprensivos, la mayoría, lo admiraran igual.

He aquí un libro sobre una casa que une la historia, historia de amor de dos casas, una casa acá, otra casa más allá, referidas al alumbrar de un hombre, cuya obra despertó tantas pasiones, alimentadas con sangre, rejas y memoria, que el tiempo empuja con ganas de eternidad.

Juan Domingo Perón, bendito y maldito sea tu nombre. Pueblo, de bajo pueblo; pueblo, preso de oligarquías.

He aquí, las casas, la que fue cual tapera, en Roque Pérez; la que se yergue en Lobos, casa solariega y blasonada (¡ay! León Felipe). Casas de un mismo terruño bonaerense.

Y, entre ambas, la disputa acerca de dónde nació Perón.

Qué lástima, parafraseando a Felipe, que no pudiendo contar otras hazañas, Borges no le haya podido dedicar un verso a los peronistas y sus casas.

Y, ahora, vamos camino hacia ellas, comenzando por la humilde, si guiendo los pasos de un médico santafesino, de familia de médicos con raíz radical, ahijado de nacimiento del presidente Hipólito Yrigoyen y luego devenido, como tantos, en peronista.

Hipólito Barreiro fue un hombre estudioso y perseverante. De buen porte, voz resonante y movimientos ágiles, parecía que no había barrera que pudiese detener su camino. Contaba haber conocido a Perón en España cuando joven y que por Perón, siguiendo su consejo y encomienda, profundizó los estudios sobre una diminuta glándula que preocupa a los hombres maduros y ahora a los no tanto.

Trotamundo por más de ochenta países, ávido de conocimientos y aventuras –con su mujer, a poco de casarse en 1956–, enérgico, apurado y frontal, no extraña que más de uno, guiado por las apariencias, no lo haya tomado en serio.

Iniciada la relación con Perón, a comienzos de los 60 en Madrid, que mantuvo hasta la muerte del general en 1974, Barreiro encontró en él la guía de su propia vida y, naturalmente, de su esposa al tomar en cuenta los conocimientos de medicina de su anfitrión, que invocaba a su abuelo paterno, médico mitrista, y le encargaba investigaciones especiales en otros países. De este modo, en lugar de andar a los saltos viviendo de la medicina en tierras siempre extrañas, realizó viajes específicos requeridos por Perón, incluida la Unión Soviética, en búsqueda de medicinas naturales para la glandulita machona. Y así se constituyó en una autoridad en la materia y atendería, entre 1964 y 1969, a quien iba a ser presidente de los argentinos por tercera vez.

Y cuando el 12 de octubre de 1973 Perón lo fue y juró en la asunción del cargo ante la Asamblea Legislativa –con uniforme militar y sin pronunciar mensaje alguno–, en la delegación de Liberia, encabezada por su jefe de Estado, William Tolbert, estaba Barreiro como miembro oficial de ella. Días después, el 27, Perón lo designó embajador ante ese país, pedazo chico de África sobre el Atlántico, donde llevaba diecisiete años como residente y tenía una clínica.

Perón fue presidente y también, al final de su azarosa vida, un após tol de la política en su tierra, que murió en plena misión y cuyo pueblo lo despidió en un mar de lágrimas.

En ese capítulo que prosiguió lleno de incertidumbres, María Estela Martínez fue derrocada por el golpe militar del 24 de marzo de 1976 y Barreiro entregó la embajada con un acta en la que manifestó su rechazo a los usurpadores por traicionar a la Constitución y la bandera, y se exilió en Estados Unidos, en la Florida, Miami, desde donde años después hizo una amplia difusión de la causa por las Malvinas en la guerra contra los ingleses en 1982 y colaboró para obtener el voto de Liberia y otros tres países africanos en Naciones Unidas a favor de las negociaciones pacíficas con Inglaterra, reconociendo la existencia de un conflicto que Londres quería cerrar con la victoria militar.

No extraña entonces que sea Julio César González, ex titular de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia y detenido por los golpistas con la presidenta cuando la acompañaba en el helicóptero a Olivos, profesor universitario, autor de varios libros (y que rechazó una indemnización estimada en medio millón de dólares por sus siete años preso en dictadura con el argumento de “cómo voy a cobrarle a mi patria lo que yo hice por ella”), el que prologa el libro de Barreiro Juancito Sosa, el indio que cambió la historia, aparecido en 2010, el año de los debates sobre Perón en el Congreso de la Nación.

Barreiro, ese hombre grande y grandote, que reía y abrazaba con fuerza, y entretenía con el relato de sus experiencias como médico en el continente negro y encandilaba con su amor por África –poseía una impresionante colección de su arte, que solía exponer en museos y galerías–, fue un personaje central en esa tenida para determinar el lugar donde había nacido Perón.

Una puja abierta sin enconos entre autoridades y especialistas de las ciudades de Lobos y Roque Pérez, que quien escribe siguió de cerca en su condición de periodista parlamentario dedicado a los temas políticos. Es más: fue un fogonero en el diario Clarín, donde trabajó toda su vida hasta comienzos de 2009, de esa tenida sin odios en las que todos, tal como demuestra Ángel Prignano en esta investigación, compartían la razón de sus argumentos en el despertar a pura teta de Juana Sosa del político más importante del siglo xx de la Argentina. Prignano explica  lo que nadie dijo ni dedujo allí.

Pocas veces se producen hechos de esa naturaleza en el Parlamento, la casa mayor de los políticos; en este caso, una historia viva de lugares y símbolos en torno de donde se produjeron los primeros berrinches de Perón. Y lo diferente en el trajín del Congreso de la Nación es que esos acontecimientos se reservan para horas de la mañana, cercanas al mediodía, y nunca en miércoles, día de sesiones, motivo por el cual en tales casos los diputados y senadores se enteran por los diarios, si es que los diarios se interesan. Difícilmente los legisladores aparezcan, a menos que estén directamente involucrados.

¿Pero un periodista noctámbulo por oficio que ama la política podía perdérselo, tratándose nada menos que del político más querido y odiado  de nuestro país? Imposible y, menos, con Barreiro en la cancha.

Entre casas de pueblos bonaerenses hermanados, otra casa viene en ayuda, la casa porteña de Perón del barrio de Flores, de la que da cuenta  Prignano, tozudo investigador de detalles que otros hurgadores, incluyendo en primer lugar a los periodistas, pasan por alto. Ilumina con un fósforo la verdad, despeja los malos olores de las versiones falsas, alegra como un club de barrio en aquellos carnavales. Un ángel de la guarda de la casa de las casas de Perón.

¿Dónde nació Perón? ¿Dónde encaró los gateos y primeros pasos? ¿En la casa de Roque Pérez, la casa a nombre de Juana Sosa, según consta en la escritura del abuelo del vecino de la izquierda que corrió a buscar para mostrarle al periodista que escribe en la primera visita a Roque Pérez en la que acompañó a Barreiro? ¿O en la casa de Lobos, de la calle Buenos Aires, que hoy es museo?

Estudio López Armentía, en Flores. A la derecha puede observarse la casa contigua en estado original, de características similares a la que habitó la familia Perón.

No todo es lo que es. Ni siquiera una casa. Es lo que enseña este libro que relata la historia de la casa de Perón de la calle Lobos 3259, en Flores, Ciudad de Buenos Aires, comprada por su padre, Mario Tomás, en 1925.

Sí, esa calle y ese año.

Lobos, 1925, lugar y año de la construcción de la casa de Lobos donde dicen que nació Perón en 1893, como decía él, o en 1895, como dice la versión oficial. Y, sin embargo…

Qué lástima lo que se perdió Borges, qué lástima.

 

 

 

El libro está disponible en Editorial Biblos, 2021; Pasaje José M. Giuffra 324 (C1064ADD), Buenos Aires info@editorialbiblos.com / www.editorialbiblos.com.ar.

O en la librería de Varela 1125, Flores.

 

 

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