Aquel fútbol de los domingos

Eran tiempos en que el fútbol era cosa de los domingos. Mario Bellocchio

Con sólo algunas excepciones más producto de usar fechas de feriado que de desdoblar el calendario menos nutrido que el de ahora. Las estrictas jornadas laborales no permitían a los organizadores darse el lujo de desdeñar la concurrencia al estadio, el medio recaudatorio por excelencia en aquella época de ausencia de sponsors.

La barra bullanguera morfaba en familia y emprendía el camino al estadio donde los “teloneros” de la reserva y la tercera solían acompañar la buena digestión de los fanas madrugadores.

En los 40’s se decía que el “Charro” José Manuel Moreno, el indiscutido y admirado crack de “la Máquina” riverplatense, salía a la cancha en plena digestión de sus infaltables ravioles domingueros…, y la descosía. Eran tiempos de exigencias menores, de gramilla escasa –sobre todo en las áreas– y de talentos “potreriles” a destajo.

La pelota con tiento de los años 20’s

En el amateurismo los jugadores debían contar con habilidades especiales para controlar un balón de cuero cosido, con cámara, que se encerraba en su recipiente por medio de una soguita de cuero llamada tiento y que si se mojaba pesaba una tonelada. La pelota solía ovalarse en el transcurso del partido y picaba de modo extraño con pretensiones de ser de rugby. Y qué decir del famoso tiento contenedor. Si les tocaba cabecearlo solía producir lesiones más para la sutura que para el masaje. ¿O por qué creen que los cabeceadores de la época solían usar boina?

Allá por 1931, con la llegada del profesionalismo, a una línea media –sólo porque eran tres amigos–, cordobesa, de Bell Ville: Romano Polo, Antonio Tossolini y Juan Valbonesi se les ocurrió la idea salvadora del fútbol contemporáneo: “la Superval” una pelota sin costura con válvula para el inflado que, con sus variantes de materiales, se mantiene hasta nuestros días (Como puede apreciarse, no sólo el dulce de leche y la Birome son argentinos).

Hasta fines de la década de 1950 perduró el domingo como “el día del fútbol”, casi en exclusividad. Y no sólo la coincidencia era en un día de la semana, sino en el horario: a las 11, la tercera, a la una, la reserva y el plato fuerte –que para más de uno era el postre– la primera, a las tres de la tarde.

Y como siempre existió la necesidad de enterarse cómo iban “los demás”, por información de competencia o por puro morbo nomás (el “bostero” tratando de saber cómo le iba a las “gallinas” o el “cuervo” ansioso por el resultado de “la quema”), nació un lucrativo invento: “el Alumni”. Alumni era una revista que por unas pocas “chirolas” comprabas antes de entrar a la cancha, que tenía la concesión de unos tableros de privilegiada ubicación –unos “Autotroles” mecánicos de la época– al que un operador le cambiaba las chapas de los resultados según la información que le llegaba por teléfono. Claro que el hincha se podía enterar de esos resultados sólo si sabía las claves que te revelaba la revista Alumni –una suerte de “passwords” de la época–, un domingo Boca era la “R”. San Lorenzo, la “D”. Vélez, la “H”. Y así los demás. Y, para todos, un penal a favor, chapa amarilla, o verde, o…

El asunto tenía sus aristas de convivencia y otras no tanto:

  • –Oiga, don ¿Qué letra es River?
  • –¡Si querés saberlo comprá el Alumni, miseria!
  • –¡Andá amargo, debés ser quemero vos!
  • –¿Quemero yo?
  • Y ahí se armaba la podrida…

Y al mejor estilo nacimiento, apogeo, decadencia y muerte, el Alumni tuvo un verdugo nacido –para el uso futbolero– a mediados de la década de 1950: la radio Spica y sus transistores que aseguraban el necesario bajo consumo y liviano diseño portable (alguna vez, un exaltado de los que nunca faltan, la usó como proyectil y le pasó cerca a algún réferi quien, seguramente, no habría opinado tan bien sobre el poco peso del objeto).

Ahí cobraron notoriedad los relatores…, y sus “fanas” dueños de Spica escuchaban los partidos de otros estadios con el parlante pegado a la oreja. El Alumni y sus tableros, a la lona. El “hincha” ansioso, no.

  • –Oiga, don ¿Cómo va River?
  • –¡Si querés saberlo comprate una radio, miseria!
  • –¡Andá amargo, debés ser quemero vos!
  • –¿Quemero yo?
El trío más “mentao”: Farro, Pontoni y Martino

Mi primer equipo recordado de memoria es el Ciclón del 46: Blazina; Vanzini y Basso; Zubieta, Grecco y Colombo; Imbelloni, Farro, Pontoni, Martino y Silva. Se recordaban como un versito, como las preposiciones… Y ¡minga de numeritos en la espalda para identificarlos, todavía! La camiseta inmaculada no tenía, no debía tener, nada decorativo o informativo que no fuera el escudito del club. Nada de esponsoreo ni nombre del portador.

Así que los relatores de la época: Lalo Pelicciari –¡Vamo, muchachos!!– o el recordado cultor del idioma llamado el “maestro” Fioravanti, que para describir una barrera ante un tiro libre era capaz de utilizar cinco sinónimos sin inmutarse –“Se agrupan, se juntan, se apiñan, se aglutinan, se abroquelan los jugadores”–, tenían que arreglárselas como cualquier hincha con la visión lejana y confusa, con el tranco, con la estatura o la facha lontana para la identificación, asunto complejo cuando había que reconocer a primera vista, sin pifiarla, al autor de un gol o una falta expulsiva.

Un afán nunca logrado, el de mejorar el nivel de los arbitrajes, llevó a la AFA a contratar árbitros ingleses, allá por 1948. Ellos fueron los que recomendaron la adopción de los números en el dorso de las camisetas para facilitar la identificación, implementación que ya llevaba más de una década en Europa.

La “gramilla” en un día de lluvia

Acá todavía quedaban algunos resabios del football inglés en sus orígenes y algunos relatores e hinchas solían llamar goalkeeper al arquero, que al comienzo no llevó número en sus espaldas y más tarde el 1. Luego, conforme a una formación entonces vigente –1-2-3-5– venían un par de full-backs que pronto argentinizamos como el bac derecho (2) y el izquierdo (3). A continuación el terceto de la línea media –compuesta por tres half: derecho, centro e izquierdo– nosotros argentinizamos de inmediato como el jas derecho (4), el centrojás (5) y el jas izquierdo (6). Y la delantera de cinco integrantes: dos winger (wines), dos insiders (los insai) y un center-forward (el centrofówar). A saber: el win derecho era el 7; el insai derecho, el 8; el centrofówar, el 9; el insai izquierdo, el 10 y el win izquierdo, el 11.

Luego vendría la era de los números telefónicos aplicados a las formaciones (4-2-4, 5-3-2, …) y los bancos con reemplazos y números arbitrarios, pero en los 40’s todo era así de ordenadito. Aunque no tanto en los tamaños y legibilidad de los números dada la disparidad de criterios y colores.

 

Los reemplazos terminaron de encarajinar el asunto numeración.

La primera modificación en el fútbol argentino se llevó a cabo en el Viejo Gasómetro, el 24 de mayo de 1959, por la cuarta fecha del torneo. En esa ocasión Floreal Rodríguez –con el 12 en sus espaldas–, de Vélez, sustituyó a Roque Marrapodi (el 1) en el arco en una derrota por 1-0 frente al San Lorenzo de Facundo, Ruiz, García, Sanfilippo y Boggio.

La sustitución del arquero se permitía por lesión, cosa que el árbitro debía constatar. Pero, ante la imposibilidad de comprobar veracidad de las lesiones, se aprobó la sustitución del arquero bajo cualquier circunstancia.

Luego de sucesivas modificaciones sobre los cambios y las numeraciones la pandemia de Covid precipitó la catarata de cambios actuales y las numeraciones sin límite en las dos cifras. Sólo se salvó el 10, su recuerdo del “Diego” y su actualidad del “mesías” Messi.

El entrañable entorno de aquel tiempo de jovencito aún permanece en el recuerdo de aquellos “jingles” que cubrían el entretiempo o los baches entre partidos de la  tercera, la reserva y la primera: “Si su piloto no es Aguamar, no es impermeable se lo puedo asegurar”. O los muñecotes de “Sugus” que nos hacían reír con su parodia futbolera.

Aquella barra de Parque Chacabuco ya no está, se disolvió en el aire como el Viejo Gasómetro.

Otros tiempos.

Desde otro fútbol de gramilla pareja y planificaciones rigurosas donde de vez en cuando aparece un habilidoso para regalo de los ojos, hoy el VAR nos autoriza a gritar un gol o nos caga la ilusión anulándolo por un dedo gordo adelantado.

¿Mejor? ¿Peor? La eterna polémica tiene respuesta:

Simplemente distinto. Casi…, otro deporte.

 

 

Precisión de datos:

 

 

 

 

 

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