Perón, al exilio

Hoy, 16 de septiembre, hace 65 años, se iniciaban las hostilidades que desalojaron de la presidencia a Juan Domingo Perón en 1955. Mario Bellocchio
Asunción de Lonardi (23-9-1955)
1955. La situación política en franco deterioro paralelamente al desgaste del poder y a una economía lejana a la primera y desbordante eclosión, llevan a los enemigos naturales del peronismo a pensar que había llegado la hora de revertir la “humillación” del 45. En mayo se da de baja la enseñanza de la religión católica en la educación pública –que el propio Gobierno había implantado años antes– agudizando las hostilidades con la Iglesia. El ida y vuelta de “misiles” con el clero no se hace esperar y desde el púlpito contestan con una convocatoria especial a la procesión de Corpus Christi –domingo 11 de junio de 1955– erigida como manifestación golpista antes que como marcha religiosa, el pueblo peronista le responde con su reprobación. Perón resulta excomulgado y lo más rancio de las Fuerzas Armadas –con la destacada actuación de la Marina– se siente a sus anchas requiriendo protagonismo. La masacre de Plaza de Mayo del 16 de junio con sus 350 muertes civiles y su Guiness jamás igualado de crueldad con el pueblo de su propia patria, enardece los ánimos más allá de toda contención. La quema de los templos, el clima destituyente, la rivalidad irreconciliable, anuncian lo peor. El 31 de agosto, la CGT decide convocar en la Plaza de Mayo una concentración en apoyo al líder en la guerra desatada contra la Iglesia que se resiste a aceptar el “Perón sí, curas no” cuando todavía no ha digerido el “Braden o Perón “. Toda razonable calma ya ha presentado tarjeta de vencimiento y aquel Perón enardecido por la persecución desmedida y arbitraria pronuncia el discurso conocido como el “cinco por uno”: “A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor (…) La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos “. (Juan Domingo Perón, miércoles 31 de agosto de 1955). [1]

Esa misma noche, en Río Cuarto, uno de los militares que más tarde sería uno de los responsables de la destitución de Perón, el general Videla Balaguer, anuncia a sus colaboradores inmediatos la intención que tenía de “rebelarse”, calificando de “intolerable” la “arrogancia” del presidente.

Las acciones militares del derrocamiento de Juan Domingo Perón que dieron comienzo el viernes 16 de septiembre de 1955 y culminaron confusamente cuatro días después, contuvieron un cúmulo de luchas, desplazamientos de tropa y acciones bélicas de importancia –como la voladura de los tanques petroleros de YPF en Mar del Plata por parte de la flota de mar– cuyos detalles pormenorizados escapan a la extensión de este artículo. La provincia de Córdoba resultó en el escenario rebelde y fue protagonista, junto a las acciones de las inmediaciones de Bahía Blanca, Mar del Plata y Buenos Aires.

Lo que sigue es una compilación fragmentada de esos acontecimientos bélicos cuyo relato pormenorizado se narra en “La revolución del 55” de Isidoro Ruiz Moreno [1], “Perón en la cañonera” de la página web “Peronismo21”[2], “Perón una biografía” de Joseph Page [3]  y algunos reportes de prensa de la época.

 En la Escuela Naval Militar cuyo director era el almirante Rojas  faltaban los grandes retratos del presidente y de la primera dama; no se los adulaba, ni tampoco se hablaba mal de ellos, por lo menos, oficialmente. Isaac Rojas, en cambio, gozaba del respeto unánime en la fuerza.

Pocos días después del 16 de junio el capitán de fragata Aldo Molinari, para sondear el talante de Rojas, le anunció que un nuevo golpe de Estado estaba en marcha, a lo cual el almirante se limitó a responder “¿Lo pensaron bien?”.

Después de eso, los capitanes de navío Jorge Julio Palma y Carlos Sánchez Sañudo se reunieron con él y hablaron sobre la necesidad de derrocar a Perón. Rojas estuvo de acuerdo, pero les pidió tiempo para decidir si se plegaba o no. Finalmente Rojas confirmó su aceptación. Tras ello, el capitán de navío Arturo Rial se reunió con Rojas y convinieron que el Almirante se pondría a la cabeza de la armada en el momento en que estallara el golpe y que se subordinaría en caso de plegarse un almirante de mayor antigüedad en la fuerza. [1]

“Al mediodía del viernes 16 de septiembre, los rebeldes controlaban ciertos puntos en Córdoba, Curuzú Cuatiá, Río Santiago y Bahía Blanca. La Fuerza Aérea parecía mantenerse leal al gobierno. Nada se sabía acerca del ejército en Cuyo ni había noticias de la Flota de Mar. Perón había salido del Ministerio de Guerra a las 10:30”. [1]

“El sábado 17 fue un día nublado en la ciudad de Buenos Aires. Levantado el toque de queda la población salió a aprovisionarse de víveres y velas (para los frecuentes cortes de luz), pero ningún disturbio alteró el orden en las calles. Los espectáculos públicos y los partidos de fútbol habían sido suspendidos, y mucha gente se encontraba junto a la radio aguardando noticias. Las trajo esa tarde el vespertino La Razón: Curuzú Cuatiá y Río Santiago habían sido ocupadas por tropas leales al gobierno, y los otros focos revolucionarios estaban próximos a caer”. [1]

El domingo 18 a las 9 de la mañana Isaac Rojas rechaza un despacho del Ministerio de Marina que lo intima a rendirse. En ese momento está al frente de una pequeña flota: el destructor La Rioja, el patrullero Murature, los rastreadores Granville, Drummond y Robinson, el submarino Santiago del Estero, y el buque taller Ingeniero Gadda, además de otras embarcaciones de desembarco y lanchas torpederas. Poco tiempo después pueden divisar a lo lejos los grandes cruceros “La Argentina” y “17 de Octubre” (luego rebautizado “General Belgrano”), de la Flota de Mar, que habían partido el día 16 desde Puerto Madryn en una situación poco clara. Lo que sí se sabía era la posición lealmente peronista de su comandante, el almirante Basso.

Por la tarde la oficialidad rebelde del crucero “17 de Octubre” detiene a Basso, y así Lariño queda al mando de la flota revolucionaria. Los dos cruceros de la flota se dirigen hacia el Río de la Plata a máxima velocidad (25 nudos) al que arriban en la mañana del domingo 18. El crucero “La Argentina” homenajea con 17 salvas al patrullero “Murature” y se subordina ante su nuevo comandante, Isaac Rojas. (Datos de 1)

Ante la noticia de que una columna blindada viaja a Puerto Belgrano vía Mar del Plata, el estado mayor de Isaac Rojas en la certeza de que repostarían su combustible en los tanques de YPF en esa ciudad manda al crucero “9 de Julio” y a los destructores a que bombardeen los depósitos de petróleo de Mar del Plata.

Bombardeo a los tanques de petroleo marplatenses

La acción se llevó a cabo el lunes 19: a las 6 de mañana sonó el zafarrancho de combate en el crucero “9 de Julio”. A las 7:14 comenzó el cañoneo contra los tanques de combustible marplatenses que fueron destruidos, finalizando el ataque a las 7:23. No hubo víctimas civiles gracias a que los tanques se hallan a cierta distancia de la zona habitada.

Perón, que no había hablado en público desde el estallido revolucionario, esperaba dominar la situación en pocas horas, a lo sumo un par de días, pero la resolución se demoraba y comenzó a decaer su estado de ánimo. El general Raúl Tassi recuerda la situación del 19 de septiembre: “En un momento dado yo me encontraba en el subsuelo del Ministerio (…) cuando apareció allí el general Perón. (…) Lo ví sumamente nervioso, siendo evidente su depresión al tomar conocimiento de la sublevación de la Agrupación de Montaña Cuyo. (…) [1]

Perón entra al Ministerio de Guerra el lunes 19 antes de las seis de la mañana, se reúne con el ministro Lucero y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé, y les informa que estaba dispuesto a renunciar antes de que la Flota bombardeara la Ciudad de Buenos Aires. Tenía una especial preocupación por la destilería de YPF de La Plata, cuya expansión fue uno de los puntos destacados de su presidencia.

Pocas horas después Perón le entrega a Lucero una nota manuscrita: “Al Ejército y al Pueblo de la Nación: (…) Hace varios días que intenté alejarme del gobierno si ello era una solución para los actuales problemas políticos. Las circunstancias públicas conocidas me lo impidieron (…) Pienso que es menester una intervención desapasionada y ecuánime para encarar el problema y resolverlo. No creo que exista en el país un hombre con suficiente predicamento para lograrlo, lo que me impulsa a pensar en que lo realice una institución que ha sido, es y será una garantía de honradez y patriotismo: el Ejército. El Ejército puede hacerse cargo de la situación, del orden, del gobierno. (…) Si mi espíritu de luchador me impulsa a la pelea, mi patriotismo y mi amor al pueblo me inducen a todo renunciamiento personal.” (…) Juan Domingo Perón, lunes 19 de septiembre de 1955, por la mañana. [1]

El mayor Ignacio Cialcetta, su edecán y pariente, recuerda: “Perón no se metió en nada, dejó todo en manos de Lucero. Estaba un poquito abandonado, aunque no aplastado: no perdió la línea. Durante unos días estuvimos en una casa de la calle Teodoro García (…) me mostró unos cuadros, tomamos vino. Me dijo estar desilusionado de los hombres, de sus colaboradores, desde hacía tiempo”. [3]

Al mediodía, Perón escribe una confusa carta dirigida al general Franklin Lucero, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y leal al gobierno constitucional. En la carta Perón da a entender su renuncia:

“Hace algunos días…, decidí ceder el poder… Ahora mi decisión es irrevocable… Decisiones análogas del vicepresidente y de los diputados… El Poder del Gobierno pasa por ello automáticamente a las manos del Ejército”. Juan D. Perón. Carta al general Franklin Lucero. [1]

A las 12:52 la Radio del Estado emite un comunicado en el que se invita a los jefes rebeldes a comenzar una tregua y acudir al Ministerio de Guerra a parlamentar. Más tarde Lucero lee la carta del renunciamiento de Perón, expresa también su propia renuncia al ministerio, y anuncia la creación de una Junta Militar para hacerse cargo del gobierno. En Córdoba el Comandante de Represión, José María Sosa Molina se entera por la radio: “Al mediodía se me cae el mundo abajo: con la batalla casi ganada, me informaban mis comandantes que habían escuchado por radio la orden de cesar el fuego… No lo podía creer. Teníamos todo en nuestras manos y había que detenerse en las posiciones ganadas. Luego escuché yo también por radio el texto de la renuncia de Perón, y también la de Lucero”. [1]

El general Iñíguez decide sacar a sus tropas de la ciudad porque duda que todos los civiles fueran a obedecer el alto al fuego y él no pudiera contestar.

Ante la propuesta del gobierno, Rojas y Uranga invitan a un parlamento a bordo del 17 de Octubre, mientras que Lonardi exige como condición que Perón formalice su renuncia en la forma que manda la ley.

Desde el mediodía la Radio del Estado anuncia el “renunciamiento” de Perón.

A la noche del lunes 19 un grupo de generales habla con Perón sobre la anunciada Junta Militar que se haría cargo del gobierno, a lo que el Presidente contesta:

“Ustedes están equivocados. Vuestra interpretación sólo puede haber sido el fruto del nerviosismo o de la preocupación: esa carta no ponía en tela de juicio mi calidad de Presidente. Continúo siendo el Jefe de Estado”. Juan Domingo Perón, lunes 19 de septiembre de 1955, por la noche. [1]

Muchos de los generales se negaban a reunirse con Perón, finalmente resolvieron enviarle una delegación de seis personas: Molina, Rivero de Olazábal, Fabri, Forcher, Bergalli y Polero. En la reunión, Perón intenta convencerlos de que en realidad no había renunciado, sino que “en la carta de renunciamiento había querido mostrar su disponibilidad a renunciar si fuera necesario” [1]. Los miembros de la junta permanecen firmes y la reunión termina sin decisiones concluyentes.

Hacia las 2 de la mañana del martes 20, la Junta vuelve a reunirse para deliberar sobre la actitud de Perón. La mayor parte de sus miembros estaba a favor de considerarlo definitivamente renunciado. De pronto, el general Imaz irrumpe en la sala con un grupo de oficiales armados y emite un discurso sobre la necesidad de evitar una guerra civil e impedir que el Ejército sea manipulado. Así, Perón queda definitivamente fuera de la presidencia. Desde ese momento, la cúpula consigue tranquilizar a muchos oficiales que hasta entonces se encontraban a riesgo de ser fusilados por sublevarse contra las autoridades constituidas dado que la Constitución no permite que un presidente entregue las instituciones republicanas a manos de una junta militar, entonces ya no había autoridades legítimamente constituidas.

Por la tarde varios delegados de la Junta de Gobierno, encabezados por el general Forcher, abordan el crucero “17 de Octubre” para presentarse ante el almirante Rojas. En esa reunión se les informa las demandas de los revolucionarios, que incluyen la rendición de todas las fuerzas gubernamentales y el acceso a la presidencia, por parte del general Lonardi, el día 22.

Mientras tanto en horas de la madrugada, Atilio Renzi, el mayordomo de Perón, escucha su confesión: “Me voy, Renzi… Ya van dos noches que no duermo y veo que no hay más nada que hacer… No quiero que se derrame más sangre ni que esos insensatos hagan desaparecer el gasoducto y la destilería de petróleo que tantos pesos han costado.” [3]

Esa misma desapacible mañana, Perón se traslada a la Embajada de la República del Paraguay, en la calle Viamonte casi esquina Callao.

Perón aborda la cañonera Paraguay

El embajador de Paraguay, doctor Juan Chávez, había hablado previamente con el general Perón, ofreciéndole cobijo. Luego, en el automóvil de Chávez (quien se había trasladado rápidamente a la cancillería de la embajada), se dirige a la cañonera “Paraguay” amarrada en Puerto Nuevo. Se afirma que la idea de poner al general Perón en la cañonera fue del embajador Chávez, quien juzgó que era mucho más sencillo defenderse desde la nave contra eventuales ataques de los antiperonistas. [2]

Pasadas las 9:30 del miércoles 21, Radio del Estado anuncia públicamente que “La Junta Militar, en virtud de la autoridad que asumiera a continuación de la renuncia presentada por el Excmo. Señor Presidente de la Nación, ha llegado a un total acuerdo con el comando de la oposición, aceptando los puntos estipulados con sus representantes. El día 22 de septiembre se hará cargo del gobierno provisional el general de división retirado, don Eduardo A. Lonardi”. [2]

A las 13:30 el Secretario General de la CGT se dirige a los trabajadores pidiendo “mantener la más absoluta calma y continuar sus tareas, recibiendo únicamente directivas de esta central obrera. Cada trabajador en su puesto, por el camino de la armonía”. [1]

Finalmente a las 23.45, Radio del Estado anuncia la postergación de la asunción de Lonardi para el día 23 y el consecuente traslado del feriado decretado para tal fin con el retorno a la laboralidad del día 22.

El viernes 23, finalmente, asume Lonardi acompañado por una gran multitud reunida en la Plaza de Mayo. Y haciendo ostentación de la ausencia de las pancartas características del pueblo peronista solo se exhiben banderas argentinas y una profusa cantidad de pañuelos blancos a la vez que se  vocean consignas tales como: “Argentinos sí, nazis no”; “San Martín sí, Rosas no”, “YPF sí, California no”, “No venimos por decreto, ni nos pagan el boleto”. [4]

Ya entonces se denominaba tiranía a un Gobierno constitucional, se proclamaba la “libertad” que otorga un golpe militar y la prepotencia de las armas. Las consignas se adoptaban con un pavoroso desconocimiento histórico –San Martín le donó su sable corvo a Rosas en señal de reconocimiento– y se hacía mofa del pueblo que, en los primeros años de peronismo, recibía ayuda para su traslado dadas las precariedades de sus agujereadas alpargatas. El delirio tilingo destilado del alambique gorila de más pura cepa.

El mismo 23 de septiembre, Uruguay reconoce a Lonardi como presidente de Argentina en tanto que éste disuelve el Congreso Nacional y nombra interventores en varias provincias. Ese mismo día el general Aramburu y un colaborador del general Lagos se reúnen a evaluar el escenario, y concluyen que “el ala liberal se encontraba en problemas e iba a ser excluida del gobierno que se estaba organizando”. [1]

El 24 de setiembre, el gobierno provisional da un comunicado: “En forma terminante, el Gobierno Provisional ofrece toda clase de garantías al ex Presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón, embarcado en una nave militar perteneciente a un país amigo y en donde ha buscado asilo voluntario”[3]

El 25 de septiembre reconocen al gobierno militar los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña, este último luego de prestar importante apoyo a los insurrectos. (Fíjate quien apoya y reconocerás al enemigo).

Mientras tanto, las tratativas sobre el medio que emplearía Perón para dirigirse al Paraguay eran confusas. La nave “Humaitá”, gemela de la cañonera, había arribado y se hallaba lista para zarpar, pero las autoridades argentinas querían evitar movilizaciones a lo largo del curso fluvial a favor del gobierno caído. Claramente, temían sublevaciones populares que derivaran en conmociones decisivas. [2]

Por fin, el 3 de octubre en horas de la madrugada y ultimado el acuerdo entre ambos gobiernos, levanta vuelo desde Asunción el Catalina PBY-T 29, tripulado por el capitán Leo Nowak (quien era el piloto personal de Stroessner), el teniente Angel Souto y el subteniente Edgar Usher [2].

Ese día el piloto y sus pasajeros deben afrontar la borrasca que les presenta el Río de la Plata y Perón tiene severos problemas para abordarlo y el piloto para su despegue.

Finalmente, sorteadas las dificultades, cerca del mediodía de un día desapacible, Perón parte hacia un exilio de 18 años fuera de su país.

 

FUENTES DE INFORMACIÓN Y TEXTUALES:

  1. Ruiz Moreno, Isidoro (2013). La revolución del 55 (4ª edición). Buenos Aires: Claridad.
  2. “Perón en la cañonera”. https://peronismo21.com.ar/
  3. Page, Joseph; “Perón una biografía” (Hojas Nuevas, Grijalbo 1999).
  4. “Clarín”, 24 de septiembre de 1955.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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