Cerrar el Instituto Nacional del Teatro

Romper un piano a hachazos. Mauricio Kartún (con colofón de la redacción)

¿Un acto loco? ¿Una “perfo” frívola? ¿Una pura maldad?

Cerrar el Instituto Nacional del Teatro sería romper un piano a hachazos. Destrozar caprichosamente un instrumento preciso que exigió en su armado un larguísimo tiempo y dedicación. Y veintiséis años de afinación paciente después para que produzca el prodigio actual: un circuito teatral único en el mundo, que funciona en círculo virtuoso.

Pocas cosas maravillan más que un ecosistema. Nuestra actividad teatral, reconocida en todo el mundo por su variedad y calidad es eso. Un sistema que se alimenta a sí mismo, una conexión redonda cuyo conector es precisamente el Instituto. Y que no exige partidas del presupuesto del Estado para funcionar, sino que recurre a sus fuentes preestablecidas. No es cierto que se financie con tus impuestos, ni que esos fondos se sustraigan a necesidades sociales urgentes. Se solventa con un pequeño porcentaje de ingresos de ENACOM y otro de Lotería Nacional. Y luego, puesto a producir, reproduce a esos fondos de manera categórica.

Gracias al Instituto:

  • – Un circuito de un millar de salas y de infinidad de artistas independientes posibilitan al público argentino acceder a espectáculos de calidad, muchas veces internacional, a precios populares, notablemente menores a los del circuito tradicional. Tan solo la cifra de ese ahorro hipotético alcanzaría para compensar la inversión. El movimiento complementario: el turismo cultural, los espacios gastronómicos, etc. suman otro tanto. Sin el Instituto desaparecería la enorme mayoría de esos espacios y de esos montajes y el circuito se reduciría a las pocas salas comerciales, con localidades a un valor naturalmente mucho mayor. Y con una variedad estética muchísimo menor, claro.
  • – Gracias al INT miles de artistas encuentran en sus provincias de origen la formación necesaria y luego el apoyo para poder crear en su propio contexto y afincarse. Hacer arte local. La base de cualquier identidad cultural.
  • – Se editan libros de teoría, que llegan gratis a todo el territorio. Se publica y luego distribuye de manera gratuita también a autores de todo del país. La dramaturgia argentina ha crecido en las últimas décadas de manera exponencial.
  • – Se promueven giras y encuentros donde cada región difunde su creación y crece a su vez artísticamente en el intercambio de experiencias. Y se organizan concursos que estimulan a nueva producción.
  • – El país está representado de manera especialmente destacada en todos y cada uno de los festivales del mundo. Y sus hacedores contratados habitualmente para producir y enseñar afuera. Divisas que entran luego al territorio, fuentes de trabajo, y el nada menor capital cultural: un prestigio internacional que se reconoce y respeta.

Y todo esto con una infraestructura modesta y dinámica. Que crea mucho con muy poco.

El cierre del INT disolvería una experiencia y la volvería irrecuperable. Entregarían a una próxima gestión una bolsa de astillas y un frasquito de cola. Hacete un piano de nuevo, ¡a ver..!

Cerrar el INT sería un acto innecesario. Y dañino. Aquello de la banalidad del mal, de la que hablaba Hannah Arend: “Lo hago porque la ley me lo permite”. Un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus actos.

Un circuito cerrado también, esa banalidad, al fin y al cabo. Pero siniestro. Un sistema que avanza de manera irremediable hacia la catástrofe.

Por ponerlo en términos teatrales: si no lo paramos, una tragedia.

 

(N. de la R.) Aún coincidiendo plenamente con el medular análisis de Kartún, podemos observar, a nuestro juicio, que desde la óptica de la actual administración del país, apremia la “urgente necesidad” de discontinuar la escuela de pensamiento que constituye el teatro independiente, ficcionalmente trasladado al plano social como un verdadero acto revolucionario desarrollado en planteo, nudo y desenlace, como indica la base argumental dramática. Para su estrechez conceptual, razones no le faltan. He ahí el peligro…

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