La memoria de nuestra Independencia

En el diccionario de la Real Academia Española la acepción nº 11 de la definición de memoria refiere a  “la relación de algunos acaecimientos particulares que se escriben para ilustrar la historia”.

El 9 de julio se conmemora el 199º aniversario del día en que las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su Independencia de la corona española. Con esta declaración se quebraron los lazos de sumisión política con España, a la vez que con toda dominación extranjera.

Generalmente la memoria se centra en ese día y poco hace alusión a los acontecimientos socio-políticos que lo precedieron y, más aún, que sucedían en esos mismos días, lo que hacer perder la visión de la totalidad de los hechos que desencadenaron el suceso.

La historia siempre se evidencia en las huellas dejadas por las luchas. Durante la década de 1810 existían dos frentes de lucha, por un lado las independentistas, continuas y no pocas veces sangrientas; por el otro, los enfrentamientos ideológicos y políticos internos que, paulatinamente, fueron desembocando en dos proyectos del país que aún no existía como tal: el centralismo y el federalismo. El primero sostenía que la organización política de la futura nación debía ser ejercida por un gobierno central fuerte; el otro sustentaba la idea de la autonomía provincial. El centralismo –posteriormente unitarismo– que en materia de política económica propugnaba el liberalismo, se aferraba a la idea del ejercicio de la hegemonía del gobierno de Buenos Aires; el federalismo consideraba que las provincias debían asociarse voluntariamente al centro del poder pero manteniéndose autónomas con constituciones, leyes y administraciones propias. Pero al interior del federalismo había diferentes posturas: los porteños pretendían seguir manteniendo el monopolio del puerto de Buenos Aires, a lo que se oponían los federales del Litoral, que deseaban emanciparse de Buenos Aires y defendían la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay.

Sin embargo, aún en medio de la conflictiva situación política, el propósito independentista seguía adelante. El entonces Director Supremo interino, Álvarez Thomas, había convocado en 1815 a las provincias para que eligieran diputados que las representaran en el Congreso Constituyente que tendría su sede en Tucumán. La respuesta negativa de las provincias del Litoral, la Banda Oriental y Paraguay hacía evidente las diferencias, ya que ninguna de ellas envió representantes al Congreso.

También en 1815 hubo una propuesta alternativa que cristalizó en el Congreso de los Pueblos Libres, encabezado por José Gervasio Artigas, y que sesionó en Concepción del Uruguay, Entre Ríos; el objetivo era el mismo, la independencia del reino de España. Pero, como “la historia la escriben los que ganan” se escamoteó su realización y, de este modo, la memoria de la Independencia quedó reducida sólo al Congreso de Tucumán. Entre otras diferencias, el Congreso de los Pueblos Libres se oponía a que la capital estuviera en Buenos Aires. Sin palabras.

El Congreso de Tucumán fue inaugurado en marzo de 1816 con un presidente provisional, porteño, Pedro Medrano, a cuya propuesta, el 9 de julio, se agregó a la independencia de España la frase “y de toda otra dominación extranjera”. La Asamblea sesionó entre 1816 y 1820, primero en Tucumán, a partir de 1817, en Buenos Aires.

Otra “curiosidad” de la memoria: se recuerda la Independencia, pero mucho menos la posterior Constitución que la Asamblea promulgara en 1819, la que, no obstante, nunca llegaría a tener vigencia, pues el Directorio siguió obedeciendo a los estatutos previos y los federales rechazaron la Constitución, por ser profundamente centralista y restrictiva de la autonomía de las provincias.

Mientras tanto, los opositores comenzaron a organizar las revoluciones que derrocarían a los Directorios, revueltas que se originaron en 1814 al mando de Artigas. Finalmente, en 1820, en la batalla de Cepeda resultan victoriosas las fuerzas federales de Artigas y sus seguidores, entre ellos los caudillos Estanislao López y Francisco Ramírez. Derrotado el Director Supremo Rondeau, el Congreso cesó en sus funciones.

Una mirada sobre la relación de los hechos referidos y un simple análisis de los acontecimientos conduce a una reflexión: la memoria “oficial” no siempre reseña la realidad histórica; para tener una visión totalizadora hay que atender a la memoria de lo que muchas veces se oculta seleccionando el recorte histórico que más favorece a la hegemonía de los grupos dominantes, los que hoy conocemos como “los poderes fácticos”, que generalmente responden a los centros de intereses económicos concentrados.

María Virginia Ameztoy (Socióloga UBA, Directora Sociocultural de DESDE BOEDO)

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