Masacre en Floresta

Fue el 29 de diciembre de 2001. Con 3 jóvenes víctimas de un alevoso policía

Hace veinte años, en la madrugada del 29 de diciembre de 2001, en la vereda de Gaona y Bahía Blanca, en un bolichito contiguo a la estación de servicio de la esquina, Maximiliano, Cristian, Adrián y Enrique –cuatro pibes veinteañeros– estaban sentados alrededor de una mesa mirando por televisión el cacerolazo en Plaza de Mayo que reclamaba contra el gobierno interino de Adolfo Rodríguez Saá.

En la mesa de atrás, tomaba una gaseosa Juan de Dios Velaztiqui (1), un suboficial retirado de 62 años de edad que había sido recientemente reincorporado a la Policía Federal Argentina (PFA) y que desde hacía un mes se encargaba de la custodia nocturna de la estación de servicio.

De pronto, la transmisión comenzó a mostrar a un grupo de manifestantes golpeando a un policía: –”Está bien. Si es lo mismo que hicieron ustedes la semana pasada…” –dijo en voz alta Maxi.

Luego de escuchar el comentario y sin mediar advertencia alguna de su parte, Velaztiqui sacó su arma reglamentaria y al grito de “¡Basta!” comenzó a dispararle a Maximiliano, Cristian y Adrián, mientras Enrique escapaba corriendo. Tras haber acribillado a los tres pibes, el policía comenzó a arrastrar sus cuerpos uno a uno hasta el playón, y colocó un cuchillo Tramontina –seguramente perteneciente a la vajilla del bar– en la mano de Cristian Gómez tratando vanamente de justificar su incalificable asesinato.

Silvia Irigaray, la mamá de Maximiliano Tasca, recuerda que a través del portero eléctrico se enteró de la tragedia y en la confusión de los hechos trató de llegar a donde yacían los cuerpos de su hijo Maxi y sus amigos Cristian Gómez y Adrián Matassa, víctimas de la masacre, trasponiendo el cordón policial de agentes de la PFA que portaban armas largas y que, en primera instancia, le interceptaron el paso. Recuerda a un oficial que se interpuso: –”Déjenla pasar que es la mamá de uno de los muertos”. Si alguna duda le cabía sobre el terrible desenlace, acababa de ser brutalmente esclarecida.
Mamá Silvia vio entonces una enorme cantidad de sangre derramada en el suelo y unas bolsas plásticas que decían “Policía Federal Argentina”.

“Yo no levanté el plástico. No miré. Lo único que vi fue su mano. Lo reconocí porque tenía un vendaje que le había hecho yo antes. Y a unos metros estaba el asesino, adentro de un auto”.

En noviembre de 2003 Velaztiqui fue condenado a prisión perpetua por “triple homicidio calificado por alevosía” y pasó 9 años en la cárcel de Marcos Paz, cuando le concedieron el beneficio de la prisión domiciliaria tras haber quedado ciego y sufrir múltiples problemas de salud. Finalmente, en febrero de este año, el condenado Velaztiqui murió de cáncer en la casa de su hija, en Berazategui, cuando cumplía su noveno año de prisión domiciliaria.

Decía Silvia, la mamá de Maxi: “El día que me enteré de su muerte no me puse contenta. Yo no quería que muriera. Yo quería que viviera muchos años con esos recuerdos en su cabeza. Sin embargo, ese día me di cuenta de algo que me alivió muchísimo: él ya no iba a matar a nadie más. Ese día mi duelo terminó. Duró más de 19 años”.

 

 (1). Velaztiqui, el trotador

El policía asesino de la “Masacre de Floresta”, incomprensiblemente reincorporado a la PFA –luego de vaya a saberse qué errada evaluación psicofísica, si la hubo– Juan de Dios Velaztiqui, era conocido como “El trotador” ya que, en octubre de 1981, en plena dictadura cívico-militar, ordenó el arresto de 49 hinchas de Nueva Chicago por cantar la Marcha Peronista durante un partido de fútbol y los obligó a trotar varias cuadras hasta una comisaría del barrio de Mataderos.
El hecho ocurrió la tarde del 24 de octubre de 1981, cuando el equipo local le ganó 3 a 0 a Defensores de Belgrano. Promediando el primer tiempo, parte del público de Chicago comenzó a corear la Marcha Peronista.
Ese día, el jefe del operativo era Juan de Dios Velaztiqui, quien ordenó detener a los simpatizantes del “Torito” luego de presenciar el partido de fútbol. Al salir, los hinchas fueron alineados en la vereda opuesta a la del estadio, sobre la avenida Francisco Bilbao, y luego llevados al trote por la policía montada hasta la Comisaría 42, en Avenida de los Corrales y Tellier, en donde quedaron detenidos.
Hay un documental –”Al trote”– dirigido y guionado por Gabriel Dodero que certifica esta barbarie: “Cuando termina el partido, íbamos saliendo de la cancha y nos encontramos contra una fila de policías que nos metieron contra la pared y nos cagaron a sablazos. Fue todo una locura”, –atestiguaba en el film uno de los hinchas afectados.
Por el hecho, Velaztiqui, fue procesado por el delito de “vejaciones”, y finalmente fue absuelto en abril de 1985, por el juez en lo criminal de sentencia Ricardo Giúdice Bravo. Al parecer este hecho no hizo mella en los antecedentes de Velaztiqui cuando se decidió su fatal reincorporación a la Federal.

Fuente de información: Télam

 

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