38 años de democracia

Una reflexión sobre el pasado y el presente, el antes y el después de la reinstauración del estado de derecho y la plena vigencia de las instituciones. María Virginia Ameztoy

Cuando regresamos a la democracia, en 1983, nos parecía imposible pensar, no ya en 38 años de continuidad, apenas en 10, ya que desde 1930 los golpes de Estado en la Argentina estaban naturalizados a tal punto que los interregnos democráticos parecían una la excepcionalidad.

La autorreferencialidad del discurso liberal sólo reconoce la formalidad y no la sustancialidad de un discurso democrático que defiende el concepto en sentido amplio, con inclusión social, injerencia del Estado en la política económica y amplia participación social en la redistribución del ingreso.

En 1983, durante la transición democrática, se promovió el pluralismo, la participación y la apertura del espacio público y político. Pero los depredadores estaban muy cerca. Pocos años después se reimplantó el ideario neo-liberal que difundía la “conveniencia” de la retirada del Estado, su reemplazo por la privatización de todo, la introducción del capital financiero internacional y la transferencia de ingresos hacia el centro del capitalismo.

A comienzos del siglo XXI se eligen en la región nuevos gobiernos democráticos, populares e integradores, con fuerte acento en la inclusión de las grandes mayorías; se refuerza el Mercosur y se crea la Unasur. Nuestro país se independiza del FMI, en toda la región comienza a afianzarse lo nacional, se afirman las industrias, crece fuertemente el índice de empleo, se fortalecen los mercados internos y las exportaciones ya no tienen el acento puesto sólo en los bienes del sector primario, sino que los productos exportados incorporan valor agregado. ¿Cómo reaccionan los centros del poder económico frente a este nuevo escenario? El capital financiero internacional ya no puede apelar al viejo Plan Cóndor para devastarnos. La paulatina consolidación de la democracia en los países de la región y el repudio de las organizaciones de Derechos Humanos a nivel local e internacional al terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad perpetrados por las dictaduras genocidas, por un lado, y la falta de garantías constitucionales que invalidarían los “negocios” que pudiera realizar en nuestros países el capital concentrado, por el otro, hace que los expoliadores recurran a otros “medios”.

La violencia física se transmuta en violencia simbólica: el discurso de los medios hegemónicos es el nuevo Plan Cóndor, con los mismos objetivos y la misma sistematización del viejo. Pero con otro plumaje, tan feroz como el de las armas de guerra, en este caso apuntando al pensamiento de los receptores del mensaje. Lanzado desde la masividad de los medios concentrados de comunicación difusores del ideario del capital financiero internacional, el “nuevo Cóndor vuela” en cada país llevado a la práctica por medio de sus personeros locales.

La democracia asume diversas formas y las variantes institucionales acordadas por diferentes sociedades para gobernarse –dentro de parámetros igualmente democráticos– admiten, en la organización de los partidos políticos, el pluripartidismo, el bipartidismoy el sistema de partido único. Sin embargo, la autorreferencialidad del discurso liberal no reconoce otra forma de democracia que la de sus propios intereses.

En nuestro país la Nación se conformó a partir de la dominación oligárquica que se apropió del Estado para servirse de él. Los sucesivos golpes militares sufridos a partir de 1930 tuvieron un doble objetivo: en el orden interno, la aniquilación de las fuerzas populares; en el externo, la imposición del orden económico internacional a los Estados dependientes, debida a los cambios producidos en el proceso de acumulación del capital financiero.

Durante la dictadura la sociedad había sufrido un grave proceso desintegrador, por lo que, años más tarde, no resultó difícil introducir en ella el ideario neo-liberal que difundía la “conveniencia” de la retirada del Estado, su reemplazo por la actividad privada y la necesidad de la apertura que, contrariamente a la prédica del fundamentalismo económico vigente, no era otra cosa que la introducción de capitales foráneos en la economía nacional para luego transferir sus ingresos hacia el centro del sistema. Las consecuencias son bien conocidas –y sufridas– por la mayoría.

Debido a la creciente masividad de los medios de comunicación la realidad ha sido sustituida por la difusión de la realidad previamente seleccionada por los medios masivos de comunicación.

Con la apropiación de las industrias de comunicación por parte de monopolios multimediáticos, el discurso que difunden desde sus canales de televisión –abierta y por cable–, radios, diarios e Internet, es en alto grado ideológico; ejemplo de esto es el cariz oficialista o antioficialista que, según su conveniencia, adoptan. En cuanto a la emisión de la noticia, su producción de sentido y la carga ideológica que conllevan son evidentes, ya que, como empleados, pocos productores periodísticos pueden adoptar una posición independiente de la sostenida por la empresa; en este sentido, la noticia-producto se convierte en legitimadora de un discurso y su selección queda restringida entre opciones previamente recortadas, emitidas fragmentariamente y con segmentos fuera de su contexto general.

Así, existe una discrecionalidad evidente respecto a lo noticiable de los acontecimientos, esto es, respecto a qué sucesos se incluyen dentro de la calificación de noticia y cuáles son dejados de lado y excluidos de la difusión pública. Lo ficcional de la realidad social mediatizada puede resumirse en algo que es más que un simple eslogan: lo que no sucede en los medios no sucede en la realidad.

Se establece así una forma de control social al impedir a los receptores de las noticias la posibilidad de reflexión, ya que se presentan conceptos e imágenes masticados, listos para ser digeridos sin degustación previa y sin la posibilidad de comprobar si lo que se consume resulta agradable o repugnante.

Una apelación a la reelaboración propia, a no seguir tragando batracios de toda especie como pasivos androides incapaces manipulados por los intereses de los grupos de poder económico.

Pensemos.

Pensar, siempre se puede.

Y se debe.

 

 

 

 

 

 

 

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