Un 26 de julio

Evita: el empoderamiento de las mujeres

El silencio de la habitación es apenas quebrado por el sonido de la lluvia contra la ventana. Sobre la cama, una colcha de piqué labrado cubre el cuerpo de una delgada y pálida mujer. Duerme, sueña. Todo es quietud. Hace mucho que no descansaba así, con sueños de arenas blandas bajo los pies.

Del otro lado de la puerta, el trajinar de los pasillos y los rumores habituales se contienen para preservar su reposo. Gradualmente las voces quedas del largo corredor van subiendo el volumen, las pisadas se multiplican, surge un ir y venir de preparativos, expectativas y gente dando órdenes.

–¿Despertarla justo ahora que su sueño es tan sereno? –A la joven enfermera le cuesta obedecer. Por fin accede, como si la orden recibida fuera un acicate frente a su duda.

Deja caer un par de suaves nudillos sobre la puerta. Ante la falta de respuesta decide entrar. La penumbra la invade. Vacilante, corre silenciosamente la cortina. Pisos más abajo, un abigarrado grupo de personas desafía a la lluvia. Sobre la cama, la mujer descansa mansamente. Una tímida llamada es suficiente para despertarla de un sueño hacia otro más cercano a sus manos. Abre los ojos, grandes como tazas de cerámica oscura.

–¿Qué hora es?

–Las siete, mi señora.

–¡Levantame el respaldo, alcanzame el espejo!

No se sabe de dónde cobra vigor la voz del frágil cuerpo. Se estira el peinado, trata vanamente de colorear su palidez…

–¿Cómo estoy?

–Hermosa, señora, como siempre.

–¡Abrí ya esa puerta, es tarde!

El grupo del pasillo entra casi en tropel. Dos mujeres, un hombre muy joven, con aspecto entre intelectual y poeta, un fotógrafo…

–Señora –dice casi tímidamente la mayor de las mujeres–, perdónenos por despertarla tan temprano, pero usted debe ser la primera.

–La primera –piensa desde el lecho convaleciente, y en el leve gesto que devela su sonrisa condensa la larga lucha que está a punto de culminar. Quiere serenarse, lograr que su mano recobre la firmeza de siempre para que el sobre atraviese la pequeña ranura y se quiebre por fin un silencio de siglos. Ya palpita en la caja el primer voto femenino. ¡Cuántas luchas pasadas y presentes convergen y harán oír su voz a partir de este instante!

El rumoroso grupo parte. La enfermera quiere entornar las cortinas.

–¡No, dejalas así! ¡Quiero la luz de este día, el más feliz de mi vida! A pesar de todo… ¡y de todos!

El 11 de noviembre de 1951 Eva Perón, como dos millones doscientas mil mujeres argentinas, vota por primera vez en el Policlínico de Lanús, horas después de habérsele extirpado un tumor.

 

26 de julio de 1952 / 26 de julio de 2018. 66º aniversario de la desaparición física de Eva Perón.

 

María Virginia Ameztoy

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