Roberto Vega

CulturaLa ciudadPrimera plana

El sábado 16 el prestigioso educador, autor teatral y director Roberto Vega, de prolongada residencia en Boedo, falleció luego de haber cumplido 81 años de prolífica vida. En su homenaje reproducimos el reportaje que le realizara María Virginia Ameztoy en 2013.

 

EL TEATRO PARA NIÑOS DE ROBERTO VEGA

“Hay que construir alas…”

Entrevista de María Virginia Ameztoy

Desde hace treinta años, tantos como los que vive a metros de San Juan y Boedo, Roberto Vega promueve una inusual herramienta docente: el juego teatral. Lo lúdico, el placer de la interacción maestro-alumno es, quizá, la única “rigidez” de su propuesta educativa en permanente expansión. Para quien desconozca su trayectoria, afrontar la sola lectura de su currícula, abruma. Aunque un mínimo vuelo rasante sobre su tarea resulta imprescindible para afrontar el diálogo:

Roberto Vega, Premio Konex 1991 (Teatro Infantil) nació el 10/11/1943. Educador, director y autor teatral. Es autor de El Teatro en la Educación; El Teatro en la Comunidad; Escuela, teatro y construcción del conocimiento; El Juego Teatral, aporte a la transformación educativa: Pequeño Explorador; Comunicación e Intercambio del saber y Teatro y derechos de niños y jóvenes. Dirigió más de 40 espectáculos teatrales. Fue socio fundador de la Asociación de Críticos e Investigadores Teatrales (1983), de la Asociación Argentina de Literatura para la Infancia (1987) y Secretario General de la Asociación de Directores Teatrales (1975-76). Desde 1975 es profesor de Teatro en la Asociación Argentina de Actores. En el IX Festival de Espectáculos Infantiles recibió premios al Mejor Director, Mejor Espectáculo por su obra El Niño Sol. Recibió el Premio Talía por la dirección de Espantapájaros de Oliverio Girondo. En 1980 recibió el Premio Molière y en 2006 el Premio Teatro del Mundo por su trayectoria teatral.

 

 

María Virginia Ameztoy

¿Cómo es el comienzo de tu actividad teatral? ¿Qué nace primero: el actor, el autor, el director…?

 

Roberto Vega

Empecé haciendo teatro en el barrio –sería muy cómico si lo cuento, pero puede ser largo– ;  teníamos un equipo en Floresta, a comienzos de los sesenta, que se llamaba “El Trueno entre las hojas” por la película de Isabel Sarli. En la calle Bahía Blanca había una escuela de adultos. Iban chicas a estudiar ahí que nosotros pretendíamos levantar y no nos daban bola. Entonces nos metimos en la escuela como alumnos. En mecanografía había pocas máquinas y éramos muchos. Nunca llegábamos a escribir y teníamos mucho tiempo para acercarnos  y sociabilizar.

En un momento preparan una obra de teatro y la chica que me gustaba a mí se mete en el reparto y detrás yo haciendo el protagónico… La segunda obra ya la escribí y dirigí, basándome en los radioteatros que escuchaba mi abuela. Porque teatro en escena no había visto nunca. Después de esa primera experiencia me metí en Humanidades donde conocí a una chica de familia judía, yo era el “goy”; era una piba excelente, muy inteligente, era poetisa…, y yo tenía muchas trabas para verla, laburaba, estudiaba de noche… Y de repente ella se anota en el Conservatorio. Pensé: cinco horas en el Conservatorio, no la veo más… Y me anoté en el Conservatorio.

 

MVA

Al final tiene razón Dolina: todo lo que hacen los hombres es para conquistar minas… (risas).

 

RV

Cuando damos el examen ¿qué ocurre?: ella queda afuera y yo entro. Puesto en eso comencé a estudiar. Conocí a Marina, que después fue mi mujer y con la que hicimos mucho teatro y viajamos juntos por muchos lugares.

Siempre hice las cosas por intuición. Por intuición tomé Espantapájaros de Oliverio Girondo y, sin tocar nada del texto del autor, la hice junto a un equipo valioso, (Graciela Galán, Saulo Benavente…)  con diversas propuestas, distintas, gustos estéticos distintos, variantes sobre el eje tejido por Oliverio…

 

MVA

¿Te recibiste en el Conservatorio?

 

RV

Perdón…, me adelanté en el relato. En quinto año del secundario, como era muy buen alumno y para no cagarme la vida en mi dedicación al teatro, los profesores del Comercial de la calle Pedro Lozano, en Devoto, me pusieron todos siete para que me eximiera. Mi padre quería que fuera contador, por eso el colegio. Creo que de ahí nace mi vocación docente porque pienso que este asunto de la educación tiene que ver con entusiasmarte con algo, asociar e inventar. No quedarte con estructuras fijas, inamovibles. Mi vida fue construir conocimientos por accidente, sin planificación rígida: no tengo ningún título académico. Ya en primer año del Conservatorio –tenía veintiún años– me fui con dos compañeras a la Universidad de Neuquén a dirigir teatro –un mes nos fuimos porque en el Conservatorio no te permitían trabajar– hicimos Ionesco, nada menos…

 

MVA

En definitiva: a aquello de  ¿qué fue primero: el autor, el director o el actor? puede responderse que tienen un nacimiento casi simultáneo…

 

RV

Claro: yo diría que se estaba gestando el realizador: escribía para interpretar y para dirigir.

En el intervalo de las vacaciones me fui para el norte, conocí al rector de la Universidad de Tucumán. Cuando la caída de Illia, yo estaba en el tren en Santiago del Estero, tenía un mes de contrato. Había empezado a preparar El amante de Pinter dirigiendo a Agustín Alezzo y a Elena Tritek, yo, ¡a los 22 años!: ¡Aprendí un montón!

 

MVA

Claro porque ellos estaban en ese momento en el teatro La Máscara ¿no?

 

RV

Ese de Paseo Colón…

 

MVA

Que estaban Flora Steimberg, Lito Cruz…

 

RV

Claro…, conocí a todo ese grupo. Y mis propuestas fantasiosas –siempre fui de mucha imaginación– les cayeron bien.

 

MVA

Era la época en que surgía acá el teatro de investigación distinto al convencional…

 

RV

Se estaba incorporando el naturalismo para que el actor fuera creíble –era todo “tú” y escuela española– y por otro lado estaba el teatro del absurdo que ya se estaba metiendo…

Bueno, aquello de Tucumán: llegan los militares –asume Onganía– y sacan a la gente que me contrata: alcancé a hacer algunas presentaciones y me echaron de la provincia. Entre los que fueron a ver una de esas pocas funciones estaba el primo del Che, Raúl Guevara, quien me cobijó en su casa, que estaba camino a Salta. Ahí me dediqué a hacer teatro gratis para toda la gente: primero en la Alianza Francesa, todos mezclados: los shushetas con los pobres. Los militares me hacen echar de la Alianza y me voy a la Sirio-Libanesa con Quiroga. Un día me detuvieron por mi atuendo y mi barba, y me dejaron salir por el conocimiento entre policías del lugar y del teatro.

Cuando regreso, ya dejo el Conservatorio y conformo el grupo Duendes. Hicimos la primera obra Sin Rótulo en Teatrón. Cuando comienza el Teatro del Centro, estreno en 1968 El niño sol, que después gana el Festival de Teatro Infantil de Necochea, en el año 70 –me otorgan cinco premios y tres a Enrique Pinti–. Uno de ellos era el premio al “Mejor escritor didáctico”, que se lo dan a alguien como yo que no sabía lo que quería decir la palabra didáctica.

Ya en Buenos Aires, en el Colonial nos ve Gallo y nos lleva para el teatro Liceo. En ese año 70 tengo cinco obras en cartel, las cinco premiadas: entre ellas El pollo pelado en el Colonial, la que ya mencioné El niño sol (ocho años en cartel) y Hagamos el amor no hagamos la guerra en La Botica del Ángel. En el setenta y pico puse en escena El espantapájaros de Girondo, que obtiene el premio de la crítica.

De 1970 a 1980 dirigí el teatro Shá (Sociedad Hebraica Argentina). Un lugar donde pude hacer muchas obras en muy buenas condiciones económicas, con una excelente corriente de público. Sólo llegar al teatro y encontrarte con dos cuadras de cola…

 

MVA

¿Qué pasó en la época de la dictadura?

 

RV

Bueno, ahí vinieron los problemas y antes, desde la “Triple A”, años en que yo estaba de profesor en el Nacional Buenos Aires, cargo que tuve que dejar.  En cuanto a la cartelera tuve que poner obras en sustitución de otras que me habían prohibido. Mientras tanto con El Espantapájaros conozco el mundo de los poetas que solían poblar las fiestas de Norah Lange: Olga Orozco, Paco Urondo, Vicente Zito Lema, a Pablo Neruda, cuando vino a verla…

Sale mi primera publicación en el año 81, El teatro en la educación. La Editorial Plus Ultra hizo 21 ediciones de ese título. Y ya llevo 14 libros publicados.

 

MVA

¿Ese tipo de experiencias como la del Nacional Buenos Aires con la materia Teatro se reeditó en otros lados?

 

RV

Aisladamente, más en la parte privada que en la pública. En el Nacional Buenos Aires yo incorporé la materia en el año 90, en instancias educativas complementarias, y aún subsiste pero no como materia sino sólo en un cuatrimestre de quinto año. En la provincia de Buenos Aires la materia es curricular, no en todas las escuelas; pero tiene que haber cargos y capacitación, no alcanza con que esté aprobada  su incorporación, hecho que se produjo siendo yo asesor del Ministerio de Educación en el año 95.

 

MVA

Los quiebres institucionales signaron a la cultura y a la educación permanentemente. ¿Qué te prohibieron, qué creaste cuando la democracia no estuvo vigente?

 

RV

La “Triple A” me prohibe Pequeño explorador, que habla sobre la libertad. Después recuerdo mi adaptación para teatro de la obra de Elsa Bornemann Un elefante ocupa mucho espacio. Prohiben al libro, a la obra y finalmente a mí. Es el comienzo de la dictadura y quedo aislado de mi mundo de comunicación con graves problemas económicos y anímicos. En el 80 hago mi última puesta en el Sha: Los cuentos de la aldea donde se adapta todo un gimnasio como aldea. Creo que ése fue el último trabajo de Saulo Benavente. En septiembre del 82 intentan secuestrarme en mi casa. Nos echan del Museo Larreta. Todo ese tipo de cosas.

 

MVA

Contame tu transición a la actualidad y tu visión del teatro infantil actual.

 

RV

En la transición se destaca la conexión con la Teología de la Liberación, la conexión con los equipos de Paulo Freire, todo un contacto con Latinoamérica. Capacitándome en las comunidades para la tecnología llamada “del juego teatral”. Comienzo a trabajar con la autoestima y la autonomía del ser humano en la comunidad.

 

MVA

¿Y tu trabajo hoy?

 

RV

Hasta el año pasado –durante casi diez años– estuve trabajando, por intermedio del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, en un programa de participación juvenil en la Villa 31, en Ciudad Oculta, con los jóvenes de Lugano, con la Escuela Paraguaya de la calle Agrelo. Trabajamos lo que tendría que trabajar la escuela sobre los saberes y los sentires propios que todos tenemos a cualquier edad. Crecemos en autoestima y en autonomía cuando exponemos nuestros saberes y escuchamos los del otro. Lo contrario es dependencia, es cumplir con el diseño curricular, simulando: simula el docente, simula el alumno y pasás los ciclos educativos para cumplir con el plan curricular. Hay que cumplir con el ser humano y con el grupo, con sus necesidades, sus afectos. Y construir conocimiento con disfrute, con el placer que nunca tiene que estar ausente en nuestras vidas. Hay que construir alas. Volar, enseñar a volar…

 

 

Entrevista de María Virginia Ameztoy aparecida en el Nº 135 de DESDE BOEDO de octubre de 2013. Boedo, 17 de septiembre de 2013

Las imágenes fueron tomadas por Mario Bellocchio durante la entrevista y, excepto su retrato, muestran algunos de los objetos de alfarería aborigen atesorados por Roberto en su departamento de Boedo

 

Deje su comentario...

Share via
Copy link
Powered by Social Snap