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Mi ciudad

La publicación de la segunda edición de “Guía Poética de Buenos Aires”, corregida y aumentada, con la participación de su “mesa de amigos”. José Muchnik

Algún día es necesario confesarse, no se trata de pecados, sino de afectos; expresarlos alivia: estoy orgulloso de haber nacido en esta ciudad. Distancia y lejanía fueron revelando sentimientos, me enseñaron que no somos partículas solubles en mundos globalizados, todos pertenecemos a algún lado, ser y pertenecer resuenan en diapasón, no somos en el aire, somos porque encarnamos pertenencias. “¿Y vos de dónde sos?”. ¡Cuántas veces me lo habrán preguntado! Conociendo el efecto de la respuesta miro llegar la pregunta, la bajo de pechito, la acomodo, luego con suavidad tiro cuatro palabras con efecto: “Soy de Buenos Aires”.

Entre asombrados y admirativos, comienzan a hablar, debe ser genial, el Río de la Plata, el tango, la cancha de Boca, los asados…, desgranan clichés de una ciudad imaginaria. “Buenos Aires es un sueño que jamás ha existido”, me di cuenta de que la frase tiene su razón de ser. En la primera edición de la Guía poética de Buenos Aires decíamos “esta guía no lleva a ninguna parte…, ni a museos / ni a monumentos / ni a catedrales / Es una guía para recorrer el alma de la ciudad. Una estafa…, una bella estafa, pues se trata de un alma inalcanzable”. Podemos decir ahora, a veinte años de distancia, que la estafa es relativa, si bien el alma de la ciudad es inalcanzable, los esfuerzos por llegar ella, lo que aprendimos en ese recorrido, valen la pena.

Todas las ciudades tienen un alma: la de Buenos Aires nació de una herida, es un alma agridulce surgida de espadas que aquí se clavaron hace más de cinco siglos; tal vez la herida original aún no cicatrizó, todavía no saldamos nuestro reconocimiento a los pueblos originarios que aquí habitaban. Pero la historia sigue su curso, oleadas de culturas inmigrantes se sucedieron, escapando de guerras, genocidios, hambrunas… aportaron su limo a las costas del Plata. Un alma en movimiento, un alma nacida del dolor, Buenos Aires ciudad abierta, olas de inmigrantes no cesan de arribar. De eso también estoy orgulloso, sin chovinismos baratos, en un mundo que construye muros en vez de puentes, Buenos Aires es un ejemplo de humanidad, aunque racismos pululen aquí como en otras latitudes, sabemos que estamos hechos de ese barro mestizo, de él nació nuestra manera de hablar, nuestra música, nuestro canto, nuestra manera de amar. Las composiciones de Adrián, las ilustraciones de Ricardo, las fotografías de Mónica, las palabras de Otilia, lo confirman.

Nacer en Buenos Aires, nacer en Boedo, el barrio es el barrio, baldosas, fachadas, balcones, calles, cortadas, bares, cines, pizzerías…, embebidos de una atmósfera especial, dejan sus huellas piel adentro. Un barrio que ya no existe, mezcla del que nos vio nacer, del que nos vio crecer, del que se agita hoy al compás de otros tiempos. Lo que cuenta es el barrio que llevamos dentro, volver a Buenos Aires, tomar un café en el Margot o en el Homero Manzi. “…La vida / collar de volveres / imaginando partidas / Volver / hacia el primer ombligo / hacia jugos tempranos / hacia calles recorridas / volver a la esquina / pese a los disfraces / volver al bar / pese a la niebla / volver al amor / pese a las cuchillas / volver hacia el misterio / que nunca se revela / partir en horizontes / que nunca se alcanzan” (“Se vuelve”,  julio 2004).

El barrio es eso, argamasa húmeda, aromas y melodías de infancia. Teníamos siete años, con mi amigo el Negro, íbamos agarraditos de la mano rumbo a la escuela primaria de Boedo, entre Metán y Rondeau, mano derecha navegando hacia Pompeya. Los años pasaron, pasaron…, y nos reencontramos en la primera edición de la Guía Poética de Buenos Aires. El barrio es nuestro pequeño lugar en el mundo. Sigo confesando, pese a tantos viajes, ciudades, residencias…, me siento de Boedo, los sentimientos no se explican, son así, también me siento orgulloso de ser un fiel columnista del diario Desde Boedo. Gracias, Mario, el agradecimiento es parte de la confesión. Ahí, en Boedo y su diario, descubrí al entrañable Diego Ruiz, uno de los tantos sabios ocultos que mantienen en vida a Buenos Aires y su memoria, Gabriela nos trae su recuerdo en la mesa de amigos. También conocí a Edgardo, Escritor con mayúscula, otro colaborador consecuente del diario, y a Rubén, poeta y barriólogo de Buenos Aires por excelencia. Me acuerdo como hoy de la reapertura del Bar La Poesía, que él había fundado: “Toda poesía es bar / Versos mixtos tostados / palabras jugo exprimidas / acentos satinando ventanas / Toda poesía es bar / Pasaporte al destino / intento a media luz / ansias de vereda / Toda poesía es bar / todo bar es poesía / Mesa llamada deseo / y una nostalgia doble / alargan madrugadas” (25 de noviembre de 2008, celebrando la reapertura del Bar “La Poesía”, para Rubén Derlis, Pablo y Laura Durán, Leonardo Busquet y todos los amigos de “Baires Popular”, desde el frío parisino a la República de San Telmo).

Paradójico pero cierto, distancia afianza arraigos, así me sucedió con Buenos Aires y con Boedo. En medio de tantas travesías, de tantas idas y vueltas, encuentro a Ildefonso, creador del “Festival de Tango de Boedo”, labrador del territorio cultural del barrio, con él organizamos “Poetango”, concurso de letras de tango, milonga, vals y más allá. El libro resultante del concurso fue publicado por Ediciones “Ciccus”, Juan Carlos “Coco” Manoukian, su creador, editor comprometido, más que editor, un amigo. Para completar mi confesión en la “mesa de amigos”, unas palabras especiales para Cecilia, actriz con quien hemos colaborado en numerosos encuentros artísticos; esta Guía poética de Buenos Aires tal vez merecerá algún día una puesta en escena para que visitantes y porteños se acerquen al alma inalcanzable de la ciudad.

¿Seguir haciendo confesiones? Una más parece importante, nacer en Buenos Aires, nacer en Boedo, no explica todo: también nací en la ferretería Don Miguel, Boedo 1561, otro de mis orgullos. Don Miguel era mi viejo, escapando de los pogroms en su pueblito ucraniano llegó a estas tierras en los años veinte del siglo xx a los veinte años. Algunos recuerdan su infancia en el campo o en una comarca de montaña, yo crecí entre barriles de kerosene, cajones de clavos, bolsas de yeso, limas gubias serruchos, masilla tornillos anilinas, escobas escaleras escofinas… Ambiente mágico que dejó sus huellas en el niño ferretero, el que medio siglo después escribió Josecito de la Ferretería. Ahí podrán codearse con pintores, plomeros, carpinteros…, artistas/artesanos hablando un castellano impregnado de dialectos llamativos, con ropa rústica y manos sabias construían Buenos Aires a mediados del siglo xx, compraban cal para blanquear los patios del barrio, gomalaca para dar lustre a muebles de alcurnias opacadas, barritas de estaño para emparchar ollas destripadas, porrones de barro que conservaban el agua fresca antes de que la heladera fuera… La sociedad de consumo recién estaba llegando, ferretería de barrio, universidad de vida, filosofía sencilla, ecología natural, antes de que discursos y conceptos intenten salvarnos pintando de verde las heridas.

Terminando esta confesión, una “pequeña” digresión. En estos momentos no puedo, ni quiero, ignorar el estruendo de nuevas guerras atroces en el mundo, las amenazas de bombas nucleares suspendidas de un hilo sobre nuestras cabezas, las de la especie humana. Que la reedición de la Guía poética de Buenos Aires sea un canto a la paz, un canto al amor contra los heraldos del odio desde las orillas del Plata.

J. M.

Agosto, 2022

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