Manzi y Sur*

A 114 años del natalicio de Homero Manzi –1º de noviembre de 1907, Añatuya – 3 de mayo de 1951, Buenos Aires– y a 20 del nacimiento de este periódico, una nota evocativa de aquellos primeros tiempos y la carencia de excusas para no hablar de Manzi siempre. Y menos en noviembre

1948: Manzi, quien ya sufría los embates de su deteriorada salud, derramaba toda su melancolía en la “pesadumbre de barrios que han cambiado”, del célebre “Sur”. Al “Barbeta” se le ocurrió dar el primer brochazo –nada menos que el primero– pintando una esquina, “San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo”. Tomó el hierro candente de su verba y estampó la yerra. Y el encuentro de las avenidas quedó para siempre como un ícono que flota en toda su producción poética: el barrio.

Pocos meses antes del estreno, Homero Manzi pintaba así con su inigualada paleta poética, la génesis de Sur.

“Desde la barranca de Boedo hacia el sur, se presentían Pompeya y Puente Alsina, con sus portones y sus chimeneas y sus inundaciones; y hacia el norte, el último pedazo de Almagro, escenario de José Betinotti el pequeño muchacho zapatero que inventó, vaya a saberse cómo, la primera canción de Buenos Aires. Y al otro lado, Cochabamba arriba, las calles anchas y los árboles verdes y hasta retazos de alfalfares y quintas misteriosas. Y por San Juan, ganando río, el San Cristóbal bravo lleno de mostradores y de escudos de comité y de canchas de taba y de pedanas a cuchillo.”

“Y a los cuatro rumbos, casas sin salas y corredores profundos y huecos sembrados de vidrios y latas y de hombres traídos por los mares y mujeres con pañuelos atados a la cabeza y muchachos argentinos que estaban fundando, sin saberlo, al hijo nuevo de la patria vieja. Y tal vez, este mismo cielo, esta misma mañana y las estrellas de siempre y el mismo calor de barrio y un amor parecido entre gentes sencillas.”

“Boedo era algo así como un paso pesado que diera Puente Alsina para llegar al centro, como también el tránsito obligado de las gentes del centro cuando querían acercar el alma hasta el Riachuelo…” (1)

Horacio Ferrer, con una golondrina en el motor, planea por Arenales, sobrevuela Bachín y no puede resistirse a una pasada por Boedo. Una ritual visita al ámbito del padre nutricio.

“…Sur es la culminación, la madurez, el desenlace de toda una corriente de tangos cantables que arranca del José González Castillo de Sobre el pucho y de Organito de tarde y se enriquece, luego, con obras como Marionetas, de Armando Tagini; Niebla del Riachuelo, de Enrique  Cadícamo; Bandita de mi pueblo, de Cátulo Castillo; La violeta, de Nicolás Olivari; Agua florida, de Fernán Silva Valdés, y Viejo ciego, El pescante y Barrio de tango, del propio Homero Manzi. La evocación recreadora de tipos y de personajes y la calidad poética de esta línea de temas, encontró en Sur una suerte de punto de perfección donde el estilo agotó sus posibilidades, alcanzó la plenitud y fijó, para siempre ya, un modelo difícilmente superable. La obra trasunta, por de pronto, la esencial identificación de sensibilidades, de modos de sentir y de expresar que hicieron trascendente la alianza artística de Pichuco y Manzi…” (2)

Cuenta Horacio que Pichuco puso música a los versos previamente escritos por Homero. La concepción original del poema –en cuartetas– debió ser modificada por Manzi como adaptación a la bella composición musical que Troilo le creara. La obra se generó pensando en la voz de Edmundo Rivero –por entonces vocalista de Pichuco–  teniendo en cuenta el singular estilo interpretativo que este notable cantor incorporaba. Paradójicamente la obra no fue estrenada por él sino por Nelly Omar en 1948(3) y grabada por la orquesta de Aníbal Troilo con Rivero –para el sello RCA Victor– ese mismo año. Posteriormente realizaron una nueva versión –ya fallecido Manzi–  para el sello TK.

San Juan y Boedo en 1948 (año del estreno de “Sur”)

José Gobello, en un interesante análisis de las raíces inspiradoras del tema, nos pega a los “boedenses” un sacudón despabilador al adjudicar a Nueva Pompeya –en principio– el objeto del homenaje poético de Manzi. Pero de inmediato señala con acierto –decía, renglones arriba, la propia voz de Homero aseverándolo– cómo era la concepción de los límites barriales para el poeta. Dice Gobello:

“Sur es una elegía a Nueva Pompeya. Desde luego, la esquina de San Juan y Boedo está más al norte que Nueva Pompeya, pero, para Manzi, Boedo y Nueva Pompeya eran un sólo barrio.

Sur puede llamar a confusión cuando nombra a San Juan y Boedo y en la estrofa siguiente rememora a la esquina del herrero. En todos los barrios había entonces esquinas con herreros, como hay ahora esquinas con talleres mecánicos; todos los barrios suburbanos olían a barro y pampa. Pero la esquina memorada en Sur es la de Centenera y Abraham Luppi, en Nueva Pompeya…”

“Sur, paredón y después… ¿Qué paredón? Cualquiera podría dar lo mismo. Ya se sabe qué son los paredones y cuan estrechamente están relacionados con el amor suburbano; pero este paredón ha de ser el de la curtiembre de Luppi…”

“Pompeya, y al llegar al terraplén… Desde Centenera al sudoeste se veía el terraplén del ferrocarril oeste, del ramal tendido entre Villa Luro e Ingeniero Briand. El terraplén, levantado contra los desbordes del Riachuelo se extendía desde la avenida Sáenz hasta Villa Soldati…”

“¿Cuál es la época que canta Manzi? Quizá la de sus 15 años, la de cuando escribía su primer vals: ‘Dame un beso, te dije ferviente, / y un beso de fuego pusiste en mi frente…’ Es decir la de 1922 ó 1923, cuando Nueva Pompeya era barro y pampa, lagunales rellenos con tierra; cuando, de no ser por el terraplén, habría podido divisarse hasta Chiclana, a través del descampado; Cuando se iba en break hasta Villa Soldati, a cinco centavos por cabeza; cuando el codillo llenaba la pulpería La Blanqueada, en la esquina de Roca y Sáenz…” (4)

Y Edmundo Rivero… Evocando la melodía troileana a ojos entrecerrados, escucho la voz de Rivero. Rivero “es” Sur. Y así recuerda la época de su estreno:

“El año cuarenta y siete trajo también tristezas: había partido un grande, Celedonio Flores, el letrista más admirado por mí hasta entonces. Uno de los que despidió sus restos fue Homero Manzi, ya también herido de muerte. Poco después él me iba a dar a cantar su verdadera despedida, ese milagro suyo y del Gordo Troilo que se llama Sur. Homero era otra figura porteña hasta el caracú, a pesar de ser por nacimiento un santiagueño de Añatuya. Su barrio de pibe había sido casi el mismo que me vio nacer, ese Sur del tango. Pero él creció ahí, aprendiéndose cada piedra desde ‘mi’ Puente hasta Boedo. El fue quien dijo, precisamente de Boedo, que era como ‘un paso pesado que daba el Puente Alsina para llegar al centro’. Por algo uno de sus maestros fue otro grande del barrio: José González Castillo.

“Cuando estrenamos Sur en el Tibidabo pareció que hasta las muchachas dejaban de respirar, había quedado el lugar en un trance casi religioso. Manzi era un hombre que, con su sola personalidad, era capaz de hipnotizar a toda la milonga. Pero de allí en adelante ni siquiera iba a necesitar estar presente: quedaba su tango Sur, ese que yo no puedo cantar nunca sin volver a sentir la misma emoción de aquella primera vez. Pero ya sabíamos que ese ‘todo ha muerto, ya lo sé’ contenía la más triste de las certezas, que Sur iba a ser su verdadera despedida. Manzi no evitó la pelea: vivió tres años más, pero ya cayendo vuelta a vuelta. En los mismos días en que grabamos Sur para la Victor, lo fuimos a visitar al sanatorio donde lo operaron, por primera vez. Su calvario comenzaba, pero él nos daba ánimo a nosotros, parecía lleno de planes. Tenía entonces muy poca edad más que yo: era un hombre de apenas cuarenta años.” (5)

Cuenta Acho –su hijo– que en aquellos momentos en que su padre estaba componiendo Sur, una mañana fue involuntario testigo de una patética y solitaria escena de Manzi frente al espejo. “Pensar, Barbeta, que te vas a morir”, se decía a sí mismo. Así, con la “inspiración inventarial” que da la certeza del final del camino, Homero nos marcó de una manera singular. Abusó fraternalmente de la esencia popular del tango, para estampar definitivamente en el alma de la gente la estirpe barrial de Boedo.

M.B.

(*) Versión publicada hace 20 años en el primitivo Desde Boedo de entonces: “Vida y Arte en Boedo”, Boedo, Ciudad de Buenos Aires, Año I – Nº 2 – Diciembre de 2001.

  1. Palabras de Homero Manzi, Así nacieron los tangos, Francisco García Jiménez, Corregidor 1980.
  2. Horacio Ferrer, Homero Manzi, Cancionero, Torres Agüero 1979.
  3. Dato tomado de Tangos, letras y letristas, Gobello-Bossio, Plus Ultra 1975
  4. José Gobello, Homero Manzi, Cancionero, Torres Agüero 1979.
  5. Edmundo Rivero, Una luz de almacén, Emecé 1982.
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