La palabra como propiedad privada

O la libertad de pegarse un tiro en el pie (derecho). Mario Bellocchio

La manía ideológica de la apropiación de las palabras tiene una larga historia con abundantes referencias. Hace algunos años –muchos– me preguntaba, por ejemplo, por qué “camarada”, ese límpido término fraterno, sólo debía identificar al aludido con la izquierda, con el marxismo o el comunismo. No llegué a dilucidar el tema cuando tuve que trasladar el interrogante a “compañero”, término absorbido por el justicialismo para identificar, sin nombrarlo, a un colega de ideas. Algo más originales, en ese sentido, habían sido los radicales que optaron por “correligionario”, un neologismo que no restaba terminología al afecto para identificar a los habituales concurrentes de los comités partidarios.

Pero esta insana costumbre no se detuvo en el diccionario de las banderas políticas. ¿Cuánto hace que “patria” fue captada por las fuerzas armadas? Decir que una presidenta tuvo que rescatarla para el uso popular –“la patria es el otro”– resulta casi ocioso. ¿Cuánto hace que la prensa de derechas usa “campo” para abarcar a los intereses de los terratenientes?

“Libertad”, en cambio, goza de una extensa panoplia de autoadjudicaciones cuya referencia más difundida la acerca a la proclama revolucionaria de 1789 – “Liberté, Égalité, Fraternité”– sociedad de responsabilidad limitada compartida con “igualdad” y “fraternidad” en “cartel francés” –¿Qué otro?–.

Bueno, acabamos de incorporar, en caprichosa interpretación de su significado y simbología, a la sagrada “libertad” como cocarda identificatoria…

“¡Viva la libertad, carajo!”

El afán enfatizante del ¡carajo!, aplicado con rigor de juvenil modo expresivo, refuerza la ponencia, a tiempo que el VAR le otorga un penal sin arquero a quien responde “¡Viva la justicia social, carajo! Sin igualdad de oportunidades, la famosa libertad es una estafa”.(Axel Kicillof en el discurso de asunción de su nuevo mandato).

Si alguna palabra ostenta el record de acepciones –tantas como para que uno pueda elegir la que se le cante en pleno ab-uso de su libertad– es “libertad”.

Cuando uno habla de libertad ¿a qué libertad se refiere?

  • ¿A la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos?
  • ¿Al estado o condición de quien no es esclavo?
  • ¿Al estado de quien no está preso?
  • ¿A la falta de sujeción y subordinación?
  • ¿A la que asegura la libre determinación de las personas?
  • ¿A la condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes?
  • ¿Acaso a la contravención desenfrenada de las leyes y buenas costumbres?
  • ¿A la licencia u osada familiaridad?
  • ¿A la exención de etiquetas?
  • ¿Al desembarazo, a la franqueza, a la espontaneidad, a la familiaridad, a la sinceridad, a la confianza, a la sencillez?
  • ¿A la soltura, disposición natural para hacer algo con destreza?

Vivar a la libertad como valor supremo sin identificar a qué libertad se está enalteciendo es algo así como tratar de lograr adhesión vivando al amor, la vida… y siguen las firmas. Claro que hacerlo enarbolando una motosierra en marcha recorre la tortuosa senda de la incoherencia.

 

¿De qué libertad se privó a los libertarios del LLA para que se la reivindique como una reconquista vital?

¿Acaso de la libertad de circulación como derecho a elegir libremente el lugar de residencia y a desplazarse por un determinado territorio? ¿Cuán libremente permite elegir el lugar de residencia una ley de alquileres liberada?

¿Se alude a la libertad de comercio como posibilidad de realizar transacciones mercantiles en las condiciones convenidas libremente por las partes dentro de un marco legal? ¿Qué tan libres son las condiciones sin el amparo del Estado a los más débiles?

¿O a la libertad de educación basada en el derecho a la educación propia y de nuestra descendencia en establecimientos que respeten la Ley 1420 de educación primaria laica, gratuita y obligatoria? Siempre y cuando, si sos porteño, el Gobierno de la Ciudad te otorgue la “dádiva” de una vacante en escuela desratizada.

¿Hablamos de la libertad de enseñanza que permite crear centros docentes y ejercer en ellos la actividad educativa conforme a su ideario? Y después pretender la “libertad” de facturar a piacere a los clienteducandos…

¿Hablamos de la libertad de expresión como derecho a manifestar y difundir libremente ideas, opiniones o informaciones? ¡Que nadie reglamente mi derecho a publicar “fake news”! Conforme a una libertad de información en torno al derecho de emitir o recibir información por cualquier medio de difusión, sin previa censura gubernativa.

Podríamos estar hablando de la libertad de pensamiento como derecho a tener y manifestar cualquier ideología, y a no ser obligado a declarar sobre ella.

Quizá se aluda a la libertad del espíritu basada en el dominio del ánimo sobre las pasiones o a la libertad religiosa como libertad de conciencia y de cultos.

De lo que seguramente no se está hablando es de la libertad sindical ya que el derecho a organizar sindicatos o a afiliarse al que se desee no parece gozar de la simpatía de la conducción del LLA.

Queda claro, sin embargo, que tendremos cuatro años de voluntad, albedrío, autodeterminación, liberación, independencia, autonomía, emancipación (Agréguese el ¡Carajo! enfatizado a cada una de ellas) para que la luz en el fondo del túnel se concrete en algo “positivo”, si es que antes no nos enteramos de que se trata de la locomotora del tren que nos pasaría por encima.

 

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