La demolición

En Pavón 2444 hoy solo queda la fosa de obra rodeada por las medianeras
Mario Bellocchio

No hay demolición que haga desaparecer todo rastro. Hasta en Hiroshima quedaron en pie cosas que se conservan como hitos de la memoria. Ayer, viernes 22 de enero de 2021, a casi sesenta años de la fecha inicial –21/7/1961– , pasé por el lugar donde se demuelen las instalaciones de Teleonce-Telefé, Pavón 2444. Ya quedan solo los muros más añejos, aquellos que fueron de la caballeriza, de los estudios de cine Río de la Plata de Canaro y Jaime Yankelevich, de los estudios de la Guarenteed Pictures, de la sucursal de Canal 7 –los estudios Pavón como se los llamaba–, y casa natal de LS84TV Canal 11 DICON. Se reservan para el final –los demoledores–, desahuciada, toda el área del estudio “D” con salida por Matheu 1539 donde los aguardan las complejidades de sus tres susbsuelos.

Los que nos pasamos en ese lugar media vida sentimos una ráfaga intensa, como un frío dorsal, en mi caso solo comparable a la contemplación de la demolición de mi casa natal en Parque Chacabuco. Entonces recuerdo que comencé a buscar en las desnudas medianeras del hueco rastros que me dijeran “ahí estaba…”, y aparecían el ojo de buey del dormitorio, los azulejos de lo que había sido el baño, un ignoto empapelado…, retazos de vida resucitadas por la huella que la topadora no pudo –o no quiso, por innecesario– borrar. Resulta casi ineludible emprender una labor de forense edilicio. Parece ser una senda trazada a los evocadores en las demoliciones, buscar en los restos perimetrales huellas de vivencias que sostienen con vida el recuerdo que la destrucción demoledora no tiene, ni siquiera intención de destruir, por lo menos en este caso.

Allá, en el fondo, se ve la medianera que separaba el estudio “A” –en los comienzos– de la fábrica de calzado “Delgado”, aquella que puso –por canje– suelas y capellada a varias generaciones de hijos de Leoncio, el popular leoncito mascota de los laburantes del Canal.

Conforme a la consigna hurgadora de vida, vamos por los rastros con sustancia. Uno recuerda –y puede ver ahora desnudadas por el derrumbe– las cabriadas soporte del primitivo galpón con techo a dos aguas que nos recibió en 1961. Y dispuestas simétricamente en su huella triangular tres círculos obturados, con uno de mayor dimensión en el centro. Cicatrices –sin “cirugía estética”– de los enormes extractores que trataban, con ruido de avión en despegue, de expulsar el infierno térmico que generaban las lámparas de iluminación de hasta 5000 watts. No existía ni siquiera el cuarzo, era aquello un batallón de estufas que generaban temperaturas estivales de hasta 45º en el set de grabación.

Los primeros cinco años, hasta 1966, se salió en vivo –no había video tape– por lo que el “refresh” de los extractores se encendía al comenzar la tanda y se cortaba cuando el director anunciaba por el talkback –altavoz de estudio– “¡venimos!”. Ahí se reencendían las luces y apagaban las turbinas. Alguna vez la mano que debía bajar la palanca no estuvo en su lugar y retornamos “al aire” con los extractores en marcha: parecía un exterior desde Aeroparque.

Por encima del mutilado triángulo de la última cabriada, las huellas del sobretecho, una construcción que se volvió imprescindible al aparecer las grabaciones de video. Parece ser que a los estudios de cine –de la época del doblaje sin sonido directo– ni a las eventuales salidas de Canal 7 de los auxiliares “estudios Pavón”, les interesó mucho el aislamiento acústico o alguna que otra gotera que llegaban a hacer muy dificultosa la transmisión. Cuando el uso del estudio se tornó intensivo se hizo imprescindible un sobretecho que brindara el refuerzo para frenar las filtraciones de audio ¡y de agua! Un chaparrón ensordecía y requería palanganas en lugares dispersos. Allá en estas ruinas demoledoras de demolición se recortan los “domos” del sobretecho por encima del triángulo originario.

Pueden verse, bajando la vista, hasta los pilares que tejían una nueva medianera, la del estudio “A” achicado, con un nuevo y modesto estudio “B” donde se comenzaron a emitir telenovelas de media hora ¡en vivo! La escenografía incluía un par de bastidores donde los locutores hacían la publicidad en simultáneo con la salida al aire.

Preto observa atentamente a Lightowler Stalberg uno de los miembros del directorio en los comienzos de Dicón SA

Recuerdo allí el debut –y despedida– de un locutor de cabina, Horacio Preto, el muy querido dueño de un timbre vocal de excepción –algo “furciero” el hombre– y corporativamente apoyado por la hinchada local, para hacer en cámara y en vivo la publicidad que auspiciaba la telenovela: “Campanita”. Eran tiempos en que el negro Brizuela Méndez había impuesto la improvisación entradora, simpática, como una regla de la publicidad interpretada por locutores en cámara. Y a Preto no se le ocurrió mejor idea en su debut que “improvisar a lo Brizuela”: –”para el baño, nada mejor que jabón de tocador “Campanita”. Faltaba lo relativo al talco: –”y después del baño, chicas…” –agregó, canchero– “¡Un polvo!” –seguido de un balbuceante– “talco “Campanita”. Y presuroso regreso a escena con los actores tentados por el suceso.

Ese quizá haya sido el recuerdo gracioso –no para Preto, pobre– en aquel cuchitril pomposamente denominado estudio “B”. Ya en la era del tape, un éxito: “Los hermanos” (Alicia Berdaxagar, Aldo Kaiser, Mariángeles y Andrés Turnes). Y otra historia de hermanos que da cuenta de que no todo era alegría en familia: “Los hermanos Karamázov de Fiódor Dostoyevski”, con ropaje de las gélidas estepas siberianas en estudios donde la temperatura normal era de 42º. Camarógrafos en shorts, ojotas y rigurosa botella de Villavicencio a mano. Tengo viva la imagen de Nacho Quirós desparramado en un sillón de la escenografía y al médico del canal atendiendo su deshidratación. Grabación postergada.

Los arqueólogos de demolición le sacamos jugo a los ladrillos y las medianeras registran huellas del paso del tiempo a eternizar en un click fotográfico o en nostalgiosos párrafos de texto.

Tal vez escribir, dejar huella de cómo comenzó la historia de nuestra televisión –por lo menos, aquí en Pavón 2444–, lo bueno, lo alegre y lo triste, como la vida misma. El registro de sus ficciones, deja un cofre a abrir si alguna vez a alguien se le ocurre reconstruir una actividad destruida no solo por la pandemia. O será que como dice mi amigo Daniel Trajtengartz parafraseando al “Ata”: “Las penas son de nosotros, los canales son ajenos” y el reloj de la vida que viene, de fábrica, sin marcha atrás.

Solo quedaron como rastro los “cables” de noticias policiales capaces de mantener por horas un mismo asalto repitiendo sus zócalos hasta el cansancio y el mismo “loop” de diez segundos de fondo de imagen donde asaltante y víctima vuelven a mostrar la acción como si un numeroso grupo de espectadores les hubiera pedido “bis” a los gritos. Y la TDA, instalación veramente federal de televisión digital gratuita, mantenida a raya por los misilazos de los intereses que toca.

El viejo frente de la década de 1970

Hace poco despedimos de Pavón las actividades de Canal 11 por una incomprensible mudanza a ¡Martínez! Un negocio muy higiénico. Tanto, que olía a recién lavado. Ahora el que parte es el edificio de histórica actividad. Un lugar que permitía citar: “aquí, hace unos cuantos años se hizo un programa en vivo donde convivían Troilo, Pugliese y Piazzolla. Y teníamos un noticiero que en quince minutos, a las once de la noche, te permitía tener conocimiento de lo sucedido durante la jornada: el “Reporter Esso”. Y tantas ¡tantísimas! cosas más…

Veremos de colocar una placa en su acceso cuando se inaugure lo que comienza a construirse.

 

Mario Bellocchio / enero de 2021

 

Quienes quieran saber más sobre este lugar. REQUIEM PARA PAVÓN 2444

http://desdeboedo.blogspot.com/2017/01/174-ene-2017-requiem-para-pavon-2444.html

 

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