Era esto

El proceso de crecimiento intelectual y emocional se concluye en la vejez. Tomás Martínez

La mente, en el mejor de los casos y espero estar en uno de ellos, evoluciona hacia mayor lucidez, menos prejuicios y aumento de la capacidad de abstracción. Se hace resumen de lo vivido y su posible utilidad para las siguientes generaciones, gozando de los logros personales. Una forma diferente de participación en la sociedad, sustituyendo la actividad productiva por otra de transmisión de experiencia.

Es esencial la aceptación de esta etapa del ciclo vital y la decisión de obtener la mayor utilidad de las capacidades del momento, disfrutando de la vida sin renunciar a la elaboración de nuevos proyectos. Sin duda es factible desarrollar actividades intelectuales muy satisfactorias que por falta de tiempo no fueron  posibles  anteriormente, junto con otras de actualización de conocimientos relacionados con la evolución de la sociedad y acomodación a nuevas ideas, preservándonos del deterioro y el desánimo.

La mirada del otro es muy importante y creo ver en la de algunos jóvenes la percepción  de que los viejos siempre fuimos viejos y que ellos siempre serán jóvenes. La realidad es tan dinámica que en esta época digital, el tiempo corre que vuela y esa aceleración también afecta a las personas, que a cualquier edad deben reciclarse permanentemente. Un escaparate comercial recién montado con las últimas novedades, sólo contiene productos que ya han quedado obsoletos. Ya dijeron los que bien decían: “Todo pasa y nada queda, porque lo nuestro es pasar”.

Tenemos la sensación de seguir siendo la misma persona, a pesar de ser evidente la mutación desde un cuerpo demandante de sensaciones placenteras e intensas a otro con las facultades disminuidas, crecientes carencias y nuevas dimensiones. Con el paso de los años nuestro cuerpo cambiante se hace presente de forma progresiva, nos llama la atención, emite avisos difíciles de ignorar. Habría que pensárselo bien. La memoria me trae a algunos versos, en especial los de “…aquellas que aprendieron nuestros nombres, ésas…¡no volverán!” (*)

En algunas culturas primitivas a los mayores que ya no podían aportar nada, a petición propia, se les abandonaba en lugares donde no era posible subsistir. Ahora la sociedad ha evolucionado y no sería políticamente correcto dejar a los ancianos a su suerte, pero la realidad es ingrata. Dejémoslo ahí.

Resumiendo: Me sé más viejo que la tos, en mi farmacia lo saben y el espejo me devuelve la imagen que corresponde, pero en lo más profundo de mi mismo no acabo de creerlo, me parece una impostura estar en el cuerpo de ese señor mayor y los frecuentes sueños me dan la razón, incluso cuando sueño despierto.

La vejez era esto.

 

(*)

  • Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar, / y otra vez con el ala a sus cristales / jugando llamarán. /
  • Pero aquellas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres…/ ¡esas… no volverán!
  • Volverán las tupidas madreselvas / de tu jardín las tapias a escalar, / y otra vez a la tarde aún más hermosas / sus flores se abrirán.
  • Pero aquellas, cuajadas de rocío / cuyas gotas mirábamos temblar / y caer como lágrimas del día… / ¡esas… no volverán!
  • Volverán del amor en tus oídos / las palabras ardientes a sonar, / tu corazón de su profundo sueño / tal vez despertará.
  • Pero mudo y absorto y de rodillas / como se adora a Dios ante su altar, / como yo te he querido…; desengáñate, / ¡así… no te querrán!

(*)Gustavo Adolfo Bécquer, “Rimas” (1871)

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