El diablo va en carroza

La tormenta de Santa Rosa. Ana Bellocchio

-Mirando al norte, en casa de mis abuelos maternos había una galería con forma de hexágono irregular. Allí elegíamos estar cuando el tiempo no aconsejaba andar por afuera. Me recuerdo a veces, jugando sola, tirada en el suelo, que  era de baldosas de color amarillo siena y bordeaux. Desde el enorme ventanal abierto, era posible observar cómo el sol paseaba por el cielo todos los días, en su carruaje de oro, desde un extremo del ventanal hasta el otro, variando la inclinación de su camino, según el momento del año en el que estuviéramos. Helios no defraudaba. Siempre puntual y predecible.

Recuerdo especialmente una tarde, en la que yo sentía  inquietud en el cuerpo. Al andar por la casa percibía el aroma que desprendían las maderas de los muebles.  Las plantas, los rincones de la casa olían de manera diferente. El gato andaba por los lugares de los que era dueño, con movimientos nerviosos, los bigotes tensos. En el gallinero sonaba desorientado a cada rato, el kikirikí del gallo. Las hormigas salían enojadas por las bocas de sus hormigueros. Había una sensación eléctrica en el ambiente.  El aire se percibía cargado, pesado, quieto.

De pronto el día se empezó a convertir en  noche. El cielo se oscureció, se puso muy negro y con distintos tonos de gris. Desde el fondo del horizonte, avanzando a toda velocidad, cambiando sus formas, llegaron nubes sólidas, pesadas, que podía observar desde el ventanal de la galería. Casi se palpaban en su densidad. Y la inmovilidad, quietud, pesadez, se convirtieron en un estruendoso y desenfrenado baile. La tormenta estalló con vientos fuertes, truenos y relámpagos, resplandores y sacudones. Yo miraba extasiada sintiendo la violencia y la potencia de ese espectáculo. Mi abuelo, que estaba a mi lado, dijo señalando el cielo: “El diablo va en carroza” ¡Qué maravilla de explicación! Sintética y poética.  Me pude imaginar el carruaje con ruedas enormes, conducido por un demonio loco y exaltado, que pegaba latigazos a los caballos  de color blancogrisáceo,  andando a toda velocidad entre las nubes. Una visión espeluznante, atractiva y atronadora.

Con el viento azotando los árboles y el olor a tierra mojada, a modo de alivio, llegó la lluvia torrencial que se precipitó llevándose toda la tensión acumulada en las horas previas.

Era la tormenta que marca el fin del invierno y da paso a la primavera. Suele presentarse en el hemisferio sur el día 30 de agosto, día de Santa Rosa (a veces se adelanta o se atrasa). Siempre  es ruidosa, aparatosa, espectacular. Prometedora. Y es un ritual majestuoso que como todos los rituales anuncian el pasaje de un estado a otro. En este caso el triunfo de la luz venciendo a la oscuridad

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