El cine en Boedo
Por Mario Bellocchio |
A partir de la década de 1920, con el auge de las ciudades debido al crecimiento de la actividad industrial, las salas de cine se constituyeron en ámbitos de integración social para la clase trabajadora urbana. En los biógrafos se establecía un vínculo de interrelación, un lugar de socialización para grandes y chicos. De aquí la añoranza y el recuerdo afectivo de muchos boedenses –y del resto de los porteños– por los cines de barrio que ya no están.
Quizá las primeras experiencias conocidas del Boedo de esa época sean las de “El Capuchino”. A Francisco Niers se le ocurrió que en su boliche de la calle Europa –hoy Carlos Calvo– 3621, por diez guitas, se podía disfrutar una función de cine y…, un capuchino. Años más tarde Juan Spíndola bautizaría a la sala como “Los Crisantemos”.
Por aquellos tiempos –¡tan en pañales el nuevo arte!– seguramente las experiencias amateurs de proyección deben de haber sido numerosas. Como la que se cuenta del pintoresco paisano Pedro Aranguren que, dicen, acostumbraba pasearse por el barrio en ropas típicas montando un pingo criollo. Lo cierto es que su fervor campero no le impedía estar al tanto de los avances técnicos con la aparición del nuevo medio. Así que instaló en los fondos de su casa –San Juan entre Castro Barros y Colombres– una habitación para proyección, cobrando un ingreso de diez centavos, a veces, al que podía.
Ya vendría la época de las salas con butacas y detalles de avanzada como los extractores, el techo corredizo y los confortables palcos y butacas del “Cine-teatro Boedo” que Jaime Cullen había levantado en plena época de la Primera Guerra derribando su casa de inquilinato, en Boedo 949. Sin embargo su aspiración de “dar a Boedo un teatro” se vería postergada por las precariedades que la contienda bélica trajo consigo y los dos primeros años –1916/18– de la moderna sala pasaron a la historia del cine boedense y no de la escena sólo representada por algún que otro “número vivo”, remoto antecedente de las verdaderas puestas teatrales que iban a producirse recién dos años más tarde, el 21 de julio de 1918, con la compañía Arata-Brieva presentando la obra “El tío soltero” de Ricardo Hicken.
Prontamente la catarata de salas produce una suerte de “invasión”. Surgen el “Los Andes”, de Boedo 777, con las especiales características de su sala, el “Alegría”, en Boedo 875, luego “Select Boedo”, donde aún se conserva el mascarón que corona el edificio (¿Frank Brown, Pepino el 88?)… La particular historia del “Cine Mitre” –Boedo 937–, luego rebautizado “Moderno”, un moderno que nadie conocía por su modernidad sino por su fama –mala– con el mote de “La Piojera”, sólo habitado por mujeres…, en la pantalla donde, ni así, quedaban a salvo de un huevazo o el impacto de un tomate.
Las funciones eran variadas y disputaban la clientela con sus “series”, el “continuado”, la “completa”, el “día de damas”… […] esos cines que daban sus películas por secciones, pudiendo sacar la entrada para toda la tarde o para una película sola –dice un viejo vecino de Boedo, Emilio López, nacido allá por 1920–. Al término de las películas el acomodador recorría las filas controlando la entrada o vendiéndola para la siguiente función. En el intervalo los hombres generalmente se levantaban para fumar en el vestíbulo y al salir de la sala les entregaban una contraseña que los chicos pedíamos a quien no iba a volver a entrar.
Añoro esos cines de barrio. Teníamos, sobre Boedo, al Los Andes, donde, para las fiestas patrias daban la película “Una nueva y gloriosa Nación”, siempre a las 10 de la mañana con entrada libre. También teníamos al cine Alegría, cuya dueña, una francesa, recibía a menudo la visita de la madre de Carlos Gardel. Y el cine Moderno… Estos dos últimos semanalmente daban series como Flash Gordon, El hombre araña y otras que nos mantenían atrapados junto a las de cow-boys como Tom Mix, Buck Jones, Roy Rodgers…
¡Maní con chocolate…, helaaaados!
Allá por febrero de 1929 el constructor Vicente Rossi toma un par de fotografías del recién inaugurado “Cine Nilo” (Boedo 1063). Los carteles anuncian a Hobart Bosworth en “Corazones de roble”. La sala luce su espectacular estructura. El escenario, sus palcos, el telón tromp d’oeil haciéndonos creer sus pliegues y cordones y la coronación del grupo escultórico, a la postre, único sobreviviente de una depredación inútil que hoy flota sobre los electrodomésticos de HiperRodó, lejos del acto inaugural de la Peña Pacha Camac celebrada en ese ámbito ante la carencia espacial de la terraza del Biarritz.
Los cines de la periferia del barrio también tuvieron su protagonismo: el “Odeón II” en avenida La Plata 1782, contiguo al Viejo Gasómetro; el “Cóndor”, en su primitiva ubicación de avenida La Plata 754; el “Follies Boedo”, en Boedo 1941; el “Bristol Palace” de los hermanos Verri, en Independencia 3618; el “Del Plata”, en avenida La Plata y Carlos Calvo; el “Gran San Juan”, de San Juan 3246…
Faltaría el ¿último? hito de esta historia: un espacio incorporado como sala que fue/es el de mayor dimensión. En noviembre de 1945 el “Gran Cine Cuyo” ilumina su pantalla por primera vez y va a constituirse en el representante de “estrenos simultáneos con el centro” hasta que en mayo del 92 “Una rubia caída del cielo” y “Malas compañías” cierran la última cartelera de su sala que continúa habilitada como templo Evangelista a cargo del pastor Cabrera. En tiempos muy recientes, fogoneados por la Junta barrial se hicieron funciones recordativas, reeditadas también, para deleite infantil, con motivo de reafirmar “El derecho del niño a jugar”.
De vez en cuando, en el barrio había “cine municipal”. Aparecía un camión con un vociferante muchacho que anunciaba “cine gratis” y por la noche se tendía un blanco telón y se convocaba allí a los vecinos, para asistir a ese simpático cine, que también pasó a ser un recuerdo –rememora Diego A. del Pino en su “Ayer y hoy de Boedo”.
En la esquina de Independencia y Castro funcionaba la primera biblioteca Miguel Cané, lugar que en mis tiempos de secundario recurrí para sacar apuntes –recuerda Emilio López. –Al atardecer llegaba un camioncito con un proyector de cine que, luego de instalar un género blanco como pantalla, pasaban películas en las que conocimos a Buster Keaton, a Tripitas (un gordo al que le pasaba de todo), a Carlitos Chaplin… Nuestros abuelos los disfrutaban tanto o más que nosotros.
El último intento –hasta el presente– de restañar las heridas nostálgicas del cine barrial lo realizó la asociación Baires Popular a través del empeño de María Virginia Ameztoy y su cine argentino histórico y contemporáneo en funciones que ocuparon la cortada San Ignacio y la sala de la Balear. La azarosa concurrencia sujeta a las variables del tiempo determinó la culminación del ciclo de tres trabajosas temporadas. Nunca pudimos –ni quisimos– averiguar si las variables del tiempo fueron climatológicas o aquellas del cronos sin regreso de las costumbres populares.
FUENTES CONSULTADAS
*Diego A. del Pino; Ayer y hoy de Boedo; Ediciones del Docente; octubre 1986.
*Silvestre Otazú; Boedo también tiene su historia; Papeles de Boedo; 2002.
*A. Lomba, A. N. Rodríguez; Manual histórico geográfico del barrio de Boedo; JEHBB; 1998.
* 1º y 2º Congreso de Historia del barrio de Boedo
Trabajos presentados en el 1º Congreso de Historia del barrio el 28 de septiembre de 1996 y 2º Congreso de Historia del barrio de Boedo realizado el 27 de agosto de 2011 en la Escuela Nº 14 D.E. 6º “Intendente Alvear” de la calle Castro 954.