Drama sin ficción

HACE 50 AÑOS. La muerte en un accidente de un joven compañero de tareas y la tragedia de Neglia y Fontenla a los que una semana antes habíamos admirado “en vivo y en directo”. Un año trágico. Por Mario Bellocchio

Cuando uno recuerda aquellos años glamorosos de la televisión pionera parecería ser que el único back-ground posible era el del romántico vino y rosas. Aquel recuerdo de anécdotas risueñas y personajes entrañables y epopeyas de arduo trabajo en las precariedades de todos los comienzos, más aún el de la tele. Pero no, también la tristeza se hacía presente para el equilibrio de “la cal y la arena” en sus debidas proporciones.

Marcos Palma, Mario Bellocchio, Eduardo Farías y Gregorio Rubín (c. 1968)

1971. En Teleonce veníamos de sufrir una pérdida trágica. Un amigo entrañable, el grandote jefe de cámaras, Marcos Palma, muerto en un accidente automovilístico, a la salida de su trabajo en el canal, cuando lo embiste lateralmente un taxi, en Avenida del Libertador frente a la luego funestamente célebre Escuela de Mecánica de la Armada, su coche vuelca y se incendia y él perece sin poder salir del vehículo. Espantoso. Horrible para la consideración general. Mucho más para mí, mi amigo y amigo del conjunto familiar. Recuerdo el espanto del reconocimiento de sus restos al que únicamente se animó Gregorio Rubín –el jefe de iluminación– “haciendo de tripas corazón” quien pudo certificar que era él tan solo por su anillo. Treinta y cinco años apenas. Una verdadera desmesura de la reclamada justicia divina.

Ésto de venir golpeados parece un “respaldo emocional” cuando parte de la necesidad, ante la tragedia, de señalar todas sus desventuradas pinceladas aunque no alcancen la cima de la de los “bailarines del Colón”.

El 10 de octubre se cumplieron 50 años de la caída de la avioneta en el Río de la Plata –en ese mismo fatídico 1971–, minutos después de su despegue del Aeroparque. “El bimotor viró hacia su derecha, en dirección al sur, y trató inútilmente de tomar altura sobre el río. No pudo lograrlo y en pocos segundos la máquina –un moderno Beechcraft Queen Air de 12 plazas– se desplomó hundiéndose en las aguas a unos 1.500 metros de la costa. Los pescadores que a esa hora –las 19 del domingo 10– se alineaban a lo largo de la Costanera, en Buenos Aires, fueron los primeros espectadores de la catástrofe”* en la que un grupo de artistas que encabezaban José Neglia y Norma Fontenla –primeros bailarines del Teatro Colón– murieron junto a otros siete compañeros de ballet y la tripulación cuando al bimotor se le plantó uno de sus propulsores –investigaciones posteriores certificaron la sobrecarga y el intento fallido de retornar a la pista– la avioneta se precipitó y perecieron todos los ocupantes. Trelew quedó en el debe de la función benéfica que iban a protagonizar junto a sus compañeros, jóvenes promesas de la danza también surgidos de nuestro primer escenario: Margarita Fernández, Rubén Estanga, Carlos Santamarina, Carlos Schiaffino, Sara Bochkovsky, Martha Raspanti y Antonio Zambrana. El velatorio en el Colón tuvo la épica que acreditaba semejante suceso.

Norma Fontenla formada en el Conservatorio Nacional de Danzas y en la Escuela de Danzas del Teatro Colón, había acumulado un curriculum brillante. En 1967, invitada por Margot Fonteyn, se había incorporado al Ballet de Río de Janeiro, donde cosechó ovaciones interpretando Combate. En 1970 –ya reintegrada al Colón– en la visita a Buenos Aires de Rudolf Nureyev fue elegida partenaire del divo ruso. En los ensayos cosechó el comentario del brillante bailarín: “Madám, en una sola sesión hizo usted lo que hubiera requerido más de tres semanas de ensayo en París”*.

José Pepe Neglia no le iba en zaga en la cosecha de lauros. En 1962 recibió el codiciado premio Nijinski. Seis años más tarde, en diciembre de 1968, el trofeo al mejor bailarín del Festival Internacional de la Danza. A sus 42 años su óptima disposición atlética le permitía con holgura asumir papeles exigentes.

Con la tragedia irreversible ante sus ojos el director artístico del Teatro Colón, Carlos Suffern, diría tratando de mensurar la irreparable pérdida: “Neglia y Fontenla serán muy difíciles de reemplazar. Son el producto de 20 años de trabajo; y como las piedras preciosas, los bailarines se van puliendo de a poco, hasta alcanzar la magnitud de una verdadera obra de arte”*.

La repercusión mundial del siniestro, sin embargo, tuvo su epicentro en Teleonce que acababa de celebrar el suceso de su actuación. En efecto, a comienzos de octubre –poco más de una semana antes– Norma Fontenla y José Neglia habían grabado en el estudio “D” de Canal 11 un especial: titulado “Ëtoiles del Teatro Colón” que dirigió Pancho Guerrero: “El niño brujo”, con coreografía de Jack Carter y música de Leonard Salcedo. El rating de la emisión anterior a la trágica desventura fue altísimo para la época aunque, como es de imaginar, la audiencia de la repetición, ya con el accidente consumado, superó todo lo previsible –50 puntos– en un canal cuyo eslogan ya era –desde mayo lo dirigía Héctor Ricardo García– “El canal de las noticias”. Una indeseada primicia que colocó al canal al tope de la audiencia.

 

(*) La muerte en puntas de pie, Revista Siete Días Ilustrados, 18 de octubre de 1971.

 

VER. Fragmento de “El niño brujo” grabada en Teleonce a comienzos de octubre de 1971

 

 

 

 

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