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Canal 11 en el tercer peronismo y la dictadura

Aquellas difíciles jornadas de privada o estatal y la tele en la dictadura. Mario Bellocchio

En 1970, el grupo liderado por Héctor Ricardo García, también propietario de Editorial Sarmiento (Crónica), Radio Colonia y Discos Microphon, adquirió la mayoría de las acciones de Difusora Contemporánea S.A. (DICON), asumiendo el control de la adjudicataria de la licencia de Canal 11 y su productora Telerama. Así, el canal porteño abandonó el mojigato eslogan de “Canal de la familia” para pasar a ser “El canal de las noticias” en un desmesurado salto de audiencia. Simultáneamente se desvinculó de la cadena norteamericana ABC con la que había estado asociado desde sus comienzos. De la misma forma, en 1971, Goar Mestre asociado con el grupo Vigil, (Editorial Atlántida), le compraría a la cadena norteamericana CBS y a Time-Life su parte de las acciones de Proartel (productora de Canal 13, Buenos Aires). “Tras estas últimas compras, el capital extranjero representado por las grandes cadenas norteamericanas se retiraba de la industria televisiva argentina.”(1)

Pocos días después de nuestro regreso de la expedición Paraguay-Bolivia para grabar las eliminatorias del Mundial 74 de Alemania en Asunción y La Paz, allá por octubre de 1973, el presidente provisional de la Nación Raúl Lastiri firmaba el decreto 1761/73 que declaraba caducas las licencias de televisión de los principales canales de la Argentina. Ese mismo día disponía la intervención de los canales con vistas a que “el Estado reasumiera el servicio que había concedido y ahora caducado”. “Mediante ese Decreto se plantea, a partir del 28 de abril de 1973, la caducidad de las licencias de canales de televisión de LS 83 TV Canal  9, Cadete, Compañía Argentina de Televisión S.A., LS 84 TV Canal 11, Dicon, Difusión Contemporánea S.A., LS 85 TV Canal 13, Río de La Plata S.A. de Teledifusión Comercial, Industrial y Financiera.” (2)

El Comité Federal de Radiodifusión (COMFER, organismo autárquico en jurisdicción de Presidencia de la Nación) designa la intervención en las emisoras de televisión cuyas licencias “se han declarado extinguidas” y toma la totalidad de los “equipos técnicos, bienes muebles y planta transmisora asegurando la continuidad del servicio”.

Se nombra interventores: en Canal 9: a Omar Gómez Sánchez, en Canal 11: a Jorge Conti y en Canal 13: a Pablo Rodríguez de la Torre.

El 10 de octubre el título de interventores será reemplazado por el de “Delegados Veedores”, ya que la figura de los interventores según la Asociación de Telerradiodifusoras Argentinas (ATA), “intranquilizaba” al empresariado argentino, y se prorroga por 180 días la administración de las licencias en manos de las empresas. “Se establece el 28 de abril de 1974 como la fecha de vencimiento de la prórroga.”(3)

El 28 de mayo de ese año, el presidente Perón, convoca a los gremios vinculados con la televisión a Casa de Gobierno. A pocos días, el 1º de mayo, de echar a los “estúpidos imberbes” de la Plaza recibe, entre otros a Enrique Ferradás Campos del Sindicato Argentino de Televisión; a Luis Brandoni de la Asociación Argentina de Actores; a Pedro Gotfraind Marengo de la Sociedad Argentina de Locutores; a Luis Álvarez del Sindicato Argentino de Prensa, y a José Conte del Sindicato Único de Espectáculos Públicos, manifestándose “impresionado por el servicio público europeo”.

El resultado final del encuentro puede resumirse en una frase de Perón hacia los gremialistas “esto lo deben resolver ustedes que son los que conocen el problema”. La “nacionalización” de la televisión, como se llamó en aquellos momentos a la estatización del servicio, era prácticamente un hecho.

En mi haber queda la participación como delegado paritario en el primer Convenio Nacional del Sindicato Argentino de Televisión, el 131/75  que incorpora, contándome como promotor y redactor de la medida, al personal jerárquico hasta jefe de sección y a los hasta entonces llamados “directores de cámaras” modificando su denominación por la más acorde a su verdadera ocupación como “directores de programas”, una gestión llevada a cabo en épocas de acuerdos frágiles y momentáneos cuyo transporte a actas ministeriales resultaría una dura tarea que finalmente pudo concretarse.

El fallecimiento de Perón –el 1º de julio de 1974–  y la asunción de Isabel Martínez, su esposa, no apacigua los reclamos. Por lo contrario las entidades gremiales vinculadas al medio publican una solicitada titulada: “¡Alerta en la televisión! apoyando la estatización de los canales” que apunta los dardos hacia los permisionarios en caducidad señalando:  “La situación de los canales con licencias vencidas (…) ha alcanzado los estados límites de una profunda crisis, debido a la acción sistemática de obstrucción llevada a cabo por los ex permisionarios que, guiados por el afán de lucro, pretenden mantener el viejo sistema privatista que ha demostrado ser contrario al interés nacional” […] En la nota se denunciaban, entre otras, actitudes como la de Alejandro Romay que utilizaba el terreno de estudios de Canal 9 para demolerlos y levantar en su lugar edificios-torre.

El 22 de julio de 1974 los canales 9 y 11 fueron copados transitoriamente por pequeños grupos armados pertenecientes al Sindicato Argentino de Televisión (SAT).

Decía “Clarín”: “La toma de los canales 9 y 11 se concretó poco antes del mediodía y esa acción trascendió al público teleespectador alrededor de las 13, cuando sorpresivamente, se cortaron sus transmisiones (…) los ex permisionarios y actuales empresarios dispusieron el corte de las respectivas plantas transmisoras como reacción por la ocupación y para impedir que los ocupantes difundieran sus comunicados (…)

La breve toma solo se prolongó sobre los alcances de la medida. El secretario general del gremio, Enrique Ferradás Campos comentaba que estaba prevista una medida similar en canal 13, que no había sido posible ya que el personal de la emisora al conocer la directiva sindical decidió suspender sus tareas y reunirse en asamblea pero sin permitir el acceso de quienes intentaban tomar las instalaciones.

La Comisión interna de Canal 13 afincada en posiciones políticas de izquierda se oponía a la conducción peronista del SAT a la que acusaba, en esta oportunidad, por no haberles comunicado la medida previamente. Esteban Riquelme, secretario adjunto del sindicato, por su parte, a la vez que reconocía como obra de su gremio la toma de los canales 9 y 11 y justificaba la falta de comunicación previa en la rapidez con que debió obrarse.

“El gobierno peronista tuvo escaso tiempo para implementar el proyecto de servicio público. Desde la sanción de la ley de expropiación de productoras y repetidoras hasta la caída del gobierno, el lopezreguismo construyó su propio espacio de poder en la política nacional y los medios fueron un espacio ideal en donde reflejar la ideología gubernamental predominante. Ello no sólo terminará obstruyendo toda idea cercana a la del servicio público; sino que además, los cuatro canales de televisión que concentraban la producción y distribución de contenidos en Argentina formarán parte de una herencia muy valiosa y deseada que favorecerá al ‘Proceso de Reorganización Nacional’” (4).

Osvaldo Papaleo plantearía tiempo después que: “sectores cercanos al lopezreguismo querían un sistema de medios gubernamentales actitud que impedía definir el sistema de servicio público. El tiempo que tuvimos fue poco”.

Los trabajadores del medio, especialmente, defendían un modelo para la televisión argentina como no había existido hasta ese momento y destruido en ese abortado intento. Ese proyecto incluía el modelo de “servicio público”, un desplazamiento de los contenidos hacia una televisión de carácter complementario en lo social y educativo. Una mayor participación de las organizaciones de trabajadores del sector, el poder legislativo y otro tipo de entidades, con disminución de la carga publicitaria, con mayor producción nacional y más contenidos culturales. Ese fue, quizás, uno de los pocos momentos en la historia de la radiodifusión, y particularmente de la televisión, en que existió la posibilidad cierta de un cambio radical en la organización del sistema de medios en la Argentina. Una utopía que, como tantas, no pudo concretarse.

 

Durante la dictadura:

“Cuando la Junta Militar toma el poder el 24 de marzo de 1976 se propone un conjunto de ambiciosos objetivos de reforma política e institucional para abrir –decían– ‘un nuevo ciclo histórico’ que institucionalice el papel de las Fuerzas Armadas en la vida política” (5).

En el revoleo –distribución de responsabilidades a las tres armas– de los canales porteños el Canal 13 se adjudicó a la Marina, el 11 a la Fuerza Aérea, el 9 al Ejército y el 7 a la presidencia que, según el propio esquema de poder militar, correspondía a un miembro del Ejército. Esta maniobra sería fundamental para el posterior fortalecimiento de Canal 7 (que pasará a llamarse ATC en 1979).

“Los primeros interventores serán el capitán de navío Camilio Astesiano Agote en Canal 13, el teniente coronel Adolfo Pietronave en Canal 11 y el teniente coronel Roberto Jesús González en Canal 9” (6).

Con la primavera llega la intempestiva novedad de que se había dispuesto 50 despidos que, suponemos, algo tenían que ver con el “buchoneo” dado que no estaban relacionados con los méritos personales o profesionales. Por caso, el camarógrafo Daniel Trajtengartz, uno de los afectados por la medida, en su última evaluación democrática había resultado distinguido en orden de mérito profesional, de manera que…

La imposición del Gobierno de facto se llevó puestas las habituales “cadenas de mando”, por lo que el pedido de explicaciones era improcedente. Así que el gremio tampoco protestó la eyección de su cargo de “asistente de dirección” de un delegado congresal como Osvaldo “Chiche” Canessa ni de ningún otro de los 50 despidos (7).

Un mediodía estábamos picando algo en el bolichito del pasillo cuando oímos un alboroto sobre la puerta de Pavón. Un grupo comando estaba llevándose a Carlos Alberto Maguid, un joven empleado de administración, quien desesperado vociferaba su nombre y apellido y número de documento. Me quedaron grabadas para siempre esas imágenes, el sonido milico de armas y borceguíes en el forcejeo y la voz de Maguid. Y una imaginaria –y aun inexistente– selfie de nosotros, sus mudos compañeros, a quienes el terror ya había cooptado, incapaces de interrogar a los captores sobre las razones de esa barbarie.

Hoy Maguid, Carlos Alberto, legajo 7112, figura en el listado de detenidos desaparecidos de la dictadura cívico-militar-eclesiática (1976-1983).

Un oficial Mayor de la Aeronáutica, un tal Veuswenger, o algo parecido, que asume puestos directivos en la conducción del canal me cita a su oficina. Con todas las prevenciones del caso me presento pensando en las recientes convocatorias personales de las nuevas autoridades a compañeros de tareas a quienes invariablemente se les requería información sobre actividades “subversivas”, vulgarmente conocido como “buchoneo”.

Como las llamadas eran individuales nunca sabremos si alguien señaló a alguien y con qué cargos.

Me recibe afablemente y comienza a hablarme sobre cámaras sobre las que se confiesa un apasionado y me relata sobre sus tareas como oficial piloto de fotografía aérea.

De ahí en más lo tendré a menudo en pretendidas afables charlas sobre el tema, supongo que en algún momento habrá pensado que esa camaradería podría redundar en intimidades del grupo, a sabiendas de que acababa de culminar mi labor gremial como delegado paritario.

Jorge Suarez, imparte instrucciones sobre los nuevos equipos al director Ocana, al iluminador Chiche Pena, al director Luperena y al iluminador Acri, entre otros, en las instalaciones de A78 (1978)

Hasta que un “maringote”, el ex gerente técnico de García, por entonces a cargo de organizar los equipos operativos en A78 para el próximo Mundial de Fútbol, Jorge Suárez, le solicita mi presencia a fin de constituir el equipo de camarógrafos para ese evento.

Ahí comenzaría el capítulo Mundial 78, otra experiencia.

Por esa época, a comienzos de 1978, aparece en el canal Cacho Fontana con su “máquina de mirar”, un equipo precursor de las cámaras de pequeño formato que permitía una movilidad y ubicuidad nunca antes vista sin el mamotrético despliegue de los camiones de exteriores. De inmediato se transforma en un suceso revolucionario incrementado con la participación de notables periodistas tales como Magdalena Ruiz Guiñazú, Enrique Llamas de Madariaga, Carlos Burone, Ulises Barrera, Pepe Peña y Andrés Percivale.

Recuerdo particularmente un viaje que hice a Esquel con Magdalena Ruiz Guiñazú y Roberto Canessa, uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes, el accidente aéreo de 1972, en su primer encuentro con la nieve luego de semejante experiencia. Era alucinante el cambio técnico que significaba esta camarita con su grabadora portátil.

Sin embargo, los enormes costos de producción –especialmente por los viajes a todo el mundo– y la negociación comercial con Marín, De Lorenzo y asociados, sus productores, dejaron a la canaleta el magro rédito del prestigio prontamente absorbido por la discontinuidad de una producción rentable.

Cacho Fontana asumió como productor general en 1979 y dejó a Canal 11 al borde de la bancarrota y dependiendo de las generosas arcas del Estado para llegar a pagar el sueldo de sus empleados.

Aparecieron administradores como Mauricio Salmoiraghi u Horacio Aiello quienes tratarían de mantener el barco a flote tapando agujeros a como diera lugar. Y otros de olvidable incursión por el comando como Fernando Niembro, oscuro personaje de acumulado prontuario.

Con mi hija Mariana acompaño a un Piluso sin gomera en 1981

Allá por 1981, Alberto Olmedo en homenaje a Humberto “Coquito” Ortiz –quien padecía una incurable enfermedad– realizó una última temporada de su inefable Piluso, ya no “capitán”,  una increíble disposición de la autoridad militar que, igualmente grotesca, dispuso el retiro de su “arma”: la gomera que pendía de su cuello. Dadas las circunstancias, tuve el dudoso honor de dirigir aquel último Piluso.

Hubo esfuerzos individuales en el intento de ocupar la pantalla con dignidad como uno que creo se llamó “Nosotros, el Once”, guionado y dirigido por Tato Tabernise. Un “capolavoro” con nuestras propias “estrellas” de la casa que no alcanzaba, de ningún modo, para cubrir con continuidad la programación ya que se trataba de un unitario autobiográfico.

No es intención de este escueto trabajo la enumeración de toda la programación de aquel entonces ni creo que haya memoria capaz de abarcar completamente lo hecho durante aquellos infaustos años. Internamente, aguantar el comando de los uniformes sin perder la dignidad profesional ya implica suficiente mérito, ínfimo, comparado con los que pagaron con su vida luchar contra sus crímenes de lesa humanidad.

A fines de 1982 el “aviador fotógrafo” me encargó la compaginación del inédito material de Malvinas de la Fuerza Aérea. Fue mi última tarea durante la intervención militar.

Ya estaban “batiéndose en retirada”.

¡Saludo! ¡Uno!

 

 

  • (1). “El servicio público que no fue”.  La televisión en el tercer gobierno peronista. Rodolfo Morone y Diego de Charras. Edición electrónica URL: http://journals.openedition.org/nuevomundo/79661 – DOI: 10.4000/nuevomundo.79661 – ISSN: 1626-0252
  • (2) Ib. 1.
  • (3) Ib. 1.
  • (4) Ib. 1.
  • (5). Paula Canelo. (2016). “La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983)”, la investigadora del IDAES (Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (EIDAES | UNSAM) analiza las Actas Secretas de la Junta Militar, halladas en el 2013 en el sótano del Edificio Cóndor de la Fuerza Aérea Argentina. “Decir que la economía tuvo un rol fundamental es correcto, pero los temas políticos también fueron determinantes”.
  • (6). Jorge Nielsen, “La magia de la televisión argentina”, 1971/1980, Tomo 3.
  • (7). Agradecimiento a Daniel Trajtengartz por el aporte de datos sobre las “50 granaderos” despedidos en la primavera de 1976.

 

 

 

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