“Birome”

Una historia familiar escrita con bolígrafo. Por Mario Bellocchio

Biro, papá en su escritorio de Curt Berger y el aviso de Birome

A fines de la década de 1930 mis viejos se casaban –1938– y fijaban residencia en Emilio Mitre 1048, frente al Parque Chacabuco. Ponían fin al largo noviazgo –típico de la época– considerando sus proyectos y la promisoria carrera de Pablo Francisco Bellocchio, por entonces jefe de fábrica de la acreditada firma Curt Berger de insumos de imprenta, especializada en tintas y barnices.

Los directivos de la firma de origen alemán, acababan de prestigiar con el importante cargo al joven de tan solo 25 años al que llamaban Dr. Bellocchio, ante la discrepancia de mi viejo que sostenía que él sólo era un Técnico Químico egresado  del Colegio Industrial Otto Krausse.

“Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, en el hotel principal de un balneario yugoslavo, un turista argentino miraba sorprendido, en la conserjería, la pluma con que otro pasajero se registraba en ese preciso momento. El argentino pidió hablar con el señor de la extraña lapicera, y cuando su secretaria hizo las presentaciones éste explicó que era un sistema que recién estaba investigando y que probablemente en algunos años estaría listo. El argentino se sorprendió realmente: ‘¿Por qué no viene a mi país, allí podrá trabajar tranquilo en lo que quiera, nosotros necesitamos gente como usted’. ‘Mire, señor, contestó el extranjero, ¿usted cree que es tan fácil conseguir una visa de inmigrante?’. ‘Cuando la quiera vaya hasta la embajada y lleve esta tarjeta mía…’. Ella decía Agustín P. Justo(1), y ese argentino era el ex presidente de la Nación” (2).

Un par de años después, en mi primer año de vida, se instalaba en un modesto garaje porteño un inmigrante húngaro de nombre Laszlo José Biro que, huyendo de la guerra, aceptó la invitación del entonces ex presidente para emigrar a nuestro país y culminar las investigaciones para perfeccionar su revolucionario invento: el “bolígrafo”.

Claro que en esos comienzos todo el mundo llegó a conocer el novedoso lápiz que escribía indeleble, como la “Birome” –por Biro–. Aún hoy si uno pide en una librería una Birome, nadie desconoce de qué le están, hablando.

Ni bien comenzó la Segunda Guerra Mundial los insumos de la industria alemana que importaba y distribuía Curt Berger dejaron de llegar al país ya que sus fabricantes se dedicaron exclusivamente a la producción bélica. De manera que fue necesario fabricar las tintas de imprenta, los barnices, la producción pesada de impresoras y guillotinas y ni hablar de los repuestos de aquellos equipos de origen alemán.

Los rotograbados de La Prensa

Entre otras urgencias, Curt Berger debió cubrir la de las tintas sepia con las que “La Nación” y “La Prensa” prestigiaban sus ediciones dominicales de los llamados “rotograbados”, ocho páginas centrales con ampliaciones fotográficas de calidad que esa tinta especial resaltaba en la múltiple gama de tonos que reflejaba la carencia de retícula gruesa habitual del blanco y negro del resto de las páginas. Y allá se las arreglaba el joven “Dr.” Bellocchio para lograr el sucedáneo de las tintas alemanas, a la perfección.

Otro requerimiento –éste internacional– que Curt Berger debió suplir fue la tinta dorada de las etiquetas de “Chesterfield”. Por entonces las tintas nacionales usadas para los dorados no registraban el tono de aquellos dorados de tintas de origen alemán y se desprendían con el roce de los dedos de parte del polvillo de cobre atomizado que flotaba –en la tinta líquida– emulsionado en el diluyente. Papá logró la perfecta dilución y la tonalidad más acobrada para aquella tinta nacional que pasó a llamarse “dorado Chesterfield”.

A comienzos de la década de 1940, le presentan a papá –en el laboratorio fabril– a un activo cuarentón de acento centroeuropeo que le explica lo que necesita en reemplazo de una pastosa tinta offset alemana que ya no se fabrica para lograr patentar su invento. Luego de algunos ensayos en que fue necesario adecuar la fluidez y el tiempo de secado, el “Dr.” Bellocchio pudo complacer al “ingeniero” Biro y el hiperactivo húngaro, nacionalizado argentino, pudo radicar en nuestro país la patente de la “Birome”.

Biro con las primeras no retráctiles que luego monopolizaría “Bic”

Decía Biro de los orígenes de su idea: “En realidad nunca tuve nada que ver con la ingeniería más que como aficionado; yo era periodista, crítico musical y de arte en una revista húngara de poca circulación, pero me apasionaban los fierros. El principio de la idea era la poca practicidad de los sistemas de escritura. Yo tenía por costumbre tomar notas de algunos detalles de las óperas y obras de teatro en la total oscuridad de la sala. Usaba la clásica lapicera fuente, pero la tinta no secaba con facilidad y terminaba con los puños de la camisa totalmente manchados y los apuntes con unos borrones, a veces, totalmente ilegibles. Un día, mientras visitaba los talleres del diario en el que trabajaba, vi el sistema de entintado de las rotativas y la manera en que secaba inmediatamente la tinta que cargaban los rodillos. Pensé que adaptando ese sistema a una lapicera podría lograrse algo realmente sensacional. El único problema que quedaba por resolver era que el movimiento de la rotativa era en dos sentidos solamente. Hacia atrás y hacia adelante. Para escribir, el elemento que dosificara la tinta tenía que ir en la dirección del trazo, o sea para cualquier lado. Así nació la punta redonda. Desde luego que hubo que tirar muchas pruebas a la basura, porque perdía la tinta o directamente no escribía”(1).

 

 

Papá en su escritorio de Curt Berger

En 1942, Biro logra sacar a la venta, al precio de 70 pesos (40 dólares de ese entonces), la “Stratopen”, primera lapicera a bolilla del mundo. Luego la “Eterpen”. Lo que quedaba claro era que la nueva lapicera todavía debería recorrer los rigores de la lija fina en el perfeccionamiento del sistema “a bolilla”.

Recuerdo de muy pequeño mi divertido juego con los tubitos de aluminio que papá traía a casa alguno de ellos con algún resto de tinta azul de los ensayos, cosa que enfurruñaba a mamá, más pendiente de posibles toxicidades y manchas.

El frente del establecimiento de Curt Berger c. 1940

También vienen a mi memoria esporádicamente imágenes de aquella primitiva Curt Berger que el viejo me llevó a conocer de muy pequeñito allá por 1945, al final de la guerra, cuando la firma pasó a llamarse Gráfex y fueron borrados de la nómina algunos directivos simpatizantes de la esvástica nazi. Allá por la avenida Mitre, después del puente de Crucecita, sobre mano izquierda, asomaba su pulida estructura que comenzó a producir también insumos escolares de la línea “Éxito”.

La fluidez de aquellas primitivas tintas tardó años en perfeccionarse. Durante toda mi educación primaria –1946-1952– no pude utilizar las Birome por su trazo desparejo y, decían los maestros, el deslizamiento irregular que entorpecía la caligrafía.

Lo paradójico es que, para ciertas firmas de documentaciones, hoy se exija el uso de los bolígrafos como garantía de trazo indeleble.

 

(1). Agustín Pedro Justo (1876-1943) ingeniero, militar, diplomático y político radical argentino. Fue presidente de la Argentina entre 1932 y 1938. Su gobierno ocurrió durante la Década Infame, denominada así por la alta corrupción y fraude electoral que la caracterizó. Fue elegido en las elecciones de 1931, apoyado por la dictadura militar gobernante –que había derrocado a Hipólito Yrigoyen en 1930– y los sectores políticos que integrarían poco después la Concordancia. Sobre su elección pesó la acusación de fraude electoral y proscripción de la candidatura de Marcelo T. de Alvear, ex presidente radical entre 1922 y 1928. Durante su gobierno tuvo la persistente oposición de los sectores yrigoyenistas de la Unión Cívica Radical.

(2). Fragmentos del artículo “El señor Birome”. Revista “Gente y la actualidad” (7/11/1968).

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