Un horizonte mezquino
De la Ciudad AC (Antes de Cromañón). Clelia Volonteri
Pero en una noche de diciembre un imbécil encendió una bengala en un recital de rock. En un local cerrado. Y con ese gesto desafiante –tanto los músicos como el dueño del lugar habían pedido reiteradamente que no lo hicieran– no solamente selló el destino de los cientos de muertos, asfixiados y aplastados. También desencadenó una serie de sucesos que hicieron que la Ciudad perdiera la belleza de sus calles, el acceso libre al río y, lo peor, despojara a sus habitantes de horizonte.
El gesto del imbécil fue una mano torpe que derrumbó enseguida las piezas de dominó de la precaria vida de los porteños y su capacidad de discernimiento. Porque a partir de entonces se eligió, pertinaz y tozudamente, a lo que constituye un destino fatal del cual parece imposible escapar.
Ahora –2021– es la pandemia. Y escuchar la repetición automática del discurso de los medios hegemónicos.
Pero disculpen, yo quería hablar del horizonte. No es el mismo tema; o quizás es el mismo. El imbécil de Cromañón los trajo a ellos. Saturaron de cemento a la ciudad de la furia, ensañados especialmente con las orillas del Río de la Plata, el “río color de león”. Así lo llamaba Lorca, que adoraba pasear por la Costanera.
Ya no es posible admirar jacarandás en muchas calles de la ciudad e ir pisando las flores azules que regalaban a las veredas. El carril diferencial para colectivos –que dieron en llamar metrobús– dio por tierra al verde de las avenidas, dando un aspecto semejante al de los cuarteles. Es que a ellos siempre les gustaron los uniformes.
Ahora da lo mismo estar encerrados por más de quince meses, para qué salir si las calles de Buenos Aires han perdido su peculiar encanto. Queda el consuelo de escuchar rock, encerrada y sin el riesgo de que alguien encienda una bengala.
Y repetir el verso de Fito “En esta puta ciudad/matan a pobres corazones”.