San Telmo y la quinta de Lezama

CALLEJEANDO HISTORIA

Por Diego Ruiz |

El actual San Telmo había sido una pequeña agrupación urbana alrededor del Alto de San Pedro –la actual Plaza Dorrego–, parador del tráfico de carretas provenientes de los pagos del sur de la provincia
Entrada al parque Lezama- esquina Brasil y Defensa- foto 1920
Entrada al parque Lezama- esquina Brasil y Defensa- foto 1920

 

Venía contando, el cronista callejero, las peripecias que a lo largo de dos o tres siglos sufrió el actual predio del Parque Lezama y sus sucesivos propietarios y se encontraba en el momento en que José Gregorio Lezama lo adquiría en 1857 al norteamericano Charles Horne, a la sazón refugiado en Montevideo porque en ese momento no era buen negocio haber sido muy allegado a Rosas. Lezama era por entonces uno de los hombres más ricos del país, con intereses muy diversificados en propiedades urbanas y rurales, participación en los incipientes emprendimientos protoindustriales, de transporte, saladeros y en cuanto se pudiera obtener una buena ganancia, por lo que es interesante que haya elegido para levantar su casa-quinta, no la costa norte de la ciudad –de Recoleta hacia San Isidro– prestigiada por las buenas familias desde los tiempos virreinales, sino la zona sur, de relativo estancamiento y aledaña al bajo del Riachuelo.

El actual San Telmo había sido una pequeña agrupación urbana alrededor del Alto de San Pedro –la actual Plaza Dorrego–, parador del tráfico de carretas provenientes de los pagos del sur de la provincia. Separado del “centro” por el Zanjón de Granados, un arroyo que corría aproximadamente por la calle Chile y recién fue entubado hacia 1898, era barrio de corralones y gente vinculada a ese oficio carretero, además de algunas familias de relativo “medio pelo” como la del cartero Domingo French. Su fundación como curato, y luego como parroquia, se debió al obispo Lué (sí, el del cuadro del 22 de mayo de 1810), a quien se lo pidieron los vecinos porque en época de lluvias el arroyo los dejaba aislados de la iglesia de la Concepción.

Hacia 1857 por las actuales Caseros, Patricios y Martín García hacia Montes de Oca cesaba la edificación y comenzaban las quintas, como las de Guillermo Brown, Merlos, Llavallol, Cambacères, Sáenz Valiente y la de Balcarce, cuya casa principal estaba donde hoy se erige la Casa Cuna y una noche de 1853 fue volada en un atentado. ¿Qué había pasado? Pues que una de las niñas de la casa, Trinidad Balcarce, estaba casada con un marino norteamericano llamado John Halstead Coe a quien la Confederación Argentina, con capital en Paraná y presidida por Urquiza, había confiado su flota de guerra para bloquear a la rebelde y secesionada Buenos Aires. La cosa es que algún personero porteño, del gobierno o del poderoso establishment comercial, se acercó al comodoro Coe con una bolsa muy bien provista y éste entregó la escuadra, causando el cese del bloqueo y, de paso, que su pobre suegro se quedara sin quinta…

Por ese año de 1857 que tomamos como referencia, se produjo un decisivo cambio en el barrio, al desplazarse la terminal de carretas a Plaza Constitución (que será el último parador de este tipo en la ciudad) e instalarse en Plaza Dorrego el Mercado de San Telmo, que persistirá en esa ubicación hasta 1898 al mudarse al flamante edificio de Bolívar y Carlos Calvo construido por Juan Buschiazzo. Esa antigua utilidad de la placita es aun evidente en las dos callejuelas laterales, Bethlem la que corre de este a oeste y Anselmo Aieta la que lo hace de norte a sur, típicas zonas de carga y descarga de mercaderías. A su alrededor comenzaron a instalarse casas de comercio que en pocos años serían de gran importancia como el de la Viuda de Canale, la tabaquería de Piccardo, la fábrica de dulces de Noel y Cía., así como peluquerías, cuchillerías, mercerías, roperías, zapaterías, carbonerías, médicos, tintorerías, cafés, restaurantes y todos esos pequeños establecimientos que contribuyen a nuestra vida cotidiana…

casa del almirante Brown en Barracas
Casa del almirante Brown en Barracas

Como vemos, en la punta sur de este mundillo que comenzaba a incorporarse a la gran ciudad instaló Lezama su casa-quinta, y lo hizo a todo trapo, realmente a la medida de su bolsillo. No nos ha quedado el nombre del alarife, constructor, arquitecto o ingeniero que la construyó, pero su tipología se inscribe en la moda de la época, la estructura de villa romana de estilo “italianizante”. El mayor ejemplo de esta arquitectura es seguramente el Palacio San José, residencia de Urquiza en Concepción del Uruguay, construido por Jacinto Dellepiane y Pedro Fossatti entre 1848 y 1857, por lo que algunos historiadores han querido ver las mismas manos en la casa de Lezama, pero no ha quedado, repetimos, ninguna evidencia fehaciente. La casa se desarrollaba alrededor de dos patios, el segundo de servicios, en torno a los cuales se organizan las dependencias públicas y privadas; al frente una típica galería o loggia de neta inspiración palladiana enmarcada por dos habitaciones (en la que da a Defensa tenía Lezama su escritorio) daba paso al gran salón de recepción que abarcaba de medianera a medianera; rodeando el primer patio, sobre Defensa se extendía el gigantesco comedor con balcones a la calle y, aprovechando el desnivel de la barranca, un pequeño subsuelo que presumimos despensa o bodega. En el ala este del patio, se encontraban tres amplios dormitorios y un jardín de invierno o “galería de cristales”, y a continuación la torre-mirador de tres niveles y terraza, la más alta aún en pie de Buenos Aires. En el segundo patio, como dijimos, se encontraban todos los servicios que necesitaban estas residencias y sus ocupantes, así como seguramente el alojamiento de todo el personal que significaban los mismos. Las fachadas, especialmente la principal de entrada, ha conservado mayormente la decoración de época: la galería está compuesta por seis arcos rebajados delimitados por cinco columnas realzadas por dobles pilastras corintias. Los tímpanos de los arcos están decorados por arabescos, así como en los entablamentos y sobre las columnas, pequeñas gárgolas en forma de cabeza de león seguramente eran parte del desagote de los techos… El almohadillado “a la francesa” de las paredes laterales no es original, sino producto de las reformas de la década de 1930 o de 1940, cuando también se le cambió el original color verde (descubierto por sucesivos cateos) por el blanco y ladrillo. Por otro lado, en algunas fotografías previas a dichas reformas internas de las salas del ya entonces Museo, pueden apreciarse pares o restos de la decoración de las habitaciones y salones de la antigua residencia, con riquísimos artesonados en paredes y especialmente cielorrasos cuya causa de remoción no queda en claro, si fue por razones “estéticas” o de deterioro por los años y quizá falta de mantenimiento. El ex director del Museo y gran iconografista Alejo González Garaño, en una importante reseña histórica que publicó durante su ejercicio, sostiene que dichos ornamentos interiores fueron obra de León Pallejá, un artista uruguayo fallecido muy joven.

A esta altura el cronista advierte que, entusiasmado con la casa, no habló de cómo Lezama construyó el parque que fue maravilla privada para los porteños del último cuarto del siglo XIX y espacio de disfrute público durante la primera mitad del XX. Esa historia y la de las peripecias del espacio verde hasta nuestros días, serán motivo del próximo callejeo

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