Salí al balcón mi querida mariposa

Falta poco para decidir cuál de los dos. Será otro domingo de vértigo que culminará con esperanza o desolación. Tito Vaccaro

Difícil adivinar que ocurrirá las semanas siguientes, hasta llegar a ese día de diciembre que se sumará a la historia.

Al Flaco, satisfecho por la continuidad de la democracia recuperada hace cuarenta años, ya le parece estar viendo el traspaso de la banda y el bastón. Sabe que en el juramento volverá a florecer la palabra patria. Y esa palabra lo traslada a aquel tiempo de tizas, pinturitas y revista Billiken. Se deja llevar a los actos escolares de la escuela primaria, al mástil en el medio del patio y al himno cantado con entusiasmo. Se pregunta por qué no acudir a ese sentimiento –simple pero profundo– que nació entonces, para exigirle al que jure por la patria que cumpla con su deber.

La memoria pegó el salto. No hay recuerdos precisos. Pero no hace mucho, una foto desempolvada durante el ocio de la pandemia lo hizo retroceder a su primera visita a la Plaza de Mayo. Y ahora, sin saber por qué, trata de imaginar cómo será la primera vez que el nuevo presidente salga al balcón. Se asomará. Verá una multitud. Se escuchará una ovación. ¿Saludará solamente levantando una mano? ¿O va a decir algo para que escuchen todos? Los que lo votaron y también los otros.  Aparecerá en lo alto y dedicará sonrisas a la plaza que volverá a estar colmada.

Y ahí está la imagen. Fijada en un papel que aún conserva brillo. Vaya uno a saber en qué estrella trabaja el fotógrafo de máquina de cajón y trípode que tomó la imagen.  Ahí está el pibe dando de comer a  las palomas. Hasta ese momento solo jugó en la vereda de Agrelo o sobre el pasto fresco del Parque Rivadavia, territorios de rodillas sucias y pelotas de goma, donde todo está permitido. Las zapatillas se gastan sin lamentos y poco importa que el pantalón corto vuelva a casa lleno de tierra. Total, “Rinso lava más blanco”, dicen en la radio que derrama tangos y canciones pegadizas que nadie olvidará. Pero una tarde especial la madre lo lleva hasta Boedo y en El Palacio del Niño le compra el tapadito de paño celeste. “Para salir”.

Claro que, en algún momento, uno de los dos saldrá al balcón, piensa el Flaco. Y las palomas no podrán posarse en el suelo como aquella vez que las tuvo al alcance de la mano.

Le parece que Pepe Iglesias, el Zorro, canta: Salí al balcón, salí al balcón, mi querida mariposa…  Ahí está el “purrete”. Llegó en subte desde Almagro, de la mano de su padre, que para ir al centro se puso traje y corbata. Todavía no va al colegio para que le cuenten qué pasó en el Cabildo, que los restos de San Martín descansan en la Catedral, y que para pintar de rosa esa casa grandota  se utilizó cal mezclada con sangre de buey.

El pibe no sabe que esa plaza no es ideal para jugar. Porque poco tiempo después de esa tarde de sol, allí mismo caerán bombas de odio para asesinar a más de trescientos argentinos y dejar 1200 heridos. Se enterará también más tarde que un 17 de octubre en la fuente que tiene a sus espaldas tomaron respiro quienes vinieron a pedir por su líder. A “lavarse las patas esos descamisados” dijeron entonces los medios paquetes. Fue  cuando Farrell  le pidió a Perón: “Salga a hablarles”. Y él salió al balcón para decirle a los trabajadores: “Únanse, sean hoy más hermanos que nunca”. Fue en ese balcón, desde entonces convertido en púlpito, donde el mismo Perón se despidió en el ‘74: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.

Y sí, seguro que en algún momento uno de los dos va a salir. Y algo va a decir en ese balcón desde el que Alfonsín devolvió la calma: “Compatriotas, felices Pascuas. Los hombres amotinados han depuesto su actitud. La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. Pero desde ahí también un soberbio un general se atrevió a pronunciar la frase nefasta: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

Salí al balcón, salí al balcón, mi querida mariposa, sigue cantando la memoria. El mismo balcón en el que juró Uriburu en el ’30 para atropellar a la democracia, el de tantos discursos históricos, el de la Copa de Diego en el 86, el que le prestaron a Madonna para que jugara a ser Evita.

Falta menos, claro, para que uno de los dos salga al balcón y mire la plaza, la de la patria, la de la dignidad de las Madres, las de las marchas y los reclamos, las del fervor y la rebeldía, la del pueblo que ya sabe de qué se trata y que merece ahora recibir un mensaje de sensatez que devuelva la esperanza.

                                                                        Tito Vaccaro, Buenos Aires, Boedo, 7 de noviembre de 2023

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Share via
Copy link
Powered by Social Snap