No se puede creer en nada

Aseveración contemporánea comúnmente aplicada a ciertas medidas de los Gobiernos y sus ejecutores. Mario Bellocchio

Aseveración contemporánea comúnmente aplicada a ciertas medidas de los Gobiernos y sus ejecutores. A algún circunstancial ídolo al que se le desmoronó el pedestal. A un desengaño amoroso. A un cumplidor/a a rajatabla al que se le rajó la tabla. A dioses y diosas caídos de su trono celestial. La lista no reconoce límites precisos.

Sin embargo últimamente se le han adherido como lamprea al tiburón los pronosticadores del tiempo con sus pifiadas, pese a los modernos métodos satelitales con que cuentan, uno frecuentemente saca el paraguas a pasear o se da una ducha celestial sin tener a mano el toallón, a raíz de darle crédito a los pronosticadores televisivos que tanto anuncian aguaceros como soles radiantes con la misma cara de poker, bailecito simpaticón, minifalda, vestido de cóctel y cartelería de fondo ilustrada ad hoc.

De hecho en dos oportunidades la mesa de publicaciones de este periódico cayó en la volteada climática. Porque convengamos, sea la lluvia pronosticada a las tres de la madrugada o a las seis de la tarde, el televisivo dibujito correspondiente a esa jornada aparecerá con las gotas lluviosas, amparados los pronosticadores en el melifluo “chaparrones aislados”, calificación acomodaticia si las hay.

Superado el faltazo del 15 de enero huyendo a las tórridas temperaturas, al sábado siguiente le dimos crédito al pronóstico de lluvias matutinas de manera que la vereda de Boedo contó con nuestra ausencia y la de la lluvia anunciada, así que este último sábado, 5 de febrero, a pesar del pronóstico acuoso, fuimos y armamos con rollo de PVC a mano, por las dudas. Y la lluvia, a media mañana, nos sacó corriendo. El chaparrón “aislado”, se aisló a las 10:30.

Desde aquellos 45 minutos del 27 de julio de 2006 cuando cayeron piedras tamaño naranja sobre los techos porteños –todos los techos, incluido el de los vehículos– sin que los meteorólogos hubieran anticipado el desastre, nueve de cada diez veces de clima pesado de verano anuncian “probable caída de granizo” abriendo el paraguas –nunca mejor empleada la metáfora– por si se repitiera aquella catástrofe climática que dio lugar a un nuevo género de chapistas denominado “sacabollos” y que el seguro básico vehicular obligatorio incluyera la infaltable pregunta del agente asegurador: ¿Con granizo?, como oferta adicional por un módico recargo.

“La meteorología no es una ciencia exacta” nos explicaba con su habitual bonhomía Nadia Zyncenko, querida compañera de los años 80’s en Teleonce. Y sabía del rigor científico aplicado al pronóstico meteorológico a través de su título en Ciencias Exactas de la UBA. Me acabo de enterar urgando en sus datos biográficos, que nuestra querida ucraniana es, en realidad, napolitana de padres ucranianos y que vive en la Argentina desde muy pequeñita. Lo cierto es que esta meteoróloga con diploma de tal ha retornado a su viejo hogar de canal 11 –hoy Telefé– formando parte de Telefé Noticias. Desde allí sigue haciendo culto a su tesis sobre el error del pronóstico, más vinculado a la adivinación de los improvisados –la mayoría– que a la probabilidad científica.

 

 

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