Los partidos políticos

En un año signado por la democrática actividad electoral, los partidos políticos protagonizan el encuentro de pareceres e intereses con propósito de conducción cívica. La diversidad contribuye a las opciones ciudadanas tanto como las mezquindades y los manejos a la confusión de los sufragantes. En estas instancias resulta fundamental un análisis académico expuesto didácticamente como el realizado por el Departamento de Historia del Colegio Nacional de Buenos Aires de la Universidad de Buenos Aires.

 

 

 

“(…).Mis cursos tenían por objeto el tema de la ciencia de la política: Los partidos políticos. (…).”. BOBBIO, NORBERTO, Autobiografía, Madrid, Taurus, 1998, p. 191.

“(…) nada es más característico de ese siglo que lo que mi amigo Antonio Polito califica de uno de los grandes demonios del siglo XX: la pasión política :(…).”, HOBSBAWM, ERIC, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Buenos Aires, Planeta/ Crítica, 2003, p. 125.

“(…) No hay identidad política por fuera de la política. Quiero decir, no hay identidad política explicable por reduccionismos sicologistas que obvien la cultura y la dinámica política e institucional de las sociedades en las cuales las identidades políticas se forman. El meollo de la cuestión es dónde buscar ‘la instancia política que ayuda a entender los procesos de formación, cambio y continuidad o resignificación de las Identidades políticas.” OLLIER, MARÍA MATILDE, La creencia y la pasión. Privado, público y político en la izquierda revolucionaria, Buenos Aires. Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S.A. Ariel, 1998, p. 14.

“(…). A mi juicio, la historia argentina resulta, me atrevo a decir, absolutamente ininteligible, si no se computa a los partidos políticos. Todos estamos informados de los grandes hechos de que está compuesta, de las grandes cuestiones que fueron dividiendo a los argentinos y cómo se resolvieron ellas, generalmente por las buenas, y a veces por las malas. Conocemos también a sus protagonistas, los grandes hombres que construyeron el país, pero lo que no se sabe bien de qué modo, para conseguir el poder y gobernar, utilizaron precisamente a los partidos políticos. En éstos fue donde se plasmó la responsabilidad de aquellos, y éstos fueron los instrumentos de que aquellos se valieron para modificar la realidad y alcanzar las metas que se habían propuesto. Hubo entre los partidos y sus jefes una influencia recíproca, y, juntos, jefes y partidos, hicieron la historia. (…) Por eso cuando se habla de historia de los argentinos en la era constitucional no puede omitirse a los partidos políticos y a sus jefes, porque si no todo resulta un rompecabezas indescifrable.” HARDOY, EMILIO, Historia de las fuerzas políticas conservadoras, Buenos Aires, Fundación Argentina, 1993, pp. 1314.

 

 

 

Una cuestión difícil

Asomarse al mundo de los partidos políticos implica entrar en los dominios de una cuestión, que el estudioso italiano Norberto Bobbio ha calificado con autoridad y buena pluma como “el tema rey de la ciencia de la política”. Pero, aunque no se compartiera la atribución de tan alto rango al asunto, rápidamente se advertiría que, por su entidad, amerita ocupar un lugar destacado tanto entre las preocupaciones teóricas de la disciplina que los estudia, como en cualquier intento de hacer su historia en el marco de una sociedad específica o en perspectivas comparadas que abarquen a más de una de ellas. Cualquier abordaje que se elija supone enfrentarse a un camino largo, arduo, complejo, pero también fascinante.

En los partidos políticos se dirime la lucha por el poder; se advierten los vínculos entre los líderes y la sociedad en la que actúan; se aprecia el juego de las lealtades, que son más esquivas y cambiantes de lo que puede desearse y creerse; se discuten las ideas que importan a la organización de las sociedades; en ellos la vida y la política pueden llegar a ser una misma cosa y, si la política marca rumbos al destino de las sociedades, entonces sobre esos destinos tendrán poderosa influencia los partidos políticos.

¿Y qué ocurre en el caso de los partidos políticos argentinos? Que le alcanzan las generales de la ley. Ni más ni menos. Esta vez, la invitación es a recorrer su historia.

Hecha de grandezas y miserias como toda obra humana. Rica en sacrificios, también en mezquindades; en tensiones permanentes entre los hombres y las ideas; registro de cambios y continuidades en una sociedad que se consolidó como nación después de setenta años de guerra, pero a la que alcanzar y sostenerse como una república democrática le llevaría más de cien años de un proceso político institucional jalonado de quebraduras y dolores que aún no se han restañado por completo. De la exaltación de los partidos como las agrupaciones por antonomasia para llevar adelante la marcha política del país hasta la crisis de representación en que parecen estar sumidos en la actualidad –fenómeno este último, que no es patrimonio exclusivo de la Argentina–, la historia de los partidos políticos argentinos aspira a ofrecer elementos para dar otras respuestas a las interminables preguntas sobre su devenir como sociedad.

 

¿Qué son? ¿Qué no son?

Dos preguntas raigales que amenazan constantemente con terminar cualquier proyecto de análisis de los partidos políticos, aun antes de haber comenzado a esbozarlo. Un muy reciente estudio, que pasa revista a los elementos teóricos para encarar la cuestión, reitera una observación anotada una y otra vez a lo largo del tiempo. Dice Juan Abal Medina (h.) (2002): “No existe una definición clara y precisa sobre lo que es un partido político que sea aceptada mayoritariamente en la disciplina” y subraya la paradoja que encierra por el hecho de que la profusión bibliográfica sobre el tema es cada vez mayor y convalida, sin duda alguna, el lugar central que han ocupado y ocupan los partidos políticos entre las preocupaciones de la ciencia política. Dos factores principales estarían en la base de esta situación: la diversidad abrumadora de organizaciones que se consideran a sí mismas partidos y las concepciones sobre la democracia en las que anclan las diferentes definiciones, que dificultan el discernimiento entre la experiencia y la norma. Sin perjuicio de ofrecer una muestra [ver recuadro “Un partido político es…”] de las definiciones propuestas por estudiosos de diversas épocas y nacionalidades, no importará aquí internarse en el laberinto teórico que ellas suponen ni el señalamiento de las críticas y/o correcciones que han merecido, habida cuenta de la ya mencionada falta de acuerdo mayoritario sobre una precisión en ese punto. Interesa, en cambio, dejar sentadas una serie de cuestiones, entre muchas otras, que hacen a los orígenes de los partidos políticos, a sus diferencias con otro rango de agrupaciones, a sus posibles tipologías, a sus funciones, a sus miembros, a sus líderes, a su organización interna, al peso de la ideología, a sus relaciones con el Estado, a sus estrategias para alcanzar y conservar el poder, a su participación en las elecciones, a sus vínculos con la democracia, a su ubicación en el orden constitucional y los regímenes legales, a la configuración de sistemas de partidos, a los factores que desembocaron en una crisis de la política y de la representación. En una palabra, cuál es y cómo se desarrolla el drama de la vida política en el escenario que ofrecen los partidos políticos.

 

De facciones a partidos políticos

A pesar de lo engorroso que resulta discernir conceptualmente qué es un partido político, hay consenso entre los estudiosos respecto de sus diferencias con otro tipo de agrupaciones que concurren en el mundo de la política y, no pocas veces, se recuerda en los textos una aseveración de Giovanni Sartori en la que sostiene: “El término ‘partido’ empezó a utilizarse sustituyendo gradualmente al término derogatorio ‘facción’ al irse aceptando la idea de que un partido no es forzosamente una facción, que no es forzosamente un mal y que no perturba forzosamente el bonum commune (el bien común). De hecho, la transición de la facción al partido fue lenta y tortuosa tanto en la esfera de las ideas como en la de los hechos.” La facción antecedió al partido y desde la antigua tradición romana expresó la calidad nociva y perturbadora de la acción política ejercida por aquélla. Mucho más adelante, ya en el siglo XVIII, el inglés Edmund Burke, a propósito de sus consideraciones sobre los partidos políticos y sus objetivos, los distinguió de las facciones y calificó la lucha por el poder de estas últimas como “mezquina e interesada por obtener puestos y emolumentos”. Mezquindades e intereses particulares más

atentos al beneficio propio o al de pocos, al del círculo no al de la sociedad, sin importar que los discursos hablen del bien común o del bienestar y el progreso de la sociedad afloran más temprano o más tarde en el comportamiento de las facciones. En el lento desarrollo de los partidos políticos, el sustrato de la facción jugará siempre un papel que no puede desconocerse y, en muchos casos, cuando de la teoría se pasa a la práctica política, aun en partidos políticos modernos, formalmente constituidos según “las reglas del arte”, aquel cimiento perturbador, por causas enraizadas en su historia, marcará las características de su accionar. Cabe tener esto en cuenta, sobre todo cuando se reconoce una tradición occidental donde el desarrollo de los partidos políticos europeos fue el espejo en que se miraron otras realidades de esa misma tradición: la de la América anglosajona, la de América latina y, desde luego, la de la Argentina, que es la que interesa aquí, pero el espejo fue engañoso y las imágenes no se reflejaron sino que refractaron.

Nada resultó igual a los modelos originales. Por eso no puede escindirse la historia de los partidos políticos de la historia de las sociedades donde se desenvolvieron.

 

Fecha de nacimiento y otros datos

En términos generales, hay coincidencia en que los partidos políticos nacieron al calor de la democracia representativa. Es decir, si la soberanía reside en la comunidad, como señalaba el abate Siéyes en la formulación originaria de la doctrina de la “representación política”, y aquélla está integrada por individuos y no por estamentos, gremios, corporaciones, familias, etc., y como es imposible, de hecho, que la comunidad ejerza por sí misma esa soberanía, se desprende naturalmente la necesidad para los individuos de designar representantes.

Sin embargo, ésto no justificaba indiscutiblemente la aparición de partidos políticos y hasta se llegó a sostener que su formación y acción contrariaba los principios democráticos de gobierno. El tiempo, y se vuelve a las palabras de Sartori, cambiaría la visión sobre los partidos políticos y analistas hay, como Georges Burdeau, que han subrayado su condición de indispensables para abrirle camino a la expresión de la voluntad nacional. Por otra parte, en el terreno de quienes han dirigido sus indagaciones sobre la historia política a un mejor discernimiento de los actores políticos, François-Xavier Guerra expresó las dificultades de obtener un aparato conceptual que sirva para comprender situaciones aparentemente llenas de paradojas –y se refiere a la América latina del siglo XIX, lo que incluye a la Argentina, por cierto–. Se trata de sociedades de vida muy compleja en las que la política se ejercía por elites restringidas, con prácticas que hacían de las grandes palabras de la política moderna: pueblo, nación, constitución, soberanía etc., principios exclusivamente formales. Hay que prestar atención, sostiene este autor, a la manera en que cada caso transita de la antigüedad a la modernidad. De un tiempo en que la voluntad del grupo o del cuerpo presidía las relaciones entre los individuos, a otro en que éstos son necesariamente iguales y sus relaciones son asociativas y voluntarias, iguales y revocables. Los ritmos de transición no serán los mismos para todos los grupos sociales y en la mayoría de los casos convivirán dos mundos, dos formas de hacer política, dos tipos de actores. Con el agravante de la aparición de tipos híbridos, que se consideraban a sí mismos como ciudadanos pero cuyas conductas familiares y sociales se apoyaban en la tradición e influían en su práctica política mucho más que la adhesión a los principios de la política moderna. En América y en la Argentina esa coexistencia se prolongaría todavía más que en Europa.

Más de un tratadista conviene en el hecho de que hacia mediados del siglo XIX, solamente Estados Unidos contaba con verdaderos partidos políticos. Es decir, agrupaciones con estructura, organización y funciones bien definidas, condiciones que cuanto más se destacaran para caracterizar a una agrupación, tanto más tarde ubicaban su fecha de nacimiento como partido político.

Antes, clubes, comités electorales, grupos parlamentarios eran las denominaciones para esos conglomerados que actuaban en el mundo de la política relacionados con las elecciones y el quehacer parlamentario. En la medida en que ambas actividades se ampliaron y fortalecieron, se expandió la base de sustentación para que se transformaran en partidos políticos o para que se crearan nuevos. El mundo político moderno resultará cada vez más complejo, si además se consideran otras agrupaciones que circulan en él y conviene distinguir de los partidos políticos, pero que se relacionarán con ellos en el juego cotidiano de la práctica política. Grupos de interés, grupos de presión y otros factores de poder como las fuerzas armadas y la burocracia, por ejemplo, cuyo objetivo es influir o intentar influir en las decisiones políticas.

Los grupos de interés, por su lado, como destaca Linares Quintana, se forman en torno de intereses particulares comunes para defenderlos y, cuando su finalidad los lleva a influir en quienes ocupan cargos en el gobierno, en quienes actúan en los partidos políticos o en la opinión pública, se potencia su fuerza y devienen grupos de presión.

 

El fenómeno bajo la lupa:

I- CLASIFICACIÓN

Dos conceptos principales han sobrevivido con éxito en una larga tradición de propuestas de clasificación y tipificación de los partidos políticos. Por un lado, el concepto de partido de notables, de comité o parlamentario vinculado a los primeros partidos modernos y asociados con el liberalismo burgués decimonónico y sistemas de sufragio restringido. En segundo término, el concepto de partido de masas, vinculado con la aparición del sufragio universal,

los sistemas electorales de lista incompleta, uninominal por circunscripciones o proporcionales que abren la participación de las minorías; cuando los partidos amplían su número de integrantes y cuentan con un programa sustentado en una ideología, una organización estructurada con jefes, disciplina, estabilidad y permanencia, recursos financieros y estrategias de comunicación con la masa; cuando surgen grandes grupos sociales, aparecen los conflictos de clase y el Estado amplía el campo de sus competencias y responsabilidades frente a la sociedad.

Andando el siglo XX, modificaciones en la organización de los partidos políticos generarán otros marcos conceptuales para analizar diversas transformaciones producidas desde finales de los años sesenta y para verificar, como subraya Abal Medina, que “el modelo del partido de masas ya no resulta útil para explicar la realidad partidaria contemporánea”.

 

II- ORGANIZACIÓN

Más allá de cualquier clasificación, una explicación de la realidad partidaria implica adentrarse en su organización, sin perder de vista que son fundamentales las apreciaciones sobre los casos particulares, porque cada partido constituye un microcosmos complejo donde se juegan disputas por los recursos de poder y por el dominio y arbitraje de unas reglas que son, en definitiva, consecuencia de esas mismas confrontaciones.

Las reglas hablan de lo que es y lo que debe ser una determinada organización, sirven para gobernada y dan cuenta del manejo interno del poder. Analizar los recursos de poder importa atender a las relaciones entre dirigentes y dirigidos y a las que vinculan entre sí a los líderes, que son aquellos que disponen de una mayor capacidad de concentración de estos recursos.

También supone ocuparse de las motivaciones que generan distintos grados y oportunidades de participación y beneficios asociados a ello y prestar atención a los miembros y a sus categorías dentro del partido; categorías cuyos límites son imprecisos en algunos casos, y en otros, ni siquiera existen. Usualmente la lista incluye, en orden descendente: dirigentes, militantes destacados que controlan recursos de poder significativos y ocupan esas posiciones en el nivel local o nacional, a las que acceden, según las normas, por elección democrática, pero la práctica descubre, frecuentemente, el uso de una metodología autocrática que incluye la cooptación entre otras formas de acceso; militantes o activistas, los que están firmemente identificados con el partido y, por ello, completamente comprometidos en su actividad; adherentes, los que con cierta asiduidad realizan alguna actividad en el partido; afiliados, los que asumen formalmente su pertenencia a la agrupación de su preferencia, y simpatizantes, los que se limitan a votar por el partido. La organización partidaria es, por otra parte, dinámica y pueden producirse cambios impulsados por factores externos, como la competencia con otros partidos, y por factores relativos a su origen y desarrollo institucional. Esa dinámica de la organización partidaria influirá, además, en la manera en que cada uno de los partidos cumpla las funciones que le son propias. Al respecto, M. J. López, que recoge el consenso de diversos autores, anota las siguientes: encauzamiento de la voluntad popular, educación del ciudadano para la responsabilidad política, servir de eslabón entre el gobierno y la opinión pública; selección de la elite que debe dirigir la Nación y proyección de la política del gobierno y el control de su ejecución.

 

III-INCORPORACIÓN AL ORDEN CONSTITUCIONAL

Con la aparición del constitucionalismo moderno desde el siglo XVIII –constituciones escritas que aseguran formalmente, derechos, garantías y división de poderes–, comenzó un proceso, que con parsimonia de siglos acabó por incorporar a los partidos políticos en las constituciones: Italia (1947); Alemania (1949); Francia (1958); Portugal (1976); España (1978); Perú (1979) y la Argentina (1994), entre otros ejemplos. En este largo transcurrir, recuerda D. Pérez Guilhou, que se pueden distinguir etapas señaladas por ya clásicos estudios europeos. En un primer momento prevalecieron posiciones de rechazo de los partidos políticos por entendérselos como destructores de la voluntad general o enemigos de la visión unitaria y centralista de la Nación, que con matices sostuvieron autores como Rousseau en Francia, Madison en Estados Unidos o Urquiza entre los argentinos. En una segunda instancia, el predominio parlamentario del Estado liberal burgués indicaba que, en todo caso, las divisiones electorales y partidarias derivaban de él y se las toleraba únicamente para no contradecir las libertades de opinión, reunión y asociación que el sistema tutelaba. Al parlamentario de entonces le importaba más convencer con un pensamiento claro, que lo calificaba como el mejor para legislar y controlar el gobierno, de consuno con sus pares sí, pero sin perder nada de su individualidad aun cuando se ligaran por afinidades.

El tercer momento dio paso a la formación de lo que G. Fernández de la Mora llama la partitocracia cuya nota distintiva descansa en que el poder cambia de manos, las decisiones políticas, el núcleo del poder se distribuyen, no ya entre los parlamentarios, sino entre los dirigentes de los partidos. El eje de la política del Estado se desplaza del Parlamento al partido impulsado por la aparición de los grandes partidos disciplinados con una estructura organizativa, líderes y un programa por el que se inclinarán los sufragantes a través de sistemas de voto universal, con todo lo que ello supone como control externo sobre el gobierno. La partitocracia cunde porque estos partidos de masas no garantizan la supresión de cualquier posible oligarquía del poder, sino todo lo contrario. A este respecto toda la bibliografía registra una obligada deuda con la llamada “ley de hierro de la oligarquía” del sociólogo alemán R. Michels que, en su estudio sobre los partidos políticos, advertía, ya en 1911, que era la propia organización la que daba origen a la dominación de los electores por los elegidos, de los mandantes por los mandatarios y que decir organización implicaba de suyo referirse a oligarquía. En las consideraciones de Michels, las grandes organizaciones suelen otorgar a sus dirigentes un poder casi monopólico y las masas, por otra parte, necesitan de liderazgos fuertes por su incapacidad para participar de los procesos de tomas de decisiones.

La incorporación de los partidos a las constituciones formales se hizo con la prudencia que dictaron los muchos interrogantes que despertaba la cuestión y los debates que se generaron en torno de ella. Todo ello hace también a la elaboración del régimen legal de los partidos políticos, que si por un lado asegura y consagra, desde las normas, la libertad política y el derecho de actuación de los partidos e inclusive el de recibir apoyo estatal, por otro le compete eliminar de la justa electoral, propia de la democracia representativa, a aquellos partidos llamados antisistema. Es decir, aquellos que se crean por quienes niegan la legitimidad del régimen y apuntan a su destrucción o prefieren actuar por fuera de él. En términos generales, hay acuerdo en que la mencionada incorporación ayuda a evitar las perturbaciones de la partitocracia y redunda en un control de los partidos de carácter positivo.

 

Éramos pocos ysistemas de partidos

La coexistencia de más de un partido en el seno de las sociedades, los nexos que establecen entre ellos y los conflictos que dirimen demostraron, a estudiosos de la ciencia política y del derecho, la presencia de una configuración de la dinámica de esos comportamientos que remitía al funcionamiento de un sistema. La bibliografía registra, efectivamente, la existencia de los sistemas de partidos políticos y como en el resto de las cuestiones que atañe al tema de los partidos no hay acuerdo unánime sobre los rasgos que caracterizan a los sistemas y las clasificaciones bajo las que se los puede agrupar. Sin embargo, hay coincidencia sobre la necesidad de atender a las coordenadas históricas de los sistemas de partidos como una referencia insoslayable para comprender su formación, su desarrollo y sus modificaciones. Pueden señalarse, también, algunas variables principales que se emplean para proponer su clasificación: el número de partidos que los integran, la estructura de los conflictos sociales sobre los que se desarrollan, la estructura de la competencia misma de los sistemas, el grado de inserción de las organizaciones partidarias en la sociedad, la posición que adoptan frente a la legitimidad del régimen político y la ideología de los partidos. Estos dos últimos elementos tienen especial relevancia en cuanto a la configuración y permanencia de los sistemas de partidos. El comportamiento de los partidos antisistema y una distancia ideológica extrema entre los partidos pueden atentar contra la salud de los sistemas, aunque puede haber otras situaciones históricas, no necesariamente ideológicas, que provoquen tensiones cuyo resultado sea su destrucción. La polarización ideológica, que se registra usualmente por el desplazamiento de las posiciones partidarias sobre un eje derecha-izquierda, advierte sobre las dificultades cada vez mayores de la coexistencia, en la medida en que tales posiciones se alejan hacia los extremos, al tiempo que arrecian las acusaciones de ilegitimidad y se compromete, sin retorno, la subsistencia del sistema de partidos y hasta el régimen democrático mismo.

La clasificación de los sistemas de partido ha servido también a muchos tratadistas para distinguir la democracia del autoritarismo, aunque se advierta una variedad considerable de grados entre los extremos de la democracia y la dictadura. Un tema que refiere a esta cuestión es la oposición entre el pluripartidismo y el partido único, señalada por el estudioso francés M. Duverger, inclusive para tipificar los criterios políticos de los dos grandes mundos derivados de la segunda posguerra. Sin perjuicio de este discernimiento, el ya citado Giovanni Sartori amplió la tipología y, además del sistema de partido único y del pluralismo, que divide en limitado y extremo, distingue un tercero, bipartidista, un cuarto limitado, un quinto, hegemónico, un sexto, predominante, y finalmente, un séptimo que denomina atomización. La utilidad de

estos instrumentos de análisis, cabe insistir en ello, se relaciona íntimamente con la importancia del estudio particularizado de los casos por las marcas con que la historia de cada sociedad connota a sus partidos políticos y a su sistema de partidos.

 

¿Y en la Argentina qué?

Dos fechas iniciáticas en el siglo XIX se disputan la del nacimiento de los partidos políticos argentinos: 1810 y 1853. Si se acepta la segunda, que coincidiría con apreciaciones en ese sentido para el orden mundial, ¿qué hacer con el período anterior e inclusive con los primeros años de aquel siglo, cuando el sistema colonial caminaba hacia su ocaso? En ese mundo de la política de entonces se marcaban diferencias de ideas, de conductas y de estrategias en las prácticas políticas aunque no se pueda hablar de partidos políticos en el sentido que incumbe a la política moderna. Lo cierto es que la referida etapa no puede dejarse de lado, porque en ella están contenidos los embriones de las fuerzas políticas que, con el andar del tiempo, derivaron en los partidos políticos. Se estará ante un caso de convivencia de viejas y nuevas formas de hacer política, de actores políticos de viejo y nuevo régimen, de articulación de líneas de ideas y de doctrina políticas, cuya impronta marcará para siempre el panorama de los partidos políticos argentinos. Decía Roque Sáenz Peña, en 1909, al regresar de Europa para afrontar la campaña electoral que lo llevaría a la presidencia de la República, cuando ya tenía en mente la reforma electoral: “Los caudillos de la Independencia y hasta los de la anarquía eran hombres-programas, porque cada uno encarnaba una definida aspiración personal, y son por eso sus partidos concentraciones tan orgánicas como lo permitían los días confusos y la cultura incipiente” y agregaba, subrayando el cambio de los tiempos: “Convenzámonos, señores, de que la adhesión a los hombres no substituirá jamás la profesión de los principios ni la fe de los convencimientos.” Porque a esa altura, y antes de contar con una ley de sufragio universal, en la Argentina ya había partidos de masas, con principios y programas –la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista–. ¿Se alcanzó el ideal planteado por Sáenz Peña? ¿Qué derrotero siguieron esos nuevos partidos y los que se crearon después, más cerca o más lejos en el tiempo? ¿Bajo qué régimen legal operaron los partidos políticos para explicitar la convalidación de una existencia que en la Constitución Nacional permanecería implícita hasta casi el final del siglo XX? ¿Cómo se articuló en el país el sistema de partidos? ¿Hay diferencias entre partidos nacionales, provinciales o municipales? ¿Qué pasó con los jefes de los partidos “cuya voluntad es omnipotente o poco menos “, como señalaba José Nicolás Matienzo, en 1910? A la luz del proceso histórico nacional, ¿cabe preguntar si el espíritu de facción que caracterizó a las antiguas agrupaciones políticas subyace en la Argentina actual? ¿Y el autoritarismo como rasgo del ejercicio del poder político dentro de los partidos y en sus relaciones con el Estado y el régimen democrático? ¿Hay o no hay crisis de representación en el campo de los partidos políticos argentinos; hay o no hay una brecha profunda entre lo que los partidos ofrecen y lo que la sociedad reclama en un contexto crítico como el de la Argentina de hoy?

 

“No hay partido sin partidos”

“(…). Es preciso aceptar los hechos como son y no crearse un mundo que no existe. Los partidos existen desde ab initio y continuarán por siempre. Los partidos son la opinión asociada, reunida en grupos. Los que no tienen opiniones no forman partidos, ni deben tomar parte en la vida pública; porque no harán sino males, prolongando el malestar, desmoralizando la opinión con sus dudas y su falta de principios que los guíen. Lo que el instinto les inspira es gozar del tiempo como venga, conservarse, medrar. Pero el país no marcha por esos impulsos. Para que el país goce de tranquilidad es preciso que se ahoguen las causas de perturbación. Los tiempos felices es preciso crearlos por la previsión, por el esfuerzo.

La política es la atmósfera en que se desenvuelven los intereses individuales, y esa atmósfera no se rige por el acaso de la naturaleza que nos da lluvias, tempestades o secas a la aventura. (…).”

SARMIENTO, D. F., “No hay partido sin partidos”, El Nacional, 23 de marzo de 1857 en: Obras Completas, t. XXV, Buenos Aires, Luz del Día, 1951, pp. 287-288.

 

Hacerse desde abajo

“Los partidos no son entidades eternas, sino formaciones destinadas a compensar alternativamente las distintas influencias que marcan el derrotero de las sociedades humanas; las grandes organizaciones políticas del mundo actual son tales porque permiten mantener el equilibrio por la sucesiva ocupación del poder por cada una de ellas. Mientras que entre nosotros esa rotación no ha sido todavía obtenida sino por los accidentes o por la violencia, porque nuestro sistema electoral ha sido de tal naturaleza que en ninguna época de nuestra historia el pueblo argentino ha decidido en el comicio de sus destinos: o ha sido la fuerza del gobierno o ha sido la fuerza de la revolución. Una ley orgánica electoral debe fomentar y permitir esta alternación de los partidos en el gobierno (…). Es necesario que los partidos políticos argentinos se acostumbren a estar abajo, a ser vencidos, a luchar desde las bancas y las asambleas populares y que se acostumbren a turnarse en el gobierno; y es una ley inmoral, la ley que permite y fomenta el que los partidos acudan a las transacciones pequeñas, o a las componendas, para poder acomodarse en el gobierno desnaturalizando los saludables efectos de la lucha política. Si un partido no se encuentra capaz de vivir en el ostracismo o en el llano, como se dice, como fuerza de oposición, que quiere decir fuerza civilizadora y compensadora, ese partido no tiene derecho a existir.”

GONZÁLEZ, J. V., “La reforma electoral, [1-2 de febrero de 1912]”, en: Obras Completas, v. XI, Buenos Aires, Universidad Nacional de La Plata, 1935, pp. 154-155.

 

Por el honor de la Nación

“Para llevar a cabo la Reparación Nacional se fundó la Unión Cívica Radical, órgano público supremo de la nativa solidaridad en la demanda recuperadora del honor de la nación y de la soberanía popular, bienes irrenunciables por los que debía combatir con radicalidad intransigente. No fue instituida por lo tanto la Unión Cívica Radical como un simple partido político, ni quiso llamarse partido sino unión civil (…). ¿Era un partido político de orden común aquel que estaba restituyendo y formando el alma nacional y realizando la Nación en su pueblo a través de un largo emprendimiento, sin ocupar el poder que pudo tenerlo cien veces con sólo transar en los términos de su empeño?” MAZO, G. DEL,” La Reparación Nacional”, en aa. vv., Definiciones radicales, La Plata, UCR, 1955, pp. 31-32.

 

Un partido de clase

“El delegado Justo (…) dijo que lo que se había propuesto (…) era caracterizar el Partido Socialista Obrero en su doble faz de movimiento de clase, y de movimiento económico. El Partido Socialista es ante todo el partido de los trabajadores, de los proletarios, de los que no tienen más que su fuerza de trabajo; las puertas del Partido están sin embargo abiertas de par en par para los individuos de otras clases que quieran entrar, subordinando sus intereses a los de la clase proletaria. (…). Nuestro movimiento es ante todo económico. No somos ideólogos que luchan por vagas aspiraciones de justicia, o de libertad; queremos en primer término el mejoramiento económico y sabemos que así conseguimos lo demás, por añadidura. En el proyecto de estatutos, el comité ha acentuado el carácter igualitario y democrático del Partido (…).”

JUSTO, J. B. “Discurso de fundación, 28 de junio de 1896”, en Obras Completas de…, VI: La realización del socialismo, Buenos Aires, La Vanguardia, 1947, pp. 29-30.

 

El individuo no desaparece…

“No pienso absolutamente que dentro del Partido ‘el individuo desaparece, para quedar el partido con su sola voluntad’. Nuestro partido es una asociación libre por excelencia, en que entran los que simpatizan con sus fines y medios generales y agitan las obligaciones que fijan los Estatutos, pero sin obligarse nada más que a lo pactado.

En todo lo demás los miembros del partido conservan su independencia por ejemplo, en lo referente a la agitación de candidaturas, acerca de lo cual nada dicen los Estatutos. (…). Si la voluntad del Partido es que sus representantes firmen de antemano su renuncia, mi voluntad es no ser representante del Partido. Lo que no me impide continuar en las filas y cumplir mis obligaciones de partidario (…) aunque yo no sea candidato. Lo que he enseñado, pues, no es la rebelión ni la indisciplina, sino la independencia práctica de juicio y el respeto por uno mismo.”

JUSTO, J. B., “El individuo y el partido, 14 de mayo de 1898”, en: Obras Completas de…, VI: La realización del socialismo, Buenos Aires, La Vanguardia, 1947, p. 44.

 

Entre la vanguardia y las masas

“En cuanto a nosotros, comunistas, debemos comprender y hacer comprender a la clase obrera y al pueblo, que para poder triunfar en esta lucha histórica, (…) es preciso que coloquen al frente de la misma a su partido de vanguardia, (…). Nuestra tarea consiste, pues, en encontrar las formas que nos permitan transformar rápidamente a nuestro Partido en un gran partido de masas. (…). En la Conferencia de diciembre del año pasado [señalamos que] ‘Para llegar a serlo, es necesario encuadrar en la organización a los nuevos afiliados, darles un trabajo concreto de acuerdo a sus posibilidades y aptitudes, educarlos políticamente y, sobre todo, conseguir que asimilen lo esencial de la doctrina marxista-leninista’.

Organización y educación, estos son los problemas esenciales que debemos esforzarnos por resolver cuanto antes, si queremos consolidar y desarrollar nuestro Partido (…).”

CODOVILLA,VICTORIO, ¿Dónde desemboca la situación política argentina?, Buenos Aires, Ed. Anteo, 1946, pp. 99-100.

 

Sólo un medio: por el bien de la Nación

“(…) 5. -Por eso, un partido político es sólo el instrumento de la política y debe considerar su lucha, dentro del panorama nacional, orientada hacia el bien de la Nación y no como un fin en sí misma.

  1. -Hay que pensar que un partido político es solamente un medio (…).
  2. -Todo lo que se haga en perjuicio de la Nación importaría sacrificar a ésta en beneficio del partido, lo cual es contrario a lo que debe perseguirse. Es el partido el que debe sacrificarlo todo en bien de la nación. Esta afirmación suele estar en todas las bocas, mas no en todos los corazones. (…).
  3. -El Partido Peronista ha nacido como un movimiento real y efectivo, como un medio cuyo fin es el bien de la Nación, con todas la bases que un movimiento político debe tener y con todo el desenvolvimiento y las creaciones que un movimiento debe realizar.”

PERÓN, J. D., “Directivas del general Perón. 1. Partido político” (1948), en Manual del peronista, Buenos Aires, Los Coihues, 1988, p. 37.

 

El partido es superior a sus hombres

“Honorable Convención: (…).Nosotros decimos que acatamos, que encierra un significado, un histórico significado, el de ratificar en el tiempo, que el radicalismo (…)es superior a sus hombres porque la Unión Cívica Radical tiene el derecho de disponer de ellos. (…) para definir, para nosotros y para todos, el sentido moral de este Partido (…).Tendríamos lógicamente, dentro de una democracia que vive la democracia, que decir en este alto organismo partidario cuáles son nuestras ideas y cuáles nuestros propósitos. No tenemos ideas personales, ni

propósitos personales; estamos con la filosofía social del radicalismo, (…) su sentimiento económico, su profundidad social, su orden cultural, sus claras definiciones morales que hacen al alma y al espíritu de todos los argentinos; (…). Nuestro deber no es llevar nuestras ideas personales, sino cumplir la esperanza de vuestras resoluciones.”

BALBÍN, R. “Discurso ante la Convención Nacional, 6 de agosto de 1951, al aceptar la candidatura a Presidente de la Nación”, en: Ricardo Balbín. Defensor de la libertad, Buenos Aires, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1998, pp. 32-33.

 

Afiliados-participantes: expresiones reales de la sociedad argentina

“No hay Movimiento Nacional sin partidos políticos nacionales; (…), el Frente Nacional no surge espontáneamente; requiere de una acción consecuente para constituirse. Naturalmente, una función de esa naturaleza superaba largamente los enmohecidos mecanismos de la política tradicional, que tenía en el comité su expresión clásica. No porque el comité sea una institución inútil sino porque en las prácticas políticas se lo redujo a una mera oficina de intermediación en el comercio electoral. La nueva estructura que nos proponíamos desplegar partía del afiliado como núcleo inicial de la organización partidaria, y descreía de los sistemas tradicionales de reclutamiento, basados en la tradición familiar, el amiguismo, el compadrazgo y las subalternas formas de la política del servicio personal. El afiliado al MID no debía ser una ficha inerte en los

registros partidarios; aspirábamos a constituir un partido de afiliados-participantes que concurrieran a elaborar democráticamente la línea política y ejecutar todas las tareas que ella requiere para desenvolverse exitosamente. Nos proponíamos atraer hacia nuestros cuadros las expresiones reales de la sociedad argentina: los obreros, los empresarios, los estudiantes, los profesionales, los artistas e intelectuales y en general todos los grupos, sectores y clases, incluyendo los militares y los religiosos. Se trataba de forjar un partido como entidad política que asuma la universalidad de las aspiraciones e intereses de la Nación a través de la diversidad de las clases y sectores. (…). Como partido nacional, debíamos a la vez ramificar nuestra organización hacia todos los puntos de la república, en las urbes y en los pueblitos, en los centros urbanos y en los más desolados parajes rurales.”

FRONDlZI A., Qué es el Movimiento de Integración y Desarrollo (1963), Buenos Aires, Sudamericana, 1983, pp. 182-183.

 

Un partido político es…

“Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promover, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca del cual todos están de acuerdo.” BURKE, EDMUND (17291797), Thoughts on the Cause of the Present Disconients, 1770, en: SARTORI, GIOVANNI, Partidos y sistemas de partidos 1, Madrid, Alianza, 1980, p. 28.

“Llamamos partidos a las formas de ‘socialización’ que descansando en un reclutamiento, formalmente libre, tienen como fin proporcionar poder a sus dirigentes dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales, la realización de fines objetivos o el logro de ventajas personales o ambas cosas.”  WEBER, MAX (1864-1920), Economía y sociedad, v. 1: Teoría de la organización social, México FCE, 1944, p. 299.

“(…) es una organización que da lugar al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los que mandan, y de los delegados sobre los que delegan.” MICHELS, ROBERT (1876-1936), Political parties. A sociological study of the oligarchical democracy, 1915, cit. en: FERNÁNDEZ DE LA MORA, G., La partitocracia, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1977, p. 40.

“(…) formaciones que agrupan a los hombres de la misma opinión para asegurarles una influencia verdadera en la gestión de los asuntos públicos.” KELSEN, HANS(1881-1973), Teoría general del Derecho y del Estado, México, 1950, cit. en: XIFRA HERAS, J., Formas y fuerzas políticas, Barcelona, Bosch, 1958, p. 13.

“Los partidos políticos son, pues, organizaciones de individuos que se proponen actuar conjunta o colectivamente, movidos por ideas o ideales comunes y con el objeto de realizarlas prácticamente desde el gobierno, la representación del pueblo o desde las filas del pueblo controlando al gobierno.” SÁNCHEZ VIAMONTE, CARLOS (1892-1972), Manual de derecho constitucional, Buenos Aires, Kapelusz, 1944, p. 223.

“Agrupación organizada de ciudadanos, orientada hacia el poder, con un programa político social como ideal vinculatorio, para cuya realización interviene en forma permanente en el proceso de formación de la voluntad estatal.” LUDER, ITALO, Introducción al estudio de los partidos políticos, Santa Fe, 1945, p. 78.

“(…) la organización articulada de los agentes activos de la sociedad interesada en el control del gobierno, que compite por el apoyo popular con otros grupos que mantienen criterios diferentes, siendo el gran intermediario entre las fuerzas sociales y las instituciones de gobierno y encauza estas fuerzas hacia la acción política dentro de la colectividad.” NEUMANN, SIGMUND, Modem political parties: approaches to comparative polities, Illinois, 1956, p. 396. [Versión castellana: Madrid, Tecnos, 1965.]

“Los partidos políticos adoptan la forma de una asociación de carácter público que se manifiesta como una organización estable que vincula jurídicamente a una pluralidad de personas que se proponen fines de carácter político.” XIFRA HERAS, JORGE, Formas y fuerzas políticas, Barcelona, Bosch, 1958, p. 34.

(…) son organizaciones que persiguen el objetivo de colocar a sus representantes declarados en apuestas de gobierno.” JANDA, KENNETH, A conceptual framework for the comparative analysis of political parties, Sage, 1970, p. 83, cit. en: SARTORI, G., op. cit., p. 90.

“(…) agrupación organizada, estable, que solicita apoyo social a su ideología y programa políticos, para competir por el poder y participaren la orientación política del Estado.” VERDÚ, PABLO L., Principios de ciencia política, v. 3g, Madrid, Tecnos, 1970, p.30.

“Un partido político es una institución que busca influir en el Estado, generalmente tratando de ocupar posiciones en el gobierno, y usualmente consiste en algo más que un interés en la sociedad y trata, en algún grado, de agregar intereses.” WARE, ALAN, Political parties and party systems, Oxtord, Oxtord University Press, 1996, p. 5.

“Un partido político es una institución, con una organización que pretende ser duradera y estable, que busca explícitamente influir en el Estado, generalmente tratando de ubicar a sus representantes reconocidos en posiciones de gobierno, a través de la competencia electoral o procurando algún otro tipo de sustento popular.” ABAL MEDINA (H), J., “Elementos teóricos para el análisis contemporáneo de los partidos políticos.”, en: CAVAROZZI, M. y ABAL MEDINA, J. M. (comps.), El asedio a la política, Rosario, Homo Sapiens, 2002, p. 38.

 

Revolución, guerra, partidos, facciones: Europa y América 1760-1810

La revolución de América fue, según Juan I. Gorriti, protagonista de los primeros pasos del movimiento en el Plata, “un suceso que no podía sorprender a un sujeto medianamente pensador”. El descontento criollo con el dominio español y el desprestigio de la Corona (el testigo calificaba de “imbécil” a Carlos IV) lo hacían inevitable. Esa causalidad queda incompleta si no se considera el marco internacional: los partidarios de las revolución se movían en un contexto de fuerte confrontación de poderes estatales e ideas propicio al estallido (y la simultaneidad de pronunciamientos en el continente así lo indica). Las diversas posiciones evidentes en los heterogéneos conjuntos de defensores de las “nuevas ideas” y de partidarios del “antiguo régimen” se reflejaron en alguna medida en los partidos y facciones americanos.

Las revoluciones iberoamericanas de principios del siglo XIX tuvieron como marco la eclosión del doble “volcán regional” –Hobsbawm dixit– de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial inglesa. En ambos países se incrementó el ascenso de la burguesía, que en Francia dirigió la marcha de la revolución y que ganó la primacía social y la mantuvo bajo el dominio de Napoleón.

Tales eventos fueron precedidos y acompañados por la infiltración en las colonias de libros, periódicos y panfletos imbuidos de la ideología política, social y económica de la Ilustración y del liberalismo europeo. El pensamiento de escritores como Montesquieu, Rousseau o Voltaire incidió en las mentes de los futuros líderes de Mayo (como lo demuestran sus dichos y acciones y el contenido de sus bibliotecas). Los enfrentamientos de partidos dentro de la revolución gala y del Parlamento británico (realistas, jacobinos, girondinos, etc. en el primer caso; conservadores –tories– y liberales o whigs en el segundo) eran conocidos entre los sectores ilustrados de Latinoamérica. Debe tenerse en cuenta, también, el ejemplo de la Revolución norteamericana (1776-1783) de ideología liberal, pero con sectores internos enfrentados en tomo de cuestiones como las autonomías estatales frente al poder central o la abolición de la esclavitud. Entre los antecedentes latinoamericanos se contaban el levantamiento de Tupac Amaru (1780), la emancipación haitiana (1804) o los movimientos de Chuquisaca y La Paz (1809). Por otra parte, la Europa de la época se caracterizaba por el estado de guerra general entre Francia y las sucesivas coaliciones europeas en las que siempre aparecía Inglaterra en primer plano. Las guerras napoleónicas implicaban, además de los intereses de las distintas potencias, otros ‘frentes’: el resurgir nacionalista ante la ruptura del equilibrio por una potencia hegemónica, el conflicto en el seno de cada país provocado por el emperador al introducir las reformas civiles en los territorios sometidos a su influencia. En el Río de la Plata se sintieron los coletazos de esa beligerancia: las Invasiones Inglesas y el posterior vuelco de las alianzas (con la formación de la coalición anglo-española) incidieron en las luchas por el poder. (La breve y trágica carrera política del ‘francés Liniers’ ilustra desde un caso individual los extremos de esos avatares.) La situación naval en el Atlántico fue otro factor determinante. Durante el siglo XVIII, pese a los esfuerzos de España y Francia por mantener flotas de guerra poderosas, el predominio estuvo casi siempre en manos de la Royal Navy (“el mar para los peces… y los ingleses” se decía en España). La victoria de Nelson en Trafalgar (1805) redondeó esa circunstancia. Superior numérica y técnicamente, la Marina Real “gobernaba las olas”. Con ese respaldo, la influencia de SMB se hizo sentir entre los sectores criollos revolucionarios mediante los intereses comerciales, la diplomacia, los agentes, los espías y las logias secretas. El traslado de la corte portuguesa de Lisboa a Río de Janeiro –concretado bajo la protección de la Marina de SMB– era otra de las piezas en el tablero sudamericano en vísperas de Mayo. Surgió así un partido “carlotino” dentro de las corrientes independentistas (Belgrano habla en sus memorias de sus proyectos para instaurar una monarquía constitucional e independiente con la titularidad de la princesa Carlota Joaquina de Borbón). Menor fue la influencia del modelo estadounidense, sin embargo en 1810 un marino norteamericano que visitó Buenos Aires en tiempos de la instalación de la Primera Junta narró a sus compatriotas que los jefes revolucionarios

porteños –a los que no identificaba con precisión– buscaban implantar un régimen tan similar al de los Estados Unidos como lo permitieran las circunstancias locales. El nacimiento de tendencias, facciones o partidos en la Argentina de 1810 y los años precedentes, junto a los intereses e ideales locales y las aspiraciones o ambiciones personales (que todo ello contó, como siempre ocurre), estuvo condicionado por la situación de la metrópoli, los modelos y la situación de lo que hoy se llamaría “primer mundo”, los éxitos y derrotas de los contendientes en el predominante Viejo Mundo, las ideologías en disputa en Occidente. A principios de 1810, ese contexto planteaba a los rioplatenses difíciles interrogantes: ¿lealtad a los Borbones o aprovechamiento de su caída para concretar la emancipación?; en este último caso: ¿monarquía

constitucional o república?, ¿centralismo o federalismo?, ¿acelerar los pasos con proyectos audaces y radicales o aguardar a que escamparan los cielos de Europa?..

GABRIELA. RIBAS

 

 

“Derecha, Centro, Izquierda”… los orígenes de una polémica clasificación

“Los términos ‘Izquierda’ y ‘Derecha’ han llegado a constituir un elemento esencial en el vocabulario político e histórico, tanto a un nivel popular, como a un nivel más selecto. Esta polarización que es un producto de la Revolución Francesa y del extendido procedimiento parlamentario europeo, según el cual los radicales toman asiento en el lado izquierdo de la cámara legislativa, vista desde el sillón presidencial, mientras que los conservadores se sientan a la derecha, constituye desde hace algún tiempo la escisión fundamental de la sociedad moderna; una diferenciación de principios, actitudes y puntos de vista políticos (…). En la Asamblea Constituyente de 1789-91 surgieron cuatro grupos principales, que se mostraban dispuestos a cambiar de actitud ante cada problema específico, pero que, sin embargo, podemos designar como la Derecha (…) el Centro Derecha (…) el Centro Izquierda (…) y la Extrema Izquierda (…). Fue durante los debates relativos al veto real, cuando la Asamblea se dividió por primera vez en Derecha, Centro e Izquierda, denominaciones que venían a representar, respectivamente, el deseo de un veto real absoluto, suspensivo y de una supresión de todo veto. En lo relativo a la estructura del [poder] Legislativo, la Derecha y el Centro favorecían la constitución de una Cámara alta, mientras que el Centro Izquierda y la Izquierda se oponían a todo factor hereditario, se presentaban unidos en su solicitud de una legislatura unicameral.

La Izquierda y el Centro Izquierda insistían en que todo el poder debería pertenecer a la asamblea electa. Por su parte la Derecha y el Centro Derecha deseaban que el rey tuviese un poder auténtico (…). El derecho de voto existente establecía una distinción entre ciudadanos activos y pasivos, de los cuales los últimos disfrutaban únicamente de derechos naturales y civiles, mientras que los primeros poseían también el derecho de voto [respecto de esta limitación, los dirigentes de la Izquierda] se opusieron a ella continuamente durante la Asamblea Constituyente (…).”

CAUTE, DAVID, Las izquierdas europeas desde 1789, Madrid, Guadarrama, 1965, pp. 9, 26 y 27.

 

 

Bibliografía y fuentes

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ABAL MEDINA (H.), JUAN, “Elementos teóricos para el análisis contemporáneo de los partidos políticos: un reordenamiento del campo semántico”, en: CAVAROZZI M. y AVAL MEDINA. J. M. (comps.). El asedio a la política. Rosario, Homo Sapiens. 2002.

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FichaTécnica

DEPARTAMENTO DE HISTORIA DEL COLEGIO NACIONAL DE BUENOS AIRES. UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES.

DIRECTORA: Prof Aurora Ravina.

 

REDACTORES:

Prof. Alejandro Cristófori.

Prof. Aurora Ravina,

Prof. Gabriel A. Ribas,

Prof. María Cristina San Román.

 

AUXILIARES DE INVESTIGACION:

Prof. Karin Grammatico;

Prof. Sergio Galiana.

 

TEXTO GENERAL Y SELECCIÓN DOCUMENTAL:

Prof. Aurora Ravina.

 

Consultas y comentarios: historia@cnba.uba.ar

ISBN Tomo 1: 987-503-359-6

ISBN de la obra completa: 987-503-360-X

Impreso en el mes de Mayo de 2004.

 

 

 

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