De la autonomía con inclusión a la dependencia con exclusión

Por Gustavo Gálligo.

El 22 de noviembre no se inauguró en la Argentina la era de la alternancia, como livianamente sostienen algunos analistas. En verdad, se consumó nada más y nada menos que un cambio de modelo. De uno autónomo y de inclusión, a otro dependiente y de exclusión.

 

Desde ya que Mauricio Macri no es precisamente un líder político, ni mucho menos un preclaro exponente de la dada en llamar “nueva derecha”, que se ofrece como una supuesta democracia “progre”, utilizándola como un valor incondicionado y universal, absolutamente descontextualizada de las relaciones del poder real con el capital concentrado, que se ha convertido en una de las expresiones privilegiadas –incluso con más posibilidades de seducción que las derechas reaccionarias y las izquierdas infantilistas– del ordenamiento neoliberal, que hasta logra desdibujar la oposición público-privado. Macri se presenta como lo que es: el candidato “con dueño”, mediocre repetidor de slogans que los estrategas de marketing le asignaron, que ha pasado a ser, sin ocultamiento alguno, el presidente que representa los intereses de las corporaciones financieras, económicas y mediáticas. Parece casi una vergüenza, cuando se están cumpliendo 10 años del No al ALCA, un acontecimiento histórico producido en Mar del Plata por un puñado de presidentes que con su valiente actitud parieron otro escenario político, social y económico en América Latina; se sucedieron una serie de gobiernos populares en la región que comenzaron a diseñar estrategias que tuvieron directa relación con la integración productiva, con el intercambio de bienes y servicios entre los países de la región, a resignificar la institucionalidad ya creada, el MERCOSUR, y gestar nuevos ámbitos como UNUSAR y CELAC. Desde entonces, la derecha norteamericana y un sector del gobierno demócrata comenzaron a desplegar una política tendiente a quebrar esta unidad, pusieron en práctica acciones de una magnitud y brutalidad jamás vistas en épocas democráticas, que se continúan actualmente. Los denominados golpes suaves, asesinatos selectivos, alzamientos policiales y militares, manipulación del poder judicial, campañas de desestabilización y desprestigio a través de los grandes medios de comunicación, hasta impulsar la destitución de primeros mandatarios. Lo consiguieron con Fernando Lugo en Paraguay y lo están intentando con Dilma Rousseff en Brasil.

Y esto no sólo lo decimos nosotros. Obsérvese que Mark Weisbrot, Coordinador del Centro para la Investigación Económica y Política en Washington DC y Presidente de Just Foreing Policy, ofrece una mirada desde los EEUU dando señales de alerta en el camino al “cambio” en la Argentina. Señala con llamativa agudeza y precisión que: Mauricio Macri, un empresario de derecha, perteneciente a una de las familias más ricas del país, según documentos filtrados de la embajada de los Estados Unidos y publicados por Wikileaks, en una entrevista con la embajadora y con el funcionario del Departamento de Estado a cargo de América Latina, se lamentó porque se estaba siendo demasiado suave con Argentina y de tal forma “incentivando el trato abusivo” (sic) del gobierno kirchnerista con los EEUU. Imperdonable atentado a la política interna de su propio país, y una insalvable contradicción desde que es harto sabido que en la gran depresión económica creada en Argentina, el Departamento del Tesoro de EEUU ha sido el principal responsable de las decisiones del FMI durante la severa crisis de Argentina entre 1998 y 2002; ejerció, efectivamente, una enorme influencia en las políticas que prolongaron y profundizaron dicha depresión. Pero hay otras razones por las que las intenciones de Macri –que llegan muy hondo– son preocupantes; en conversaciones con los funcionarios del Departamento de Estado, refirió que Néstor Kirchner y Cristina Kirchner ejecutaron “un modelo económico fallido”. Durante la campaña electoral ha sido muy impreciso, obviando reconocer que la Argentina en estos años alcanzó niveles de vida de los más altos de América. Según datos oficiales del FMI la economía real de Argentina del 2003 al 2015 (ajustada a la inflación) creció el 78%, el desempleo cayó del 17,2% al 6,9%, se construyó el programa más grande del continente de transferencia de recursos a los sectores más humildes, la pobreza se redujo en un 70% y la pobreza extrema en un 80%. Pero estos datos no alcanzan para describir la magnitud de los logros de Néstor Kirchner, que al igual que Franklin D. Roosevelt durante la gran Depresión de EEUU, tuvo en contra a la mayoría de los economistas y a los grandes medios de comunicación; y Cristina Kirchner también tuvo que librar una serie de batallas para continuar con el progreso económico de Argentina. En los últimos cuatro años el desarrollo de un mercado negro del dólar ralentizó el crecimiento e incrementó la inflación. Así también se dan shocks externos desfavorables, la economía regional tendrá crecimiento negativo y Brasil, el mayor socio comercial, se encuentra en recesión y ha visto desplomar su moneda (aun así, Argentina es el único que mantuvo crecimiento positivo). Como colofón, un juez administrativo de Nueva York tomó la decisión política de bloquear el pago de deuda a la mayoría de sus acreedores. Desde ya que existen problemas importantes que necesitan ser corregidos, pero atención que en su momento Ronald Reagan prometió un cambio y los sectores populares llevaran la peor parte de un tremendo ajuste, como ocurrirá ahora con la gente pobre y trabajadora de Argentina; existe un enorme riesgo de que al implementarse “soluciones” de corte derechista, podría ponerse en marcha un ciclo contraproducente de austeridad y recesión como las que estamos viendo en Grecia y en la eurozona, máxime cuando Macri no cuenta con el talento de Reagan como actor ni como comunicador para poder transformar radicalmente a la Argentina. También ha desestimado la política de derechos humanos de los Kirchner, tildándolo de mero espectáculo político. “Cambiemos” es un slogan atractivo, pero la pregunta es ¿un cambio hacia qué?

Entonces, cuando se habla de cambio, cabe preguntar ¿a qué refieren? Digamos que nuestro país ha vivido distintos cambios, algunos positivos como la incorporación de una clase social a la plena participación política y a la distribución del ingreso nacional, la dignificación de la mujer que incluyó ampliación de representatividad con el establecimiento del derecho cívico femenino, durante el primer peronismo, y otros atroces, como la violación de los derechos humanos y sociales colectivos en las dictaduras. Los integrantes de la Alianza Cambiemos nunca especificaron a qué cambios apuntaban. En realidad no hacía falta que lo hicieran, se opusieron sistemáticamente a todas las trasformaciones y políticas de ampliación de derechos concretadas por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Ahora, ya electo, Mauricio Macri declara sin ambages su alineamiento con los designios de EEUUU –otra vez las relaciones carnales y, para que no queden dudas, en lo estrictamente financiero y comercial anunció el realineamiento de la Argentina con la Alianza para el Pacífico, en un claro intento por debilitar el ordenamiento para el desarrollo autónomo impulsado por los gobiernos nacionales, populares y democráticos de la región, romper el círculo virtuoso que se había creado que permitió potenciar la industria nacional, el consumo interno y la ejecución de políticas activas de inclusión social.  Fue más lejos, habrá de firmar el Acuerdo Transpacífico que tiene por objeto reformular la política de dominación económica en el planeta y consolidar el capitalismo más salvaje, siempre en detrimento de los países emergentes.

En un encuentro reciente organizado por la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, se analizó la situación imperante en Latinoamérica y reflexionaron sobre las dificultades y limitaciones del “modelo económico industrialista autónomo” cuando se presenta el desafío de trascender los liderazgos, que tiene que ver con sus propias características intrínsecas puesto que las transformaciones fueron posibles a través de elecciones democráticas que plantean el problema de la sucesión inmersos en enormes campañas calumniosas y de desinformación mediática que, a la postre, son coadyuvantes para hacer fluctuar el voto deviniendo volátiles las representaciones.

Llegado a este punto, resulta imposible soslayar el asedio ideológico, la calumnia, los despropósitos y la vulgaridad de que es objeto la Argentina en grandes sectores de la prensa europea, agudizado a partir de las falsificaciones del “caso Nisman”. Como bien lo señala Eduardo Febro en un artículo reciente publicado por Página 12: diarios y semanarios de izquierda o de derecha arremeten con la más infame de las demostraciones contra nuestra historia más reciente y en particular contra el peronismo como movimiento político. Los diarios El País de Madrid y Le Monde de París, han caído en la más sucia de las falacias y el agravio. Reproduciendo los lineamientos de La Nación y Clarín, acusan a la presidente saliente de “patética”, “antioccidental”, “de expoliar a los acreedores”, “autoritaria”, y de ser una “caudillo de pacotilla” del peronismo. Ello sin hacer jamás la más lejana mención a las espantosas dictaduras que postraron al país, menos aún a la crisis de 2001, a la agresión bancaria mundial que la precipitó, a los muertos por la represión, a la potencia imaginativa y la solidaridad con la cual la sociedad se levantó de aquellos abismos. Es más, durante la crisis financiera de 2008, las agencias de calificación y los fondos buitres eran enemigos universales. Pero cuando la Argentina los enfrentó como nadie y fue modelo de dignidad ante el mundo para aplicar pagos sustentables a los acreedores, pasó a ser el adversario incordioso, mezclando insolentemente Nación, Estado, Sociedad y Gobierno, omitiendo no solo nuestra historia, sino la de ellos. Han celebrado la derrota electoral del kirchnerismo como una victoria propia. Olvidan que en Francia las erráticas intervenciones en el mundo islámico, con expediciones militares incluidas, la han convertido en blanco del terrorismo, y la sociedad parisina, sumida en la inseguridad, critica duramente a su dirigencia política. En España llevan cuarenta años de transición, recién ahora se promete algo sencillo y útil como lo es devolver la hora española a la realidad, a la misma que tienen en Francia, Inglaterra, Italia y Canarias, y deshacer ese “regalito” que el dictador Franco le hizo a Hitler, que Madrid tuviera la misma hora que Berlín. En definitiva, los plumíferos escribas de derecha y sus acólitos europeos de izquierda le hacen pagar al poder saliente en Argentina todas las veces que les dijo No.

Digamos que esta cuestión de que el peronismo es un significante vacío, fue admirablemente respondida por Ernesto Laclau, que además reivindica las políticas populistas de la América Latina para enfrentar a los ciclos del mercado mundial, esencialmente a las políticas neoliberales del mundo globalizado. Entre nosotros, Alejandro Horowicz, reivindica la autonomía política relativa que consiguieron los gobiernos K puesto que significó salir de la democracia de la derrota, y si bien proviene de la izquierda, reconoce que: para nuestra generación la política era parte de estar vivo, por lo tanto para hacer política había que pensar el peronismo. Desde 1945 para acá, quien no haya pensado el peronismo no puede hacer política. Lo que estamos viendo con la victoria de Macri es un retroceso terrible, vamos a tener que aguantar un cachetazo muy duro, en los hechos significa el consenso del golpe corporativo sin los instrumentos militares del golpe. Con las nuevas formas de desestabilización la idea de que un golpe de estado es una operación de fuerza donde el consenso no existe, es una grave equivocación. La idea de que esto se resuelve con una victoria electoral de medio tiempo dentro de dos años es aterradoramente ingenua: o el movimiento popular para la crisis o la crisis deshace al movimiento popular. Esta es la auténtica y real disyuntiva de aquí en más.

Para responder a este desafío hay que eludir provocaciones, como esta parodia de la entrega del bastón y la banda a Macri, que incluyó otra inédita y vergonzosa cautelar para que insólitamente el poder judicial adicto ponga hora de terminación a un mandato constitucional de acuerdo al Código Civil. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, no podrán ocultar que esta presidenta se va cumpliendo íntegramente dos mandatos, reconocida por el pueblo, y no en helicóptero mientras se baleaba a la gente en las plazas, como lo hizo la anterior Alianza. Todo conduce a comprender que la primacía es de la política. Hoy se da el renacimiento de una militancia convencida y vigorosa que se extiende imparable por toda la geografía nacional. Habrá que resistir los embates de una dictadura conservadora, mediática y judicial, que en la práctica implica la reinstalación de un bloque dominante atendido por sus propios dueños. Haciendo política volveremos a estar fortalecidos para pasar nosotros a la ofensiva y reconstruir democráticamente el consenso mayoritario de la sociedad hacia el movimiento nacional y popular.     

 

Gustavo Gálligo / Diciembre 2015            

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