El 17

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A 80 años de aquel 17 de octubre. Mario Bellocchio

Miércoles 17 de octubre de 1945, en una semana exactamente, el 24, cumpliría seis años, se venía la primaria en “mi” escuela, la Antonio A. Zinny de Salas 565, en la manzana oval del barrio Cafferata. O sea, muy pequeño para protagonizar y con la memoria frágil para los hechos adultos. Sin embargo, recuerdo vivamente la ausencia en casa de mi viejo y del tío Roberto, el hermano mayor de mamá, que, según me contaba mi vieja –entre teta y teta a Jorgito, mi nuevo hermano (dos meses y pico) después de Susi, la del medio–, habían ido a la Plaza de Mayo para que lo soltaran a Perón, por entonces en cana, un milico que desde la Secretaría de Trabajo se había ocupado de crear nuevos derechos para los obreros, que papá y el tío defendían ardorosamente, en discusiones familiares de domingo por la tarde con el abuelo Santiago en la vecina cocina de los abuelos, partida de dados mediante, entre el poneme 4 al 2 o bajame la doble.

Recuerdo haberle preguntado al abuelo Santiago –el “Toti”, mi Google de aquellos tiempos y maestro de lectura con la cartelería tranviaria– por algo que voceaban los canillitas junto a ¡La Razón y Noticias! (Gráficas): ¡Salió la nueva ley! ¡El estatuto del peón de campo!

¿Qué es eso, Toti?; para recibir la cortante respuesta: “cosas del fachista de Perón, m’hijo, nada de importancia”.

Lo que sería el bautismo peronista para el tío y mi viejo estaba en ciernes y en casa de los abuelos todos estábamos pendientes de la radio escuchando como se venía el “aluvión zoológico”, según diría , un par de años más tarde, el “radicha” Ernesto Sammartino, para referirse a la “negrada que se venía a mojar las patas en las fuentes de la plaza” (de Mayo), según sus expresiones, y aprovechando el momento para cortar las cintas de lo que años más tarde se conocería como “la grieta”.

Este recuento no lo ubico muy bien en el tiempo, ochenta años después, pero en el barrio habíamos unos cuantos peronchos. Los vecinos, por empezar, como los Cuomo, tres hermanos de nuestras edades de familia. El mayor, el Cheche, mi primer amigo. Ana y Carlitos y, medianera mediante, los Villar cuyo pater familia, Antonio, llegó a secretario de López Rega (¡hum!).
Y gente “radicha” o socialista que, aunque comulgaba con las ideas no se bancaba ciertas actitudes que llamaban “demagógicas” del líder, ni a la Fundación, ni a “la Eva”, como le decían despectivamente a Evita. Esa típica clase media con aspiraciones de Recoleta, que circunstancialmente se bancaba un depto de pasillo en Barracas, hasta que ligaban algo… ¡Ahí agarrate!, porque, poder mediante, se le iban todas las ideas populares al carajo y pasaban de un salto de socialistas a ultraconservadores. Lo esencial era (es) que ellos no eran (son) “negros de mierda” o “cabecitas negras” como se los llamaba en aquel tiempo. Como se ve, nada demasiado nuevo hay bajo el sol de 80 años después.

Recuerdo que la curiosidad por algunos cantos que venían del parque –el Parque Chacabuco, por entonces, frente a mi casa– nos llevó a la puerta de calle para encontrarnos con un grupo de lo que parecía una barra futbolera o una murga sin disfraces, sólo ropas humildes, unos 20 a 30 muchachos entonando una versión musical a imagen y semejanza de una canción popular española que se entonaba en las calles allá por la Guerra Civil, convenientemente corregida en letra: Yo te daré, te daré, niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo solo sé: ¡café!

Los muchachos se habían dado varias licencias inspiradoras: ¡Yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con “P”, PerÓn!  Y El “Perón”, “sonaba como un cañonazo”, diría Marechal.

Leopoldo Marechal, años después contaba que…

“Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y, enseguida, su letra:

  •  “Yo te daré
  • te daré, Patria hermosa,
  • te daré una cosa,
  • una cosa que empieza con P
  • Perooón”.

 Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina ‘invisible’ que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista”.

No puedo decir lo mismo que Marechal, era muy pequeño aún, pero esas balas que pican cerca van dejando su huella.

En la madrugada del 18 cayeron de regreso, mi viejo y el tío Roberto como viniendo de un festejo (¡Y lo era!) Bajaron del tranvía 26 –andaba toda la noche– que los había dejado en la puerta de casa. No recuerdo si hacía calor o no, lo que sí retengo es que venían sin sus camisas. Acababan de escuchar la voz del coronel reafirmando a sus primeros “descamisados” …

“…quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el honroso uniforme que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la patria. (…) Es el mismo pueblo, que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer este pueblo grandioso en sentimiento y en número. (…) recuerden, trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa patria, en la unidad de todos los argentinos.”

Fermín Chávez calificó aquel mensaje como “el hecho singular que fue bautismo y confirmación al mismo tiempo del factum justicialista”.

Acababa de nacer el peronismo, una fuerza política singular, inextinguible a pesar de las zancadillas, del gorilaje, de los contreras y los vendepatria. Un ave fénix criolla que llegó hasta el estado de prohibición legal durante “La fusiladora” –créase o no, estaba prohibido por ley nombrar a Perón, Evita y al justicialismo–.

Los tiempos han cambiado drásticamente.

Estará en nosotros revivir aquel “únanse, sean más hermanos que nunca” para retornar al poder con ideas inextinguibles.

El rescate ya no es el de un coronel encarcelado, es el de un pueblo entero que necesita levantarse del marasmo en que lo ha sumergido el neoliberalismo y se trata de una tarea ciclópea que no tendrá espacio para debilidades ni vedetismos.

 

 

 

 

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