Cromañón

Cromañón: lo único que queda vivo, es la muerte. Mario Bellocchio

Se veía venir y nadie movió un dedo para que no sucediera. O los movieron para atrapar vorazmente coimas o arrojar una bengala hacia el techo. La pirotecnia que se venía tirando en espacios cerrados con cielorrasos inflamables se la tomaba como un folclore rockero ineludible…, festejable y ¡convocable!

Un local habilitado para 1500 personas metía 4500 y nadie les pedía explicaciones. Y si había que hacer la vista gorda con la cantidad de gente o la inutilidad de 10 –descargados– de los 15 matafuegos, ahí estaba la “cometa tapabocas y sanciones”.

Una salida de emergencia se cerraba herméticamente con candados y alambres y se explicaba que era para evitar a los colados. El embudo precipitaba hacia la tragedia…, y sucedió.

El 30 de diciembre de 2004 se cruzaron todas las aviesas coordenadas de la muerte y la guadaña se apoderó de un solo zarpazo de 194 –inicialmente– jóvenes vidas y más de 1500 heridos. Un “anciano” de 50 años, Pedro Gabriel Espinoza, encabeza la lista etaria; Macarena Sol Cwierz de tan solo 4 años, la cierra; el resto, a un promedio que no supera los 22, lleva la macabra carga de varios niños y adolescentes. La peor tragedia mundial en la historia de los conciertos de rock y una de las mayores por causas no naturales en Argentina1 que tuvo en vilo ese fin de año a cuantos vimos el angustioso ulular de las ambulancias atestando los hospitales de la ciudad. No hay manera de restarle un solo grado a la temperatura de este drama. No podía aguardarse otra cosa que el clamor popular en la búsqueda de los responsables.

En principio, Omar Chabán, quien regenteaba el lugar, recibió todas las miradas acusatorias por las condiciones en que se desarrolló el espectáculo el día de la tragedia.

República Cromañón fue un establecimiento donde se realizaban conciertos y eventos. Se encontraba en Bartolomé Mitre 3060/3066/3070, a metros de Plaza Miserere (Once). El lugar había sido inaugurado el 12 de abril de 2004 con un recital de la misma banda que tocaba el fatídico día del incendio: “Callejeros”.

Omar Chabán era una figura muy importante2 para el desarrollo del rock argentino de finales del siglo xx, ya que dos lugares emblemáticos  del “under” de la época, Café Einstein y Cemento, eran de su propiedad.

Como suele suceder, el mundo del rock que reverenciaba al personaje, prontamente se olvidó de mencionar que los “antros” de Chabán representaban una especie de alternativa al circuito de espacios “civilizados” –menos accesibles para el común de las bandas– que habían brotado recientemente: “Obras”, concesionado por Pop Art, “El Teatro”, “La Trastienda” y algún otro. Esa falta de control que prevalecía en Cromañón y Cemento, de algún modo, le permitía a los artistas imponer sus reglas: entre ellas, la contratación de “patovicas”3 que no maltrataran a la gente.

“Las bandas nos sentíamos cómodas en Cemento y en Cromañón. No reparábamos en otras cosas”, acota Toti, de “Jóvenes Pordioseros”. “Antes había que pasar por Cemento para ser alguien en el under. Y ahora tenías que hacerte fuerte en Cromañón, es la verdad. ¿Por qué no lo dice nadie? Porque nadie quiere quedar pegado”.

Decía Pablo Plotkin en una entrevista de Página 12 a varios periodistas habitué de notas rockeras, publicada el 13 de febrero de 2005: “El ritual empieza con la masificación de Los Redondos, si bien es una broma del destino, porque es una banda que no tenía nada de demagogia. Pero había algo en el discurso del Indio Solari que hablaba de desintegrar esa barrera entre público y artista. Los viajes al interior fueron una consagración de esa liturgia muy fuerte, ahí se veía todo, el sacrificio, lo sacrificial del show de rock, eran peregrinaciones, con pibes pasando hambre, frío, a la intemperie. Y el momento de recompensa era el show y la noción de que ibas a tener un lugar de protagonismo en esa especie de ceremonia”.

Los recitales que se hacen sin publicidad paga son muy significativos para el público del rock masivo. Si llenan un estadio, la sensación es que son algo real, que está en la calle. La Renga llenó Huracán el año pasado sin un centímetro de aviso en ningún lado. No sé si hay un caso así en el mundo.

Muchos asumen el discurso de pyme, de empresa independiente. Hacerse cargo de la seguridad en un punto es la idea de ‘nosotros nos arreglamos solos’. O: ‘Preferimos nuestro descontrol antes que el control represivo de las instituciones y en ese descontrol estamos más seguros’. Esa idea que se fue a la mierda con Cromañón. (…)

Quizá lo que se abandonó ahora es la idea de independencia omnipotente. Ni Cromañón era el lugar más contenedor ni Callejeros era el grupo que podía controlar todo. Pero también hay una diferencia generacional. A La Renga le llevó muchos años el crecimiento y fue construyendo un control propio y una estructura empresarial muy grande y fuerte. Callejeros empezó tocando para 2000 y terminó para 15.000 en un año. En ese vértigo ascendente obviamente hubo cosas que se les escaparon de las manos”.

A posteriori se produjo el llamado “efecto Cromañón”, una clausura masiva de discotecas y espacios culturales, que incumplían normas de seguridad. De repente aparecieron de la nada inspectores celosos que exigían cumplimiento de las reglamentaciones “al pie de la letra”, actitud que, escaldados con la tragedia, lejos estaba de ser censurable.

Sin embargo, la intención de las autoridades de mejorar la seguridad de los espectadores afectó a los circuitos artísticos independientes. Esto produjo el reclamo de diversas asociaciones de artistas, que incluían desde la apertura de nuevos lugares para trabajar4 hasta la elaboración de una nueva normativa por considerar obsoleta la actual.5

Conocemos de primera mano las exageraciones reglamentarias  implementadas –esas de cubrirse por las dudas– como exigir a una cervecería de Boedo de modesta concurrencia la presencia de una ambulancia en su puerta para permitir el recital de un cantante solista acompañándose con su teclado. O la clausura del pequeño escenario del GON con el “preventivo” fin de obstruir cualquier intento de evento artístico en el local.

Esta clausura masiva no se produjo solamente en la Ciudad de Buenos Aires, sino también en diversas partes del país.6-7 Tras Cromañón se establecieron nuevos estándares de infraestructura, seguridad, control y capacidad que en un primer momento, al no haber casi ningún espacio que lograra calificar en esos niveles, provocaron los cierres masivos. Inclusive, la onda expansiva de Cromañón se trasladó al ámbito de los actos masivos políticos, y por eso durante los primeros años post-Cromañón hubo controles para que no asistieran más manifestantes que el espacio permitido.

El cierre masivo de bares y discotecas en la ciudad de Buenos Aires fue una tendencia que tardó literalmente años en revertirse: recién en 2007 se promulgó una nueva ley que establecía nuevas normas para la actividad de locales con presentaciones de bandas, bajo la estereotipada figura legal de “club de cultura”.8

En el reparto de responsabilidades, el jefe de Gobierno de aquel entonces, Aníbal Ibarra10, aparecía en la consideración popular, fogoneada desde el macrismo, como el “responsable político” de la tragedia y la enorme familia parental de aquella noche clamaba, con justa razón y oprimido pecho, castigo a los responsables.

Las huestes del domador de reposeras, Mauricio Macri, con su reciente posibilidad dilapidada en las elecciones  del 14 de septiembre de 2003 que finalmente culminaron con la reelección de Ibarra,  “olieron sangre” y construyeron hábilmente una estructura de destitución por juicio político, ya que no se podía por las urnas.

El 7 de marzo de 2006, y tras un tiempo de investigaciones, terminó el juicio político contra Aníbal Ibarra9. Dentro del marco del primer proceso legislativo de la historia argentina por mal desempeño contra un jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, fue destituido tras 10 votos a favor, 4 en contra y 1 abstención.

Como consecuencia, Jorge Telerman –entonces vicejefe de Gobierno– asumió y se desempeñó en dicho cargo hasta el 10 de diciembre de 2007.

Mientras tanto, a principios de agosto de 2006, la jueza María Angélica Crotto sobreseyó a Ibarra en la causa del incendio de Cromañón porque consideró que no había suficientes elementos y pruebas para acusarlo de “homicidio culposo” e “incumplimiento de sus funciones públicas”. Basado en ese dictamen Ibarra aseguró que “fue una injusticia” el juicio político en su contra.

La tragedia va a tener una impensada derivación política: la “instalación amarilla” en la Ciudad de Buenos Aires.

Por su parte, Omar Chabán, el responsable artístico y propietario del local devenido infierno, fue detenido horas después de la tragedia de Cromañón y liberado en 2005, cinco meses más tarde. Pasó 166 días en libertad en casa de su madre y en una Isla del Delta y luego volvió al Penal de Marcos Paz donde permaneció más de 2 años, hasta que consiguió su excarcelación y fue liberado el 7 de diciembre de 2007. Esperó el inicio del juicio en su contra refugiado en una casa que le prestaron a unos 100 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Omar Chabán llegó al juicio procesado por los delitos de “estrago doloso seguido de muerte” y “cohecho activo” que contemplan una pena de hasta 26 años de prisión.

El día 19 de agosto del 2009, el Tribunal Oral Criminal 24 lo condenó a 20 años de prisión. En abril de 2010 continuó en libertad debido a que apeló su sentencia ante la Cámara de Casación Penal.

En abril de 2011 la Cámara de Casación revisó la sentencia condenando a Chabán, todos los miembros de la banda “Callejeros” y otras personas involucradas como partícipes necesarios del delito de “Incendio Culposo seguido de muerte en concurso real con cohecho activo”.

Finalmente el 17 de octubre de 2012 fue sentenciado a 10 años y 9 meses de prisión. Se ordenó el inmediato cumplimiento de la pena impuesta a todos los condenados por el caso Cromañón (catorce en total).

Falleció el 17 de noviembre de 2014 a causa de un cáncer que determinó su internación en el Hospital Santojanni y posterior deceso. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio Islámico de San Justo.

Todos los procesos tienen su costo. La evo/invo/lución –según se la mire– del rock nacional en esos años pagó el durísimo precio de la tragedia y ha dejado su reguero artístico y político que sigue pasándonos la factura de su permanencia. En la Ciudad tenemos instalada la patota inmobiliaria a partir de aquel amargo aprovechamiento del legítimo dolor ajeno que supo darle el empujón a Ibarra culpándolo de lo que la justicia lo absolvió. El “analfabetismo político” termina castigando al pueblo y a sus propios analfabetos.

Sin embargo, cuando uno repasa el dolor de aquella noche,  todo lo que pueda decirse –aún hoy después de 18 años– suena a palabrerío hueco frente a las patéticas imágenes de Cromañón que las fotos atestiguan. La montaña de zapatillas se interpone al borrador de las palabras o del tiempo.

Lo único que queda vivo de aquel horror, es la muerte.

 

  1. Otras tragedias no naturales de la historia argentina fueron La Semana Trágicade 1919, los fusilamientos de la Patagoniade 1920 y 1921, la caída del tranvía el Riachuelo en 1930, el Bombardeo Aéreo al centro de Buenos Aires en 1955, con más de 300 muertos, el hundimiento del buque Ciudad de Buenos Aires en 1957, la avalancha de River Plate en 1968 conocida como la Tragedia de la puerta 12, los ataques terroristas de la Embajada de Israel en 1992, el de la AMIA en 1994 y la Tragedia de Once en 2012, los ocho más grandes accidentes aéreos de 1957, 1959, 1961, 1970, 1977, 1988, 1997, 1999, etc.)
  2. Clarín, ed. (2 de enero de 2005). «Una figura clave del under».
  3. Término utilizado en la Argentina para denominar al empleado que vigila y cuida el orden en discotecas y lugares similares. Fuente:Wikcionario.
  4. La Gaceta, ed. (11 de octubre de 2009). «Los artistas independientes buscan su espacio».
  5. Página/12, ed. (9 de febrero de 2005). «“Las contradicciones no se resuelven así”».
  6. Clarín (12 de febrero de 2005). «Conurbano: cómo cambió la noche por el efecto Cromañón».
  7. Página/12, ed. (12 de enero de 2005). «El síndrome Cromañón en las playas de Villa Gesell».
  8. 50 años de rock en Argentina (p 329), autor: Marcelo Fernández Bitar, editorial: Sudamericana, ISBN: 978-950-07-5417-0
  9. Aníbal Ibarra fue elegido jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el 7 de mayo de 2000 por la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, cargo que asumió el 7 de agosto del mismo año. En aquellas elecciones, la fórmula Aníbal Ibarra-Cecilia Felgueras se impuso con el 49,4%, consiguiendo el segundo lugar la fórmula Domingo Cavallo-Gustavo Béliz, del partido Encuentro por la Ciudad, quienes no se presentaron a la segunda vuelta. Obtuvo la reelección el 14 de septiembre de 2003 tras imponerse en segunda vuelta a la fórmula de “Compromiso por el Cambio”, integrada por Mauricio Macri-Horacio Rodríguez Larreta. Aníbal Ibarra asumió este segundo periodo el 10 de diciembre de 2003.

 

HONORABLE CONGRESO DE LA NACION ARGENTINA / 2022-11-09

Ley 27695

Declárase de utilidad pública y sujeto a expropiación.

El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. sancionan con fuerza de

Ley:

Artículo 1º- Declárase de utilidad pública y sujeto a expropiación, en los términos de la ley 21.499, los inmuebles sitos en Bartolomé Mitre 3038/78, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, nomenclatura catastral circunscripción 9, sección 13, manzana 76, parcela 3, y en Jean Jaures 51, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, nomenclatura catastral circunscripción 9, sección 13, manzana 76, parcela 8; predios popularmente conocidos como “República Cromañón”.

Artículo 2º- Los inmuebles identificados en el artículo 1º de la presente ley serán destinados a la creación de un espacio dedicado a la memoria de lo ocurrido el 30 /12/ 2004 […].

 

 

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