Sarmiento y la educación a la “barbarie”

En 1945 se adoptó la fecha del 11 de septiembre como “Día del maestro”. Por Mario Bellocchio 

La educación antes de las iniciativas de Sarmiento era para las élites, con mucha presencia de la iglesia, y generalmente con la ausencia de la mujer. Lo principal, entonces, del legado de Sarmiento, fue el generar una educación normalizada y común para todas y todos. 

María Luz Ayuso (Historiadora de la educación)

 

 

 

En 1945 se adoptó la fecha del 11 de septiembre como “Día del maestro”, por decreto del entonces presidente de facto, Edelmiro J. Farrell. La resolución oficial señalaba la importancia de la labor docente: “se trata de una actividad fundamental de la escuela la educación de los sentimientos, por cuyo motivo no debe olvidarse que entre ellos figura en primer plano la gratitud y la devoción debidas al maestro de la escuela primaria (…); que su abnegación y sacrificio guía los primeros pasos de nuestras generaciones y orienta el porvenir espiritual y cultural de nuestros pueblos”. Igualmente se señalaba “que ninguna fecha ha de ser más oportuna para celebrar el día del maestro que el 11 de septiembre, día que pasó a la inmortalidad, en el año 1888, el prócer argentino Domingo Faustino Sarmiento”.

 La elección de la fecha, sin embargo, despertó algunas ácidas críticas debido, sobre todo, al conocido repudio de Sarmiento hacia el aborigen y el gaucho. Sostenía Sarmiento: “Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia. No son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos colgar ahora, si reapareciesen en una guerra”. Mientras que en una carta le aconsejaba a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.

 Irremontables conceptos que, sin duda alguna, opacan el bronce del prócer teñido por la pátina “progresista” de la época en que se consideraba a la “civilización” indisolublemente unida a lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea lo que para ellos era “el progreso”. Y “barbarie”, opuestamente, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho. Conceptos que se rescatan en su “Facundo”1 (por Quiroga) –su contemporáneo cuyano– subtitulado “Civilización y barbarie”.

Señala al respecto Felipe Pigna en su libro “Los mitos de la Historia argentina 2”2: Sarmiento fue ante todo un hombre de su tiempo, marcado por profundas contradicciones y una enorme sinceridad que lo llevaba a ser siempre políticamente incorrecto”. Así como insultó a la oligarquía de aquel entonces, contradictoriamente pidió no ahorrar sangre de los mismos gauchos a los que llamaba “el soberano” y se obsesionaba en educar.

Entre 1862 y 1864 como gobernador de San Juan impuso la enseñanza primaria obligatoria a través de una Ley Orgánica de Educación Pública que creaba escuelas para diferentes niveles educativos, entre las que se destacaba  una con capacidad para mil alumnos, el Colegio Preparatorio y una escuela destinada a la formación de maestras.

Ya como presidente de la Nación Argentina, entre 1868 y 1874, siguió impulsando la educación fundando unas 800 escuelas… Y, conocedor de las necesidades comunicacionales que ya entonces se manifestaban en franco desarrollo, impuso el tendido de 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia, pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas.

Su conocido carácter verbalmente agresivo de agudo polemista se tradujo en no pocos enfrentamientos que le valieron el crítico apodo de “el loco”. El loco Sarmiento había propiciado y establecido con éxito un par de colonias de pequeños agricultores en Chivilcoy y Mercedes. Pero ya existía la Sociedad Rural Argentina, un conjunto de hacendados tan retrógrados como los actuales que a través de su presidente, Enrique Olivera, le hicieron saber que el sindicato de los terratenientes consideraba “inconveniente implantar colonias como la de Chivilcoy donde ya estaba arraigada la industria ganadera”. Un verdadero acicate para la habilidad oratoria del entonces presidente Sarmiento: “Nuestros hacendados no entienden jota del asunto, y prefieren hacerse un palacio en la Avenida Alvear que meterse en negocios que los llenarían de aflicciones. Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luro, a los Duggan, a los Cano y los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida mirando cómo paren las vacas. En este estado está la cuestión, y como las cámaras (del Congreso) están también formadas por ganaderos, veremos mañana la canción de siempre, el payar de la guitarra a la sombra del ombú de la Pampa y a la puerta del rancho de paja”.

Éstos también eran parte de los “sincericidios sarmientinos” habida cuenta de que paralelamente opinaba que “Al ver indios y negros no puedo resistir, empero, a la tentación de comparar a los unos con la estructura del babuino, a los otros con la del chimpancé”.

Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda –1874/1880–, en 1875, Sarmiento asumió como Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Obsesionado por la educación primaria justificaba esa limitación: “La educación más arriba de la instrucción primaria la desprecio como medio de civilización. Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Todos los pueblos han tenido siempre doctores y sabios, sin ser civilizados por eso”.

Durante la presidencia de Roca –1880/1886– se desempeñó en el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación y fue durante ese mandato que logró la sanción de la Ley 1420, que establecía la enseñanza primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica.

Sarmiento murió en Paraguay el 11 de septiembre de 1888, a los 77 años de edad. Unos años antes, seguramente presintiendo su ocaso corporal, escribió un mensaje autobiográfico final:

“…sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.

 

 

  1. Felipe Pigna, “Los mitos de la historia argentina 2″, Buenos Aires, Planeta, 2005.
  2. Domingo Faustino Sarmiento, “Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”, Chile, 1845.

 

 

 

 

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