Mirada sobre Goliat

Por Edgardo Lois – Hay libros que se van desgranando de a poco; libros que se van acomodando en la memoria a la manera que un gato, en pleno ronroneo, se deja estar sobre un sillón; 

…el libro se amasa, respira, se construye desde el placer del relato y la idea. Me sucede desde hace un tiempo con La cabeza de Goliat (1940) de Ezequiel Martínez Estrada, uno de esos baches de lectura que se van sustanciando a lo largo de los días. En esta lectura en tránsito me dejo llevar por la tentación y entonces convido con algunos fragmentos al hipotético lector.

Pienso, pensaba en una mirada sobre nuestra ciudad. El desafío de lectura estaba planteado, cuál fue la Buenos Aires de Martínez Estrada, qué, cómo vio mi ciudad, nuestra ciudad, esa que aprendí a querer y a odiar; toda una historia de amor desesperado.

Pero antes de empezar este recorrido mínimo, unas líneas de Christian Ferrer, en el prólogo a la edición (2001, La Biblioteca Argentina) titulado: Gigante, donde nombra el método de análisis utilizado por Ezequiel Martínez Estrada en La cabeza de Goliat. Microscopía de Buenos Aires, su título completo. Ferrer denomina el método como: amargura metódica. Afirma Ferrer: (…) ¿Puede enfermarse una ciudad entera? Sólo en la medida en que se la considere como extensión carnal del alma. Comprendemos que Martínez Estrada disponía de algún tipo de “expectativa antropológica” acerca de los hombres y mujeres de Buenos Aires. ¿Confiaba en una mejoría moral? ¿O acaso percibía una “mutación antropológica negativa” en la cultura argentina? La grandeza de una patología nacional está relacionada a la estatura espiritual de su cabeza: “porque no supimos construir una gran nación construimos una gran ciudad”. (…).

Dice Martínez Estrada sobre ciertas maneras de no ser federal: (…) Las grandes ciudades de provincia han delegado en Buenos Aires, dentro del orden natural de las cosas, ricas porciones de la vida superior del espíritu y cuanto significa continuidad con lo anterior y responsabilidad del futuro. Esta transferencia no se ha hecho, por supuesto, a Buenos Aires como urbe, sino a Buenos Aires como Nación. Quiero decir que no se trata de un depósito de bienes materiales voluntariamente hecho, cuanto de un holocausto de carácter psíquico o religioso, si se prefiere. Las provincias han creído que Buenos Aires, como sede de las autoridades nacionales, era el punto supremo de la aspiración de todos, mientras que Buenos Aires procedió con esos aportes sagrados con un criterio no sólo unitario sino verdaderamente municipal. Se engrandeció, se embelleció, se fortificó, mas exclusivamente como urbe y no como capital federal. (…).

La ciudad tomando velocidad. Pienso: ¿y si el autor tuviera la oportunidad de asomarse a nuestros días?: En aceras y calzadas se mezcla y confunde aquello radiante que emanan objetos y seres bajo la apariencia de un movimiento cada vez más acelerado, que pugna y forcejea por correr. La calma y la inmovilidad quedan para los umbrales. La ciudad se convierte en pista de incesante tráfago; máquinas y pasajeros van arrastrados como partículas metálicas por trombas de electricidad. Esta mole infinitamente complicada y viva está en perpetua agitación; hombres, vehículos y hasta objetos inánimes se diría que andan por una necesidad intrínseca de andar. (…) Ese movimiento horizontal se caracteriza por la velocidad y no por la firmeza y el buen uso, como en otras partes. Las cosas dan la impresión de que se precipitan sin control total, esquivándose. (…). Y a continuación: (…) Creo que la pericia de los choferes y el coraje de los peatones obedecen a subconsciente –o yo ancestral y colectivo- de esgrimistas de facón y taurómacos. El placer de salir ileso en cada lance confirma al peón en su credulidad de que la embestida de la máquina es una rabia de gringo completamente inútil contra él. Un detalle de comportamiento que se puede presenciar a diario.

Una estación terminal de trenes, siempre pienso en ellas como memoriales de la soledad; en los boliches cercanos a esos nudos destinales se puede observar a hombres y mujeres que comen solos en mesas modestas. Una estación en el andén de la ciudad: Símbolo de la vida de la ciudad son las estaciones ferroviarias, sedes del movimiento abstracto de toda significación, como si viniera transmitido desde usinas centrales desconocidas para perderse también en lugares ignotos. Especie de movimiento automático que es preciso coordinar con otros movimientos para que tengan algún sentido. Los que llegan todavía no han empezado; los que se van han concluido. También la ciudad es un gran andén de tránsito, donde nadie ha comenzado ni concluido lo que tiene que hacer. Tanto da; y cuando unos dejan la tarea interrumpida otros vienen a terminarla. En esa inmensa colmena todos hacen la misma cosa: agrandan la ciudad. (…) La vida del hombre, pues, se enclaustra en su hogar, y lo demás es maquinaria.

Ezequiel Martínez Estrada y la mirada sobre la colonia: El único verdadero y positivo contacto de Buenos Aires con la República lo establece por las ocho patas de las líneas ferroviarias. Pero esas patas no le sirven para moverse sino para vivir y crecer, porque tienden dos líneas de ventosas sobre la superficie del país, y en realidad no terminan en el cuerpo capital del pulpo sino en las acciones y en los créditos de los especuladores de ultramar.

¿Quién fue, quién es el autor? El escritor, poeta y ensayista Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) obtuvo el Premio Nacional de Literatura dos veces: 1933 en poesía y 1937: por su ensayo Radiografía de la Pampa. En 1960 fue distinguido con el Premio Casa de las Américas por su ensayo Análisis funcional de la cultura.

En una carta a Victoria Ocampo señala su origen: Rigurosamente autodidacto, no tuve otro maestro ni guía que mi propio afán de leer.? Fue empleado del Correo Central de Buenos Aires entre 1914 y 1946.?

Su trabajo literario se inició en la poesía: Oro y piedra (1918), Nelifelibal (1922), Motivos del cielo (1924), Argentina (1927) y Humoresca (1929). Leopoldo Lugones fue su padrino literario. Pero Martínez Estrada abandonó la poesía, y trabajó otros géneros, pero por sobre todos dedicó su tiempo a la ensayística. En 1933 publicó Radiografía de la Pampa. A partir de este libro se dedica a investigar la génesis de nuestro país: historia, geografía, cultura, y siempre en un tono crítico, sombrío: la sombra de la fatalidad dando su presente. Fue colaborador de la revista Sur dirigida por Victoria Ocampo.?

Tras el derrocamiento de Perón, publica en 1956 ¿Qué es esto?, una dura crítica y a la vez su intento de comprensión del peronismo. En 1957 ocupó la presidencia de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. En este año publica El hermano Quiroga, una sentida biografía dedicada a quien fuera su amigo. En 1960 viajó a la Cuba revolucionaria. Se entrevistó con el Che Guevara, volvió a la poesía, escribió tres libros sobre José Martí, fue editor.

Mirada mínima sobre Martínez Estrada, y una de sus obras más leídas. Una lectura necesaria más allá de los posicionamientos políticos. Hoy esfundamental volver sobre los hombres que trataron de señalar las sintonías de esta tierra. Pienso en Ezequiel Martínez Estrada y Raúl Scalabrini Ortiz; digo: necesarios en estos tiempos donde se renueva la vergonzosa idea de ser colonia.

Edgardo Lois / Julio 2018 / Gualeguay

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