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11 de septiembre, Día del maestro. Mario Bellocchio

Cuando yo era chico tenía un par de primas de mi edad que vivían en la Patagonia. De vez en cuando nos carteábamos y me hablaban de Ruca Choroy, Las Lajas y Picún Leufú, charla mezclada con alguna que otra foto de bordes aserrados donde Chela y el Pato –tales los apodos de Graciela y Alcira, sus verdaderos nombres– lucían sus ponchos pampas en medio de la nieve (¿en qué mudanza habrán quedado esas joyas?).

Fiesta patria en la escuelita de Ruca Choroy. El tío Alberto acompaña al abanderado encabezando la cabalgata

Una vez, recuerdo, una de las fotos venía con sus papis detrás y una pequeña edificación de techo de chapa a dos aguas como fondo, el galponcito tenía en su puerta un Escudo Nacional en cuyo derredor se alcanzaba a leer: Escuela Nº (no me acuerdo) Consejo Escolar (tampoco lo retengo), Picún Leufú, República Argentina. Eran los años 40’s y ya hacía unos cuantos que una joven pareja de recién casados, se habían afincado en la zona para derramar educación. Mis tíos, Sara Cafferata –hermana mayor de mi vieja– y Alberto Faccio, eran los maestros de la escuelita a la que asistían chicos muy humildes, generalmente aborígenes, que subían los primeros peldaños de aquella escalerita del “mi mamá me mima” imprescindible para trepar al conocimiento.

Y había que estar en esa helada Patagonia de aquellos tiempos para impartir abecedario y amor a manos llenas. Y como si eso no fuese suficiente esfuerzo, criar una familia, mis primas, cuyas visitas en las vacaciones durante el verano eran un acontecimiento esperado ansiosamente.

Mi querida tía Sarita siempre me contaba –yo era demasiado pequeño para recordarlo– que una vez tuve un berrinche en casa y me puse a llorar desconsoladamente hasta que apareció ella con su sabiduría y paciencia de maestra y me calmó preguntándome: ¿el nene va a llorar?, a lo que yo, al comienzo, manteniendo el capricho le contestaba entre dientes: ¡el nene vallorá! Berrinche que se rindió prontamente ante sus mimos.

Querida tía, esta vez el nene-anciano vallorá, disculpame.

Se me ocurrió esto de rememorar infantiles recuerdos, oyendo saludos por el día del maestro y pensando en mis tíos y su coraje para “congelar” sus juveniles impulsos en lugares tan hostiles y, pese a las precariedades, cumplir con la prédica sarmientina de “educar al soberano”.

“Gloria y loor, honra sin par” a Sara Cafferata y Alberto Faccio, maestros patagónicos de las décadas de 1930 y 40.

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