La doctrina peronista
Una imagen reveladora. Por Mario Bellocchio
Ante la imagen de este conjunto oficialista que no tiene empacho en utilizar texto y tipografía del “Nunca más” para sugerir el exterminio del opositor político, en este país donde la dictadura del 76 desapareció a una generación completa para imponer sus nefastos designios, se evidencia la necesidad de un golpe de timón en el que los peronistas pongamos el acento en la doctrina y abandonemos la idea de imponer los símbolos o las personas, o el revanchista “volveremos” sin siquiera esbozar que haríamos si volviéramos.
Un llamado a renovar el enfoque político
La pregunta es: cómo concibe el peronismo su misión actual, la práctica política y, sobre todo, su identidad asumiendo su papel histórico y sin esquivar los desafíos contemporáneos.
¿No será que ha llegado el momento de que los peronistas pongamos el acento en la doctrina y abandonemos la idea de imponer los símbolos o las personas para no correr el innecesario riesgo de que los elementos externos y las figuras carismáticas desplacen el núcleo ético y programático que dio origen a nuestro movimiento?
La doctrina como fundamento de la acción política
En la década de 1940 Juan Domingo Perón, estructuró una doctrina profundamente humanista y nacional, orientada a la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Aquellos pilares no eran, ni son, meras consignas, sino aspiraciones colectivas que requieren interpretación constante y actualización frente a los cambios históricos que incluyen –pregúntenle a los alemanes–, la aparición de carismáticos desequilibrados mentales con ambición de poder.
La doctrina ofrece un marco de principios, valores y objetivos que trascienden los ciclos electorales y las figuras individuales y ante la adversidad no precipita a sus seguidores hacia la simpleza de la adoración fetichista. Cantar la marchita cohesiona, pero ante el oponente anarcocapitalista no alcanza.
En muchas etapas de nuestro desarrollo, el peronismo ha corrido el riesgo de derivar en la idolatría de símbolos, retratos, cantos y celebraciones que, aunque importantes para la unión, pueden desviar la atención de los problemas estructurales. Del mismo modo, la identificación exclusiva con líderes, por más legítimos o carismáticos que sean, puede terminar opacando el debate doctrinario y limitar la creatividad colectiva.
Crisis de representación y necesidad de renovación
La política argentina ha atravesado repetidas crisis de representación, en las que las personas han reemplazado gradualmente a los proyectos colectivos. La fragmentación interna, la personalización omnímoda de la conducción y la disputa por símbolos han debilitado la capacidad del movimiento para articular respuestas profundas y transformar la sociedad. En este contexto, resulta legítimo y urgente volver al estudio, la difusión y la práctica de la doctrina.
Esto no implica desconocer la importancia de la memoria, la tradición o el aporte de líderes y figuras históricas; más bien, exige situarlas en su justo lugar: como fuentes de inspiración, no como ídolos cuyos dogmas resultan inalterables. La doctrina debe ser el eje, el punto de encuentro entre las distintas generaciones, corrientes internas y sectores que componen el peronismo.
El desafío de la unidad doctrinaria
Poner el acento en la doctrina requiere un ejercicio colectivo de reflexión, diálogo y reformulación permanente y, por supuesto, distinguir adaptación de concesión inducida –hay quienes, desde el oficialismo sugieren reformas laborales que retrotraen al siglo XIX–. Es necesario abrir espacios para el análisis crítico, la formación política –la siempre reclamada formación de “cuadros”– y la elaboración de propuestas basadas en los valores fundacionales. La cohesión que brinda la doctrina es, en última instancia, más sólida y duradera que la que deriva de la mera repetición de consignas o la adhesión a liderazgos personales.
Abandonar la imposición de símbolos y personas
La madurez política implica comprender que los símbolos y las personas tienen valor en tanto expresan principios y proyectos, no como fines en sí mismos. El líder conduce al pueblo y orienta sólo con su lúcido análisis. La imposición de imágenes, palabras o liderazgos, cuando se vuelve excluyente, lleva al sectarismo y al estancamiento. La doctrina, por lo contrario, habilita la pluralidad, la autocrítica y la innovación. Para las nuevas generaciones de peronistas, el desafío es doble: redescubrir la riqueza doctrinaria y construir una práctica política que privilegie el debate de ideas, la solidaridad y el compromiso con las necesidades populares. Sólo así el peronismo podrá renovar su vigencia y responder con inteligencia y sensibilidad a los problemas de la Argentina contemporánea.
Conclusión
La invitación a poner el acento en la doctrina y abandonar la lógica de los símbolos o las personas no es una renuncia a la identidad, sino un salto hacia una política más profunda y transformadora. En tiempos de incertidumbre y fragmentación, volver a las fuentes doctrinarias es construir futuro. El peronismo necesita menos imposición y más reflexión, menos personalismo y más comunidad, menos repetición y más creación. Sólo así podrá honrar su historia y abrir caminos genuinos de justicia social, soberanía y libertad (sin carajo).