El Museo Quinquela de la Boca

CALLEJEANDO HISTORIA

El Museo de Bellas Artes de La Boca III

Por Diego Ruiz |

En las últimas entregas el cronista callejero anduvo rememorando las tribulaciones que debió pasar Quinquela Martín para concretar su proyecto de una escuela-museo en plena Vuelta de Rocha, y prometía entrar de lleno en el tema del Museo propiamente dicho, quizá su obra de mayor trascendencia y la que ha hecho perdurar su nombre hasta nuestros días. Contaba, entonces, cómo el 19 de julio de 1936 se inauguraba el moderno edificio en medio de una gran manifestación popular en la que estuvieron presentes todas las instituciones del barrio… Pero un museo no es solamente un edificio, sino también el patrimonio que alberga, estudia y exhibe; es la suma del continente y su contenido.

 

 
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El germen de la actual colección fueron siete grandes telas de autoría de Quinquela y obras de otros artistas argentinos que eran de su propiedad, a lo que debemos agregar una decena de mascarones de proa que el maestro comenzara a coleccionar en 1935, cuando Carlos Haymes le entrega dos piezas que habían pertenecido a los vapores Venus y Dios Eolo de la empresa Mihanovich, a las que se agregaron otras seis en los dos siguiente años. Así pues, con este patrimonio de unas doscientas piezas, el Museo abría sus puertas el 19 de julio de 1938, constando de cinco amplias salas. Para acrecentar la colección, Quinquela formó una Comisión Asesora ad honorem integrada por amigos y colaboradores, que se dedicó de lleno a la tarea dentro de la expresa condición, fijada por Quinquela en su legado, de que las obras estuviesen encuadradas en el arte “figurativo tradicional”. Hasta tal punto mantuvo el maestro esta posición, que el Reglamento del Museo establecía que “El director del Museo se obligará a mantenerlo dentro de la línea tradicional figurativa (…) Por lo tanto, no podrán ingresar al Museo obras abstractas o derivadas de éstas, ni futuristas, ni tachistas, ni de ningún otro ismo, por haber en la Capital muchas salas destinadas a estas tendencias”. Pero también es justo destacar que, de acuerdo con la misma acta de donación, el dinero para adquirir dichas obras salía del peculio del propio Quinquela…

Poco a poco el Museo fue, así, acrecentando su patrimonio y en 1948 ya poseía nueve salas con un patrimonio de quinientas obras entre óleos, grabados, dibujos, esculturas y mascarones valuadas en un millón de pesos de entonces. Este mismo año, el maestro declaraba a Andrés Muñoz para su Vida novelesca de Quinquela Martín:

El pensamiento que orientó la fundación del museo y que sigue guiando a sus dirigentes, es el de que en éste se hallen representados todos los artistas de toda la República, sin olvidar a los precursores e iniciadores de las artes plásticas en el país, de los cuales ya figuran algunas obras en el catálogo. En él están registrados los nombres de varios centenares de artistas argentinos o foráneos vinculados de alguna manera a nuestro ambiente artístico (…)”.

Y en este espíritu la colección fue incorporando a precursores como Eduardo Sívori, Ernesto de la Cárcova, Graciano Mendilaharzu y Lucio Correa Morales; a maestros del siglo XX como Fernando Fader, Lino Enea Spilimbergo, Pío Collivadino, Arturo Dresco o Carlos Ripamonti; a representantes del costumbrismo o del arte “social” como Cesáreo Bernaldo de Quirós, Alfredo Gramajo Gutiérrez y los integrantes de los “Artistas del Pueblo” Agustín Riganelli, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebecquer y José Arato. Como no podía ser de otra manera, los artistas boquenses estaban amplia y magníficamente representados por Alfredo Lázzari, Miguel Carlos Victorica, Fortunato Lacámera, Santiago Stagnaro, Miguel Diomede, Eugenio Daneri, Pedro Zonza Briano, José Luis Menghi y tantos otros… El Museo ya era, como hoy en día, quizá el más completo exponente del arte figurativo de nuestro medio.

Un aspecto a destacar es la importancia que pronto alcanzó el Museo como centro de referencia cultural, tanto del movimiento artístico como del propio vecindario boquense. Cuando en 1941 Miguel Carlos Victorica obtuvo el Gran Premio de Honor del Salón Nacional por el óleo Cocina bohemia, fue paseado en triunfo en una carroza -una idea de Quinquela y Filiberto- por las calles de La Boca. Y el 9 de febrero de 1955, al fallecer el gran maestro, fue velado en los salones del Museo con el famoso retrato de su madre en la cabecera del féretro.

Con el correr de los años Quinquela fue incrementando el patrimonio de la institución, pero esos mismos años iban acumulándose sobre el maestro que, en 1967, declinó su dirección en su apoderado, Guillermo de la Canal. A pesar de esta cesión formal Quinquela era, indudablemente, el alma y el fundamento del Museo por lo que su presencia no podía ser soslayada por motivos burocráticos: continuó viviendo y trabajando en su taller del tercer piso hasta 1972, año en que sufrió una apoplejía. Todavía en 1968 donó 50 grabados al aguafuerte y 27 óleos de su producción al Consejo Nacional de Educación que a su muerte, como el resto del patrimonio del Museo, pasaron a su propiedad por disposición testamentaria.

El cronista ha querido reseñar muy brevemente la vida de un hombre que aparte de su gran obra artística desarrolló una monumental obra social y, a fuerza de tenacidad, creó un museo reconocido a nivel mundial. Y aunque el amable lector no lo crea, esta circunstancia de que una gran institución se deba al temple y voluntad de un individuo -a veces al margen del Estado, otras recibiendo un apoyo muy retaceado del mismo- no es única en nuestro país. Con sus particularidades, el Museo Histórico Nacional, el Bellas Artes, el Museo de La Plata y muchos otros del Interior reproducen la historia de un “loquito” con un sueño que, venciendo todo tipo de dificultades, logró concretarlo para las futuras generaciones, es decir, por ejemplo, para nosotros. Pero esos, serán otros callejeos…

(Fotografías: Mario Bellocchio)

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