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El desaliento

Alguien me preguntó el porqué de mi insistencia con los temas evocativos justo en este momento cuando lo que sucede “aquí y ahora” nos revuelve el estómago –para muchos ya vacío y negado su reaprovisionamiento por la Petovello– y nos produce unas enormes ganas –es mi caso, edad mediante– de mandar todo a la mierda y dedicarme sólo a la egoísta introspectiva. Reprimidas las ganas y refutados los que pretendan encontrar en los recuerdos el “efecto circo”, ya que el pan está por las nubes, me dediqué a revisar la estantería de Desde Boedo donde me encontré con una versión personal de un relato sobre el momento en que el diablo decidió jubilarse.

Un momento muy particular ya que, como buen maligno, en la puta vida había hecho un aporte y, por lo tanto, debía fabricarse el beneficio vendiendo sus pertenencias más cotizadas. Lo cierto es que armó una vidriera en las puertas del infierno y con un tremendo cartel de ¡Sale! (en inglés, porque el diablo es yanqui) expuso sus ofertas: odio, envidia, engaño, malicia…, una siniestra exhibición que incluía una herramienta muy gastada que, sin embargo, ocupaba un lugar de privilegio en la muestra con el precio más caro de venta. 

Oiga, don Diablo –le inquirió un presunto interesado– ¿qué es ese raído artefacto para que valga tanto dinero? –Ese “raído artefacto”, como usted dice, es quizás el que más he usado como CEO de este establecimiento –le respondió el demonio– Se llama desaliento. Cuando las otras herramientas ya no me dan resultados intensos, apelo al desaliento. Yo con el desaliento me meto en la persona y hago con ella lo que quiero.

Jubilado o no, don Diablo sigue activo. Y como no pudo venderlo de tan caro que estaba, conserva para sí el desaliento como su herramienta preferida.

Y… tornando al comienzo ¿a qué viene la insistencia con el relato de otros tiempos? La respuesta, dentro de su complejidad, es simple: se debe a que revisar sucesos pretéritos incentiva el cuidado de las raíces y vuelve a animar a los desanimados para que el diablo no redondee su negocio o le cueste tanto hacerlo que trastabille de vez en cuando y no se le haga “el campo orégano”. Algún día, como corresponde a los vaivenes de la vida, hasta el diablo hocica y entrega las pertenencias, hasta las más valiosas como el desaliento.

¡Hay que seguir luchando compañeros!

“La única lucha que se pierde es la que se abandona”.

 

“Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible”. (San Francisco de Asís)

 

 

 

 

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