“Amaneció frío y lluvioso”

A 210 AÑOS DE LA REVOLUCION DE MAYO

La Revolución de Mayo, ¿separatista o democrática? Norberto  Galasso
A más de dos siglos de los hechos de mayo seguimos hurgando por conocer nuestros orígenes en profundidad. No basta con el relato “oficial” o las imágenes escolares.

Brechas enormes asoman entre lo aprendido y los datos que trascienden de aquella realidad que  se refleja en contradicciones vigentes y frecuentes de nuestro colonialismo cultural. Tomamos fragmentariamente –no sería posible para nuestras dimensiones de otra manera– algunos  esclarecedores  aportes de  Norberto  Galasso. 

Cabildo abierto del 22 de mayo. Óleo de Juan Manuel Blanes

La historia argentina según la revista “Billiken”.  La impugnación de la historia mitrista  realizada por Juan Bautista Alberdi requirió mucha audacia porque, como decía Homero  Manzi, “Mitre se dejó un diario de guardaespaldas”. Además, si se cae la historia mitrista se caen  también Grosso,  Levene, Astolfi, Ibáñez, etc. y arrastran consigo los letreritos de las calles y las plazas obligando a un replanteo profundo acerca de nuestra identidad nacional.

En esta época en que los argentinos  buceamos acerca de nuestra identidad es conveniente  remontarnos a aquella fecha que la historiografía  oficial consigna como la del nacimiento de la  Patria. ¿Nacimos el 25 de mayo de 1810? … ¿O  el 9 de julio de  1816, al declararse la independencia? ¿Nacimos buscando el comercio libre, en cuyo caso el librecambio nos resulta congénito?

¿Nacimos bajo la protección anglosajona de tal modo que ese padrinazgo,  junto al librecambio congénito,  podría conducirnos  a tratados de libre comercio con Estados Unidos? ¿O  nacimos para reemplazar a un representante del absolutismo –el virrey– por una junta popular propugnada por los activistas obedeciendo a la voluntad de los manifestantes de la plaza?

Desde  Mitre  en adelante, vía Grosso, Levene, Astolfi,  Ibáñez y otros, se ha caracterizado  a la Revolución de Mayo como un movimiento separatista, independentista, fuertemente antiespañol   y probritánico. Las ideas de independencia habrían sido difundidas por los soldados ingleses  que quedaron en Buenos Aires después de frustradas las invasiones de 1806 y 1807, Lord Strangford habría dado ayuda a los patriotas y años después (1825), el  Primer Ministro George Canning nos reconoció como país autónomo. El origen del movimiento residiría en “la gente decente”, es decir, los vecinos propietarios y prestigiosos de la ciudad que concurrieron al Cabildo Abierto del día  22.

El programa  sería la libertad de comercio y el documento liminar, la Representación de los Hacendados. Su autor y principal figura de la Revolución –Mariano Moreno– sería un abogado cuya fogosidad provendría de su juventud y no de su ideología, que había defendido  profesionalmente a comerciantes ingleses y que constituía el antecedente de ese gran prócer devoto del Imperio Británico llamado Bernardino Rivadavia.

Sin embargo, esta interpretación divulgada por “Billiken” –revista para niños editada  por la  familia Vigil– y a su vez, enseñada inocentemente por las maestras, como también avalada por los retratos escolares y los letreros de calles y plazas, se halla controvertida por varios  hechos históricos debidamente comprobados, entre otros, los siguientes: el libre comercio lo instaló el virrey Cisneros, en 1809, previamente a la revolución; el 26 de mayo de 1810, la Primera  Junta  juró obediencia al rey Fernando VII; los ejércitos criollos carecieron de bandera durante varios años; la independencia se declaró recién  seis años después en Tucumán; Moreno y los morenistas fueron opositores a Rivadavia y su grupo. Con respecto a esta información que impugna a la versión mitrista, los historiadores vinculados orgánicamente a la clase dominante,  se hicieron los distraídos, en algunos casos  y en otros, apelaron a  argumentos que hoy son  poco convincentes.

Por ejemplo, sostuvieron que el  juramento de obediencia al rey Fernando,  del día 26 de mayo,  obedecía al propósito de ocultar el verdadero objetivo de la revolución, que era la independencia y denominaron a este hecho como “la máscara de Fernando VII”. Hoy se sabe algo que Mitre ignoraba seguramente: las revoluciones no pueden ocultar sus objetivos porque son los pueblos y no los individuos los que hacen la historia, de tal modo que si la Junta juraba someterse al Rey Fernando –contrariando el propósito separatista del pueblo– éste, comandado por los chisperos,  la habría obligado a renunciar, así como obligaron a renunciar a la junta tramposa  del 24 de mayo, armada por el síndico Julián de Leiva y  don Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Si se dijera, en cambio, que también el pueblo compartía el secreto y aceptaba “la máscara” con un guiño a los integrantes de la Junta, es evidente que el secreto dejaba de ser tal y no podía engañar a nadie, ni a España,  ni al Rey, ni al resto del mundo, perdiendo todo sentido la simulación de la jura.

Dijeron también que la independencia se declaró en 1816 porque hasta esa fecha no existían condiciones en la política mundial para el surgimiento de la patria autónoma, lo cual es falso porque las condiciones eran mejores en 1810 que en 1816, pues en este último año  imperaba en Europa la más profunda reacción, con la Santa Alianza y Metternich a su frente. Del mismo modo, disimularon los hechos  de tal manera que no pudiera detectarse que los amigos de Moreno fueron  adversarios políticos de los rivadavianos.

La versión mitrista resulta tan inconsistente que hoy se levantan voces desde la Universidad  manifestando su disidencia.

Por ejemplo, el historiador  Luis Alberto Romero, una de las máximas expresiones de la corriente historiográfica denominada ”Historia Social”, con motivo de un aniversario de la Revolución de Mayo, señala que los historiadores “estamos lejos de lo que se enseña en la escuela y también del sentido común. Sin duda, hay una brecha que debe ser cerrada, pues en Historia, tanto como en Física o Matemática, no puede admitirse tal distancia entre el saber científico y el escolar.

Pero hay que hacerlo con cuidado…”. El relato escolar, según admite  Romero, se sigue manteniendo como en la vieja época pero “hace tiempo que los historiadores en serio vienen criticando esta explicación”. Dos años después, en otro aniversario de  la Revolución de Mayo,  el historiador José Carlos Chiaramonte sostiene, respecto a la jura del día  26 de mayo:  “Había un relato escolar, que creo que ya no se cuenta más, según el cual todos los criollos querían ser independientes, pero en 1810  los realmente independentistas eran una absoluta minoría …Esta (la jura del día  26) fue interpretada como una simulación (máscara de Fernando VII), pero yo creo que en la mayoría de la gente no fue una simulación… La historia inventa un pasado que a veces no fue el pasado que realmente hubo, en función de las necesidades del presente… En esa construcción se dibuja  una visión del pasado que después no logra explicar todas las contradicciones que se van encontrando…”.

De esto, Chiaramonte deduce, generalizándolo para la lucha entre unitarios y federales, que “hay que  encontrar otro tipo de explicación”. Efectivamente, de eso se trata: “buscar otra explicación”. Pero hasta ahora no la han encontrado aunque, en el artículo referido, Romero  afirma que  “los sucesos de  Mayo no fueron fruto de un plan previo sino la imprevista consecuencia de un evento lejano: el derrumbe del imperio español luego de la invasión napoleónica”. De esta manera, se acerca a la explicación de algunos revisionistas rosistas según los cuales Mayo se hizo para evitar la dominación napoleónica sobre estas tierras de América. Pero, en ese caso, si bien la revolución no sería separatista sino para resguardar estas tierras para la corona española, no habría existido declaración de la independencia en 1816 cuando la causa –Napoleón– ya había cesado.

La explicación es otra pero se basa  nada menos que en la impugnación de la historia mitrista  realizada por el gran enemigo de Mitre: Juan Bautista Alberdi. Y para entrar en esos caminos, se necesita mucha audacia porque, como decía Homero  Manzi, “Mitre se dejó un diario de guardaespaldas”. Además, si se cae la historia mitrista –por su errónea caracterización de la Revolución de Mayo– se caen también Grosso, Levene, Astolfi, Ibáñez, etc. y arrastran consigo los letreritos de las calles y las plazas obligando a un replanteo profundo acerca de nuestra identidad nacional.

Ante la gravedad de lo que podría ocurrir, los hombres de la corriente historiográfica llamada “Historia Social” toman cierta distancia de la versión del Billiken –pues ésta es insostenible– pero no avanzan en otra interpretación ni, por supuesto, la transmiten a los docentes para “cerrar esa brecha” entre la Universidad  y el relato escolar.

La cuestión tiene consecuencias graves no sólo en lo referido a nuestra identidad nacional sino en casos específicos como el de la valoración del Padre de la  Patria. El verdadero San Martín –alto oficial del ejército español, que hablaba “como un gallego” pues estaba modelado por casi 30 años de residencia en España– no entra ni con calzador en esta historia de un Mayo antihispánico: ¿por qué dejaría el ejército español para venir al Río de la Plata a luchar contra el ejército español?  Mitre no lo explica. En  cambio, esta interpretación deficiente de la revolución de Mayo ha permitido que el Dr. Juan Bautista Sejean, en su libro “San Martín y la tercera invasión inglesa” sostenga que la única explicación reside en que fue sobornado por los ingleses, para arrancar a Hispanoamérica del  control español y luego, dividiéndola, ponerla al servicio del Imperio Británico.

De modo tal que la versión del Mayo separatista  nos deja sin Padre de la Patria y en definitiva, nos deja sin Patria porque si la revolución fue probritánica y el Padre de la Patria fue agente inglés, ¿de qué Patria estamos hablando? ¿Y para qué entonces la identidad que pretendió otorgarnos Mitre, si esa identidad es identidad colonial y no nacional?

Ella solamente serviría a la clase dominante para justificar su  sumisión al Imperio Británico y más tarde, a los Estados Unidos. Ella precisamente escribió esa historia falsa a través de uno de sus hombres más  lúcidos y polifacéticos, con un pie en la Presidencia, otro en la formación de opinión pública a través de un prestigioso matutino y otra, en sus vínculos cariñosos con el Banco de Londres y las empresas ferroviarias. Evidentemente, nada tiene que ver el pueblo argentino con esa historia.   
Algunas reflexiones más…

[…] Tan intensa ha sido la tergiversación de nuestra historia implantada por el mitrismo y tantas las limitaciones del revisionismo rosista tradicional que, hoy, doscientos años después, los argentinos discutimos todavía la naturaleza de la Revolución de Mayo.

Las reflexiones que siguen tienen por objeto concurrir a las polémicas todavía en curso, según la perspectiva de la corriente historiográfica latinoamericana, federal provinciana o socialista nacional. No pretenden sostener una verdad absoluta y definitiva, sino participar en un debate que es muy importante, pues si no conocemos de dónde venimos resulta imposible alumbrar con certeza la meta hacia dónde vamos.

En principio, ¿fue una revolución? Algunos entienden que existe sólo revolución cuando se modifican las relaciones sociales de producción y desde esa óptica, no lo sería. Pero en países con larga historia de dependencia es también revolución aquella que consiste en la liberación nacional respecto a la opresión externa (de otro modo, no serían revolucionarios ni Sandino, ni Martí, por ejemplo, por no ser socialistas). Y asimismo, también lo es cuando un sector social oprimido desplaza del poder a otro –que lo oprime– promoviendo un progreso histórico, nacional y social. Partiendo de esta última mirada, el 25 de Mayo se produjo una revolución. Esa revolución no fue socialista, ni nacional independentista, sino democrática. Se trata pues de una revolución democrática que desaloja del poder a una minoría absolutista y reaccionaria (el virrey, su burocracia y los comerciantes monopolistas) privilegiada por la monarquía, reemplazándola por una Junta Popular cuyos integrantes nacen de la voluntad expresada en la Plaza histórica, donde activan French (un cartero), Beruti (un empleado), Donado (un gráfico) y otros como ellos.

Empezamos, pues, nuestra historia teniendo al pueblo como protagonista principal.

¿Fue antiespañola? No.

No podía serlo pues había españoles en la Primera Junta (Matheu, Larrea), así como los hubo en el Triunvirato (Álvarez Jonte), en el ejército (Arenales, en el Alto Perú), en la música del himno (Blas Parera), en la jura por Fernando VII y además, por esta circunstancia nada desdeñable: la bandera española flameó en el Fuerte de Buenos Aires hasta 1814 y la independencia –de las Provincias Unidas en Sudamérica– se declaró seis años más tarde, el 9 de julio de 1816.

¿Fue probritánica? No.

El comercio libre con los ingleses lo estableció el virrey Cisneros en 1809 y no fue el objetivo de la revolución. (Diego Luis Molinari lo probó en su libro “La ninguna influencia de la Representación de los Hacendados en la Revolución de Mayo”).

Es verdad que los comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires, desde hacía un año, coincidieron con el movimiento popular, pero no lo financiaron ni lo dirigieron. Sólo más tarde, a través de Manuel J. García y Bernardino Rivadavia alcanzaron espacios en el poder, en el primer Triunvirato y especialmente en el período rivadaviano de los años veinte. Por otra parte, ni la Junta ni la jura por Fernando VII fueron invento de los hombres de Buenos Aires sino que participaron de un general movimiento hispanoamericano.

¿Fue entonces parte de una revolución que al mismo tiempo se producía en el resto de la América Morena? Efectivamente.

Entre mediados de 1809 y principios de 1811, se produjeron levantamientos en todas las grandes ciudades, formándose Juntas populares, que en nombre de Fernando VII –al igual que en España– quitaron el poder a los absolutistas: en julio de 1809 en Alto Perú, en abril de 1810 en Caracas, en mayo en Buenos Aires, en julio en Bogotá, en agosto en Quito, en septiembre en Chile y México y en febrero de 1811 en la Banda Oriental. Esto se produjo no porque conspirasen entre sí sino porque lo que hoy llamamos América Latina es una nación (territorio continuo, el mismo idioma, el mismo origen, semejantes costumbres y cultura). Por esta razón, Moreno envía un ejército al Alto Perú, otro al Paraguay y aconseja sumar a Artigas en la Banda Oriental, con claro sentido hispanoamericano. La frustración de esa revolución disgregó a esa nación en veinte países dependientes, frustrando el proyecto inicial por el cual lucharon duramente Bolívar y San Martín, jefes de ejércitos populares hispanoamericanos. En el norte de América lograron constituirse los Estados Unidos de América del Norte, mientras entre nosotros se generaron los Estados desunidos de América Latina.

¿Quiénes impulsaron esa lucha antiabsolutista? ¿Acaso la llamada ‘gente decente’, ‘los vecinos propietarios’ de la ciudad, como sostienen algunos historiadores? No.

Las actas del Cabildo Abierto del 22 de mayo demuestran que la gente acaudalada votó a favor de que continuase el virrey, tanto los Martínez de Hoz, como los Quintana y como apoyaron esa política todos los señorones dueños de esclavos, así como la jerarquía eclesiástica (obispo Lué). Fueron “los chisperos”, “los manolos”, los activistas de la plaza (a los ya mencionados, cabe agregar a Francisco Planes, los curas Grela y Aparicio, oficiales como Terrada y a empujones, Cornelio Saavedra junto a un grupo de profesionales (Moreno, Belgrano, Castelli, etc.), quienes protagonizaron el suceso revolucionario.

¿Solamente perseguían desplazar a los absolutistas o tenían un proyecto de liberación y progreso económico social?

Tenían efectivamente un proyecto y se expresó en el Plan de Operaciones: expropiar a los mineros del Alto Perú, crear fábricas estatales de fusiles, armas blancas y pólvora, liberar a los esclavos y concluir con el tributo que se le imponía a los indios, abolición de instrumentos de tortura y de títulos de nobleza, libertad de pensamiento y de imprenta, en fin, aquello que los morenistas sancionaron en la Asamblea del año XIII cuando temporariamente lograron recuperar el poder del cual había sido expulsado Moreno el 18 de diciembre de 1810 para después morir, presumiblemente envenado, el 4 de marzo de 1811.

¿Cuáles son los antecedentes de Mayo? Los principios revolucionarios de la Francia de 1789, es decir, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, los Derechos del Hombre y del Ciudadano (“El evangelio de los derechos del Hombre”, según decía San Martín), así como la revolución española iniciada el 2 de mayo de 1808, tributarias de las ideas de Rousseau, Voltaire, en general los enciclopedistas franceses y los liberales revolucionarios españoles.

¿Por qué fracasó la Revolución de Mayo? La revolución la impulsó un frente democrático contra el absolutismo reinante, pero en ese frente los morenistas fueron derrotados (18/12/1810 y 5/4/1811), consolidándose una burguesía comercial anglocriolla, basada en el puerto único y el control de la Aduana, que se apoderó del poder y traicionó el objetivo inicial.

Proceso semejante se produciría en el resto de América Latina donde prevaleció la política de las burguesías comerciales aliadas al capital inglés, creciendo sólo las zonas vinculadas a los puertos, unos hacia el Atlántico, otros hacia el Pacífico, sumiendo a los países interiores en la miseria, el aislamiento y la expoliación, a pesar de los caudillos federales que intentaron resistir ese sometimiento.
  • Ilustración de presentación: “El 25 de mayo”. Óleo de Francisco Fortuny
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