Néstor Kirchner

Hace 10 años –el 27 de octubre de 2010– amanecíamos con la dolorosa noticia: Néstor Kirchner había fallecido

Nestor Kirchner y uno de los momentos icónicos de su presidencia: su orden de bajar los cuadros de los genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone del Colegio Militar en El Palomar.

A La mayoría de los argentinos, ajenos a los pormenores de la debilitada salud del ex mandatario solo nos cabía el estupor. El “Desde Boedo” impreso de noviembre editorializaba con el tema. José Muchnik en la Embajada Argentina en Paris, desde el Collectif Argentin pour la Mémoire, se reunía junto a otros residentes y reflejaba el momento para los lectores argentinos. María Virginia Ameztoy analizaba la inesperada magnitud de la participación de la clase media y la juventud en las exequias y Pablo Bellocchio se sumergía, conmovido, en aquellas inmensas y participativas filas populares que se formaron en el entorno de la Plaza de mayo para desfilar frente al féretro.

Algo más sucedía por estos lares: nacía la página web de “Desde Boedo” y “www.periodicodesdeboedo.com.ar” tenía el desdichado privilegio de dar sus primeros pasos con la infausta noticia. Cómo fue entonces aquel conmovedor suceso cuando debido al día no laborable por el censo nacional el matrimonio presidencial decidió trasladarse a la residencia de El Calafate en búsqueda de un imprescindible –sobre todo para Néstor– descanso reparador. En horas de la madrugada el ex-presidente se descompensó y, a pesar de la atención inmediata de que fue objeto, a las 9:15 falleció como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio no traumático según informaron los médicos que lo asistieron en sus últimos minutos, hace diez años, cuando “pandemia” era solo una desusada palabra del diccionario.


Las calles de la historia
Pablo Bellocchio

Se hace difícil tratar de volcar en palabras lo que se vivió en Plaza de Mayo. Se agotan los sinónimos, el alfabeto me renuncia. Puedo decir que ni bien bajé del subte E, tan solo de sentir el rumor cálido del pueblo unido, me invadieron las lágrimas. Y por un rato me cegaron. A tientas traté de adivinar el comienzo de la procesión hacia Casa Rosada. Empecé a caminar, entonces, hacia atrás. Cuadras y cuadras retrocediendo, cuadras y cuadras de gente en fila simple; de familias, de jóvenes, de banderas. Gente de a pie, trabajadores de casco, trabajadores de corbata, cantando, vivando. Caminé por Avenida de Mayo hasta bordear la 9 de Julio. La cola doblaba y se introducía en Rivadavia. Por Rivadavia eran varias cuadras hasta la Catedral. Recién ahí se atisbaba un comienzo de fila que recibía incesantemente nuevos visitantes. Lloré y seguí llorando con lágrimas confusas. Con una mezcla agitada de pena y esperanza. Una mano ajena y desconocida me dio fuerzas. Sentí una palmada. No distinguí demasiado bien quien me contenía pero no importaba. Nos dábamos fuerzas todos. “Olelelé…, olalá…, si este no es el pueblo el pueblo donde está”. La fila avanzó lenta pero hacerla no pesaba. Cada paso que nos acercaba hacia la Casa Rosada nos llenaba de esperanza. Con mis 26 años, fue la primera vez que me sentí caminando por la historia. La primera vez que no la veía desde los libros, ni me la contaba un abuelo con la mirada añeja y afiebrada.
Al pisar los primeros pastos de la plaza, luego de muchas horas de paciente caminata, una mezcla de orgullo y tenue silencio nos abombaba. Nosotros, el pueblo, habíamos estado cantando casi incesantemente. El pueblo militante, el pueblo trabajador, el pueblo autoconvocado. Todo el pueblo, o por lo menos esa parte que no necesita que le toquen el bolsillo para ir a la Plaza. Estábamos por necesidad. Empujados por un deseo muy profundo de estar. De darnos aliento, de sentirnos juntos, de brindar nuestro afecto, hacia nosotros y hacia aquellos a los que el roce opaco de la muerte se les hizo más cercano, más personal. Un abrazo se nos hincaba en los huesos a cada caminante de la procesión. Con paciencia ofrendábamos nuestra alegría y constancia a una plaza que supo tantas veces ser tan negra, y en este 28 de octubre, se nos hacía, contradictoriamente, iluminada. Y así fue que mientras pasábamos el arco de la Casa Rosada, ese abrazo se nos colaba entre los dedos, nos calcinaba el vientre mientras los cantos se atenuaban. Ahí estaba ella. Erguida, entera. Alguien gritó ¡fuerza, Cristina! y ella simplemente se llevó las manos al corazón. Agradecía. Detrás del reparo de sus lentes gruesos, se la veía. Entera. Erguida. Mi vergüenza simplemente me permitió mirarla y llevarme también las manos al pecho. El abrazo se me hizo fuego en la sangre. ¡Fuerza, Cristina! Pensé por dentro.

Momentos después, ya saliendo de la Rosada, me di cuenta. No miré hacia el cajón. Quizás fue que no pude. Quizá fue el vértigo del momento. O quizá fue, que no necesité mirarlo. Después de todo, quién puede decirme que Néstor está muerto. Nadie que haya estado en la Plaza lo dirá. Podrá decirlo un doctor, podrá decirlo la placa mortecina de un canal de noticias… Pero después de todo, nunca confié demasiado en las placas de noticias. Y los médicos, con su ciencia estricta, obvian la magia de lo inexacto. Néstor, fiel a su estilo, seguramente hizo la fila con cada uno de nosotros, hizo chistes, cantó “Andate, Cobos”. Es más, quien sabe…, permítanme que me ilusione. A lo mejor fue de Néstor aquella palmada anónima que me dio aire. En definitiva, esa palmada la sentimos todos los que caminamos con fuerza las calles de la historia.•


Lo oculto se hizo visible
María Virginia Ameztoy

Cuando algunos –por interés especulativo o por simple desconocimiento– afirmaban hasta hace muy poco que la “clase media” no apoyaba al Gobierno nacional sino que integraba las filas de la oposición, ignoraban lo que estaba a punto de suceder. La inmensa multitud que asistió al velatorio de Néstor Kirchner estaba compuesta por diferentes sectores sociales, desde los más humildes, pero, fundamentalmente, por una gran mayoría de sectores medios de nuestra sociedad.
En el presente, el concepto “clase social” ha variado mucho respecto al que se tenía en el siglo XIX. Hoy ya no resulta posible referirse a las clases como grupos sociales cristalizados, con todos sus indicadores –tipo de vivienda, ingresos, nivel educativo, entre otros– en pareja analogía, ya que se dan casos en los que existen grandes desigualdades entre esos indicadores, como agentes sociales con un alto nivel académico y bajo nivel de ingresos. Y viceversa.
Volviendo al velatorio del expresidente, a los cientos de miles que poblaron la Plaza de Mayo y otras plazas y espacios públicos del país, deben sumarse los que siguieron todos los acontecimientos a través de la difusión realizada por los canales de televisión o Internet.
Los asistentes acudieron, algunos, encolumnados en diferentes tipos de organizaciones sociales. Otros, y en gran cantidad, fueron espontáneamente, solos, en grupos familiares, con sus amigos…
Un hecho relevante es el promedio de edad de los que desfilaron incesantemente durante los tres días de congoja y luto popular; podríamos aventurarnos a afirmar que la media no sobrepasaba los 35 años.
La magnitud de la manifestación popular evidenció hechos sociales persistentemente ocultados y escamoteados por los medios hegemónicos y hegemonizantes del poder económico, a partir de la utilización de los canales que propagan su discurso.

Más allá del duelo y la congoja, o partiendo precisamente de ellos, asistimos a un considerable fenómeno: el pueblo revalorizando a la institución presidencial en manos de quienes tiene un plan de gobierno con un diseño de proyecto de país, en lugar de anteriores meros ocupamientos institucionales del cargo, vacíos de contenido político–ideológico y siguiendo el surco de lo pautado por intereses ajenos a los nuestros. A la vez, se manifestó una revalorización de los conceptos de política y nación: política en términos de participación, nación como la expresión de un “nosotros”.

Además de la expresión de dolor por la partida de un enorme líder popular, el fervor y la dimensión de la concurrencia dan cuenta de por lo menos dos tipos de adhesión: por un lado, los que desde siempre apoyaron al Gobierno y a todas las medidas llevadas a cabo; por otro, los que acuerdan con alguna o varias de sus políticas de Estado.
La obstinada oposición a todas las medidas puestas en vigencia sólo es explicable cuando quienes la sustentan tienen por objetivo instaurar el retorno de la era neoliberal, de aquel modelo de transferencia de ingresos del pueblo a los grupos económicos concentrados y de éstos a los centros de poder económico mundial.
Al respecto podríamos inferir que la institución presidencial soñada por el establishment sería aquella en la que el presidente fuera un mero gerenciador que cumple la agenda pautada desde afuera por los grupos económicos transnacionales y que es puesta en acto por sus personeros locales…
Con este propósito pretenden detentar el poder. Y aquí es válido el verbo, ya que detentar es apropiarse de algo ajeno. En base a estas reflexiones resultaría interesante analizar qué significa realmente oposición. ¿A qué se opone cierta oposición?
En contraste con esa realidad que pretenden imponernos, así como en toda comunidad se producen y reproducen bienes materiales, existe la reproducción social de pautas valorativas y actitudes.
A partir del 27 de octubre se hizo visible la participación política de amplios sectores sociales y, por sobre todo, se puso de manifiesto el regreso de la juventud.


Duelos desde el exilio
Desde Paris José Muchnik

París, 2 de noviembre de 2010
Claro que terminó, hace 27 años que terminó…, pero quedamos ahí, por el mundo, con nuestra memoria y nuestros camellos, hilvanando raíces, mestizando cielos, trazando sendas. ¿Estar o no estar?, el verdadero dilema. ¿Ser o no ser?: enorme, trágico error de traducción ¿no es así, William?, el ser pertenece al espíritu, inasible, ambiguo, agridulce, tragicómico. El estar es absoluto, como la muerte, se está o no se está, cara o ceca, cuerpo sólido, piernas, manos, bocas, aquí y ahora…, nosotros no estamos, no estábamos cuando nos alcanzó la noticia en otra cortada, en otra bocacalle, en otro lugar. ¿Nos quién? Nos nosotros, los que estamos en este acto en Paris, en el 6 de la rue Cimarosa, en esta Embajada argentina, frente a la placa que recuerda 30.000 desaparecidos de un país que es el nuestro. Sentí necesidad de venir, de juntarme, de estar más cerca, y aquí estamos, setenta o tal vez ochenta, nómades, exiliados, navegantes, estamos porque necesitábamos estar.
¡Qué terrible para los anti K! La K se hizo ele, ala, pájaro…, emprendió vuelo, pagó su precio, entró al palco del jardín de los inmortales. ¿Y ahora qué? ¿Ahora cómo?, ¿cómo cocinarán el odio?, ¿en qué marmita?, ¿cuáles salsas?, ¿cómo envenenarán sus flechas?, ¿cómo dispararlas a un símbolo etéreo en su jardín? Nadie podía imaginarlo, los golpes del destino diría un tango, y de golpe el Néstor se hizo símbolo, muerte parto alumbrando huellas, cañadones, encrucijadas, símbolo que puede, él sí, abrir los secretos del dilema, ¿estar o no estar?, ahora no está y está, en el aire, impalpable, fuera del tiempo y el espacio…, la K se hizo ele, ala, pájaro…

Aquí estamos, setenta o tal vez ochenta, nómades, exiliados, navegantes, en este minuto de silencio, la bandera, su retrato, la placa de homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado (1976–1983), aquí estamos dejando algunas palabras, algunas frases en el libro de condolencias. ¿Ser o no ser?, ¿soy K o no soy K?, poco importa, la pregunta es: ¿por qué se hizo símbolo?, más que pregunta, un misterio. Una pista puedo darles: para que algo o alguien se transforme en símbolo, debemos entender quiénes y por qué se reconocen en ese símbolo.

Y les hablaré ahora en primera persona del indicativo, no pretendo representar a nadie: yo soy y no soy, para mí no es hora de balances: es hora de saber a qué pertenezco, en qué me reconozco. Confieso que me reconozco en ese hombre de mi generación llamado Néstor, me reconozco en su voluntad de dar dignidad a los argentinos, de decirles a los “profesores” del FMI, no somos sus alumnos, somos sus pares. Me reconozco en su postura ejemplar sobre los Derechos Humanos, que se juzgue a los culpables, no por venganza, sí por justicia, sí para abrir heridas, para limpiarlas de raíz, para que algún día puedan cicatrizar, no crece la concordia sobre heridas infectadas. Me reconozco en… ¿Y usted, joven, usted señora, usted cordobés, porteño, mendocino o tucumano. Usted, morador de apartamento o de villa. Usted, descendiente de españoles, italianos, guaraníes o mapuches. Usted maestra, empresario, panadero o albañil…? Usted… ¿en qué se reconoce? Tal vez el hilo conductor de tantos reconocimientos, de hombres y mujeres, de trabajadores del campo, de oficinas, del torno y de la pluma…, tal vez ese hilo conductor nos permita entender por qué de golpe el Néstor se hizo símbolo, y sobre todo qué es lo que ese símbolo ahora representa.
El homenaje terminó, me sumerjo en el otoño parisino, enfilo hacia el metro masticando nostalgias… ¿Cómo vas, William?, ¿ser o no ser?, ¿estar o no estar?, aquí estoy, pateando baldosas, comprobando que no hay como París para masticar nostalgias.
Chau, Néstor, au revoir.


EDITORIAL
Hasta siempre, Flaco…

El Flaco llevado por su entusiasmo le da un cocazo al lente de una cámara de televisión y se hace un tajito sangrante que debe sobrellevar, casi sin sentirlo, durante todo el resto de las apretadas de manos y los saludos, brazos en alto, a la multitud. Acaba de recibir la “papa caliente” de la banda y el bastón –que revolea con pretensiones de tambor mayor– sacando del brete al escurridizo De la Rúa y al ubicuo Eduardo Duhalde. “A diferencia de muchos presidentes y jefes de Estado de América Latina y del resto del mundo, Kirchner no rehúye al contacto directo, cara a cara, con la población. Su estilo personal es radicalmente plebeyo, desenfadado y alejado de todos los convencionalismos”.*

Comienzan los cuatro años y pico de su mandato presidencial. Cuatro años de pendiente empinada para emerger de la más densa oscuridad en que nos sumergieron el exterminio del Proceso, los dislates del menemismo y las ineptitudes e impotencias alternadas con pocas, demasiado escasas, bocanadas de aire puro.

Prontamente se termina el baile juguetón del bastón de mando. Lo aferra firmemente descabezando a la cúpula militar sobreviviente, vinculada a los métodos de la dictadura, para abocarse de inmediato a la reforma de la corrupta Corte Suprema de Justicia; dos cambios de rumbo notables, opuestos al laissez faire imperante en las sucesivas conducciones del Estado. Impulsa el enjuiciamiento –frenado desde la época de Alfonsín– a los responsables por crímenes de lesa humanidad logrando, en el Congreso Nacional, las anulaciones de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Provisto de esta terapia el quebranto moral se ocupa del económico. Sorprende con la cancelación anticipada de la deuda con el Fondo Monetario Internacional por valor de 9.800 millones de dólares, quebrando el yugo infame con la entidad financiera. La actitud es conjunta con el gobierno de Lula y ayuda a crear un fuerte lazo que fortalece otra de sus obsesiones: el Mercosur. Junto a Lula (Brasil), Tabaré Vázquez (Uruguay), Evo Morales (Bolivia), Michelle Bachelet (Chile), Rafael Correa (Ecuador) y Hugo Chávez (Venezuela) plantea, por primera vez en la historia de América Latina, la posibilidad de establecer una coalición de países de la región que desarrolle políticas independientes de las potencias mundiales hegemónicas, actitud que refrenda en Mar del Plata, en la IV Cumbre de las Américas, donde manifiesta su rechazo hacia el ALCA, propuesto por Estados Unidos.
Logra, sorprendiendo hasta a los más escépticos, que a fines del 2006 las reservas lleguen a los 30.000 millones de dólares. Interviene la obra social de jubilados y pensionados (PAMI) sumida, hasta entonces, en una vergonzante desadministración de su holgado presupuesto de 1.000 millones de dólares.

La desocupación ascendida a límites intolerables con las políticas neoliberales, consigue colocarse en el 10% y comienza la ardua lucha contra la pobreza e indigencia, de resultados mucho más mediatos, excepto los paliativos que se adoptan.

Pinceladas, ramalazos notables del estadista cuya partida acongoja, más allá de la controversia que generan los sanguíneos-confrontativos dispuestos a dar pelea por sus ideales. Algunos, divergentes legítimos de políticas y procederes; otros, quizá desencantados porque no se produjo la “reforma agraria”, haciéndole el juego con sus mezquindades a la derecha más reaccionaria. Y, como siempre, la caterva de “perjudicados” por las justas medidas que pretenden –logrando, a veces, un tiro para el lado de la Justicia– algo más de equidad en el reparto.

No es necesario aportar otros datos biográficos que, seguramente, volcarán –en catarata– ciertos medios, como un mojigato modo de ampararse en el respeto por un muerto al que nunca respetaron en vida. Preferimos la crónica simple, afectuosa, del recuerdo de aquella imagen del Flaco estrábico, con sus “eses sopladas”, ordenándole a Bendini descolgar los retratos de los sátrapas en el Colegio Militar.

 

 

 

 

 

 

(*). “Reflexiones en torno al gobierno de Néstor Kirchner”, Atilio A. Borón, CLACSO / UBA).

 

Share via
Copy link
Powered by Social Snap