Zoom, paredón y después

Tito Vaccaro. La pantalla se convierte en una cuadrícula animada. Es un tablero de ajedrez perfecto o un casillero para jugar a la batalla naval.

Los rostros son figuritas pegadas en un álbum, fotos carnet que esperan turno para elevar la voz. Los diputados sesionan de manera remota. Uno propone, otro contesta a mil kilómetros de distancia. El que dirige el debate va dando la palabra. Ahora le toca a una legisladora que asiste en modo presencial desde su butaca, distanciada de los colegas en un recinto entristecido. Van y vienen las opiniones, se intercalan en un orden novedoso, inesperado, en una mecánica sin antecedentes.  Los rostros se alternan para aparecer en primer plano, algún micrófono hace ruido, otro deja mudo al orador que sigue moviendo los labios sin emitir sonido. Días después, el Presidente surge en el centro de la imagen. En sillas separadas lo rodean importantes personalidades. El telón de fondo son inmensos primeros planos de gobernadores de provincias lejanas. Horas más tarde, el conductor de un noticiero dialoga con tres periodistas a la vez que informan sobre la pandemia desde grandes capitales del mundo. El deporte también se incorpora al juego. Las cabecitas de ocho periodistas discuten sobre Bielsa o traen de la prehistoria el enfrentamiento Menotti-Bilardo.

El Flaco se deja llevar. Acepta. No queda otra. Ya ni se asombra por los adelantos tecnológicos. Sigue las noticias por internet, lee el periódico en la computadora y hasta se da una vuelta por Facebook. No le atrae mucho Twitter,  agradece a Whatsapp el contacto con los afectos y le gustó la entrevista al Tata Cedrón que la Red de Cultura difundió por la nueva vía de reunión virtual.

Zoom es la palabra mágica.

Piensa en  El Aleph, el cuento de Borges en el que el escritor veía un punto iluminado donde ocurría todo al mismo tiempo, lo de antes y lo de ahora, lo de allá y lo de acá. Y recuerda que, a pesar de Florida y el gorilismo, el genio sin Nobel fue empleado de la biblioteca pública Miguel Cané, de Carlos Calvo y Muñiz. Él tiene su propio zoom. Pegado en la frente,  grabado en el alma. En cualquier momento entra en funcionamiento. Como ahora.

El primero que aparece en una ventanita es Claudio García Satur, que levantando el cuello de su camperita de Rolando Rivas dice: –Tenemos que estar todos en contra de Uber. –Yo hubiera tratado el tema en mis libretos, acota Alberto Migré parado en la esquina de México y Yapeyú.

Desde otra nube, René Pontoni invita a ver en Youtube la campaña de San Lorenzo por España en 1946. Inmediatamente, el Nene Sanfilippo recuerda que fue goleador cuatro años seguidos y que le hizo a Roma un gol de taquito. –Yo relaté ese partido, dice Fioravanti. –No nos dejen afuera, se cruza el Pipi Romagnoli mostrando una réplica de la Copa Libertadores ganada hace seis años. Saluda entonces Angel Magaña, vestido de Cura Lorenzo Massa, como en la película de la década de 1950. –No se la pierdan, la pueden ver en Youtube. –¡Dale Ciclón!, grita el infectólogo Eduardo López, y agrega: –No se olviden que mi colega Pedro Cahn también es cuervo.

–Buena idea esta comunicación en red, interviene Antonio Zamora, y destaca la importancia del periodismo para difundir  campañas contra la pandemia. Un cuadrito ilumina el rostro de Álvaro Yunque; se escucha su voz: “Estoy hecho de blanduras y animado de violencia. Mi forma que duda, tiembla. Mi inspiración, invencible, combate, no se lamenta”.

Un señor de bigotes blancos dice: –Yo estuve cuando fue creado: el secreto del sándwich de pavita está en la calidad del vinagre…  Sin dejarlo terminar, a veinte cuadritos de distancia, el pizzero de El Sol Di Napoli pegunta: –¿Alguien me puede decir que es eso delivery y teiqueguey? Se oye un “ping”: –Soy el jefe de ventas del Bazar Dos Mundos y queremos avisar que los sábados por la mañana estamos abiertos. –Hola, ¿se me escucha? pregunta Calvosa y agrega: –en el Palacio del Niño tampoco cerramos los sábados. –Ah, se podían pasar avisos, exclama Alonso, de Coppa y Chego: –Tenemos las nuevas camisas color arena y llegaron los mamelucos reforzados.  –Yo sigo en  el local de la galería, dice Isidoro Blaisten con melancolía. –Ojo que en cualquier momento volvemos a poner la mesa de libros en la esquina, advierte Pepito con una sonrisa.

-¿Pero son todos varones? exclama María Luisa  mostrando su certificado de dactilógrafa de la  Pitman con la cantidad de palabras por minuto. –Adelante las mujeres, afirma Azucena Butteler, y agrega: ya están habilitadas las salidas recreativas, así que pueden pasear por la calle que lleva mi nombre que rodea a la placita Discépolo.

–Habla Clara Better, grita una foto borrosa. –Hay que terminar con el machismo–No seas caradura, responde Castelnuovo, ya todos sabemos que sos César Tiempo. –Pero muchachos, esto no es para pelearse,  si todos andamos por las las veredas que yo pisé, dice Cátulo: Paredón, tinta roja en el gris del ayer… Tu emoción de ladrillo feliz, sobre mi callejón con un borrón pintó la esquina…

–Cómo nos vamos a enojar ahora, dice Mercedes Simone y entona al pasar: Ya no tengo la dulzura de sus besos, vago sola por el mundo, sin amor. Otra boca más feliz será la dueña de sus besos que eran toda mi pasión. Hay momentos que no sé lo que me pasa, tengo ganas de reír y de llorar. Tengo celos, tengo miedo que no vuelva. Y lo quiero, no lo puedo remediar.

–Bienvenidas las chicas, dice Homero. –Aquí estoy yo, susurra Malena. –¿Qué tal? pregunta la vecina, Lidia Borda. Y  canta: Tu canción tiene el frío del último encuentro. Tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo. Yo no sé si tu voz es la flor de una pena, sólo sé que al rumor de tus tangos, Malena, te siento más buena, más buena que yo.

–Si se puede cantar, canto,  dice Adriancito Guida: Vos que tenés labia, contame una historia. Metele con todo, no te hagas rogar… Contame una historia distinta de todas, un lindo balurdo que invite a soñar.

Cada loco con su tema, dijo Serrat. Cada loco con su zoom se dice el Flaco.

Suena el portero eléctrico. El timbrazo lo desconecta. Es el pedido del restaurante que sigue en la lucha por sobrevivir. El dueño de casa hoy no cocinó. Estuvo conectado. ¿Vieron qué importantes son las video conferencias?, diría Bill Gattes. Pero si viviese, la abuela siciliana preguntaría: Má figlio, ¿che cosa e questa mezcolanza?

Esta tarde poco importa encontrar alguna respuesta. El aroma de los tilos de Boedo y las glicinas del patio del fondo fueron más intensos que la lavandina y el alcohol.

Y mientras va hacia la puerta, sonríe  detrás del barbijo.

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