El “Oveja”

La melena era de lana, aunque nunca le diera el estigma para “oveja negra” porque en realidad era todo lo contrario: un pibe excepcional, humilde y empeñoso. “No es que me peinaba o que quisiera imponer una moda. Me lavaba la cabeza con jabón y cuando se me secaba el pelo me quedaba así”, aclaraba, como para no presumir con su mote…

Bondi, un tren del Lacroze hasta Chacarita y el 165 que lo dejaba en el Viejo Gasómetro, “tutti i giorni”, para empezar a forjarse futuro con otro destino para sus pies que patear los arduos surcos de la quinta en donde se ganaba el mango. Un sábado de primavera de 1962, detrás de los eternos anteojos oscuros de José Barreiro, hubo una mirada especial para el pibe Telch: “atenti que mañana te pongo contra Ferro”. Uno imagina la noche insomne de ansiedad, pero no, el madrugón fue producto de la changa de amasado en una panadería para mantener ese “vicio” de la pelotita. “Cuando debuté en primera división llegué a la cancha en un camión del tío de mi mujer. Era un Ford A, con el que aprendí a manejar. Yo trabajaba en una panadería de noche y a la mañana me pasaron a buscar. “

Al día siguiente compartió el mediocampo con Santamaría y Martínez, le cuidaron la espalda Periotti, Cancino y Páez. Y le entregó no pocas pelotas a Facundo, “Coco” Rossi –su admirado ídolo–, Leeb, Sanfilippo y Casa. Tres a dos, y una jornada que nunca se le borraría de las retinas pese a que alguna vez le iba a hacer dos goles al Brasil de Pelé, campeón del 62 –año en que él recién debutaba en primera–, en Brasil, en la Copa de las Naciones, entre otras memorables actuaciones.

En San Lorenzo ya se había comenzado a juntar con una runfla de atorrantes especializados en “jibarizar” pelotas de fútbol: “la dejaban chiquitita así”. Tanto que allá por 1964 armaron un equipo que fue cuna de los Matadores del 68: los Carasucias. Los Carasucias eran un equipo completo, pero el quinteto “fatídico” de osados pendex estaba compuesto por Doval, Areán, Veira, Casa y Telch.

Doval –el loco– especialista en arcos adversarios, señoritas y trasgresiones varias, terminó en Brasil en el Fluminense y el Flamengo desparramando fútbol.  Areán, Fernando Areán, solía jugar más abajo y distribuir el juego como un media punta. Llegó a director técnico del equipo entre 1991 y 1992. Casa, el endiablado –imparable– gambeteador, no pudo esquivar los disparos de un guardia en la vecindad del regimiento 1, en Palermo, y debieron amputarle un brazo, pese a lo cual siguió gambeteando adversarios y su malhadada suerte. Con el “Bambino” Veira –uno de los máximos ídolos de “El Ciclón”– Telch perduró luego de esa época juvenil –casi amateur por el desparpajo– para pasar a compartir las conquistas de 1968, integrando los “Matadores”, y las del Metropolitano y el Nacional de  1972. El “Oveja” sobrevivió al “Bambi” como jugador con el título del Nacional de 1974. El “Bambino”, en cambio, se dio el gusto de ser el técnico campeón de 1995.

Telch se fue de San Lorenzo en el 75, decepcionado por una dirigencia (Fernando De Baldrich) poco afecta a reconocer talentos humildes. Por “chauchas y palitos” se lo llevó Unión donde descolló cuatro años más, y uno de yapa en Colón donde cerró su ciclo en 1980.

Su corazón, sin embargo, se quedó en Boedo: “Cuando tiraron abajo el Gasómetro me quería morir. Tengo una pedazo de tablón de las viejas tribunas que ahora lo uso para picar carne. Una vez sola pasé por ahí, por Boedo, cuando mi hijo estaba en la colimba, y vi que estaban haciendo un supermercado; la verdad es que me dolió mucho y nunca más volví.”

Allá por 1973, cuando jugó en la Selección, que disputó el Mundial de Alemania al año siguiente, tuve oportunidad de estrechar su mano franca –de esas que aprietan– en ocasión de cruzarnos en La Paz cuando viajé como camarógrafo de Teleonce para grabar el partido.

Treinta y dos años más tarde –2005– la nostalgia pudo más que la ausencia del Gasómetro y lo volví a ver –retornando a Boedo– en una de las inefables misas de 1º de abril del cura Domingo Pizzuli en la capilla de San Antonio, junto a sus “cumpas” de toda la vida: el “Tucu” Rafael Albrecht y el “Sapo” Sergio Bismark Villar (La foto la ligó Virginia, mi mujer, otra “cuerva”).

El domingo pasado –12 de octubre– el pibe que se excusaba porque se lavaba con jabón las “lanas”, partió en silencio hacia el Olimpo Azulgrana al que seguramente se agrega el blanquiceleste de  la Nacional. Arriba esperaba al “Oveja” un rebaño deseoso de cobijar su talento humano y futbolero.

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