Somos nostalgia

Tomás Martínez, entrañable amigo y frecuente colaborador espontáneo de Desde Boedo, acaba de publicar su primer libro: “Somos nostalgia”

Tomás Martínez (1937) nunca ha publicado un libro, ni tampoco se había imaginado haciéndolo. Ahora dice que con los años ha sufrido demasiadas pérdidas, entre ellas el pudor de mostrar lo que piensa, lo que siente y como lo traslada a la escritura. Ahora, ya con ese texto en la solapa de su primer hijo impreso, piensa que “Toda la vida he sentido adoración por los libros y acabo de conocer el placer de tener uno en las manos con mi nombre en la portada ¡Vanidad de vanidades!”. El “con su nombre en la portada” es la edición “Círculo Rojo” de su “Somos Nostalgia” que califica como “ejercicios de memoria y entretenimiento de jubilado”. ¡Vaya humildad la del autor que también la ejerce en sus relatos! “El sentimiento de identidad es una necesidad esencial y, por ello, no debe estar anclado en un pasado diferente al real, en una especie de paraíso que nunca se ha vivido. El pasado se percibe con un decoro y entereza de los que carece el presente y, presumiblemente, el futuro, lo que hace tan atractiva la nostalgia”.

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Las señoras y señores con “juventud acumulada” (gracias  Fanny Mandelbaum) que presumimos –con fundamento– de una racionalidad productiva condimentada con sabrosas motas de irracionalidad –tanto como para no aportar a los “sabihondos y suicidas” discepolianos– tenemos que ingeniárnoslas para subir los penúltimos peldaños con dignidad y disfrute, dosificando las energías musculares que restan y dilapidando las mentales que han tenido una vida para acumularse en los “cajoncitos” de la “terraza” personal.

Tomás Martínez es de esos militantes de la madurez que cuenta con el invalorable agregado de sapiencia de cómo traducir sus recuerdos en letras coloquiales, tiernas, pura evocación despojada de la pesada carga de la idealización que ancla y paraliza presente y futuro. Un paseo fresco en un tranvía nostálgico que tiene parada en cada una de las instancias infanto-juveniles que le deparó una vida que ya cursa –a confesión de parte– la novena década de lágrimas y sonrisas.

Dice Tomás que “Por suerte no somos autómatas de la memoria, nuestra actual mirada no es exactamente la misma que tuvimos al vivir los hechos contados. Tirando del hilo de los recuerdos, devanando la madeja, contamos nuestra historia aportando experiencia y por tanto matices, sin perder, por ello, la veracidad del relato”.

A Tomás lo conocí de la mano ya adulta de mi prima Ana –que siempre será Bochi, como en la infancia– y de inmediato “pegamos” actitudes y miradas aun cuando la mayor parte del tiempo nos separen once mil kilómetros de océano que sus relatos devoran en un instante para posarse en las páginas de Desde Boedo y derramarse en la fruición lectora porteña que asimila lugares y épocas: donde dice Madrid léase Buenos Aires, donde un “chaval” hace sus infantiles tropelías  entiéndase que se trata de un “pibe” y sus travesuras. La traducción instantánea –que no de idiomas, que compartimos en esencia– se aferra a una infancia y juventud  tan bien fotografiadas literariamente por Tomás  que algunos acontecimientos tan trágicos como las consecuencias de una guerra civil se asimilan como propias vívidamente, como si alguna vez hubiéramos padecido circunstancias similares.  “En los recuerdos encontramos, a veces, sentido a nuestras vidas. Nos reencontramos con nosotros mismos en los gestos sencillos, en los momentos pequeños que nos definen con mayor claridad, en los matices que percibimos al evocar el pasado. Quedamos retratados con fidelidad en las instantáneas de la memoria. Son la sal de la vida”.

En las difíciles circunstancias de este presente universal caótico donde la tentación de refugiarse en los tiempos de vino y rosas, corregidos y aumentados soslayando las desventuras y subiendo el volumen de los valses para bajarlo en los addaggios, Tomás Martínez escribe su primer libro a los 82…, y relata y opina…

Conspicuos militantes del “todo tiempo pasado fue mejor”, abstenerse…

“Vivir instalado en el pasado es una forma de inadaptación al presente y de encarar el futuro con fuerte carga de ansiedad. Idealizar el ayer, creer que fue perfecto e irrepetible, lleva a una melancolía estéril, excesiva, que hipoteca el mañana y nos impide disfrutar de lo que hoy tenemos”.

(M. B.)

SOMOS NOSTALGIA / Tomás Martínez / Círculo Rojo, Editorial / Madrid, agosto 2019

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