“Piensa el ladrón que todos son de su condición”

Un proverbio a la medida de Joaquín Morales Solá
“Piensa el ladrón que todos son de su condición” es un proverbio popular de larga data que pocas veces resulta tan adecuado como en la nota editorial del diario La Nación de hoy, miércoles 2 de enero, en la que el periodista Joaquín Morales Solá pretende, justamente, hacer uso político de una muerte, la del ex canciller Héctor Timerman, para denostar a Cristina Kirchner. La visión canalla del columnista tuvo la condigna respuesta de la abogada patrocinante de Timerman en el juicio sobre la causa AMIA que sobrellevó el ex canciller.
La nota de Solá:

 

El uso político de una muerte
Por Joaquín Morales Solá

“La Nación”, 2 de enero de 2019

 

En medio de la tragedia que significa el fin de una vida, la muerte del ex canciller Héctor Timerman desnudó al cristinismo tal como es. Casi todas sus expresiones descuidaron la estrategia nueva, que consiste en mostrar a una Cristina Kirchner buena y tolerante, para mostrar un espacio político dedicado a odiar y con hambre de venganza. Ninguno de los cristinistas que se manifestaron en público dejaron de señalar que Timerman había muerto como consecuencia de la persecución judicial y política por el memorándum con Irán.

La primera en hacerlo fue la propia Cristina, que luego fue seguida por dirigentes importantes de su partido, por periodistas militantes o por simples simpatizantes. Aníbal Fernández fue, como de costumbre, el más explícito: “Los h… de p… que te lastimaron sin razón pagarán por ello”, amenazó, dirigiéndose a un Timerman que ya no estaba. No faltó entre los muchos tuits cristinistas la implacable advertencia de que no habrá “ni olvido ni perdón” para los supuestos culpables de la enfermedad de Timerman.

Timerman se enfermó de cáncer de hígado (uno de los más letales) durante la presidencia de Cristina Kirchner. Tuvo una efímera recuperación en los últimos meses del mandato de la ex presidenta, pero recayó un mes después de dejar el gobierno, en enero de 2016. Cristina Kirchner dijo en su página en Facebook que el excanciller “se enfermó por el ataque que sufrimos por el memorándum con Irán” y descartó de plano que su vida haya terminado “por los infortunios de la vida misma y sus enfermedades terribles”.

Autorreferencial como siempre, no se privó de señalar a la comunidad judía argentina por esos ataques contra ella y Timerman. La comunidad judía fue, en efecto, la que mantuvo vivo ante la Justicia el planteo de inconstitucionalidad del acuerdo con Irán, hasta que finalmente fue declarado inconstitucional.

Pero ¿por qué atribuir a la comunidad judía o a los políticos y la prensa crítica de ese memorándum la culpa de una muerte? ¿Qué pruebas existen, más allá de la conjetura revanchista o de la inferencia pseudocientífica? ¿O todos debían callar ante una de las decisiones más disruptivas que tomó Cristina Kirchner, para que nadie se enferme eventualmente?

¿No se estaba hablando, acaso, de qué hacer con el atentado más criminal que se perpetró en territorio argentino y que dejó 85 muertos (86, si se cuenta la muerte violenta del fiscal Alberto Nisman)? ¿No es esa inculpación arbitraria otro intento de censura del pensamiento crítico?

La firma de ese acuerdo fue una decisión política: ¿es, como tal, justiciable o no? La respuesta la tendrá en su momento la Corte Suprema de Justicia, la última instancia judicial con facultades para establecer si una decisión política fue un delito penal o solo una decisión del Poder Ejecutivo, que, aunque mala, no debe ser juzgada por los jueces.

Si Timerman defendió con pasión sus posiciones, que lo hizo, también los otros tienen derecho a poner el mismo entusiasmo en la defensa de sus criterios. No puede ser que la opción sea la verdad del cristinismo o el silencio, sobre todo en un asunto que hiere la sensibilidad de muchos argentinos. La diferencia que marcó Timerman, no menor en el ámbito en que desplegó su función pública, es que no tuvo ninguna causa judicial por corrupción. No apareció en los cuadernos de Oscar Centeno ni en los papeles de ningún juez que investiga hechos de corrupción.

Cristina Kirchner debería explicar, en todo caso, por qué descuidó tanto a quien fue su canciller durante cinco años. Una sola vez se interesó por su salud, pero nunca fue a visitarlo a su casa o en los sanatorios donde estuvo internado. Una carta en Facebook cuando ya la muerte ha sucedido no enmienda el olvido anterior. Esas reflexiones en Facebook se parecen más a una rendición de cuentas con su oposición, con la prensa crítica y con la comunidad judía; es decir, con los críticos de su decisión de acordar con Irán. La muerte de Timerman fue solo una excusa, un vector de palabras que se refieren a ella más que a Timerman.

Timerman le fue ciegamente leal. Cambió mucho por eso. Cuando en 2007 se fue como embajador a Washington, poco después de que Cristina Kirchner cargara públicamente contra el gobierno de Barack Obama por la valija de Antonini Wilson (que ella adjudicó a una operación de la CIA), Timerman le dijo a quien esto escribe que él era un “constructor de puentes” y que su prioridad sería restablecer la normalidad en las relaciones entre los dos países.

Esos conceptos se los había dicho antes al entonces embajador norteamericano Earl Wayne, según contó. Varios años después terminaría, ya como canciller, decomisando un avión norteamericano que había llegado por un acuerdo de cooperación policial con la entonces ministra de Seguridad, Nilda Garré. Semejante salto lo había dado cautivado por el liderazgo y la retórica de Cristina, lealtad que esta no recordó en los años de la cruel y larga agonía de Timerman.

La acusación de que se trató de una persecución de Macri ignora alguna información sobre las relaciones humanas. Típico de Cristina: a ella le importan solo sus hiperbólicas deducciones sobre los grandes acontecimientos y jamás se detiene en las personas concretas.

Los Macri y los Timerman fueron vecinos en los años 70. Vivieron en el mismo edificio porteño de Posadas y Ayacucho. Si bien los padres, Jacobo y Franco, no tuvieron relación entre ellos, los hijos sí la tuvieron. Tal vez por eso Mauricio Macri se ocupó personalmente de que la cancillería argentina tramitara una visa humanitaria en los Estados Unidos para Timerman cuando este decidió hacerse un tratamiento experimental en Nueva York.

Los Estados Unidos le habían retirado la visa a Timerman porque estaba sometido a un proceso penal en su país. Macri ha intercambiado también algunos mensajes con el único hermano vivo que le queda a Timerman, Javier, un ejecutivo de fondos de inversión que vivió casi toda su vida en Nueva York. Javier Timerman se instaló en Buenos Aires recientemente para acompañar a su hermano en los últimos meses de vida y se hizo cargo de la oficina local de un fondo de inversión. El tercer hijo de Jacobo Timerman, Daniel, murió también en 2018, en Israel.

La conclusión de lo que pasó con una muerte, injusta como toda muerte temprana, es que el cristinismo no ha cambiado. Esa mujer consensual, dialoguista, pacífica y hasta receptiva a las críticas que dibujan sus viejos o nuevos voceros no es Cristina. Cristina es la misma Cristina de siempre. Nadie cambia a los 65 años. Ella sigue siendo la misma persona rencorosa y vengativa, capaz de imponer el miedo a su alrededor y también más allá. Todo lo demás es estrategia electoral.

Sucedió en 2007, cuando también el gobierno del propio Néstor Kirchner prometió una presidenta mucho mejor que él. Abierta a las relaciones exteriores y a la comprensión de los problemas de la economía real. Un año después de asumir, les declaró una guerra interminable a los productores agropecuarios, que ella perdió. Finalizó sus dos mandatos abrazada a Hugo Chávez y al régimen teocrático de Irán.

En las vísperas de las elecciones de 2011, cuando la reeligieron, también la estrategia oficial describió a una persona buena y pacífica. Semanas después de ganar, le colocó un cepo al dólar, decisión que nunca había anunciado en la campaña electoral, y le declaró la guerra a la independencia de la Justicia y de la prensa. La Cristina que se presentaría como candidata a la presidencia el año que comenzó no será mejor que la que conocemos. Será ella, otra vez, cavando una fisura incurable entre sus seguidores y sus detractores.

                                                                      Joaquín Morales Solá

 

 

 

La respuesta de la abogada patrocinante de Timerman en el juicio sobre la causa AMIA que sobrellevó el ex canciller, Graciana Peñafort, extraída de sus tweets @gracepenafort:

 

Me levanto y leo esta nota canalla de Joaquín Morales Solá en La Nación, titulada “El uso político de una muerte” donde Morales Solá hace eso mismo, usa la muerte de Héctor Timerman para denostar a alguien que Timerman adoraba y a quien le fue leal hasta el último minuto: CFK.

La nota es una canallada y además miente. Y quiero señalar eso, porque no solo he sido junto con @AleRuaTwit la abogada de Timerman, sino que, y más relevante para mí,  que he sido su amiga. Esta es la nota que voy a pasar a rebatir [1].

 

Timerman en efecto sufrió de cáncer de hígado. Del que fue operado y se recuperó. Y el regreso de la enfermedad coincidió claramente con la bochornosa reapertura de la causa, ésa que los medios anunciaron –y exigieron–  antes de que estuviera la sentencia escrita.

Yo no conozco tanto de medicina como para evaluar el factor emocional en ese tipo de enfermedades. Pero si sé de leyes y procesos y de eso voy a hablarte Joaquín. Cuando Héctor supo del avance de la enfermedad, me pidió que le pidiese a Bonadío, poder declarar antes. Cosa que hice, porque sus médicos me habían explicado que el dolor extremo del cuadro que presentaba Héctor obligaría a proporcionarle medicación que le dificultaría declarar. Y a diferencia de lo que Bonadío hizo con Franco Macri, enviándole los médicos a la casa, con Héctor no.

Héctor, que ya caminaba con dolor y dificultad, tuvo que ir a tribunales a certificar lo enfermo que estaba. Lo sé Joaquín, porque yo lo acompañé. Fue un calvario. Y además un calvario inútil, porque pese a constatar la enfermedad, Bonadío no adelantó la declaración de Héctor.

Llamó a indagatoria siguiendo el cronograma electoral. Y fuimos, previo un complejo proceso de retirarle parte de la medicación para que pudiera declarar. La indagatoria fue lo más parecido a una sesión de tortura. Héctor estaba extremadamente dolorido y respiraba con dificultad.

Cuando vino Bonadío a saludar y vio el cuadro de situación desolador, me escribió una nota diciendo: “Dra. cuando usted indique suspendemos esto”. Héctor quiso seguir declarando y solo interrumpí esa declaración cuando sus labios se pusieron azules por falta de aire.

De esa indagatoria salimos y nos fuimos a una clínica porque Héctor se desmayó en el auto. Tuvo una crisis cardíaca fruto del dolor y la falta de oxígeno. Cuando volvió en sí, me decía “me mataron Graciana, y yo no quiero morirme así. No dejes que manchen mi nombre, por favor”.

Luego vino el infame procesamiento y la prisión domiciliaria. Y yo recorrí Py explicando que Timerman necesitaba poder viajar para hacer su tratamiento. Y también se lo explicamos a la Cámara de apelaciones con @AleRuaTwit , en una apelación oral que duró 4 horas.

Al final de esa apelación yo le dije al Dr. Irurzum “a estas alturas la política no me importa, pero por favor levanten la prisión, porque necesita salir para tratarse. Se va a morir si no puede tratarse”. Con lágrimas en los ojos, supliqué sin pudor. Héctor se moría.

Revocaron el cargo de traición a la patria, pero confirmaron la prisión preventiva. Por el delito de encubrimiento. Delito por el que nadie en este país va preso durante el proceso. Nadie salvo Héctor Timerman. Y como era lógica consecuencia, EEUU le revocó la visa y no pudo viajar.

Ese enero fui a Py dispuesta a no irme de allí sin la excarcelación de Timerman. Y en lugar de Bonadío, estaba de turno Sergio Torres, que fue infinitamente más humano. Y Marijuan, que acababa de ser papá y se vino especialmente a hacer el dictamen. Y Plee que me abrazó diciendo “tranquila, lo vamos a solucionar” mientras yo lloraba desconsolada, diciendo “Se muere. Se me muere a mi” Porque eso sentía, que Héctor se moría en mis manos, que eran impotentes para liberarlo. Pero obtuve la libertad.

Empezó el trámite de obtener la nueva visa o un permiso especial, lo que saliera antes. Corríamos contra reloj. Llamé a Cancillería, de inmediato acordamos una reunión. Faurie y su jefe de gabinete Marcos Stancanelli entendieron la situación y comprometieron su ayuda.

Pero más allá de la buena voluntad de Cancillería, la visa especial no se logró gracias a las gestiones del gobierno Argentino. Se logró gracias a la presión de los demócratas norteamericanos, entre ellos Patrick Leahy, quien instó al Congreso de USA a dar la visa.

También se logró gracias a la visibilidad que le dieron al tema los medios norteamericanos, entre ellos el New York Times. Mientras tanto, acá los miserables de Eduardo Feinmann, Federico Andahazi y Fernando Iglesias se burlaban y festejaban. Porque así de inhumanos son.

También gracias a la presión de organismos internacionales de Derechos Humanos como Human Right Watch y el CELS. Y también organizaciones israelíes de Derechos Humanos como el “Centro de Iniciativas por la Paz”, “Osim Shalom” y “Jihalin”.

De cancillería me llamaban a mí para saber cómo avanzaba el trámite de la visa de Héctor. Casi tres largos meses demoró obtener una nueva visa. Cuando llegó a EE UU, ya era demasiado tarde para hacer el tratamiento. Ya era demasiado tarde para Héctor Timerman.

Le aconsejé que se quedara allí y Héctor me dijo que él quería morir en su país. En su casa y en su patria. Y me pidió declarar ante el tribunal que va a juzgar el caso. Que era lo último que le faltaba para poder morir en paz. Que la Justicia Argentina lo escuchase.

Volvió a la Argentina, conoció a su nieta recién nacida, se fue despidiendo de todos a cuantos amaba y se peleó con algunos, porque le dolió mucho el destrato y se reconcilió con otros, porque, Joaquín, deberías saber que Timerman era un hombre bueno. Y finalmente declaró.

Tuve oportunidad de ser testigo de cómo buena parte del peronismo desfiló por su casa para abrazarlo y respaldarlo, al menos mientras pudo recibir gente. Y sos injusto con CFK en tu nota, porque me consta que ella siempre estuvo atenta a como estaba su salud y su ánimo.

Lo sé Joaquín, porque era a mí a quien CFK llamaba para preguntar y para trasmitir mensajes de afecto. Que yo siempre retransmití y Héctor siempre sonreía. Porque Timerman en un momento ya no pudo hablar por teléfono y luego, ya no pudo hablar. Mucho menos recibir visitas.

Fui yo el nexo y por eso me tocó la dolorosa tarea de avisarle el domingo de la muerte de Héctor. Sos injusto en tu nota tanto con Timerman como con CFK. En lo único que sos justo es en decir que Héctor era un hombre leal. Por eso y en su memoria, te respondo.

 

  1. https://www.lanacion.com.ar/2207119-opinion-3×2-cpo-28-kjdfssfd-ghas-shdfgcaracteres-jhdsfgjshdfgsjdfel-uso-politico-de-una-muerte

 

 

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