La sonrisa de Messi

Por Pablo Bellocchio |

Luego de un partido perfecto de la selección Argentina, tras ganarle 6 a 1 a Paraguay, muchos destiladores de odio decidieron resaltar que Messi no convirtió a pesar de sus cuatro asistencias y de tener un partido brillante en lo colectivo. “Messi no es el mismo en el Barcelona que en la selección” dicen. ¿Será cierto?

Antes que nada vale aclarar que quien escribe estas lineas es un desquiciado fanático de Lionel Messi. A tal punto lo soy que, si bien estaba contento tras la victoria Argentina, no podía celebrarla del todo porque Lio no habia convertido su gol. Esto no significa que no haya podido disfrutar de lo que hizo la pulga en cancha, sino mas bien, que ya veía venir el comentario de los buscadores de defectos contra Lionel: “Faltó el gol de Messi”, “En Barcelona se lo ve mas enchufado” “En España lo marcan distinto”, “Si jugara en Sudamérica no podría hacer lo que hace en el Barcelona”, “No siente la camiseta Argentina”… y la máxima mofa, la más injustificada y desleal de todas las críticas, la que reduce todos los argumentos a la nada: “Es un pecho frío”.

Por un segundo trato de sosegar mi impulso de fanático defensor de Lio y me permito tratar de analizar objetivamente los hechos. En la última temporada, en la que consiguió la triple corona (Liga-Copa-Champions) Messi anotó 58 goles en 57 partidos, un promedio de 1.02 goles por encuentro. Su segunda mejor temporada en toda su carrera en cuanto a goles se refiere. Así llegó Messi a ésta Copa América. En la selección ha convertido hasta hoy  -escribo un día antes de la gran final-  un solo gol en todo el certámen continental.

Consultado por Tití Fernández por su falta de gol en la selección luego del match de cuartos de final ante Colombia, Messi desnudó, como pocas veces, un gesto incrédulo y apenás alcanzó a decir “Es terrible lo que me cuesta hacer un gol en la selección”. Él mismo parece ya desconocer que es el segundo goleador histórico de la Albiceleste. Él mismo parece haber entrado en ese reclamo incesante del argento-bufarrón que le inyecta todas sus frustraciones reclamándole siempre excelencia. Exigiéndole siempre todo. Demandándole Maradonismo y huevos. Pareciera que hasta él ha caido en la crítica amarilla que le reclama inclusive cosas como no cantar el himno.

Habiendo visto una y otra vez a Messi en el Barcelona, llegué a la triste conclusión de que jugando allá se lo ve un poco distinto, es cierto. Se lo ve suelto. Busca constantemente paredes con sus compañeros, que se la devuelven para que él resuelva magistralmente las jugadas. E inclusive cuando los partidos se cierran, Messi desata tres gambetas seguidas, con su tranco indescifrable, para, finalmente, rematar al arco con soltura; casi con displicencia. En la Argentina, aun con todo su genio siempre presente, muchas veces se lo ve distinto. Se lo ve mas eléctrico. Se puede ver a un Messi casi obsesionado. Intenta una y otra vez, como un lobo obcecado por su presa; pero sin algo de esa frescura que lo viste cuando se calza la camiseta blaugrana.  Algo de esa simpleza se pierde en Messi cuando juega con la selección. No confundamos… su genialidad desborda cualquier tipo de presión y sobrepasa cualquier escenario. Messi sigue siendo Messi con cualquier camiseta. Su talento es tan inconmensurable que no hay manera de contenerlo; pero es cierto. Cuando juega con la albiceleste algo cambia en Lionel.

Comienzo yo a obsesionarme con esa mutación en Lio. ¿Qué cambia en Messi cuando juega para nosotros? Mirando una y otra vez distintos videos, me detengo en una particular diferencia: Su sonrisa. Messi no sonrie de la misma manera cuando juega para Argentina… En el Barcelona su sonrisa es ámplia y franca. Los Culés lo idolatran y disfrutan sonrientes de su juego. Aquí Messi sonrie tenso… Con una mueca extraña que esconde los nervios de quien se siente en deuda.

Ya lo sé. No es una observación muy futbolera que digamos y pareciera mas bien un pedido más que se agregara a la lista: “Sonreí más, Messi”. Pero no. No apunta hacia eso mi observación -ya sería el colmo de los reclamos- sino mas bien a otra cosa. Creo que lentamente, con nuestra desaforada búsqueda de Messías a quienes descargarles nuestras frustraciones para que las transformen -a fuerza de goles-  en felicidad, estamos sosegando el genio de un pibe inigualable. Un as del fútbol, como pocas veces ha visto la historia de éste deporte.  Somos nosotros un poco culpables de que Messi no sea exactamente ese mismo que vemos en Europa destrozando arcos rivales.

Y digo un poco solamente. Nuestra responsabilidad es parcial. Porque la otra parte le queda a Lio. Messi deberá desoir todos los reclamos. Inclusive éste.  La pulga deberá desentenderse de todas esas almas que le exigen felicidad como si él les debiera algo. Deberá desatender a todos aquellos que le vomitan sus frustraciones al grito de “Sos un pecho frío”.

No hay nadie mas pecho frio que quien te grita eso Lio. El que te grita pecho frio es alguien que jamás pudo ser consecuente con lo que ama.  El que te grita pecho frío no entiende lo que implica dedicarle la vida a un sueño y dejar todo -tu casa, tu familia, tus amigos- para irte a vivir solo a España y empezar de cero tu vida con tan solo trece años. El que te grita pecho frío no sabe lo que es inyectarse hormonas de crecimiento para tratar de que tu cuerpo le empate el partido a tu talento. El que te grita pecho frío, no te ve destripar rivales con tus zancadas de artista, dibujando pinceladas con tus piernas sobre el césped. Solamente ve el grito de gol resumido en una pantalla de su living. Solamente quiere ganar, porque como no puede ganar en la vida, quiere ganar la copa del mundo con Argentina. Ese, el que te grita pecho frío, dice “ganamos” pero cuando perdés dice “perdieron”, Lio. No lo escuches a ese tipo. Ese tipo no es hincha de fútbol… No es hincha de nada. Ese tipo es un pecho frío.

La deuda de Lionel Messi no es hacia nosotros. La deuda la tiene con él mismo. La pulga deberá sonreir. Gambetear el argentinismo exitista que le reclama resultados y divertirse con la pelota como solo él sabe. Como supo siempre. Como siempre sabrá. Gambeteanos a todos, Pulga… que no nos debés nada.  Levantá vos la copa… y que la sonrisa te quede dibujada.

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