La desocupación como “necesidad”

Por Mario Bellocchio |

¿Se acuerda de la empleada pública de Gasalla y su grito de ¡¡atrás!! para impedir el presunto acoso del público que exigía ser atendido?

Un personaje caricaturesco se crea en base a la exageración de un personaje real. El talento del artista hace el resto. Pero ese ser existe y ése es el origen del éxito artístico.

El peligro es la simplificación generalizada, el uso indebido del suceso, que le mete en la cabeza a doña Rosa y a don José sobre la falsa conclusión de que “todos” los empleados públicos son vagos “prendidos de la teta del Estado” que no se ocupan de las tareas para las que se les abona un sueldo que “todos pagamos con nuestros impuestos”. Y que ésta es una característica de un Estado minusválido que, en sus vericuetos burocráticos, no controla este tipo de descontroles.

El neoliberalismo contemporáneo sabe de este “circo” conveniente como excusa para sacarse de encima, sin culpa, trabajadores públicos de toda laya. Miles pagan el pato de la boda por algunos que cumplen con los requisitos de los indeseables, dicho sea de paso, existentes en toda administración estatal de nuestra historia y de la historia universal. Lo cierto es que alrededor de 28.000 cesanteados –y van por más– ya cargan con la mácula de “grasas del empleo público” como si se tratara del “estigma del arroyo”.

¿Cómo cierra este plan económico? Con un alto nivel de desocupación. ¿Cómo se deja a millares de trabajadores públicos en la calle sin hacerse cargo del costo político? Difundiendo a través de la única voz que se escucha masivamente sobre que los echados son todos ñoquis o incorporados masivamente para cargar con la “pesada herencia que deja el kirchnerismo”. ¿Cómo se logra que las noticias sean abrumadoramente oficialistas? Haciendo desaparecer los informadores, programas y medios opositores (678, Víctor Hugo, Dady Brieva, Duro de domar, TVR, toda la programación completa de Nacional…, y siguen las firmas).

Ahora también aparece la mácula de “militante” como causal de despido y… ¿Cómo se sabe si un empleado es militante sin un seguimiento persecutorio?

A esta altura sería bueno clarificar para quienes identifican a todo el empleo público con el cómico personaje de Gasalla, que el Estado tiene como obligación –y su consecuente manutención de personal– la de proveer servicios de salud, educación, seguridad, fuerzas armadas con su personal civil incluido (alrededor de 95.000 empleados), personal de organismos reguladores, organismos de ciencia y tecnología, personal de los poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y de los entes de información y control, y personal de las entidades administradas por el Estado como YPF (alrededor de 13.000 trabajadores), Aerolíneas Argentinas (unos 10.000 empleados), el Correo Argentino, AySA, Yacimientos Carboníferos Río Turbio, Enarsa y Arsat, entre otros no encasillables de menor cuantía.

Así y todo, el porcentual de empleo público sobre el total de la masa laboral activa de la Argentina sólo lidera –escasamente por encima de EEUU– las estadísticas americanas que indican que nuestro 17% supera por un punto porcentual a los norteamericanos en base a un estudio publicado por la OCDE y el BID.

Pero ¡Oh, sorpresa! en el primer mundo, glorificado por la muchachada neoliberal, los Estados con más empleados públicos son los nórdicos como Dinamarca y Noruega que rozan el 35%, mientras que Finlandia llega 28%, seguidos por Francia y el Reino Unido con 22 y 26 por ciento respectivamente. Claro que, flema británica mediante, a ninguna empleada pública “british” se le ocurriría vociferar ¡Go back!

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