Josecito de la ferretería

Por Edgardo Lois

José Muchnik acaba de publicar un libro que no es, en apariencia, de poesía: Josecito de la ferretería. Nostalgia, tecnología y poesía. Solo un poeta puede acomodar las sustancias de este libro. Solo un poeta ferretero sabe de menudeo y obsequio de yapas sobre el puente del tiempo.

Josecito es José Muchnik: un ferretero poeta ingeniero químico convertido en antropólogo… casi, casi sin querer. ¿Dónde lo conocí?, en Boedo. ¿Dónde aprendí a quererlo?: en San Ignacio y Boedo, en la mesa de publicaciones de Mario Bellocchio y Diego Ruiz, en las mesas del café Margot.

En los primeros tiempos de nuestro encuentro, José era una especie de tío bueno que llegaba desde lejos dos veces al año. Desde París. Era del barrio, y exhibía en su identidad, un toque franchute asumido con vera naturalidad. La dictadura lo había mandado a pasear en el 76. José sacaba otra vez la sortija y se daba una vuelta por Boedo, su barrio de infancia.

Josecito, el pibe ferretero, devino en hombre. Tiene varios títulos para colgar en una pared, pero él es, ante todo, poeta. El escalón poema poesía poeta es el más alto al que se puede aspirar en los terrenos de la cultura. De alcanzar el quía mortal dicha altura, podrá recién ahí empezar a jugar con el sueño/buceo entre los ropajes íntimos de la damisela: porque el arte es mujer. El hombre poeta posee contenidos y recursos: su crónica de vida, su memoria, y las memorias tomadas de personas y épocas, una mirada conectada al instante con la conciencia, un cuore lleno de amores y dudas, un mapa lleno de puertos desde donde se van los afectos; hay en el poeta la convivencia de historias de desbarranco y de algarabía; y hay la música que al fin sueltan las palabras cuando las trata un poeta.

José Muchnik acaba de publicar un libro que no es, en apariencia, de poesía: Josecito de la ferretería. Nostalgia, tecnología y poesía. Solo un poeta puede acomodar las sustancias de este libro. Solo un poeta ferretero sabe de menudeo y obsequio de yapas sobre el puente del tiempo.

Abre su libro con un gran plano general, en “Modo de empleo”: La ferretería ubicada en Boedo 1561 estaba en un local de aproximadamente seis por quince, con dos piezas al fondo de cuatro por cuatro, todo en metros; pequeño patio, baño, cocina y una piecita a la que se accedía por una escalera de piedra completaban la instalación. El autor de estas “memorias” nació ahí, en una de las piezas del fondo. Desde la colina de mis años maduros puedo decir que tuve suerte de haber venido al mundo en ese ámbito mágico. Algunos nacieron en calmos pueblitos de montaña con arboledas y arroyos, a mí me tocó el fondo de una ferretería en el barrio de Boedo, donde inmigrantes de diversas latitudes buscaban un retazo de paz a mediados del siglo veinte. (…).

En el desarrollo de las “viñetas”, como las llama Muchnik, hay una aparición recurrente, la palabra guía de Mario Bellocchio, director del periódico Desde Boedo, donde originalmente fueron publicadas. José establece diálogos, los necesita; se sabe: los poetas son inestables. En “Lámparas a querosén”: (…) Ya voy Mario, ya voy, no me olvidé de las lámparas a querosén, quería decir que fue desde la nostalgia que comencé a darme cuenta, a percibir la magia de la ferretería, a entender el mundo de los objetos, a escuchar apasionantes historias de mechas viejas y cacerolas perforadas. (…). Esta es otra constante, el autor busca explicarse, ante todo, a sí mismo, el origen emocional de la palabrería ferretera.

Mezcla de crónica testimonial, filosofía de café, imaginaciones, y siempre el cuidado en el tratamiento de la palabra. También en “Lámparas a querosén”: (…) Me gustaba despacharlas, sus reflejos parecían revelar el genio oculto de Aladino. “Formule tres deseos antes de prenderla” se me ocurrió un día decirle a una viejita. “¡¿Denserio m’hijo?!” exclamó, mientras un halo repentino suavizaba su rostro, como si una multitud de deseos arrugados por fin se desprendieran otorgándole frescura para recibir al mesías. “¡¿Denserio m’hijo?!” volvió a exclamar, “¿Los tengo que decir ya mesmo?”. ¿Cómo decirle que era un crápula?, que como todos los niños yo también tenía esa mezcla agridulce de crueldad y de inocencia. “Denserio Doña, como que me llamo José”, agregué remachando la respuesta para que quede fija. “Tiene tiempo de pensarlos, pida los deseos en su casa, como le dije, antes de prenderla por primera vez, y cuidado con el agua, si cae sobre el tubo caliente, se raja”. Filósofos boedónicos dirán más tarde que mentira con compasión es casi una caricia. (…).

Luego de desarrollar los temas en el pasado, el poeta le da rosca hasta llegar a pensamientos en el presente. En “Menudeo ecológico y yapa de antaño”: (…) “Para muestra basta un botón”, asombrosa sabiduría de refranes populares. El menudeo botón de una época, pequeño detalle revelador de un mundo que poco a poco lo fueron envasando, un envase pequeño en otro más grande en otro más grande. También fueron envasando la gente, cada uno en su cajita, cada cajita en su piso, cada piso apilado con otros pisos formando edificios, complejos habitacionales, ciudades desbordadas por miles de envases que vuelven a las calles preguntando por su destino. (…).

En cada cajón de estas memorias de ferretería hay dispuestas pistas, señales para quien quiera espiar en el tiempo. En “Bleque y Ruberol: Santa Bárbara de las buenas tormentas”: Engañaron a Santa María, nacimos de una gran confusión, en realidad los porteños no sufrimos de engreimiento, sufrimos de credulidad aguda, siempre fuimos muy crédulos, y cuando se descascaran las creencias acudimos a vanidades para disimular fachadas, en el fondo somos muy frágiles, plantados en el limo del Plata, tronco a la merced de sudestadas, raíces ensortijadas en corrientes migratorias, la dificultad es llegar al fondo entre tanta fragilidad y confusiones. (…).

En “Cera Virgen” José sigue anotando ideas sobre la mismísima escritura que reconstruye la ferretería de su papá: Escribir una viñeta dulzura aguijón enjambre. ¡¿Cómo no se me ocurrió antes?! Arquitectas de vida, abejas hilvanando el mundo. Para obtener estas viñetas encarno objetos con palabras, tenso la caña, la arrojo en aguas dormidas… ¡Qué sensación! cuando desde la infancia pican recuerdos, suben coleteando, atravesando edades, arrastrando imágenes, reflejos de vivencias camufladas en el fondo de la ferretería, entre latas, barricas, palas… Escribir: encarnar emociones, sacar escamas, separar espumas, dejar sonoridades en letra viva… (…).

Asombra la forma elegida para viajar en el tiempo. Maravilla porque el viajero llega hasta el refugio de la ternura. En “Flit, Fliteros y Mosquitos”: (…) No metas trampa, vos sabés bien cómo te surgen estas viñetas de la ferretería vieja, una imagen se te sube a la sesera enganchada de otra y así van saliendo; (…). Lo agradable de estas viñetas son las sorpresas, aun para el que las escribe. (…).

Las viñetas son una mezcla nutritiva de emoción y conocimientos. En “Porrones y Fukushima”: (…) Para los porrones no necesitamos remontarnos al imperio quechua; ayer, a mediados del siglo veinte, los iba a buscar al fondo de la ferretería Don Miguel. Mediados del siglo veinte ¿Siglos? ¿Ayer? ¿Era yo?, extraña sensación. Frágiles vasijas panzonas de barro cocido canturreaban apiladas en un rincón esperando su cliente, tenían un ansa para agarrarlas y dos orificios, uno grande para llenarlas de agua, uno pequeño para beberla fresca. Esa era, es, la genialidad del porrón, aún en tórridos veranos conserva el agua fresca. El secreto: sus paredes porosas, el agua las atraviesa, entra en contacto con el aire exterior, entonces se evapora enfriando recipiente y contenido, técnica tan antigua como el barro en el fuego pariendo cántaros ¡Si habremos vendido porrones! la heladera no había llegado a todos los hogares, en los más modestos el porrón integraba todavía el paisaje de patios y cocinas, era imprescindible en las obras en construcción para la sed de los laburantes, hoy… (…).

Hay temas sobre los que únicamente puede testimoniar un poeta. En “Aromas de mi cuadra”: (…) ¿Cómo describir el aroma de la librería Sarmiento? Esa combinación de páginas vírgenes, inocencias maravilladas de primeros cuadernos, grafitos en el corazón de los lápices, tintas chinas soñando caligrafías y frases eternas, témperas o acuarelas para garabatos de niño o sueños de artista. Emanaba de la librería un aroma calmo, un aroma contemplativo de libros esperando su lector, un aroma párpado para ver hacia adentro, un aroma esdrújulo para acentuar primeras sílabas librando las palabras a su propia caída. Comparen con la San Antonio, aroma agitado, de fuego, de sonidos espumantes; comparar es una manera de acercarse al descubrimiento. (…) Los habitués de estas historias ya conocen la ferretería Don Miguel, era mi mundo. Los aromas se fragmentaban, se fijaban en rincones y estanterías: aroma escoba de paja en la entrada, de solventes y querosén en el fondo, de bulones engrasados masilla gomalacas sogas yeso limas estopa… Notas que componían un perfume misterioso de cueva de los milagros, donde calentadores Primus recobraban llama y aliento, espejos rotos recortados parían espejitos recién nacidos, o latas de pintura blanca adquirían el color deseado sacudiéndose en una máquina estrambótica. (…).

José Muchnik es poeta nacido en una ferretería que daba a una calle, y sobre esa calle habías cafés, y en ellos filosofía, dados, timba y recuerdos. En “El teléfono de antaño”: (…) De todos modos la memoria tiene algo de cebolla, capas sucesivas ocultando alguna historia en el centro del bulbo, comenzamos a pelarla y surge un llanto cortando pieles adentro. (…)Una de las mejores cosas que aprendí en Boedo es a hacerme el boludo, no se imaginan cómo me sirvió en Francia (y otras comarcas menos reputadas). Hacerse el boludo no es una boludez, insisto, es un arte, deberíamos montar una academia internacional del boludeo. Así como vienen a aprender los primeros pasos del tango que vengan a aprender a boludear, sería una generosa contribución para afrontar la crisis mundial que se viene, que ya está, que hace olas, que puede… (…).

Final de mi recorrida. En “Piolín”: (…) Ahora sí pueden entrar. La cera virgen, el alambre o la gomalaca, requerían cierta maestría para despacharlos, el piolín no, tómelo y páguelo, se vendía por rollo o por paquetes de diez, tampoco necesitaba muchos consejos para su utilización, como en el caso de la anilina o de las estufas a kerosene: agregue tanto, espere que se enfríe, cuidado con… El interés del piolín residía del otro lado del umbral, ayudaba a entender que la ferretería era mucho más que una ferretería, era un engranaje esencial de la sociedad barrial. Dos palabras alcanzarán para entender esto: pizza y matambre. A media cuadra, saliendo de la ferretería hacia el norte, sin cruzar, estaba la pizzería San Antonio; para ellos el de algodón, tenía que romperse de un tirón, ¿ya vieron atar las cajas de pizza? Todavía pueden visitarla, esta pizzería atravesó las crisis, todavía siguen atando las cajas como hace sesenta años, intenten imitarlos, después me cuentan. Cruzando Boedo, en el pasaje Gallegos, estaba la fábrica de matambre; para ellos el piolín de cáñamo, tenía que resistir para enrollar con fuerza esta delicatesen criolla. (…).

De eso mismo trata el libro de José Muchnik, entre muchas otras cuestiones, de la resistencia, del trabajo en la memoria, de palabras capaces de sostener el mundo.

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