El bar ilustrado

NO SOLO DE PANDEMIA VIVE EL SER HUMANO

Boyé, el tano Carrá y el primitivo barcito de Teleonce. Un recuerdo del canal en sus primeras décadas. Mario Bellocchio
El “tano” Carrá y el “atómico” Boyé

Era imposible entrar a la canaleta* sin pasar por el bar. El bar de Teleonce, un poco más grande –o igual– que un living de departamento chico, funcionaba como aduana a mitad de la calle de entrada, el ancho pasaje que nacía en Pavón 2444 con destino final en las puertas del estudio A.

De origen, un origen carrero empedrado y con cordones de vereda, había sido bautizado “el pasillo” y así le quedó como complemento funcional gramático de “radio pasillo”, “chismes de pasillo” y otros a los que el recuerdo lustra como bronce de pasamanos.

Lo cierto es que el barcito era la escenografía apropiada para el morfi del mediodía –generalmente sabroso– que debía ser deglutido en los veinte minutos del “parate” de la una, una hora arbitraria en la que parecía que todas las grabaciones, los programas en vivo, maquinaria, mantenimiento y la mar en coche se detenían para almorzar (es un decir).

La canaleta misma se detenía. Los recortes caprichosos que hace la memoria me reconstruyen una catarata de empleados, un vertedero de operarios, una multitud agrupada en elencos, a la conquista de un único objetivo: una banqueta del bar. El bar entonces superaba, en forcejeos mal digeridos, sus cuarenta y cinco minutos de “gloria” diaria.

Otra cosa, de apuro más relajado, eran los bahos y medialunas que competían con el horario de entrada al colegio de los chicos. Ahí sí que la aduana cumplía literalmente sus funciones. El día comenzaba realmente cuando se emergía del bar con el café con leche, la factura en bodega y aggiornado por los compañeros. Y si no, “radio pasillo” se encargaba de hacerlo. Sin esa provisión no podías marcar el presente aunque la tarjeta de entrada ya hubiera pasado por el sello del reloj. Por ahí desfilaban en breve síntesis matutina las informaciones políticas, gremiales, artísticas, intelectuales, deportivas o internas. Por ahí circulaban los festejos y cargadas futboleras de los lunes porque, créase o no, el fútbol se jugaba los domingos.

En aquel 1978, una mañana de agosto, con los recientes efluvios del Mundial frescos y el tema futbolero en plena vigencia, cayó en busca de provisiones al barcito, el tano Carrá.

Carrá –Carráceno para nosotros– había quedado bautizado por su particular manera cocoliche de pronunciación. Andaba casi siempre circulando por la calle, de compras para utilería. Y era habitué del bolichito cuando antes de partir o en el regreso se pegaba la vueltita por los pagos de Pavón.

Esa mañana no terminó de descargar sus bártulos sobre el mostrador que tiró la bomba atragantándole la medialuna a todo el entorno:
–¡Murió Boyé!
–¿Cómo que murió Boyé?
–¡Sí, Boyé!

No lo dejaron explicar nada. Se desató una catarata de elogios y anécdotas del todavía, aunque ya retirado, famoso jugador de Racing y Boca –una especie que después rescataría Palermo– y con el seudónimo de “Atómico” ganado a través de la potencia de su disparo en las épocas en que la Academia le birlaba el título a Banfield en cancha de San Lorenzo, en 1951, con un gol suyo. Todas esas anécdotas del jugador y muchas más se desparramaron en el barcito de la canaleta aquel día de agosto, antes de que el “tano Carrá” pudiera reaccionar y frenarlos:

¡Ma, no! ¡Charle Boyé! ¡El artista, no el cugador!

El tano tuvo que soportar el “manteo” amistoso y las cargadas llenas de ¡Aprendé a hablar, tano mangia broccoli! y cosas por el estilo.

Boyé nunca se enteró de que en el bolichito de la canaleta le “adelantaron con homenaje y todo” una muerte que sucedió 14 años después, en 1992, días antes de cumplir los 70.

Y “Carráceno”, el “incomprendido” tano Carrá, tuvo que tragarse que su romántico ídolo de los 40, Charles Boyer muriera suicidado un par de días después de fallecer su amor de toda la vida, Pat Patterson, un 26 de agosto de 1978, el día en que medio Teleonce lo confundió con Mario Boyé, el “Atómico”.

 

 

Mario Bellocchio

La cuarentena genera de todo. (Hasta alegres recuerdos) Buenos Aires, 20 de abril de 2020.

(*) Canaleta. Apodo con que Tato Bores bautizó para siempre a Teleonce en sus primeros monólogos.

 

 

 

 

 

 

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