Cuervos modelo 59

Por Mario Bellocchio | 

Un lluvioso 8 de noviembre de hace 55 años, San Lorenzo daba “la vuelta de campeón” en el    Viejo Gasómetro antes de enfrentar al clásico rival de barrio. Los muchachos del Ciclón tuvieron luego la delicadeza de obsequiarle al Globo, como recuerdo del campeonato de 1959, seis deliciosos envíos a la red: tres de Boggio y tres de Sanfilippo (¡Cuándo no!). El resto fue sólo festejo…

Veníamos de “la laica y la libre”; Frondizi firmaba contratos petroleros sin la intervención del Congreso y nombraba ministro de economía a Alvaro Alsogaray. “El Viejo” desde el exilio denunciaba el incumplimiento del pacto acordado con el presidente, Frondizi lo desmentía, los votos en blanco arrasaban y “la marchita” seguía prohibida desde la época de la “Libertadora”. Sin embargo, en un lugar de Boedo conocido como “El Gasómetro”, su melodía seguía vigente con letra cambiada: “¡Ciclón, Ciclón, qué grande sos…!” Los tablones de avenida La Plata se arqueaban con los saltos azulgranas. Y allá abajo, en el verde –matizado con enormes lamparones marronáceos en las áreas– once tipos de pantaloncito corto la gastaban cada domingo –créase o no el fútbol se jugaba sólo los domingos– y hasta la rompían: un tal Facundo se especializaba en quebrar muñecas de arqueros audaces o descoser redes adversarias sin necesidad de pólvora o tijeras, a puro muslo. Otro, que tenía “un balde en la cabeza”, según Panzeri, se cansaba de meterla de todas las maneras posibles, hasta de taquito. Le decían “El Nene”, se llama Sanfilippo. Aún hoy tiene un récord inigualado: goleador de cuatro torneos consecutivos, desde 1958 hasta 1961 y es el mayor goleador de la historia de San Lorenzo con 204 tantos convertidos.

Una lista que viejos cuervos recitan de memoria en solfeo futbolero decía: Facundo, Ruiz, García, Sanfilippo y Boggio. Hacía entonces unos pocos años (1955) una comedia inglesa con Alec Guinness y Peter Sellers, había hecho furor en las pantallas: “El quinteto de la muerte”. Parecía como si, en Boedo, se hubieran trasladado a la gramilla: eran letales.

La vuelta olímpica en casa la dimos un 8 de noviembre, hace cincuenta y cinco años, frente a Huracán, con todo lo que significaba exhibirle al Globo en la cara la consagración y, de paso, sepultar la negra jornada anterior donde Ferro nos había metido tres pepas en Caballito.

Cuando salieron del túnel Carrillo, Cancino, Iñigo, Martina, Reynoso, Schiro, Facundo, Ruiz, García, Sanfilippo y Boggio, acompañados por José Barreiro y el pelado Giuliano, la multitud soltó un bramido atronador coronado con cantos y aplausos –todavía no habían irrumpido los papelitos ni los rollos de máquinas de calcular–. La ronquera del lunes iba a tener el grato origen de los gritos en “la vuelta” clásica de los campeones y en los seis goles que le enchufamos al tradicional rival de barrio, 3 de Boggio y 3 de Sanfilippo –¡cuándo no!– que integraron la cuenta de los 75 de toda la temporada –30 partidos: 21 ganados, 3 empates y 6 derrotas–. La brillante campaña se cerró tres fechas después en la Bombonera donde –para no perder la paternal costumbre– le ganamos a Boca 2 a 1, con goles de Sanfilippo y un fusilamiento inmisericorde del “Tingui” Facundo.

Pero este equipo no era una creación de ese año en el que, a fin de cuentas, no había tenido más que dos incorporaciones al plantel que ya venía de un par de temporadas atrás: Omar Higinio García y Humberto Cancino.

Desde el 57, Pepe Barreiro había tomado la batuta que, a referencia de los vaticinios cabuleros, tenía que esperar –fatídicamente– los trece años de rigor  –1933, 1946, 1959–. Así que en el 57 no sería, nos íbamos a tener que resignar al subcampeonato. En el 58 –terceros–, tampoco; había que esperar. Y como “las brujas no existen, pero…”, la predicción se cumplió.

Aquellas diagramaciones que, tiempo después, se transformarían en un galimatías de números técnicos –4-2-4, 4-3-3, 3-4-2-1– que más parecen direcciones telefónicas, entonces recurrían a la simpleza de arquero y un par de backs que dieran ciertas garantías –donde Cancino, secundado por Iñigo, le había agregado seguridades a las manos de Carrillo–, tres en la línea media con un caporale a lo Reynoso y dos laderos confiables y laburantes como Martina y Schiro; cinco delanteros donde, en casi todos los equipos, descollaba un goleador –San Lorenzo tenía al mejor: Sanfilippo–, un armador que traía trabajo desde el medio con espíritu de sacrificio y overol –el tucumano Ruiz–, un talentoso surtidor no exento de área –ahí estaba “Mandrake” Omar Higinio García– y dos wines-wines: uno con un cañón en la diestra –Facundo– y otro capaz de caminar la línea de punta a punta cien veces por partido y terminar con un centro preciso, o adentro por sí mismo: Boggio. ¿Más? “En Europa no se consigue”, diría, años después, el “Ratón” Ayala.

A esa gran alegría popular le sucedieron un par de tristezas: por esos años los rivales se enfrentaban en la cancha y en las decisiones o descuidos de la dirigencia. En una gira por México, sin médico en la delegación –vaya a saber por qué errado concepto de ahorro o irresponsabilidad–, Omar Higinio García sufrió una aguda infección en un pie de la que nunca se recuperó totalmente. Así se diluyó en el olvido uno de los jugadores más talentosos de la historia azulgrana. La otra macana –lapidaria– fue la entrega de la localía por razones económicas en la aún incipiente Copa Libertadores. Estuvimos 55 años soportando la “cargada”: CASLA: Club Atlético Sin Libertadores de América, frustración recién saldada hace un par de meses.

El 2 de noviembre me habían sorteado para el servicio militar: 212. No zafaba por número bajo, pero tampoco era tan alto como para los dos años de Marina. De todos modos no habría vacaciones; en enero me tenía que presentar, así que no me podía privar, ese domingo 8, lluvioso, de una de las últimas alegrías civiles, antes del año de servilismo milico apodado “colimba” –corre-limpia-barre–. Ahí fuimos los cuervos de Parque Chacabuco con gorras, banderas y camisetas después de haber festejado a medias en cancha de Ferro, campeones pero con “boleta”: 0-3. Nunca voy a olvidar cuando “El Nene” asomó la testa en la boca del túnel y toda la ronda ¡que hasta unos cuantos de Huracán aplaudieron entre muy pocos, folclóricos, silbidos! (¡qué tiempos de fair play!) y la media docena de pepas de obsequio a los vecinos.

Al regreso, por Vernet, hace hoy cincuenta y cinco años, ya me comunicaba sólo por señas.•

FUENTES DE DATOS:

* Adolfo Res, “El glorioso San Lorenzo”, Edición del autor, Buenos Aires, 2008.

* Alberto Deán, “100 años de pasión”, DOS Editores, Buenos Aires, 2007.

 

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