Días de balneario, noches de varieté

Por Mario Bellocchio |

Los años dorados de la Costanera Sur
11 de diciembre de 1918. Comenzaba en la Costanera Sur una era de veraneos populares nacidos para mitigar los padeceres de miles de porteños cuyos ingresos no les permitían disfrutar siquiera de Mar del Plata. Y la prolongación del esparcimiento, sobre la noche, en los bares con varieté y en el módico parque de diversiones.

Por un momento se saca el rancho y lo usa de abanico. El saco cuelga de su brazo esperando el comienzo de la ceremonia: es preferible que la brisa del río pegue directamente sobre la camisa de Nicanor para aliviarlo del bochornoso calor. Recuerda casi nostálgico la nevada de junio, nunca vista; hasta un muñeco de nieve pudo hacerle a los pibes que ahora corretean por la nueva rambla. Su esposa y sus padres ocupan el pequeño sector de un banco adonde llega la incipiente sombra de uno de los retoños de plátano con que la Municipa-lidad pretende arbolar el paseo. Lle-gan más automóviles descapotados. Algunos audaces los arriesgan en las orillas arenosas del propio río. Los más prefieren los caminos naturales del paseo aunque tengan que mezclarse con la creciente afluencia de bañaderas cargadas de curiosos porteños que vienen a ver inaugurar el nuevo balneario, a despecho de la “canícula”. Cada vez hay más gente a pesar del miércoles laborable. Son como las tres de la tarde y nunca se ha visto por estos lares semejante multitud buscando la brisa del mar criollo y saboreando, por anticipado, el futuro lugar de chapuzón popular. Un chaparrón veraniego produce algunas estampidas hacia los sectores edificados, sobre el espigón. La mayoría, sin embargo, prefiere gozar el chubasco aliviador, ver cómo se humedecen los prolijos canteros cultivados con motivos florales al estilo de los jardines de Versailles, o se desliza el agua por las farolas y los maceteros franceses de bronce que de tan nuevos aún brillan en sectores que no tomaron verdín.
Los que prefirieron el refugio, mientras tanto, pueden conocer las comodidades de los vestuarios –provistos de duchas, armarios y bancos en casi 400 casillas individuales– para hombres y mujeres en rigurosa división. Y leer el reglamento que exige: …traje completo de baño, de malla (mameluco) o pantalón y saco, debiendo hallarse todas las prendas en buen estado. […] Se prohíbe el uso, para los baños, de calzoncillos comunes o de punto. En todo momento debe respetarse la divisoria de las aguas con sector masculino y femenino, convenientemente separados, y el horario de 6 a 11 y de 15 a 19, que intenta prevenir tentaciones de la concurrencia nocturna.
El alboroto indica que llegan las autoridades para inaugurar oficialmente las instalaciones. La banda corrobora la presunción con una fanfarria digna de las fechas patrias. El palco se cubre de galeras, gorras militares, sombreros femeniles y casquetes eclesiásticos. Es realmente una multitud la que canta con los acordes del Himno Nacional. El presidente Yrigoyen corta las cintas junto al intendente Llambías. Monse-ñor Alberti traslada la bendición del agua a las aguas produciendo un verdadero milagro: que nadie resulte lesionado en el tropel que se lanza al disfrute. Nicanor se prende a la carga de caballería multiplicando sus manos para tomar con ellas a sus párvulos y trasportar el cilindro de lona donde aloja los trajes de baño, mientras su esposa y los viejos prefieren la contemplación desde el barandal de la explanada. Con el vestuario no hay conflicto: agradece Nicanor su par de varoncitos para poder cambiarse los tres en el mismo sector. Ya están listos. ¡Al agua, patos! Los chicos chapotean y agitan las manos saludando a mamá y los abuelos. Nicanor sonríe feliz.

Las crónicas periodísticas de aquella inauguración proveyeron los detalles con los que puede reconstruirse la historia de aquel día inolvidable. Toda una era de veraneos populares había sido inaugurada ese 11 de diciembre mitigando los padeceres de miles de porteños cuyos ingresos no les permitían disfrutar siquiera de Mar del Pla-ta, por no hablar de la Niza o Biarritz de las clases acomodadas. El paseo costero había llegado para saciar el hambre de horizonte que insensatos rellenos y cercenamientos mercantiles reeditarían años después.

Los comienzos

Ya Juan de Garay limitaba la concesión de tierras para poder asignarlas a la contemplación de las aguas, protegiendo el tramo costero: …las huertas […] no se ha de dar ninguna desde […] hasta […] por que todo esto es la fuente del servicio desta ciudad para gozar del agua del puerto y rrivera della […] por questas cinco quadras son para el efecto susodicho… (1). Es decir que, desde sus orígenes, nuestra Buenos Aires –entonces Trinidad– sintió el imán del inmenso estuario que terminaría bautizando para siempre como “porteños” a sus habitantes, apoderándose como marca registrada de un apelativo atribuible a cualquier habitante de una población portuaria. Los siglos XVIII y XIX dieron continuidad a esa tendencia –más allá de que el propio crecimiento modificara dimensiones y paisajística– con la aparición de la Alameda como plantación lineal de árboles y defensa de la línea de barran­ca, que posteriores rellenos y urbanizaciones hicieron desaparecer.
Hacia finales de ese par de centurias, los porteños se empeñaban, junto a las autoridades nacionales y citadinas, en afianzar el anhelado sueño de consolidar su ciudad como “la París de América”. El vaho europeizante cubría los ámbitos artísticos, literarios, sociales y, lógicamente, el diseño arquitectónico y paisajístico no escapaba a tal influencia. Ya en 1886, nuestro primer intendente municipal, Torcuato de Alvear, había encargado a su Departamento de Obras Públicas …el estudio de un proyecto para la construcción de una gran avenida, de treinta metros de ancho, la cual partiendo desde la Avenida Alvear en la bajada de la Recoleta por la orilla del río, recorra desde el malecón de las Catalinas hasta (…el arroyo Maldona-do…), e involucraba a su director de Paseos, Eugène Courtois, en parte de su confección. (2)

 

 

De los planos a la primera plana

A esos primeros estudios se sumaron muchos otros relativos a las costaneras y su parquización. Sin embargo, el primero que lograría traspasar la barrera del sueño utópico corresponde a Carra­sco, quien reivindica su paternidad luego recogida por el paisajista Forestier y la Comisión de Estética Edilicia. (3) Benito Javier Carrasco (1877-1958), era un ingeniero agrónomo –discípulo dilecto de Carlos Thays– que se desempeñó como director de Paseos entre 1914 y 1918, cargo al que llegó aportando sus trabajos sobre el aprovechamiento de la costa del Plata, entre los que se encontraba un extenso proyecto de 17 kilómetros de extensión, desde el deslinde de la General Paz hasta el Tigre, que incluía completísimos desarrollos en Vicente López, Olivos, Martínez, San Isidro y San Fernando. El mismo Carrasco muchos años después aclararía: …para evitar la difusión del equívoco que existe respecto del origen de la creación de este paseo público (se refiere a la llamada Costanera Sur), y que en 1916 el intendente Gramajo y su secretario de Obras Públicas, ingeniero Aguirre, encargaron a la Direc-ción de Paseos (a cargo de Carrasco en esos momentos) el …proyecto de transfor­mación de los parajes abandonados en esa parte de la costa, para que se tratara de aprovechar, si fuera posible –construyendo al efecto una pileta de natación– la fuente surgente de agua termal que según se dijo allí existía. La idea directriz […] [era] formar un paseo a orillas del río […] ofreciendo de ese modo al público, la oportunidad de pasear cerca de la costa entre jardines, y gozar al mismo tiempo de la fresca brisa del estuario. (4)
Para esos años, la zona estaba atravesada por una nutrida red activa de vías férreas dedicadas al tráfico portuario, lo que generó en Carrasco la idea de plantearse la tarea en dos zonas: una de ellas de Brasil a Belgra­no y otra de Belgrano a Dársena Norte. En principio, la primera se asignaba a peatones únicamente y estaría constituida por …una amplia rambla de diez metros de ancho sobre el río, […] una faja de jardines donde cupie­ran locales estéticos para diversiones y descan­so, canchas de football, tenis, etcétera, separa­da de la rambla por una cortina de álamos que a su vez ocultaban los antiestéticos galpones del Puerto. En la segunda, murallón mediante, se privilegiaba el tránsito vehicular, sin desmedro del paseante de a pie que contaba con un …veredón de diez metros de ancho, adornado con una faja de jardines a ambos lados de la calzada […]. En la intersección de la calle Cangallo se formaba una plazoleta semicir­cular con jardines y pabellones, y en la de Córdoba se dejaba un amplio rond-point como punto terminal del paseo y estacionamiento… (5)
El diputado Tomás Le Bretón tomó a su cargo acelerar el demorado inicio de obras que finalmente concretaron el rescate de la playa natural, la construcción de la avenida paralela a las aguas, el espigón con sus instalaciones de vestuarios, restorán, confitería y pileta. Y la parquización del entorno con la incorporación de quioscos y recreos que completaron con servicios la vistosa traza irregular de los jardines. (6) Como culminación estética, se llevó a cabo la conveniente mudanza de la Fuente de las Nereidas de Lola Mora al lugar de su actual emplazamiento, aplacando así –de paso– al escandalizado mundillo pacato que hostigaba su antigua ubicación a metros de la Casa de Gobierno.

El primer chapuzón

El 11 de diciembre de 1918, finalmente, el propio presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen, junto al intendente municipal, Joaquín Llam-bías, y el secretario de Obras Públicas, José Quartino, cortaron las cintas. El Himno Nacional fue coreado por una multitud calculada en unas 100.000 personas, según las crónicas de la época. Luego de la bendición de las aguas por monseñor Alberti, se produjo la habilitación formal del Balneario Municipal, que de inmediato sufrió el acoso de los concurrentes acompañados por los “veintiún cañonazos” de rigor como telón de fondo. Tras bastidores, Benito Carrasco, que ya había dejado la Dirección de Paseos, observaba la injusta adjudicación de méritos al ingeniero Quartino, cuando la parte más importante de las obras de infraestructura le pertenecían sin discusión alguna. Bajo la dirección de Carrasco se había nivelado y rellenado el terreno; plantado corpulentas tipas y arbustos para que hubiera sombra el próximo verano; se había cultivado la tierra formando pelouses y motivos florales; se habían colocado obras decorativas y construido canchas de tenis y de fútbol para incentivar los deportes al aire libre, así como una pérgola hecha con troncos de árboles, cercos verdes y refugios rústicos. (7)
El hombre que imaginó y logró concretar la mayoría de sus proyectos de obra no coincidía con la denominación adquirida por el paseo: Empeza-remos por dejar establecido que el nombre de Balneario Municipal con que se designa a este paraje de la costa es inapro­piado. […] no es un balneario en el sentido estricto de la palabra, sino un paseo provis­to, eso sí, de algunas instalaciones modestas y reducidas para los bañistas. […] en vez de denominársele simple y llanamente “paseo de la costa”, como le corresponde por su carác­ter y distribución. (8)
Para la época, se consideraba la obra más importante del año. El interés que había despertado en los porteños se veía reflejado en la cantidad de solicitudes, recibidas en el ámbito municipal, para instalar quioscos o lugares de atracciones. No sólo es interesante este trabajo por la obra de saneamiento realizado, saneamiento material y moral, desde que allí había un foco de infección, depósito de desperdicios y estaba además convertido en guarida de gente de mal vivir, sino, también, porque se ha recuperado la vista del Río, que permane­cía oculta y poco menos que inaccesible. Desde este Paseo se domina ahora la pers­pectiva del Estuario que siempre es intere­sante, permitiendo además al público gozar del fresco agradable tan necesario en los días estivales. (9)

Los hermanos sean unidos

Benito tenía un hermano: Eugenio Carrasco (1885-­1963), ingeniero agrónomo graduado en la Universidad de Lieja (Bélgica) que lo sucedió en la Dirección de Paseos, entre 1918 y 1922. Eugenio tenía su propio proyecto para la Costanera Sur, que abarcaba desde la calle Cochabam­ba hasta el Yatch Club en Dársena Norte. (10) Durante su gestión situó el acceso principal, que incluía un rond-point, sobre la avenida Belgrano …y desarrolló otros dos puntos de interés: un espigón como en el proyecto de Benito Carrasco pero con distinta resolución formal a la altura de la calle Estados Unidos, y una explanada con embarcadero y quiosco en el eje de la calle Cangallo. Incluyó arborización y jardines lineales a lo largo de las calzadas entre Belgrano y Viamonte. Distancia-dos los hermanos entre sí, estos trabajos recibieron algunas críticas de parte de Benito, quien calificó al espigón como obra innecesa­ria, antiestética y costosísima. (11)

Los delirios de Forestier

En 1922 asumió la intendencia de la ciudad Carlos M. Noel y un año después creó la “Comisión de Estética Edilicia”, desde cuya presidencia convocó a destacados profesionales, con la finalidad de elaborar un plan regulador. Al trabajo de esta comisión se incorporó la presencia, en principio prestigiosa, del arquitecto paisajista francés Jean Claude Nicolás Forestier. (12) El informe producido por esta tarea, compilado en el “Proyecto Orgá-nico para la Urbanización del Muni-cipio”, incluye el aporte de Forestier con un capítulo donde la Costanera se aborda en forma exclusiva, demostrando la importancia concedida al tema y aportando confusión al otorgamiento de la paternidad del proyecto concretado en la Costanera Sur, que en más de una oportunidad erróneamente se le otorga, cuando en realidad lo suyo sólo fue una destacada idea entre otras que, tal vez, no acunaban tanto prestigio. (13)
Forestier, justo es decirlo, no escatimaba imaginación ni costos en su proyecto que partiendo de la Dársena Sur llegaba hasta la General Paz previendo …la creación de una magnífica avenida de 10 kilómetros de largo y 100 metros de ancho […] sobre el vasto estuario del Río de la Plata. […] Ella incluirá una sucesión de jardines, parques, villas, lagos artificiales, terminando en un canal jalonado de cipreses… (14) La monumental avenida no concluía sus funciones como calzada sino que contemplaba sus enlaces con la ciudad propiamente dicha y agregaba en su entorno, para completar el proyecto, …barrios residenciales, viviendas de alqui­ler, equipamiento comercial, recreativo (hotel, salas de reuniones y fiestas, restaurante, espigón, teatro), educativo, religioso, uso del agua en canal y lago, y hasta un acuario “por su clima y su proximidad del mar”. (15) La monumentalidad, típica de ciertos desarrollos arquitectónicos de la época, transformó la planificación en inaccesible para la economía local, lo que, de alguna forma, agregó cordura a las concreciones llevadas a cabo en nuestras costaneras. De haberse podido concretar los sueños de Forestier, seguramente hubiéramos contado con espectaculares espacios vecinos al río para exclusivo disfrute de holgados bolsillos en desmedro del resto de los porteños. Y en ese sentido, todavía faltaba bastante más de medio siglo para los rellenos del “proceso” y las entregas de los intendentes menemistas.
Lo cierto es que la Costanera Sur y el Balneario Municipal, que ya habían abandonado la notoriedad de lo novedoso, se habían constituido en una multitudinaria realidad de los veranos porteños que no desdeñaba tampoco las estaciones menos propicias. Y el periodismo de la época reflejaba la complacencia por la preocupación de índole popular de las autoridades al concretar y preservar las obras: Cuando el calor empiece a apretar, […] tendrá ocasión el público, de constatar personalmente el celo que las autoridades de la comuna han desplegado a fin de ofrecer un paseo que le proporcione horas de sana expansión, cuya acción reparadora, suplirá en muchos casos las ventajas de un veraneo costoso, no al alcance de todos. (16) Los numerosos quioscos y comercios que bordean el balneario se mostraban hoy repletos de concurrencia, evidenciándose así el favor que merece de parte de la población metropolitana. […] que aumentará los días que concurra la banda municipal… (17)
En 1923, durante la intendencia de Noel, por ordenanza fechada el 17 de agosto se decidió adoptar algunas de las propuestas de Forestier para la Costanera Norte y adicionar calzadas separadas por jardines al trayecto sur comprendido entre Viamonte y Bel-grano y agregar un muro con escaleras de acceso a la playa sobre 700 metros y defensa de hormigón sobre los 800 restantes al fragmento desplegado entre Belgrano y el Canal Sud (sic). Los emprendimientos de Noel y su propuesta ampliatoria recibían, en el Anuario Municipal de 1925, este cuasi pintoresco comentario: He aquí una hermosa obra edilicia concebi­da y llevada a cabo con admirable tesón por el Intendente Noel. Con ella se ha logrado uno de los postulados porteños de más signi­ficado en nuestra vida urbana: la reconquis­ta del río por los habitantes de esta inmensa urbe, que teniendo la excepcional ventaja de estar situada a orillas de un estuario como un mar, lo había perdido de vista con la construcción del puerto. […] La gran avenida es hoy una realidad que llena de orgullo a los porteños. Su amplia calzada de asfalto, su hermosa vereda y su sólido malecón que baten las olas del Plata puede ser hoy, exhi­bido con satisfacción al forastero. Ahora Buenos Aires tiene su paseo sobre la costa del río inmenso, y ya los porteños no añoran los panoramas de Río de Janeiro o de Niza […], Nápoles o Coney Island. Pero aún la obra con ser grande y bella no está comple­ta. El doctor Noel se propone ampliarla… (18)

¿Y cómo las llamamos?

Cuando las obras costeras del sur con su Balneario y sus parques ya llevaban seis años de robusta vida y avasallante aceptación popular, el asunto del nombre oficial cobró cierto predicamento. La nomenclatura, para las concepciones puristas de la época, ya había generado polémica en la Comisión Municipal, que en 1924 discutía entre otras la denominación de la circulación costera: […] Esta avenida debiera llevar un nombre topográfico como ser de la costa, del río o costanera. […] creo que la población de Buenos Aires vería con agrado que la desig­náramos con un nombre así, a la vez poético y topográfico. […] La Ave-nida Costanera tiene ya su nombre fijado en la opinión pú­blica; […] sin que ninguna ordenanza lo haya establecido así. (19) Y el bautismo público terminó por imponerse: la Costanera Nor-te, que oficialmente lleva el nom­bre de avenida Rafael Obligado. Y la Cos-tanera Sur, que resulta el apelativo impuesto por el uso a la avenida España (frente la Ciudad Deportiva de Boca Juniors), avenida doctor Tristán Achá-val Rodríguez (entre Brasil y Belgrano) y avenida Intendente Carlos M. Noel (entre Belgrano y Dársena Norte). (20)

Otros hermanos, otras tierras

Comenzaba 1920, la Europa de posguerra luchaba por su reconstrucción. La desintegración del Imperio Austro-Húngaro imponía drásticos cambios a quienes lo habitaban y los hermanos Kálnay no estaban dispuestos a renunciar a su profesión de arquitectos a pesar de que la situación les imponía el cierre de su estudio en Buda-pest. La decisión de emigrar los puso sobre un barco en Nápoles, casi huyendo con destino incierto, y el azar, si así pudiera llamarse a las circunstancias que están fuera de nuestro dominio, determinó que el rumbo del vapor fuera hacia Sudamérica. Lo cierto es que el 15 de marzo de 1920, Jorge y Andrés Kálnay desembarcaron sus sueños en un remoto país con ambiciones, en franco crecimiento, llamado Argentina. Comenzaban años de lucha en que tratarían de ejercer su profesión, empezando por la modesta tarea de dibujantes en estudios de arquitectura donde, finalmente, llegaran a reconocerse sus valores para poder encarar tareas independientes. Poco más de un año después lograrían abrir su propio lugar de trabajo bajo el rótulo “Andrés Kálnay – Jorge Kálnay, Arquitectos”. Andrés, que había nacido el 4 de abril de 1893 en Jasenovác, Croacia, comenzaba a destacarse en el dúo asumiendo la paternidad de sus proyectos, lo que motivó –de común acuerdo– el establecimiento de un estudio individual en Moreno al 900 en al año 1925. Falta-ba poco ya para que quedara indisolublemente unido a la ciudad que lo albergaba –y particularmente a la Costanera Sur– a través de su obra. Mientras tanto, una creciente escalada de trabajos jalonan su trayectoria a contar del primero que lleva su firma: el restaurante Munich, en la actual esquina de Perón y la avenida Pueyrre-dón, hoy modificado en su totalidad. En el Cine Teatro Florida marca su plena identificación con el “art déco”, posteriormente potenciada en el Cine Suipacha. Vendrá luego el conocido y premiado trabajo del edificio del diario “Crítica”, considerado con su racionalismo la respuesta contemporánea al clasicismo de “La Prensa”. Un verdadero palacio que ciertamente contrapone sus extravagancias a las afirmaciones de su propietario, Nata-lio Botana: Fuimos los maestros de las primeras letras de todas las barriadas humildes de Buenos Aires, el primer diario de muchos adultos que aprendieron a leer en esta cartilla que sabía decir las cosas con gracia.
Pese a las contradicciones, el edificio ostentaba los hallazgos de una obra de arte arquitectónica: las inspiraciones precolombinas incaicas y aztecas de la recepción de su directorio, el balcón con gran ventanal y las estatuas de su fachada, el sofisticado comedor, el salón de peluquería, la novedosa sala de teletipos, y hasta una sala de armas para Botana y sus redactores.

 

Kálnay en la Costanera Sur

El suntuoso edificio de Crítica, erróneamente atribuido a su hermano en un comienzo, significó para Andrés, seguramente, una carta de presentación de elevado prestigio para su convocatoria al diseño de una serie de construcciones en los sectores parquizados de la Costanera Sur, cuyo exponente mayor sería la cervecería “Munich”, secundada por los restaurantes “Brisas del Plata” y “Juan de Garay”, los quioscos “La Alameda” y “Punch de Naranja” y el llamado “Chalet de la Cruz Roja Argentina”.
El verano de 1927 da comienzo de un modo distinto para los asiduos concurrentes de la costanera, pues ese 21 de diciembre se inaugura la “Munich” en la avenida 9 de Julio (hoy Avenida de los Italianos), a metros de Belgrano (actual Azucena Villaflor). En sólo cuatro meses y ocho días –un verdadero récord– Andrés Kálnay había logrado plantar este palacete cervecero para su orgullo y el de la ciudad. El proyecto, cuidadosamente elaborado por el arquitecto, no descuidaba detalles técnicos ni artísticos y podría afirmarse que ni siquiera políticos, dada la celeridad con que fue construido, para beneplácito de las autoridades que lo habían encargado. En efecto, teniendo en cuenta el emplazamiento sobre terrenos rellenados con el producto de las excavaciones de la línea B de subterráneos, el edificio se montó enteramente sobre una losa de hormigón armado y su cuidada estructura se planificó privilegiando la observación del río –ya sea desde sus graduales terrazas o desde el espacioso salón interior– o el goce del parquizado del entorno a través de las galerías laterales. Todo estaba previsto hasta en lo funcional: la sucesión de niveles y escalonamientos recibía la atención parcializada de pequeñas delegaciones del sector central logrando eficiencia y celeridad. En el subsuelo las instalaciones frigoríficas sólo podían ser comparadas con las de los grandes establecimientos cárneos con sus 260 metros cúbicos de capacidad. Mil barriles de cerveza –50.000 litros– podían ser refrigerados y distribuidos por una instalación de tuberías de cobre, similar a la de agua corriente, que llegaba a todos los sectores del edificio. A pesar de que el cerramiento perimetral se realizó con ladrillos comunes, la verdadera clave de la celeridad de construcción estuvo en el armado in situ de elementos premoldeados de cemento –de ornamentación y estructura– como sus placas para el recubrimiento exterior, columnas aparentes, fundas de las soportantes, barandas, balaustradas, maceteros, escaleras y demás. Los vitrales, pequeñas esculturas, placas con bajorrelieves, diseñados en su casi totalidad por el propio Andrés Kálnay, incluían motivos típicos bávaros, siempre utilizando como tema el producto más importante de la región y del local: la cerveza.
La Cervecería Munich pasó a ser el centro de reunión de lo más destacado de la época: políticos, literatos, artistas, personajes de la vida mundana… La Costanera Sur incorporaba a sus adherentes a un estrato social para el que no fue planeada en un primer momento bajo la presidencia de Yri-goyen. Resultaba sugerente que el primer mandatario fuera, en ese momento, Marcelo T. de Alvear. Luis Via-le desde el centro del arco de la pérgola –frente al nacimiento de la avenida Belgrano– parecía arrojar su salvavidas a la divisoria de aguas entre lo populachero del balneario y lo elitista de la Munich.

Le Corbusier y la Costa Néra

Un día estallé: ¡Desde que yo había venido que existía un mar! ¿Donde está el mar? […] Fuimos, atravesando las vías férreas y las barracas del puerto […] a la Costa Néra, vuestro gran paseo nuevo a plomo sobre el Río. Allí, el cielo inmenso, el mar rosado de barros del Paraná […] Ah, cómo se vive aquí, cómo se respira, cómo se es feliz… (21)
Tales las declaraciones del arquitecto suizo en 1929 cuando visitó nuestra ciudad. Para el destacado profesional era insólita la indiferencia de la mayoría de los porteños a la maravilla de su costa fluvial. Y nos recriminaba comparándonos con Río de Janeiro, Argel, Nápoles o Marsella donde se agradece y venera la presencia acuática. Aprovechando las propuestas costeras para nuevas reformas y ampliaciones, presentó su innovador proyecto que incluía, entre otras novedades, una pintoresca isla situada frente a la Casa de Gobierno, la Cité des Affaires (Ciudad de los Negocios).

Noches de verano en el balneario

Desde su origen, allá por el 18, las multitudes que lo poblaban prenunciaban que la oferta creciente de quioscos y comercios iba a extenderse sobre el entorno para satisfacer a quienes, caída la noche y vedado el abordaje al río, quisieran seguir gozando de la fresca brisa. Aquellos míticos maxibuses blancos entoldados llamados bañaderas comenzaron a extender sus horarios de regreso copiando al tranvía Lacroze, que llegaba hasta el propio corazón del balneario por el puente circular de Belgrano. Seguramente algún cantor guitarrero habrá encabezado la audacia de animarse entre los parroquianos para dar la señal de partida del varieté costero que pobló por años los tablados. Y el parque de diversiones, con vuelta al mundo y todo, modesta sucursal no declarada del célebre Parque Japonés de Retiro, terminó de armar, en las noches veraniegas, el entorno codiciado por multitudes de bolsillo flaco.
Unas chirolas bastaban para alegrarse la noche y, de paso, eludir el tufo de la pieza en aquellos veranos donde el abanico que regalaba el japonés tintorero a fin de año, o el diario arrugado en un extremo, eran aire acondicionado. O la media barra de hielo en la pileta de lavar la ropa el único refrescador de bebidas conocido por el obrero. Tomar un cívico en alguno de estos boliches pasaba más por conseguir mesa que por la diferencia de cotización. El que no digería el plantón para lograr ver el espectáculo más codiciado tenía la opción de descender el nivel hacia los imitadores descarados de los exitosos, beber en los quioscos sin artistas, dar unas vueltas en el torpedo o el látigo (si se animaba) y testimoniar la concurrencia con las consabidas fotos de telón donde, con sólo un agujero para ubicar la cabeza, uno se transformaba en un forzudo, una gorda en traje de baño o el piloto de un avión biplano.
Poco a poco había ido creciendo la oferta cubriendo todos los matices que abarcaban desde la modesta parrilla animada por los “rascas” del último peldaño del escalafón, hasta el espectáculo con consumición mínima de las confiterías, donde el nivel artístico rozaba algún predicamento. Desde los cuarenta mozos de “La Rambla” esmerándose para brindar atención a la multitud de mesas desplegadas en su patio de tierra regada, la “Pilsen”, el “Niza”, la “Juan de Ga-ray” y la pequeña “Alameda”, todas al sur de Belgrano, convivían a la sombra de la más distinguida “Brisas del Plata”, cuyos espectáculos podían rivalizar en jerarquía con los que se ofrecían en el centro de la ciudad. El llamado Balneario, con su varieté, prontamente adquirió un envidiable nivel de convocatoria destronando al “Casino”, al “Cosmopolita” y al “Esmeralda” (luego “Maipo”) durante los meses veraniegos.
La heterogénea oferta nocturna, arrastrada por el éxito de público, fue descendiendo a horas diurnas su inicio hasta transformarse en una sucesión de rutinas, alternadas por teloneros, que llegaban a comenzar a las dos de la tarde. Una jornada demoledora para cualquier zapateador americano o gauchesco, bailaora o cantaor flamencos, ilusionista o ventrílocuo, malabarista o prestidigitador, cantor o guitarrero, que podían estirar sus esfuerzos hasta las dos de la mañana como mínimo, siendo lo común la permanencia hasta las cuatro “a solicitud de la gentil concurrencia”. A pesar de la agotadora tarea nadie pedía ni daba tregua: había que aprovechar la temporada, esos cuatro meses de diciembre a marzo en que se podían juntar unos manguitos para la frazada del invierno, donde los cabarutes del interior eran hostiles y esporádicos, y los bolos que les podía conseguir el representante sólo una utopía.
Todavía el adolescente Mariano Mores no había pintado su Cuartito azul cuando ya aporreaba como solista un piano vertical en la Costanera. Y al Chúcaro –que formaba pareja con Dolores– aún le faltaba conocer a Norma Viola, aunque ya recibía las puteadas de sus compañeros que debían soportar, aguardando entrar a escena debajo del tablado, el polvo que generaba su Malambo. Rulito y la Gorda hacían llorar de risa a los que disfrutaban de sus chanchadas, pero iban a pasar algunos años más antes de que a José Marrone se lo conociera como Pepitito y recortara cuidadosamente su famoso flequillo. Uno de los pocos sobrevivientes de la época no tiene vida real (¿o sí?), se llama Chirolita y se sabe que la partera lo colocó sobre la rodilla de Mr. Chassman en un tablado veraniego. Cuentan que Charola y Triky fueron enormemente felices en esos años antes de conocer las mieles de la televisión y los verdugueos de Gerardo Sofovich. Es que las historias de los que pasaron a la notoriedad se cuentan así, con los dedos de una mano. Los más transitaban el suceso menor o mayor con la escueta modestia del entorno y sufrían su apogeo y decadencia dentro del subgénero “varieté-balneario”, yéndose al descenso, al pequeño tablado del fondo, un escenario reducido que los boliches más grandes tenían para hacer el aguante al público que aún no conseguía un sitio frente al espectáculo principal, una suerte de primera B adonde iban a parar la bailarina vieja, el cantor de gola machucada, y el malabarista al que ya se le caían las clavas; a laburar por un mísero sueldo que a veces se transformaba en la provisión de comida y los desganados aplausos. Pero el Bal-neario también tuvo sus estrellas internas que nunca emigraron, quizá temerosas de sacar los pies del plato, tal vez sabiamente guiadas por su instinto de ubicuidad: Popoff, el Tano Ge-naro o Risita convocaban verdaderas multitudes y no participaban del despropósito agotador de largas jornadas, aunque por su éxito no podían escapar a un mínimo de tres o cuatro funciones en los días de su presentación. Los capocómicos dominaban con amplitud la escena de este género ínfimo, como lo denomina con acierto Mau-ricio Kartún. El caso de Lorenzo Davi-co era emblemático: con su hermano Triky y la cantante Marta del Solar integraron el conjunto Los Refalados, donde Risita, tal era su apelativo, conducía las dislocadas parodias del terceto, con su humor directo y efectivo, con su rostro de goma, con su convicción de que ese era el ámbito creado a su medida, su cabeza de ratón.

 

La pendiente

Los años veinte, el crecimiento y la consolidación; los treinta y cuarenta, el apogeo; los cincuenta la decadencia. Así podrían resumirse aquellos alegres años de la Costanera Sur con su balneario que veía desgajarse los versallescos jardines producto del afrancesamiento de una época que tantos tesoros arquitectónicos nos legó y tantas narices tornó respingadas sin cirugía, mala fama de pretenciosos que supimos conseguir. El fiel de la balanza, sin embargo, lo manejó Kálnay sabiamente con todos los matices de las construcciones que sembró como hitos en la zona, recorriendo desde el modesto quiosco del Punch de Na-ranja hasta la ostentosa Munich: un verdadero espejo social en el lenguaje arquitectónico.
En efecto: a mediados de los cuarenta, aquella masa popular que había alimentado por décadas playa y noches de la Costanera Sur tuvo su envión económico. Ahora podía acceder al mar auténtico sin hundir sus pies en el cieno fangoso y fue dándole de a poco, otra vez, la espalda al río. Para algunos, el Balneario pasó a ser “el pasado rasca que querían olvidar”. Hasta las estrellas de esas noches veraniegas debían soportar el estigma de haber participado en aquellos espectáculos (recuerdo particularmente como lo gastaban a Charola en los ensayos de Operación Ja Ja, enrostrándole haber sido “cómico de balneario”). Y la Costanera Sur, que ya sufría la competencia de El Ancla en Vicente Ló-pez y posteriormente Punta Carrasco (el de acceso público, no el actual privado), frente al Aeroparque, sólo pudo disimular algo de su notoria decadencia con las expectativas que sembró en un primer momento la Ciudad Deportiva de Boca Juniors y que las sucesivas inflaciones y desmanejos prontamente devoraron. Y llegó el “proceso” con su hálito de muerte para darle el tiro de gracia. Una tarde de 1978, mientras unos pocos sobrevivientes de aquellas jornadas veraniegas aprovechaban el solcito fluvial, comenzó a arribar una hilera de camiones que hacían su descarga adentrándose en el espigón. Depositaron en ese lugar ¡15.000 metros cúbicos de escombros! Como nunca nadie declaró el plan o proyecto del despropósito, me cabe el derecho de imaginar que quisieron poner una pantalla a tanta vida arrojada al río desde aviones. La Costanera pasó a ser una avenida interior; el balneario, un desaparecido más.
El río color de león de Lugones, el leonado de Cancela, el chocolate de Capdevila, el verde y azul acero de Mallea, el oleoso y negro de Barletta, el de color mineral de Martínez Estra-da, el color cobre de Fernández Mo-reno, el de la rojiza llanura de Arlt, y los infinitos matices que cada porteño le confiere, se tomó tiempo para la revancha y creó vida de la muerte elaborando minuciosamente la Reserva Ecológica desde donde podemos volver a ver el horizonte rodeados de árboles y fauna extraños a nuestra latitud. Un regalo de la naturaleza, que siempre intenta ser compensadora.

Volver a vivir

 

A salvo de la depredación menemista de la Costanera Norte con sus privatizaciones desaforadas, la Sur fue recobrando poco a poco, por lo menos, la fisonomía de paseo público. En principio, el veto al proyecto de transformar la zona en un polo administrativo mudando el microcentro(22) la puso a salvo de convertirse, en su totalidad en parque especulativo privado. La ordenanza que creó la Reserva Ecológica(23), preservándola –pese a los incendios intencionales que periódicamente se repiten– de la voracidad inmobiliaria, constituyó otro acierto al que se agregó la reestructuración del entorno de la Fuente de las Nereidas, para que se integre a la observación peatonal, y el barandal de cristales para preservarla, sin desmedro de su contemplación. Se incorporaron luego nuevos trabajos: el arreglo general del parquizado, la puesta a nuevo de la rambla, el espigón, la restauración y habilitación de La Alameda –pequeño bar del grupo Kálnay–, el comienzo de obras del Brisas del Plata, los nuevos accesos que conectan con el sector edilicio de Puerto Madero y sobre todo el parque Micaela Bastidas –que completa el entorno al oeste de la avenida Calabria–, con 5 hectáreas arboladas en cuidadoso y moderno diseño que incluye desniveles y lomadas a modo de balcón sobre una hermosa vista de la ciudad, en la distancia, con la necesaria perspectiva.
Las calles y avenidas de la Costanera Sur, en acuerdo con las de Puerto Madero, dejaron de recibir prolongaciones del nombre que llevan en el resto de la ciudad. Las mujeres de nuestra historia tienen así su ámbito reivindicador de tanta falta de homenaje vial. De tal modo, al norte de Azucena Villaflor (ex Belgrano), también se extendió la puesta a nuevo de la parquización y circulación costera (de la laguna) con una coronación que supo ser la perla arquitectónica de la zona y retorna como tal: el edificio de la Munich de Kálnay. La recuperación de este valioso palacete –que a fines de los setenta estuvo a punto de ser demolido–, dio comienzo con la creación del Museo de las Telecomunicaciones y su consecuente puesta a nuevo para ese efecto. Para ello debió mediar la intervención de personalidades vinculadas al patrimonio edilicio, entre las que se contaba el propio Kálnay –ya anciano– en coincidencia con el interés de la empresa de teléfonos. Esto sucedía en el invierno de 1979, momento en que se producía la cesión a ENTel y el comienzo de las labores. (24) El resto es historia reciente: El museo pasó a manos de Telecom al producirse la privatización de la empresa telefónica pero, seguramente, no cubrió las expectativas de sus propietarios vinculadas a rentabilidad, costos de mantenimiento, potencialidad de difusión de las actividades comerciales de la empresa y otras ajenas al interés sociocultural y patrimonial de la muestra y su ámbito. A consecuencia de ello, Telecom manifestó su deseo de rescindir el comodato y el Gobierno de la Ciudad logró recuperar así el valioso predio como espacio público. Desde la primavera del 2002, la Dirección General de Museos de la Ciudad de Buenos Aires asumió la responsabilidad del lugar, que se ha constituido, además de su funcionalidad administrativa, en un bello centro de exposiciones jerarquizado no sólo por las muestras, sino por el ámbito edilicio y su entorno, la plaza Mujeres Argentinas. (25)

Y finalmente…

La ficción del retorno a través del túnel del tiempo no existe en la realidad. Aunque rotemos el reloj de arena, las partículas vuelven a caer, nunca ascienden. Conscientes de que las sudestadas no golpearán más los escalones de la rambla y absorbiendo la pesadumbre de la pérdida visual del incomparable estuario, queda el modesto consuelo de que la contaminación tampoco permitiría el baño. De todos modos, recuperar áreas perdidas en el descuido o el abandono, más aún si contienen un enorme retazo de los momentos felices de nuestros viejos, siempre reconforta.•
Este artículo de Mario Bellocchio fue publicado a fines de 2004 –las fotografías “actuales”, tomadas por el autor, pertenecen a esa época– formando parte de la colección de cuadernos de divulgación de Baires Popular como fascículo 11 y se reeditó en tres oportunidades.

REFERENCIAS

(1) Referencia a las actuales avenidas Paseo Colón­-Alem entre Moreno y Perón. Buenos Aires, Muni­cipalidad. Garay Fundador de Buenos Aires; Compañía Sud­Americana de Billetes de Banco; Buenos Aires, 1915.
(2) Fue en 1886. Adrián Béccar Varela. Torcuato de Alvear: Primer Intendente Munici­pal. Buenos Aires, Municipalidad, 1926.
(3) Eduardo Schiaffino. Urbanización de Buenos Aires. Buenos Aires, M. Gleizer, 1927. “Proyecto planeado por el ingeniero Benito Carrasco, director general de Paseos en 1916. En él estaba comprendida la idea del balneario actual.” En: “La Nación” (Buenos Aires) 21-3-1912.
(4) Benito Carrasco. El Balneario Municipal. (Algunas consideraciones sobre la urbanización de ciudades Recopilación de artículos publicados por el Ing. Benito Carrasco durante los años 1923 al 26.) Buenos Aires, Los Amigos de la Ciudad, 1927.
(5) Ibídem.
(6) Archivo Dirección de Paseos. Anteproyecto de Parque y Balneario en los Terrenos del Puerto. Plano fechado junio de 1916 y firmado por Benito Carrasco.
(7) Municipalidad de Buenos Aires. Memoria del Departamento Ejecuti­vo Presentada al H. Concejo Deliberante por el intendente municipal Dr. Joaquín Llambías (ejercicio de 1917).
(8) Benito Carrasco. El Balneario Municipal. “La Nación” (Buenos Aires) 27-12-1925. Sonia Berjman. El pensamiento de Benito Carrasco: hacia una teoría paisajística argentina. DANA (Buenos Aires), N° 30, 1991.
(9) Idem nota 7.
(10) Archivo Dirección de Paseos. Paseo y Balneario del Puerto. Plano fechado marzo 7 de 1919 y firmado por Eugenio Carrasco.
(11) Idem nota 4.
(12) La integraban: Dr. Carlos M. Noel (Intende­nte); Arq. René Karman (por la Municipalidad); Arq. Carlos Morra (Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos); Ing. Sebastián Ghigliazza (Director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas de la Nación); Arq. Martín Noel (Pres­idente de la Comisión Nacional de Bellas Artes). Sonia Berjman. En la ciudad de Buenos Aires. Bénédicte Leclerc, directora. Jean Claude Nicolas Forestier (1861-1930). Du jardin au paysage urbain. Actes du Colloque International sur. París, Picard, 1990. Idem: Forestier en la ciudad de Buenos Aires. DANA, Buenos Aires, N° 31-32, diciembre 1992.
(13) Municipalidad C. Bs. As. Comisión de Estética Edilicia. Proyecto Orgánico para la Urbanización del Municipio, El Plano Regulador y de Reforma de la Capital Federal. Buenos Aires, Peuser, 1925.
(14) Edición original: Argentine. L’em-bellisse­ment de Buenos Ayres. En: Moniteur des Tra­vaux Publics (Paris) 10-4-1924. Reiteración: Le Moniteur d’hier. Un français embellit Buenos Aires. En: Le Moniteur Architecture (Paris) 10-4-1989.
(15) Sonia Berjman, Buenos Aires y el río: las costaneras, Academia Nacional de la Historia; Buenos Aires; 1996.
(16) El Balneario Municipal ofrecerá este año diversos atractivos: Archivo Thays, recorte periodístico sin identificación. Carpeta 1921-25.
(17) Desde hoy ha quedado librado al público el Balneario Municipal: Archivo Thays, recorte periodístico sin identificación. Carpeta 1921-25.
(18) Ernesto Muello (compilador), Anua-rio Municipal, Buenos Aires, La Im-prenta Nacio­nal, 1925.
(19) Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Archivo Técnico, Legajo 1179. Municipalidad Bs. As., Versiones Taquigráficas, 1924, 31 de julio.
(20) Por Ordenanzas N° 27.301 de 1972; N° 3.978 de 1930; N° 17.699 de 1961 y N° 8.93 t de 1937, respectivamente. Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. Barrios, Calles v Plazas de la Ciudad de Buenos Aires: origen y razón de sus nombres. Alberto Piñeiro investigación. Buenos Aires, 1983.
(21) Le Corbusier. Précisions sur un état présent de l’architecture et de l’urbanisme. Paris, G. Crés et Cie., 1930.

Las acotaciones precedentes pertenecen a Sonia Berjman y la investigación correspondiente, su trabajo y mérito.

(22) Ha quedado totalmente descartado el proyecto que preveía utilizar los terrenos ganados al río como expansión de la zona del microcento. Declara-ciones del secretario de Obras y Servicios Públicos Ing. Manuel Tolosa al diario “La Nación” en diciembre de 1984.
(23) Ordenanza 41.247 del Honorable Concejo Deliberante fechada el 5 de junio de 1986: Declárase Parque Natural y Zona de Reserva Ecológica a los terrenos ganados al Río de la Plata y créase comisión para el funcionamiento de la Reserva.
(24) El 18 de mayo de 1979, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires promulgó la ordenanza 34.941 que concedía las instalaciones de la ex Cervecería Munich a ENTel, gratuitamente, por el término de 20 años, a fin de restaurar el edificio y establecer en el mismo el Museo de las Telecomunicaciones.
(25) El 3 de septiembre de 2002 se firma el acta de rescisión entre Telecom y el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por el que vuelve al mismo el edificio entregado en comodato en 1979. En la misma fecha se firma el acta de entrega, entre dependencias del gobierno de la ciudad, recayendo la responsabilidad del edificio en la Dirección General de Museos.

PUBLICACIONES CONSULTADAS

* Sonia Berjman, Buenos Aires y el río: las costaneras, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1996.
* Eduardo Rodríguez Leirado. Andrés Kálnay, un arquitecto húngaro en Argentina, Sitio al margen, Bs. As., 2002.
* Mauricio Kartún. Enciéndanse las luces del viejo varieté. Publicado en Revista “Viva”. Bs. As., 1998.
* Paula Gómez. El río que vuelve del pasado. Publicado en “La Nación” el 9 de diciembre de 1984.
* Ordenanzas, Decretos y Resolucio-nes. Boletín Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. Publicaciones varias. Investigación Elena Cólom (Dirección General de Museos).
* Dirección General de Museos de la Ciudad de Buenos Aires. Material periodístico de la investigación llevada a cabo por María Florencia Mazzadi (DGM) con motivo de la inauguración del nuevo centro.

 

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