Los 100 de Cortázar

Aquel amigo del “Tata” …

Pocas personas compartieron tantas horas de dichas y desventuras con Julio Cortázar como Juan Cedrón. El Tata recuerda con ternura esos tiempos parisinos que Julio describen en un relato desopilante que forma parte de su libro “Un tal Lucas”. De cómo fueron esos tiempos y esa noche en particular.

¿Lo conociste personalmente?

La primera vez que lo iba a ver fue en 1964. Y te digo que “iba” porque al final no se hizo. Estaba ansioso: yo lo quería mucho al flaco, me gustaban los Cronopios …, pero a él, todavía, no lo conocía personalmente. Era un festival de la juventud en Argelia que lo hizo el PC. Me invitaron a mí porque tenía unos amigos con los que habíamos trabajado juntos en los años 60, en una especie de grupo que se llamaba “Los pioneros de la Patria”. Ahí saqué el pasaporte para ir con el trío. Pero se armó el quilombo y cayó Ben Bella. Yo pensé: de todos modos me mando el viaje y voy a la casa de Cortázar y el canto una serenata. ¡Qué loco! ¿No?

¿Y la primera “de verdad”?

Cuando fui a París en el 71, yo ya era muy amigo de Paco Ibánez, potencialmente militante, y yo encargué algunas cosas para las Cortázar nos ayudaría en Europa. Julio ya estaba en el tribunal Russell (1) y los primeros contactos de prensa para información. O sea que yo ya fui como militante, no como fana. Lo llamé, le conté que iba de parte de Paco y le pedí toda la colaboración que podría. Me ayudó mucho. Nos hicimos muy amigos por fuera del trabajo militante. Entre finales de ese año y principios del 72, en que fui a tocar con el conjunto, nos hemos visto unas cuatro o cinco veces. Durante un mes que estuvimos en España sacamos un disco con cosas argentinas que llevamos a Francia: baladas, las Cosas Mayas, dos temas de Tuñón … Venta el disco “Argentina, cuarteto Cedrón” y también “

¿Cuándo te “mudás” a París?

“Fito: yo voy a Francia. Adelanté el viaje, cuidate, 18-10-74 “. Dejé la nota y me pianté. La cosa se había puesto densa…, y yo las tomé. Me fui, amenazado … Cuando llegué, fui con Paco a Andorra, me llevó a tocar. Hicimos un par de conciertos y en diciembre ya llegaron la familia y los chicos. Ahí ya nos quedamos en Europa esperando que se arreglara todo. Hicimos un centro que llamamos CAIS, algo así como Centro de acción y solidaridad argentina, con argentinos exiliados, y armamos una recopiladora de noticias de nuestro país yendo a buscar los cables a las agencias. A lo nuestro no sé si se le podría llamar militancia, eso de “militar” no me suena mucho. Sentía ganas de participar en contra de lo que estaba pasando en mi país. Ibamos a un boliche donde estaba Paco Ibáñez junto a un montón de vascos –algunos de la ETA– cuando se juntaban los montoneros, los vascos decían: ¡qué coño de partido es este! No querían partidos políticos. Cuando fui para allá tuve una relación muy fuerte con Julio. Cortázar no participó en el comité porque estaba en el Russell y no podría estar en las dos cosas, pero siempre ayudaba. Había que ver a un periodista: Cortázar. Había que ver a Mitrerand, era Cortázar el que llamaba. Había que entrevistarse con la pesada, Cortázar era un cuadrazo que abría todas las puertas. Lo que mucho mucho porque yo laburaba de eso, activismo, tocando con el conjunto para ganar el mango pero movilizándome. Cortázar no participó en el comité porque estaba en el Russell y no podría estar en las dos cosas, pero siempre ayudaba. Había que ver a un periodista: Cortázar. Había que ver a Mitrerand, era Cortázar el que llamaba. Había que entrevistarse con la pesada, Cortázar era un cuadrazo que abría todas las puertas. Lo que mucho mucho porque yo laburaba de eso, activismo, tocando con el conjunto para ganar el mango pero movilizándome. Cortázar no participó en el comité porque estaba en el Russell y no podría estar en las dos cosas, pero siempre ayudaba. Había que ver a un periodista: Cortázar. Había que ver a Mitrerand, era Cortázar el que llamaba. Había que entrevistarse con la pesada, Cortázar era un cuadrazo que abría todas las puertas. Lo que mucho mucho porque yo laburaba de eso, activismo, tocando con el conjunto para ganar el mango pero movilizándome.

¿Cómo llegás a la casa del relato de Cortázar?

Yo voy a vivir primero a la casa que era de Seguí (2). El se mudó y me dejó la casa a mí, así de natural, sin papeles ni nada. En esa casa alojé a muchos compañeros. Todo compañero que pasaba por París venía a esa casa. Después, allá a fines del 78, principios del 79, me mudé a la Rue Amelot, cerca de la Bastilla. Era una casa más chica con dos piecitas de tres por tres, un pasillo y una pequeña cocina. Esta es la casa de la noche que relata Julio. Ahí estaba parando Juan –Juan Gelman– y había un inglés, un lord inglés, Peter, que andaba en mameluco con una mochila, medio hyposo, muy interesado en difundir lo que pasaba en la Argentina de aquel tiempo. Había estado en nuestro país y tenía una revista –American Lester–, siempre contaba que aquí “lo habían parado, pero como yo ‘estaba’ peronista…”, “estaba” decía… Eramos unos cuantos. Había una gorda que era compañera de montoneros con otra amiga más. Estaba mi hermano Alberto con su mujer, Jorge con la mujer y la nena. Hicimos una polenta a la que le pusimos de todo… ¿sabés cómo estaba eso?… Empanadas… Y lo invitamos a Cortázar que vino así “de argentino” nomás. Todos esos y algunos más estábamos ahí. Era un lugar chiquitito, con los pibes y todo. Teníamos camas cucheta, los pibes dormían arriba y el inglés abajo. A la mañana siguiente decía: “fatalmente la noche ha terminado”, con los pibes corriendo alrededor: ¡un quilombo! La noche de Cortázar habíamos comido ahí, sentados en las camas –había camas de los dos lados– pusimos un cajón en el medio y ahí morfamos. Esa noche pasó a la historia como el día en que Julio la describió, pero no fue la única ni mucho menos, porque después nos mudamos a otro lugar al borde de París y Julio venía siempre a comerse unas empanadas y charlar con nosotros.

¿Tenían idea de que Cortázar iba a inmortalizar a los Cedrón?

¡No, qué…! Pasado un tiempo un día llega y nos dice: tengo una sorpresa para ustedes –¿qué cosa? Era el libro “Un tal Lucas” ya editado, que incluía el relato de esa noche: “Lucas, sus amigos”. Contaba que cuando llegó a la casa era tal el ruido que no precisaba saber en qué piso era, él sabía que los franceses no hacían ese bochinche. Con el tiempo el Ministerio de Educación francés editó una publicación donde se enseñaba español usando este artículo. En el cuestionario se preguntaba: ¿Conocen a Cortázar? ¿A qué libro pertenece este relato? ¿Le gustaría vivir al lado de los Cedrón?… Nos entregó el libro, Margarita le dio una leída y le dijo: “che, Julio, me hiciste quedar como una roñosa con eso de ‘unos trapos de los tiempos de las Cruzadas…” Y Julio le contestó:–”Son licencias poéticas, Margarita…” –y le zampó un beso…

¿Cómo fue la confusa movida de les Trottoirs…?

Recuerdo cuando Edgardo Cantón enganchó a Cortázar y le hizo hacer seis canciones con las que grabamos un disco cantado por mí. Mi hermano me decía: Juan: éste es productor, por eso enganchó a Julio. Así terminamos apareciendo como caras visibles en las fotos de un innombrable diario porteño como los promotores del tango en París. Y “el tango en París”, en esa época –1980–, estaba motorizado por Víctor Massuh, un intelectual que a pesar de sus méritos era el embajador del Proceso ante la Unesco y quería abrir en Francia un local de tango, “Trottoirs de Buenos Aires” en el viejo Teatro Châtelet. Y detrás de esto andaba el Centro Piloto del “amigo” Massera. Cortázar cuando vio su foto en el diario le mandó una carta a Cantón diciéndole “pará de meternos al Tata y a mí en ésto porque te vamos a hacer un quilombo descomunal”.

¿Cómo era el Cortázar cotidiano?

Nos las rebuscábamos muy bien en aquellos años, cocinando nosotros, reuniéndonos en distintos lugares, hasta en la casa del propio Julio. La mesa, en general, era el lugar de encuentros y polémicas. Un día fuimos a lo de Mosalini y Juan José le dice, con esa cosa de respeto por el prócer, “Julio, por favor, alcánzame esa taza…”. Y Julio que era muy simple en su vida cotidiana le dice: ¡dejate de joder, decí pasame la taza como siempre…! Charlábamos mucho. A él le gustaba escuchar –me decía– a un porteño atorrante. Más de una vez los temas eran medio surrealistas: “el tipo tenía un caballo con una pata más corta…”, de esas historias que todos sabemos unas cuantas pero no hacemos un tema. Con mi hermano Alberto Cortázar hizo “La raíz del ombú”, una historieta sobre la vida argentina contemporánea. Tenés que ver lo que eran los encuentros de esos dos, se sacaban chispas, una riqueza, una profundidad…, daba gusto escuchar esos diálogos. Y no era discusión sino intercambio. Recuerdo, con lo del peronismo Paco le decía: Julio, entendeme, el peronismo no es lo que ve la clase alta, la oligarquía. El peronismo que defendemos nosotros es otro, estamos luchando en contra de una dictadura, estamos peleando por justicia, por igualdad… De vez en cuando rebrotaba el tema. Allá por el 82, fuimos a comer a un restorán argentino y se armó una discusión con los cocineros, dos gorilas mendocinos, que casi termina a las cuchilladas.

¿Cómo se las entendían para que tu peronismo y su gorilismo no chocaran?

Bueno, con Tuñón, por ejemplo, nunca hablamos del asunto. Y Raúl era del PC, stalinista… Con Julio hablamos bastante poco del tema. Pera era más tozudo que Raúl. Se le notaba una resistencia a considerar el asunto. Yo le explicaba que Paco, Rodolfo, Juan, estaban laburando dentro del peronismo. Pero no había caso, esquivaba el bulto.

Me dijiste que te contaba cosas de su último viaje a la Argentina.

Sí. Cuando subió Alfonsín, en el 83, el vino acá. Sólo lo recibió la CGT peronista, oficialmente el gobierno no le dio bola. Me contaba que se ponía a hablar con los chicos en la calle, sentado en el cordón…, apoyado en las vidrieras de los negocios. Estaba muy emocionado con eso.

¿El último encuentro?

La última vez que lo vi fue cuando terminó el concierto de Miguel Angel Estrella en Champs Élysées, poco antes de morir. Ahí traté de darle ánimo porque andaba mal de salud: –¡Che, que bien se te ve! –No, Tata, no…, estoy mal, estoy mal de salud… Yo ya tenía una canción con él que habíamos grabado en “Trottoirs…”, entonces se me ocurrió ahí proponerle: –che, Julio, por qué no hacemos un friso con varias canciones, ya tengo trabajada la línea melódica. –No, Tata, no estoy bien; una te puedo hacer. Pero no me da para más… Quise mandarle buena onda, pero su deterioro era muy grande… En ese encuentro, el último, volvió lo del peronismo y yo tratando de mostrarle al grupo de argentinos que estaba laburando con el tema. Y él tozudamente insistiendo en que “no, no, no…, hubo cosas que…, vamos a hablarlo mejor pero…” –¡Dejate de joder, flaco. Paco Urondo, Rodolfo Walsh y tantos otros no pueden equivocarse. Agarrá para ese lado y listo… –Fue la última sonrisa que le saqué. Ya había muerto Carol. Cuando ella murió estuvimos muy juntos.

Amigos en las malas…

Ahí donde se ven los verdaderos… Fue un golpe muy duro para Julio…, y para nosotros. Con Margarita fuimos muy amigos de ella también. Salía-mos mucho los cuatro. Cuando murió mi hermano Jorge, el único que estaba en el coche con nosotros, de la morgue al cementerio, fue Julio. Así que mirá… Cuando él murió lo fui a ver a la Rue Martel…, estaba en la cama, con un gorro de la Unión Soviética en su cabeza… Me acuerdo del entierro… (hace una larga pausa) Fue un tipo de una gran madurez, talentoso, bonachón, solidario… Yo lo quería mucho al flaco…, mucho.•

(Entrevista de Mario Bellocchio, 4/4/2013)

(1) El Tribunal Russell, también conocido con el nombre de Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra o Tribunal Russell-Sartre, fue un organismo público establecido por el filósofo británico Bertrand Russell y secundado por Jean-Paul Sartre, filósofo y dramaturgo francés. Este Tribunal contó con la participación de personalidades como Julio Cortázar, Ken Coates y Ralph Schoenman, y se encargó de investigar y evaluar la política exterior estadounidense y la intervención militar que este país llevó a cabo en Vietnam tras la derrota de las fuerzas francesas durante la Batalla de Dien Bien Phu en 1954 y la instauración de Vietnam del Norte y del Sur.

(2) Antonio Seguí (Córdoba, 11 de enero de 1934). Pintor, escultor e ilustrador argentino, en muchas ocasiones conocido por el apodo “El Gallego Seguí”.

(3) Víctor Massuh (1924-2008) fue un filósofo argentino. Nacido en 1924 en San Miguel de Tucumán, estudió en la Universidad Nacional de Tucumán donde obtuvo el título de Doctor en Filosofía. Fue embajador del gobierno dictatorial durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional ante la Unesco.

Cortázar por Julio Cortázar

Nací en Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente, asténico, tendencias intelectuales, mi planeta es Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde). Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica, y como acababa de casarse se llevó a mi madre a Bruselas. Me tocó nacer en los días de la ocupación de Bruselas por los alemanes, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Tenía casi cuatro años cuando mi familia pudo volver a la Argentina; hablaba sobre todo francés, y de él me quedó la manera de pronunciar la “r” que nunca pude quitarme. Crecí en Banfield, pueblo suburbano de Buenos Aires, en una casa con jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras: el paraíso. Pero en ese paraíso yo era Adán, en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi infancia; demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados. (Los venenos es muy autobiográfico.) Estudios secundarios en Buenos Aires: maestro normal en 1932. Profesor normal en letras en 1935. Primeros empleos, cátedras en pueblos y ciudades de campo, paso por Mendoza en 1944-45 después de siete años de enseñar en escuelas secundarias. Renuncia a través del fracaso del movimiento antiperonista en el que anduve metido, vuelta a Buenos Aires. Ya llevaba diez años escribiendo, pero no publicaba nada o casi nada (el tomito de sonetos, quizá un cuento). De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético. Traductor público nacional. Gran oficio para una vida como la mía en ese entonces, egoístamente solitaria e independiente.

Julio Cortázar

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