Claroscuros de la Feria del Libro

De ferias y Ferias

Por  Virginia Edith Perrone |

“Los que circulamos en la feria desde sus inicios allá por el 74 presenciamos transformaciones no del todo afortunadas. En lo personal, prefiero el predio histórico de Figueroa Alcorta, aquella nacida entre utopías, esperanzas y la pretensión de un mundo mejor.”

Sin duda la Feria del Libro es un evento y un festejo tanto para el escritor como para el lector. En verdad los libros están siempre y todo el año y algo olvidados en las librerías y los anaqueles mientras transcurre este mundoveloz, contaminado, hiperexpuesto a la imagen y sometido a la ¿ética? de la inmediatez. No está mal que una vez por año se convoque, casi celebratoriamente la existencia del libro, pero debiéramos no perderlo de vista el resto del año.

Los que circulamos en la feria desde sus inicios allá por el 74 presenciamos transformaciones no del todo afortunadas. En lo personal, prefiero el predio histórico de Figueroa Alcorta, aquella nacida entre utopías, esperanzas y la pretensión de un mundo mejor. Cuando muda al predio de La Rural, la Feria hace un cambio paradojal y tramposo. Parece que logra mayor alcance. Parece que convoca a tantos. Pero no sabemos bien a qué convoca. ¿Qué leen quiénes? ¿A qué invita?: ¿Al tránsito permanente por mangas y corredores? ¿o a la Palabra? No es poca la diferencia. En La Rural hay como una escala mundial desmesurada. La cuña de laglobalización ancló sus huellas sin remedio en un espacio que debiera, a mi gusto, seguir siendo el lugar de la oferta de la “otra mirada”. La mirada sobre el mundo que casi ningún espacio masivo de los conocidos puede ofrecer. La gente, llevada siempre por el signo de esta época tan poco esencial por definición, va loca, desesperada, devoradora, no degustadora. Van en enormes bandadas ululantes, indiferentes, aislados, transitando esos tantísimos metros cuadrados que los grandes monopolios editoriales supieron conseguir en detrimento de las pocas editoriales nacionales que siguen luchando en medio de las leoninas desigualdades; desigualdades que a pocos importan pero por cuyas rejillas se escurre la verdadera cultura hacia las grandes alcantarillas que este planeta prepara con ahínco para los nuevos excluidos por arribar.

Es una época rara ésta, y la Feria del Libro no queda por fuera de estos temas. Tal vez debiéramos meditar sobre estas cuestiones, aunque suenen políticamente incorrectas. Yo me sigo preguntando ¿quién lee qué? ¿qué se lee? Y, finalmente ¿cuánto tiempo se le otorga al propio tiempo? Sin tiempo no hay espacio para la palabra, ni para el pensamiento. Y sin tiempo, sin palabra y sin pensamiento no queda chance de libertad alguna. Y si de todo esto no trata una de las principales preocupaciones de quienes escribimos, tal vez equivoqué el oficio y será este particular tercer milenio el que me dé la mala noticia.
Quede claro que no están incluidas en estas reflexiones las conferencias, charlas, actividades y visitas de intelectuales nuestros y de otros países que son, creo yo, la gema de estos eventos en este momento. Lo lamentable es que muchos paseantes de la Feria canjean semejantes oportunidades por la oferta de una copa de fernet gratis, hecho que es entendible en un mundo que le da más importancia al marketing y las mediciones que a los conceptos y a las ideas. De eso parecería tratarse hoy el mundo y, por supuesto, la Feria no queda ni quedará fuera de esa circunstancia a debatir. Tal vez quedar atrapada dentro de esta lógica perversa sea la oportunidad de pensar en estos especiales tiempos que transcurren, pensándose.

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